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Si les gusta el placer en todas sus versiones, originales o no, no se pierdan una visita al Museo del Prado para ver El Bosco. La exposición del V centenario, ojo, hasta el 11 septiembre de 2016. Vayan a mirar los cuadros sin prejuicio, a ser posible sobrios, aunque la ebriedad permite una mirada que mejora la percepción y aumenta la realidad sin necesidad de gafas 3D, ni Google Glass. Les recomiendo un tinto de Ribera del Duero, las cosechas del 2009 al 2011 fueron excelentes.
Es una manía como otra cualquiera, pero siempre ando buscando comida en el arte. Me dice mucho más el bodegón con el salmón revenido de Meléndez, los panecillos de Tomás Hiepes, la ristra de hortolanos de Sánchez Cotán o la vieja friendo huevos del gran Velázquez que los retratos de reyes y reinas enjoyadas, ecuestres, con peluca y arrogancia que han tenido que pintar tantos artistas para ganarse su pan y sus lentejas. La sociedad de la época, su intrahistoria, se ve mejor en esos cuadros de alimentos, guisos y viandas que en los cuadros de batallas, paisajes, nobles bulímicos y condesas estreñidas que se hacían retratar para nutrir sus egos y afear las paredes de sus palacios. Además a los artistas les encanta pintar comida, será por el hambre que solían pasar algunos, los más.
Doy un salto antes de caer en Jheronimus Bosch El Bosco, nuestro héroe. Bajo a antes de ayer, finales del XIX. Tengo especial cariño al manojo de espárragos pintado por Manet. Este cuadro se lo compró el gran coleccionista Charles Ephrussi a Edouard por mil francos. Doscientos más que el precio acordado con el pintor. Manet agradecerá a su modo la generosidad de su amigo pintando otro cuadro, titulado El espárrago, uno sólo, que le hará llegar a Ephrussi, acompañándolo de una carta manuscrita: Había quedado suelto uno de su manojo... Aquí está. Conmueve esta breve novela de 1880, la de Charles, amigo coleccionista tan generoso, la de Edouard, amigo pintor tan atento. Los dos cuadros son de espárragos blancos, una delicia entonces y también hoy, pero dejo este manjar.
Ahora tenemos en el Museo del Prado la excepcional exposición del El Bosco, un pintor rato, original y único que ha propiciado la escritura de miles y miles de páginas de sus fanáticos admiradores-especialistas analizando su imaginación, su potencia alegórica y ejemplarizante, su humor macabro y divertido o si nuestro misterioso pintor utilizó ciertas sustancias psicoactivas para inspirarse o sólo las mitogonías simbólicas de su época, su religión y su terruño holandés. Pero yo a lo mío, a la comida, su pintura está llena. Hay quienes buscan en sus cuadros culos y tetas, monstruos y diablos, referencias bíblicas y advertencias visionarias, yo busco panes y salchichas, marmitas y fresas, capones rellenos y pescado ahumado, jarras y cubas de vino. La comida que pinta Jheronimus habla de lo que nos gustaba, lo que comíamos o cómo eran nuestros apetitos en aquel tiempo fronterizo y remoto, pero también de lo que la comida simbolizaba cuando siempre era escasa. Eso no podemos olvidarlo ni obviarlo, estamos a finales del siglo XV y comienzos del XVI y la inmensa mayoría de los ciudadanos de Europa come mal y poco.
La comida que pinta Jheronimus habla de lo que nos gustaba, lo que comíamos o cómo eran nuestros apetitos en aquel tiempo fronterizo y remoto
Felipe el Hermoso ya está haciendo de las suyas y dentro de nada los Austrias, Carlos y luego su hijo Felipe, tendrán un enorme imperio del que pocos de sus súbditos se beneficiaron. Los ricos sufrirán con frecuencia de gota por comer carne en exceso, pero el resto de europeos las pasará putas entre guerras de religión, hambrunas, escaseces, impuestos mil y epidemias diversas. Sólo hay que contemplar, por ejemplo, “la mesa de los pecados capitales” que decoraba una de las estancias íntimas de Felipe II, para descubrir que en la parcela donde el Bosco describe “la gula” hay: salchicha al fuego, olla de carne, capón relleno, silla de chuletas, codillo asado… todo carne, ni un triste nabo o un recatado garbanzo.
Todo esto nos puede parecer un aburrido apunte histórico, porque ahora lo que nos preocupa es el michelín barriguero que exhibiremos en la playa y el sobrepeso infantil de nuestros hijos, comer no se lleva el 80% o 90% de nuestro presupuesto familiar como entonces, sino que hoy andará en el 14%. Pero si queremos mirar un cuadro del Bosco o de cualquier otro pintor de esos siglos y entender algo de lo que estamos viendo debemos intentar ponernos dos segundos en el lugar de quién fuimos: la comida era cara y escasa, te podías morir por cualquier cosa, el mundo era un lugar duro y jodido, pero si tenías la fortuna, las ganas y la pasta de darte a los placeres, el carpe diem y la buena vida te esperaba el infierno y las torturas de mil monstruos retratados por nuestro querido Jheronimus el aguafiestas. La esperanza de vida de un niño recién nacido era de 20 años y tenía un 40% de posibilidades de morir el primer año de vida, si lograba pasar ese fatídico añito y superaba los 10, su esperanza de vida podía llegar hasta los 45 (yo ya estaría muerto) claro que había gente, poca, que llegaba a ser vieja, sólo uno de cada mil europeos llegaba a los 80 años. El Bosco vivió hasta los 66 años y se murió un verano por beber agua contaminada por las heces de otros, de cólera, así que fue afortunado y todo indica que no comió mal y que tenía buen diente.
Además de “la mesa de los pecados capitales”, tienen especial interés gastronómico “el carro de heno” con esa apetitosa cabeza de jabalí asándose al espetón y su bacalao ahumado, “el juicio final” y, cómo no, “el jardín de las delicias”. En todas estas pinturas los árboles con fruta y la fruta en general, tienen bastante mala prensa. Aunque en la tabla de la derecha podamos contemplar un jardín del Edén que parece la huerta murciana bien regada por el trasvase Tajo-Segura, en la tabla central y en la derecha, que describe el Purgatorio, la fruta ya no es tan prístina y sana. En la Edad Media la expresión “coger fruta” significaba “tener comercio carnal”, así que el Bosco mezcla estampas de chicos y chicas follando en diversas posturas con frutas silvestres como las cerezas, las frambuesas, las fresas o las uvas que simbolizan la rechazable y atractiva lujuria. Es más, a los niños pequeños se les prohibía comer fruta porque era consideraba indigesta, tóxica o venenosa y no sólo por estimular la entrepierna o condenar tu alma, en las anotaciones de las causas de muerte de los niños en estos siglos con mucha frecuencia se puede leer: “muerto por fruta”. Así que en los cuadros de Jheronimus la fruta que pinta por todas partes no es sinónimo de vida sana, dieta saludable y buenas digestiones sino todo lo contrario.
Contemplen con tranquilidadlos cientos de cuadros en los que se pinta la comida de entonces, la ética que encierran el salmón de Meléndez o el huevo frito de Velázquez
Cuando El Bosco pintaba sus pesadillas y las pesadillas que la religión deseaba que soñáramos nacía la imprenta, así que los reyes y papas comenzaron a temer por sus organizados purgatorios e infiernos. Al poco se descubría esa América que Colón describió como el “jardín de las delicias” y el mundo comenzó a cambiar de forma cada vez más acelerada, se inventó el menú del día, los platos combinados con muchas patatas fritas, la guerra civil española, la terapia sexual, el porno… luego, como todo el mundo sabe, llegó la Transición del 78 y hasta ahora, de nuevo Rajoy, que aparece muy bien retratado en el “carro de heno”, de verdad, búsquenle. Poco queda hoy en nosotros de aquel siglo XV o del XVI, poco queda en nuestras mesas macdonalizadas y nuestras ingles depiladas de aquella prevención y temor, hasta el Vaticano ya dijo hace años que cerró el Purgatorio por falta de cuórum y confesó que era hasta dudosa la existencia del mismísimo Infierno, así que nos dimos cuenta que el Paraíso era esto, nuestra tierra, este mundo presente.
Así que mientras se forma el nuevo gobierno bosquiano, aprovechen, vayan al Museo del Prado, contemplen con tranquilidad y en detalle los cientos de cuadros en los que se pinta la comida de entonces, la ética y estética que encierran el salmón de Meléndez o el huevo frito del emocionante cuadro de Velázquez. Hoy no hay infierno ni monstruos como los que imaginó El Bosco, sólo la tiranía de la salud acecha nuestras tripas y entrepiernas, los “Boscos” de hoy son los documentales de La 2, ¡esas arterias nuestras atiborradas de colesterol! ¡esas selvas preciosas arrasadas por la codicia de algunos! Los “Boscos” de hoy son los telediarios de todos los días que nos describen con minuciosa atrocidad lo que viven las gentes de Siria o Irak, los europeos hemos vuelto a inventar un infierno bien real, terrible y abominable. En comparación, los infiernos del Jheronimus Bosch son un comic de risa.
Notas:
Para saber un poco más de este pintor está muy bien El Bosco al desnudo. 500 años de controversia sobre Jheronimus Bosch, de Henk Boom, Antonio Machado libros. 2016.
El manojo de espárragos de Manet se encuentra en el museo Wallraf-Richartz de Colonia y el espárrago solitario que le faltaba al manojo en el d´Orsay de París. Lástima que estén separados.
La maravillosa Vieja friendo huevos de Diego Velázquez se encuentra expuesto en la Galería Nacional de Escocia en Edimburgo.
El museo del Prado tiene la mejor colección de pinturas de El Bosco del mundo gracias a la afición pictórica de Felipe II.
Si les gusta el placer en todas sus versiones, originales o no, no se pierdan una visita al Museo del Prado para ver El Bosco. La exposición del V centenario, ojo, hasta el 11 septiembre de 2016. Vayan a mirar los cuadros sin prejuicio, a ser posible sobrios, aunque la ebriedad permite una mirada que...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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