Palacio de la Magdalena, Santander.
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Hoy mi serie acierta de pleno: pancita de burro en el cielo norteño, aunque sigue haciendo un calor brumoso y pringosillo. Un día de descanso para hacer alguna compra —hay rebajas y queda verano en abundancia, hasta el 12 de octubre inclusive— y septiembre es cálido en Santander… y en Madrid.
—No te puedo contar la lista de sospechosos, se pone seria mi amiga Carmen. Pero están reconstruyendo su último día, y parece que es bastante instructivo. Si, hay varios detenidos, y también algunas pruebas. Pero de momento, nada concluyente. Algunos de los testigos, o sospechosos, ya no están en la ciudad…. Perdimos las primeras horas, los primeros días, con aquella niña sin identificar. Y esto no va tan deprisa como en las películas, me dice.
—Pero apareciendo en un sitio tan raro… Me refiero a que no es exactamente público el patio de las Caballerizas de la Magdalena.
—No, pero había habido una fiesta, y a las fiestas de la UIMP, lo sabes como yo, aunque no sean lo que eran, van muchos jóvenes de la ciudad.
—Las que no son lo que eran somos nosotras, Carmen. No sé si pienso o si digo.
Veo que no le voy a sacar más por hoy y lo dejo, de momento. Nos comentamos las compras, en esta zona comercial y peatonal, llena de terrazas, en un día de veraneo como cualquier otro, estupendo. Pero hemos elegido el Machi, mirando al puerto. El Machi, que de toda la vida era el Machichaco, pero que ahora, desde que se hizo cargo Carlos Zamora, es un sitio más modernoso, con un pescado estupendo y unos mariscos buenísimos. Y el vermouth como siempre. Zamora, comentamos, se está haciendo el amo de la restauración santanderina, desde que empezó con De Luz —lo adoro, y todavía no he ido este año— y Días de Sur. También es suyo el italiano de aquí al lado…. y en todos hay tiros por las mesas, me comenta.
No puedo por menos de repasar los datos que tengo, porque me siento rozando el ecuador de la historia. Y tengo la impresión de estar bastante in albis. La chica estrangulada se llamaba Alicia Pérez, como efectivamente he visto en el periódico. Pensaba quedarse trabajando de camarera temporal en la terraza de la campa de la Magdalena, lo que daba una razón a su presencia en el campus; vivía hasta entonces en el camping, con una pandilla de colegas y un noviete; había terminado segundo de Medicina y era vegasexual. Había nacido hace veinte años en Toledo, y estudiaba en Valladolid. Fue encontrada muerta la mañana del viernes en un rincón de la terraza interior de Caballerizas, y la verja que mira a la carretera y más allá, al mar, estaba cerrada. Alrededor del cuello tenía un grueso cordón azul, de los que cierran algún bolso de playa. No tenía móvil, bolso ni documentación. Bajo sus uñas había restos defensivos. Y me digo: conozco lo que conozco. Dependo de una fuente absolutamente fiable, pero, ay, demasiado discreta. Tampoco la policía ha sido locuaz. El discurso de mi fuente (de mi amiga Carmen) es lo único que tengo, y reconozco su derecho a no contármelo todo, faltaría más. Y pienso que cada una en su oficio. Porque sólo de discursos vive el periodista, ¿no? De lo que te cuentan —da igual si te pasan textos o datos escritos o grabados: de lo que te cuentan—. Fuentes constitucionalmente protegidas como tales.
Hay otra manera, claro. La de Günter Wallraff, que se disfraza para llegar al corazón de la emigración turca en Alemania, o de los secretos de un grupo periodístico justo preglobalización; la de Michael Moore y sus documentales agresivos y directos; o la de Jean-Baptiste Malet, entrando como empleado en las tripas de Amazon, el monstruo global de la comercialización y distribución de casi todo. Pero, ¿qué hago? ¿Investigar por mi cuenta? ¿O, simplemente, seguir contando la historia?
Mi amiga Carmen me pregunta cuál será el clásico de mi columna de hoy. Y se lo digo: Agatha Christie. Tengo tanto que agradecerla…. No concibo una gripe sin un par de novelas releídas y releídas, que finjo no recordar para seguir dejándome acunar por ellas. En algún momento de dolor, por alguna de esas putadas que te gasta la vida, ahí está la vieja dama tan british. Tan poco cruel, tan de crímenes de familia bien, tan como se debe ser, en una sociedad que ya no existe y en una clase que se deber creer que sigue existiendo… tan divinamente ficción.
Me temo que el caso de Alicia Pérez no sería un caso para Poirot, para la señorita Marple, ni siquiera para la pareja bastante boba que protagoniza la serie de relatos que acabo de terminar: Pareja en el crimen, que fue llevada al cine y a la tele, y previamente publicada como Matrimonio de sabuesos… Mi ejemplar, traducido por Manuel Amechazurra para la editorial Molino, es de 1984, aunque en inglés apareció en 1929, y la primera edición castellana no sé de cuándo sería. Pero mi amiga Raquel Escutia seguro que lo sabe y me lo cuenta tan pronto cuelgue la columna en Facebook. Si elijo este título –que hacía mucho que no leía-- es por una característica expresamente literaria de los protagonistas, que dice mucho sobre su autora: para cada historia, Tommy Beresford y Tuppence toman un modelo: un detective tan literario como ellos, y se disfrazan de él. Y como los y las novelistas policiales tienen su mundo, sus pautas y sus referencias, los casos se ajustan a la metodología de sus modelos…. Estos relatos son un recorrido por el género y sus protagonistas. Y por eso me encanta.
—Hasta el título es un poco homenaje, simplón, ya lo sé, a una de sus mejores novelas, Pleamares de la vida….
—¿No te estás poniendo un poco Dostoievski, para ser verano?
—Bueno, pero hoy... Hoy hay panza de burro.
Hoy mi serie acierta de pleno: pancita de burro en el cielo norteño, aunque sigue haciendo un calor brumoso y pringosillo. Un día de descanso para hacer alguna compra —hay rebajas y queda verano en abundancia, hasta el 12 de octubre inclusive—...
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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