
La playa del Sardinero, en Santander.
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Parece que el cielo me quiere llevar la contraria. No hago más que empezar esta serie que se refiere al invierno suave que es el verano del Norte, y se abre, se ilumina, sale un sol radiante y las playas se llenan hasta la bandera. Que, además, en esas urbanitas que me gustan a mí, ha estado verde, libertad para los bañistas, mar sin peligro.
La playa, los días de playa, cambian el ritmo de la ciudad. Cuatro, cinco días seguidos cumpliendo esa obligación que es ir a la playa y aprovecharlos, retrasa los horarios, ilumina las pieles, y pone una sonrisa cansada en las caras de los veraneantes. Me sorprende la cantidad de padres acunando bebés. Padres, no madres. Hombres jóvenes cargando mochilas con el niño pegadito a sí mismos, hombres jóvenes que atienden el llanto de un chiquitín, y lo mecen en sus brazos. Eso, en mi generación no pasaba. Y desde luego, no pasaba en público.
Mi amiga Carmen aparece color cámbaro. Te has abrasado, saludo. Sí… y no creas que he podido ir mucho… El trabajo, que no conoce findes.
--Y cómo va?
--Luego te cuento.
--Lo que se puede contar, claro. Al final, me enteraré por los periódicos.
--Venga, Rosa: no nos vamos a pelear ahora.
Pero la encuentro crispada y a lo mejor es el golpe de sol que, a estas horas de cambio de brisas y casi anochecer, le está subiendo. Decido no hablar de protectores, sean solares o policías, y cotillear un poco mirando a la playa tras los cristales levemente azules de la Concha, sí, mujer, encima del Buenas noches Santander, que tenemos que preguntar si este año hacen conciertos… No serán los de la UIMP, que trajo maravillas, que ya fueron suspendidos a divinis por el nuevo rectorado.
--No me menciones la UIMP.
---Una cosa sólo-- le ruego. ¿Dónde apareció la chica?
--Pues…(duda un momento): en la terraza de la cafetería, no en el patio central, sino en la de los soportales, te sitúas?
--Sí, claro. Y la verja?
--Estaba cerrada, concluye un poco secamente.
Por lo visto, la descubrieron a las 6 de la mañana, cuando abrieron para limpiar. Despertaron a los vicerrectores, y estos llamaron a la policía. Estuvo acordonado casi hasta mediodía. Te imaginas lo revuelto que está todo… Aún hoy, me dice.
Nos premiamos con una siderit con tónica, que es la ginebra que se hace aquí, en Cantabria, y que está buenísima aunque nos vayan a clavar bien. Y nos dedicamos a hablar de maridos, novios, familia: temas que en este folletín importan poco, pero que a nosotras nos importan mucho. Y así cae la noche, que hoy será breve.
No me importa. Si ésta es la primera vez que me encuentro con una historia policial verdadera, pero sin datos (el secretismo de Carmen) y puedo ver, más o menos, los verdaderos ritmos de una investigación, uno de mis placeres veraniegos es el asalto a las viejas novelas que siguen en la casa. Y me como las que sean. Acabo de terminar Las niñeras por horas, de Carol Kendall, y estoy con Los muertos duermen solos, de Jean Le Hallier. Las dos, en sendos y bastante deteriorados ejemplares de la Biblioteca Oro, serie roja, de la editorial Molino, que deben ser de la segunda época aunque me haría ilusión que fueran los de la República… El diseño es muy años cuarenta, y no tienen fecha de edición. Pero busco a Kendall en San Google y ahí está, en inglés, claro, porque fue una novelista norteamericana para niños, de enorme éxito. Y de niños va esta novelita un poco atípica, con gotas de crueldad y chavalines que hablan como adultos… de los años 40. Kendall era del año 17, y murió en 2012 con 95 años.
Sin embargo, no encuentro a Le Hallier, no confundir con Hallier, el cofundador de la revista Tel Quel, aunque los dos se llamaran Jean, muerto en extrañas circunstancia todavía no aclaradas… El Nouvel Observateur le recuerda cada cierto tiempo.
No me importa retirarme pronto, y tumbarme a leer. Hay algo un poco ingénuo en el castellano de los traductores (C.Peraire del Molino y Aristides Gamboa) que se refiere a una época de corrección política y lingüística exagerada. Ni un solo taco, cosa impensable en las que se escriben hoy en día. O se traducen, desde mi adorado Camilleri hasta las suecas y danesas. Pero ese, el de la evolución de lo admisible en literatura impresa, es un tema como para el invierno. Y aquí, y ahora, estamos en un verano radiante, con un sol que pica, con una luz espléndida. Y esto también es Santander, mi cuna, mi palabra.
--Mi marido, dices? Bueno, ya sabes que hay días que nos damos suelta. Le esperaré leyendo. Pero la próxima vez tenemos que ir a bailar al Niágara, como en los viejos tiempos. Hasta el amanecer.
Parece que el cielo me quiere llevar la contraria. No hago más que empezar esta serie que se refiere al invierno suave que es el verano del Norte, y se abre, se ilumina, sale un sol radiante y las playas se llenan hasta la bandera. Que, además, en esas urbanitas que me gustan a mí, ha estado verde,...
Autor >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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