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A la serie veraniega del ferragosto que viene pienso llamarla “lluvias torrenciales”, porque doy suerte a los santanderinos, con tal de llevarme la contraria. Qué verano, señores, como los que recuerdo de mi, ay, lejana infancia. Si está todo el mundo moreno. Y las noches!
Así que la oferta cultural, que es la base guay de nuestro turismo, sigue siendo la misma, pero da más pereza. No obstante lo cual, decido ir a la inauguración veraniega de Fernando Silió, este año con Alain Urrutia. Porque espero encontrarme con todo el mundo que este agosto, de tanta pereza familiar y tanta playa, no he frecuentado mucho. Y efectivamente. Pese al calor del día maravilloso --y llevamos muchos!!!-- están ahí todos. Lo siento, Juan, tengo una cena inexcusable, así que esta vez no podremos acompañaros en ese festejo que es siempre tan divertido.
Y también me he dado una vuelta por la Librería Gil de la plaza de Pombo, tan activa siempre, y que esta semana tenía una semana japonesa. Que maravilla los libros-objeto de Komagata y las ilustraciones de Tatsuro Kiuchi….. Hay un concurso de haikus y un taller de “pintura que flota”, en fin. Extraño esa conferencia que no suele faltar, de Jesús Marchamalo, y sus bibliotecas y sus libros hallazgo. Pero si no se me ha escapado en julio, no se me escapará en agosto. Y no, no he ido todavía a darme una vuelta por la Magdalena. Por la UIMP. Y eso que este año, la curiosidad puede tanto como el miedo.
--Sí, hija, ya han identificado a la chica asesinada, me dice mi amiga Carmen. A la antigua. Cuando sus padres se alarmaron por la falta de noticias y el silencio de su móvil… y fueron a comisaría, en Toledo, y llevaron unas fotos. Terrible. Mañana domingo lo verás en todos los papeles, y hasta en los telediarios.
Una estudiante de medicina, 20 años, tercer curso, muy buena académicamente. Pasaba unos días en al camping, con unas amigas y un noviete, iba a empezar a poner copas en la terraza de la campa de Palacio, con la intención de quedarse todo el mes y ganar algún dinero. Y las amigas (y el noviete) estaban muy preocupados, según ellos, pero callados como tumbas, hasta que la madre empezó a llamar, y se acojonaron. Ahora entran y salen de comisaría, pidiendo noticias y contestando preguntas. El jefe se encarga de mantenerles un poco en ascuas.
--Pero, fue un crimen… sexual?
--No fue violada, si es a lo que te refieres. Pero tenía piel y sangre debajo de las uñas… Se defendió. Si conseguimos un probable sospechoso, o sospechosa, habrá pruebas. Es todo lo que puedo decirte de momento…
Pero me dice más. La niña, y sus amigas, y su noviete, pertenecían a una tribu curiosa, la de los vegasexuales. No sólo eran vegetarianos estrictos, sino que nunca compartirían cama y juegos con alguien que no aborreciera la carne. Es una moda, asegura. También en Santander.
A partir de esta noche, el crimen habrá saltado a las redes, aunque el verano ralentiza las intervenciones. La gente, me dice, tiene cosas mejores que hacer. Le digo que me ha alucinado ver dos bebés de carrito, cada uno con su smartphone o lo que fuera. No andaban, seguramente hablaban poco, y ya estaban jugando con esa maquinita maldita…
--Se han perdido unos días cruciales, añade amarga. La gente es muy tranquila, demasiado tranquila. Ella no era alumna de la UIMP, y sin embargo… Ya ves. Allí apareció.
--Y lo de… el blanqueamiento?
--Ya veremos, ya veremos.
Nos encontramos con Javier Fernández Rubio, editor de El desvelo. Me cuenta una de sus más recientes novedades: Estampas de mujer, una antología temática organizada por Marta Cerezales Laforet, en la que recoge diversos retratos de mujeres de todas las clases sociales, trazados por una serie de escritores relevantes de la literatura francesa, de Balzac y Zola a Maupassant y Théophile Gautier. En la contratapa pone una cita de Flora Tristán que dice: “Todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescindibles del ser mujer”. Y pienso en esta pobrecita niña estrangulada. Y en el derecho y la libertad de decir que no. Y me da un escalofrío, pese a que la tarde está cálida, y se está bien fumando, un poco contra el muro de la rampa de entrada a la galería Silió.
--Yo creo que ya estamos en la hora inglesa –le digo a mi amiga Carmen. Y echamos a andar hacia la cercana calle del Carmen, al Canalla, el bar donde mi amigo Gusano pone unos gintonics estupendos. Y luego, pues eso. A la cena prevista y prometida.
Las vacaciones en el norte, yo creo que las vacaciones en general, van adquiriendo una cierta lentitud, aunque los días se te deslizan con un inevitable aire de final. Es tan corto el verano.
--Y bueno, me dice. Cómo llevas tu columna, tu serie veraniega?
--Ahí, ahí… Hablo de viejas novelas policiacas… ediciones que pueden llevar décadas en casa…
Se le pone cara de sospecha. Y consigo no aturullarme cuando le cuento la de hoy: El percherón mortal, de John Franklin Bardin, traducida por el escritor César Aira y más moderna, de Byblos de 2004. Ésta probablemente la comprara yo, y casi seguro porque la recomendaba Guillermo Cabrera Infante. Si: decía que en la policial hay tres escritores verdaderamente originales, Poe, Hammett y Franklin Bardin.
Pone carita de duda, pero no le voy a decir ni lo que estoy escribiendo, ni mis intenciones. Por ejemplo, darme una vuelta por la UIMP, que ya va tocando. Cada una tiene sus secretos. O sus discretos, no?
A la serie veraniega del ferragosto que viene pienso llamarla “lluvias torrenciales”, porque doy suerte a los santanderinos, con tal de llevarme la contraria. Qué verano, señores, como los que recuerdo de mi, ay, lejana infancia. Si está todo el mundo moreno. Y las noches!
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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