Tribuna
Dos años ya del inicio del genocidio yazidí
Roger Calabuig 10/08/2016
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El 3 de agosto de 2014, 200.000 yazidíes se vieron forzados a huir de la ciudad de Sinjar, en el noroeste de Iraq. La mayor parte de ellos tuvo que sobrevivir durante diez días en las montañas, sin más recursos que lo puesto, a cincuenta grados de temperatura, sin comida ni agua y asediados por Daesh. Los que no pudieron huir fueron ejecutados en masa. Familias enteras fusiladas en paredones; niños reclutados como combatientes; niñas convertidas en esclavas; mujeres violadas; una ciudad entera devastada.
Sinjar era el último gran reducto yazidí en el mundo, y aquella noche desaparecieron unos 6.000 hombres, más de 5.000 mujeres fueron capturadas y convertidas en esclavas y 2.700 niños quedaron huérfanos. Fue un genocidio de manual, sin embargo las razones fueron otras.
La presencia de la vieja guardia de Sadam Hussein, en los territorios vecinos, de mayoría suní, propició la toma de Sinjar, que se produjo además sin resistencia alguna por parte del Peshmarga, la milicia kurda iraquí. Es decir, la toma de Sinjar permitía que suníes radicales ampliasen territorio frente a los kurdos e hiciesen una tenaza a la vecina Siria chií, de Bashar al Ashad.
Además, Sinjar era vital para controlar la entrada y salida de suministros a Mosul, uno de los grandes bastiones de Daesh. Así pues el propósito de la toma de Sinjar no fue convertir a los yazidíes al Islam, porque el Islam a Daesh le importa muy poco. Para este grupo terrrista, el Islam no es más que un paraguas, una excusa para violar, saquear y someter a los infieles. Porque como en todo conflicto --y para esto no hace falta imaginación-- los más afectados son los más vulnerables.
Dos años más tarde 3.500 mujeres yazidíes continúan en manos de Daesh. Son ellas, las mujeres, el verdadero campo de batalla de esta guerra. Nadia Murad, una joven yazidí que pudo escapar de las garras de Daesh, se ha convertido en un icono de la causa yazidí. Con tan solo 25 años, es candidata al premio Nobel de la Paz y recorre el mundo de Parlamento en Parlamento para conseguir que se reconozca el genocidio y se ayude al pueblo yazidí. Gracias a ella y al gran número de evidencias aportadas, la Comisión Europea, EE.UU. y Canadá entre otros han reconocido, casi dos años después, el genocidio. Sin embargo hasta la fecha ningún tribunal, incluido el Tribunal Penal Internacional, ha abierto una investigación.
A pesar de todos los esfuerzos, la opinión pública occidental ha permanecido ciega y sorda ante este genocidio, mientras que nuestros mandatarios han preferido cruzar las manos. Únicamente Alemania abrió sus puertas a los yazidíes que huían de la persecución a través de un programa de acogida. Cerca de 4.000 yazidíes viven ya en Alemania. Pero del medio millón de yazidíes desplazados, esta pequeña cantidad no resulta una cifra que tranquilice a nadie.
El pueblo yazidí, cuyas raíces se hunden 7.000 años en la historia de Oriente Medio, ha sufrido 74 genocidios en los últimos 600 años. Su población se ha visto reducida de 20 millones a menos de un millón, la mayor parte de los cuales se concentran en Iraq. Ahora además han perdido su territorio. Además de masacrados, viven desplazados y diseminados por varios países. Su cultura y sus tradiciones se ven a las puertas de la extinción.
Dos años después el genocidio continúa y la comunidad internacional aún no ha tomado cartas en el asunto. Nadie sabe a qué esperan pero hagamos al menos que los yazidíes no desaparezcan y caigan en el olvido.
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Roger Calabuig es profesional de la ayuda humanitaria desde hace doce años. Además, es fundador de Jinda España, una ONG de apoyo a las mujeres supervivientes de Daesh en Iraq y Siria.
El 3 de agosto de 2014, 200.000 yazidíes se vieron forzados a huir de la ciudad de Sinjar, en el noroeste de Iraq. La mayor parte de ellos tuvo que sobrevivir durante diez días en las montañas, sin más recursos que lo puesto, a cincuenta grados de temperatura, sin comida ni agua y asediados por Daesh. Los que no...
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