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Los niños del aeropuerto de Nea Kavala

Siete meses después de que Europa cerrara sus fronteras, la rutina en este campo de refugiados en el nordeste de Grecia se resume en un verbo: esperar. La lentitud burocrática de las grandes ONG y las administraciones aumenta la sensación de abandono

Laura Alzola Kirschgens Nea Kavala (Grecia) , 14/09/2016

<p>Un grupo de niños juega en una de las pistas del antiguo aeropuerto militar de Nea Kavala.</p>

Un grupo de niños juega en una de las pistas del antiguo aeropuerto militar de Nea Kavala.

L.A.K.

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Nea Kavala es un pueblo griego de 191 habitantes, similar a Idomeni, en la misma provincia, al nordeste de Grecia, pero 25 kilómetros más alejado de Macedonia. El segundo saltó a la fama en marzo, cuando la decisión europea de cerrar y blindar las fronteras provocó una dramática situación de emergencia humanitaria, en la que miles de personas acamparon frente a la nueva valla.

El terreno que preparó entonces el gobierno de Atenas para alojar a más de 4.000 personas, de las 8.000 que llegaron a concentrarse junto a la frontera, junto a Nea Kavala, pertenece al Ejército griego y es un antiguo aeropuerto inutilizado. Un descampado de tierra polvorienta, hierbajos, culebras y brea desgastada en el que los niños juegan sobre las viejas pistas de despegue y aterrizaje.

Mientras Idomeni salía en los telediarios de todo el mundo, en Nea Kavala los soldados clavaban tiendas militares y creaban accesos improvisados y chapuceros a la electricidad y al agua potable. Después llegó ACNUR, la agencia de la ONU de ayuda al refugiado, y en las siguientes semanas se incorporaron la ONG griega Praxis, Save the Children, la Cruz Roja, Samaritan's Purse y la ONG noruega Drop in the Ocean.

Casi siete meses después de su instalación, los contenedores-oficina de estas organizaciones siguen en Nea Kavala como únicos proveedores de servicios básicos a las personas a las que en teoría, por sus propias leyes, Europa está obligada a asistir.

La realidad es que los habitantes solicitantes de asilo fueron registrados por primera vez en mayo, y hoy apenas han acudido a Tesalónica a la primera entrevista con el Ministerio de Inmigración, el encargado de gestionar el proceso de reubicación en otros países europeos o dar asilo en Grecia. En una sesión de información en agosto, ACNUR, encargada de darles información y asesoramiento legal, les comunicó que la espera en el campo se prolongará, “al menos, seis meses más”.

Se estima que 60.000 solicitantes de asilo se encuentran en Grecia a merced de la burocracia. Los habitantes de Nea Kavala, de nacionalidad siria o iraquí, tienen tres opciones: pedir la reunificación familiar con sus familiares directos en otros países europeos en el caso de que estos hayan sido reconocidos como refugiados, requerir acogerse al programa de reubicación aprobado por la Comisión Europea, o pedir asilo en Grecia.

Uno de los descampados que rodean a las tiendas instaladas por Acnur.

Uno de los descampados que rodean a las tiendas instaladas por Acnur.

Hasta el momento, España ha acogido a 201 refugiados que se encontraban en Grecia y Turquía en el marco del programa de reubicación. Sumados a los 279 solicitantes de asilo procedentes de campamentos instalados en países fuera de la Unión Europea, el Ministerio del  Interior ha permitido la acogida de 480 personas de las cerca de 18.000 que se comprometió a acoger el Gobierno de Mariano Rajoy, antes de que termine 2017.

Mientras tanto, la lentitud de los procesos internos de permiso y aprobación de presupuestos de las grandes ONG ha aumentado la sensación de abandono y olvido en los campos como el de Nea Kavala. La incapacidad de estas organizaciones de responder con rapidez y flexibilidad a cuestiones esenciales les restan credibilidad a diario.

En Nea Kavala, Samaritan's Purse ha recibido ahora el cargamento de crema de sol para niños. Drop in the Ocean distribuyó la ropa de verano a mediados de julio. Las cabinas de retretes químicos nuevos solicitados por ACNUR llegaron tres meses después de que se estropearan las anteriores. Cruz Roja ha instalado ahora las seis estructuras de madera que tienen el fin de proteger a los habitantes del sol. Save the Children lleva dos meses anunciando la construcción de una escuela.

La rutina del campo se puede resumir en un verbo: esperar. En marzo y abril, esperar a que la frontera volviese a abrir. En mayo, esperar a que los funcionarios del ministerio viniesen para acometer el registro de los habitantes. Y, desde entonces, esperar a que les llegue el SMS con la fecha en la que les cita la administración en Tesalónica, a un hora en autobús. Y mientras tanto, intentan seguir con sus vidas y sueños, como los de la joven pareja kurda que decidió celebrar su fiesta de pedida de mano en el campo. El viaje de novios adelantado, según los rumores que circulan, fue un intento de cruzar la frontera. La agencia de viajes, traficantes. 

En el día a día, esperan la cola para la distribución del desayuno, esperan a recibir la bolsa con la comida del mediodía, esperan los productos para cocinar la cena sobre el camping gas. La comida viene en un camión de una empresa de catering, distribuida por el ejército y “financiada por el gobierno griego” según el suboficial a cargo de los soldados en el campo.

Los militares controlan la entrada y salida libre de los refugiados, así como de los empleados y voluntarios de las ONG que trabajan en él. Las tarjetas identificadoras o los pasaportes son examinados bajo la aburrida mirada de los policías. En el mejor de los casos, estos últimos, encargados de velar por la seguridad del sitio, sorben un café con hielo, sentados y lejos de las tiendas. En el peor, las mujeres que se dejan identificar deben escuchar un comentario machista cualquiera. Tanto de ellos como de los soldados, dependiendo del turno.

Tras esperar la cola del desayuno y encontrar un grifo libre, algunos niños comienzan el día con música. En mayo obtuvo acceso al campo un proyecto educativo independiente, concebido como un centro comunitario, construido y dirigido exclusivamente por voluntarios no remunerados y sostenido por las donaciones que estos reciben. A las 9.30 de la mañana, se encienden los altavoces y suenan canciones para los pequeños. Los adultos siguen esperando a que uno de los pocos baños o duchas químicas quede libre.

Las colas también se forman frente a la tienda de atención médica de Cruz Roja. Quienes siguen atrapados en los campos tras siete meses sin cambios son los que no tienen otro remedio. Los que no disponen de dinero para pagar a los traficantes y los más vulnerables, que no aguantarían una huida por la vía ilegal: niños, bebés, ancianos, discapacitados, enfermos… En el campo se propagan las enfermedades de la piel, los piojos, las pulgas, el asma, las picaduras o heridas infectadas y la delgadez extrema. El servicio de atención psicológica de Cruz Roja está sobrepasado por el número de depresiones severas. Las mujeres embarazadas no tienen acceso al ginecólogo. Las urgencias se solucionan llamando a la ambulancia, que llega desde Kilkis, a 27 kilómetros.

En el centro comunitario We Are Here, tras los estiramientos matutinos al ritmo de la Macarena, comienzan las lecciones de inglés, matemáticas o arte para niños. Estas son impartidas por los propios habitantes del campo que eran profesores en Siria o Irak. Duran hasta la una del mediodía y se reanudan a las cinco. Hasta hace pocos días, esta pausa era obligada por el bochornoso calor griego de hasta 42 grados.

Invitados a la fiesta de pedida de mano de dos jóvenes kurdos.

Invitados a la fiesta de pedida de mano de dos jóvenes kurdos.

El rol de cuidadoras de las mujeres se acentúa enormemente en el campo. Los días de sol y calor, los niños corren por el descampado, los hombres mayores juegan a las damas a la sombra de los contenedores, los adolescentes se reúnen para escuchar música en el móvil o irse al pueblo y las mujeres permanecen en la tienda o cerca de ella, lavando a mano, cocinando como pueden con un camping gas, cuidando de los ancianos o discapacitados.

El espacio para mujeres, que pertenece al centro comunitario We Are Here y está financiado por microdonaciones, es un cobertizo de madera que, desde julio, anima a las refugiadas a salir de la tienda por unas horas y pasar algo de tiempo con sus amigas, hermanas o vecinas. La tarde del martes, una de ellas trae el mapa del mundo que pidieron para repasar la geografía europea. Tras recorrer la ruta que hicieron con los dedos, una de ellas mira a la voluntaria y le pregunta: “¿Tú sabes por qué no nos quieren?”

Las clases de inglés para adultos se imparten por la tarde. En la primera, el pasado martes 6 de septiembre, hay siete hombres. Uno de ellos ha traído con él a su hijo de tres años. Al pequeño, tanto de pie como sentado, la nariz le llega al borde de la mesa. Una hora más tarde llegan seis mujeres, dos hombres y una niña. Imparten las lecciones dos voluntarios. Uno estudia Historia en Londres. El otro, Ciencias Políticas en París. En las paredes cuelgan dibujos de los críos que vienen al aula por las mañanas. Suena un móvil, se escuchan truenos, se ven los destellos de luz a través de las pequeñas ventanas.

Cuando llueve, el campo se inunda. El aeropuerto fue construido sobre un lago desecado. Al día siguiente, el miércoles, los empleados de Samaritan's Purse correrán entre las tiendas reparando los destrozos provocados por el agua y el viento. Una decena de habitantes pierden sus lonas y la mayor parte de lo que hay en ellas. Los niños chapotean con los pies descalzos mientras los padres recuerdan la primavera pasada, cuando los chaparrones llenaban las tiendas de lodo día tras día. Incluso los más resignados dicen que no esperaban vivir un invierno en el campo.

El viernes 9 de septiembre llega una delegación del Ministerio de Inmigración a Nea Kavala. Los cuatro hombres se quedan en la entrada durante toda la visita, charlando con el ejército y con la policía. Varios padres de mediana edad se les acercan. Solo uno de los griegos está dispuesto a responder a sus preguntas con la ayuda de un traductor. Le explican las consecuencias de la lluvia de los últimos días en el campo y quieren saber cómo  se preparara el sitio de cara al invierno. Han escuchado el rumor de que se instalarán caravanas e interrogan al hombre por esta cuestión.

—Las caravanas llegarán, quizá en uno, dos o tres meses. No me puedo comprometer, nadie lo sabe con seguridad.
—En tres meses será diciembre.
—Yo solo he venido a escucharos, no sé cuándo habrá caravanas.
—Se lo pedimos por nuestros niños, van a morir de frío. Las tiendas se estropean con el viento, se inundan cada día de lluvia. No tenemos otra opción que esperar aquí, pero tememos que se pongan aún más enfermos.
—Lo siento, pero no soy el responsable.

Nea Kavala es un pueblo griego de 191 habitantes, similar a Idomeni, en la misma provincia, al nordeste de Grecia, pero 25 kilómetros más alejado de Macedonia. El segundo saltó a la fama en marzo, cuando la decisión europea de cerrar y blindar las fronteras provocó una dramática situación de emergencia...

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Autor >

Laura Alzola Kirschgens

Reportera e investigadora. Migración, educación, discurso y cambio social. Múnich, Hamburgo y ahora, Barcelona. Periodista. Máster en Inmigración por la Pompeu Fabra. Extranjera, como lo son todos en algún lugar

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