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Campamento de refugiados en el puerto del Pireo.
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A las 10 horas del miércoles 13 de julio, la historia del campamento de refugiados e inmigrantes del Puerto del Pireo en Atenas dio otro paso más hacia su final. Este, prácticamente, le deja al borde de la desaparición. Al menos así lo entiende su gente tras ver cómo fuerzas de seguridad griega desalojaban The Stone House --la casa de piedra, corazón del campamento--, un almacén donde se alojaban entre 300 y 400 personas.
Los afectados no solo perdieron el lugar donde han estado durmiendo las últimas semanas, los últimos meses. También todas sus pertenencias que no llevaban en el momento del desalojo. Las fuerzas del orden han pedido a las personas que permanecían a esa hora en su interior que salieran con el pretexto de que iba a ser limpiado, según han asegurado varios refugiados, para después sacar las tiendas y el resto de enseres, y acumularlos en un contenedor de basura con la ayuda de una grúa.
“No era necesario. La gente habría salido igualmente con sus cosas”, lamentaba horas después de producirse el desalojo Samim, un refugiado de origen afgano en su conversación con una activista de Amnistía Internacional que había llegado al campo tras ser advertida de lo sucedido. No poder siquiera recoger sus cosas y ver cómo los afectados se quedaban literalmente con lo puesto seguía escociendo entre aquellos que simplemente habían presenciado la evacuación. “Les trataron como si fuesen animales”. Esa era la amarga conclusión de Osama, sirio de 26 años, compañero en la conversación, y que al tener la tienda fuera del almacén no se vio afectado.
La activista hacía hincapié en dos aspectos clave en escenarios de este tipo: que la gente estuviera al tanto del desalojo y pudiera recoger pertenencias y la existencia de alternativas. Según varias personas presentes, el despliegue ‘extraño’ en la mañana del puerto lo completaban varios autobuses con destinos a otros campos, pero a ellos apenas se subió gente. Un testigo aseguraba que aquellas personas que opusieron más resistencia fueron subidos a la fuerza. Una mujer, han asegurado varios, fue golpeada en la cara al intentar salvar cosas que más tarde serían arrojadas al vertedero. “Empujones, patadas incluso”, asegura uno mientras enseña una herida en la pantorrilla. “En Siria nunca nos trataron así”.
La preocupación por la gravedad de las pérdidas en algunos casos superaba, no obstante, la impotencia e indignación por la violencia con la que los guardias respondieron a aquellos que opusieron mayor resistencia. Una mujer seguía preguntando, tienda por tienda, poco antes de anochecer, por su pasaporte. Cree que se lo habían robado. Lo que separa a todos ellos de poder iniciar una vida normal es un papel, un salvoconducto legal que desbloquee su situación. Perder algo que les ayude a llegar a él convierte el sueño en prácticamente irrealizable.
Un grupo de amigos afganos, adolescentes, que ha unido sus vidas y destinos en Pireo, discutía durante la tarde qué hacer mañana. Quizás ir a la playa, plan frustrado hoy. Cuando estaban a punto de llegar, una llamada desde el puerto les avisó de lo que sucedía. Llegaron para ver cómo una grúa elevaba sus cosas sin contemplaciones. No salvaron nada, pero ya tenían tienda para esta noche, facilitada por una de las ONG destinadas en el puerto. “Mañana nos llevan a un campo”, masculla Amir, recostado boca arriba sobre las piernas de un colega. “No vamos a ir a ningún campo. Antes dormimos en la calle”, tercia Samim. Otro Samim. Este, también afgano, tiene poco más de veinte años. ¿Y la policía? “Si viene la policía, escapamos”.
Todos saben que su estancia en el campamento está a punto de concluir. Conscientes o no de las noticias sobre la inminencia del desalojo --esta semana medios griegos lo fechaban para el 20 de julio como máximo--, llevaban tiempo viendo las orejas al lobo. Hace meses, el campamento menguó hasta menos de la mitad de habitantes, pasando de ocupar las puertas E1, E2 y E3 del puerto a lo que activistas hoy llaman “E1 y medio”. Muchos fueron reubicados en campos oficiales, bajo control militar o funcionarial. Otros optaron por marchar a otros campos o buscar refugio en los squats, espacios okupados que se liberan y acondicionan en Atenas. La mayoría que se quedó en el puerto acabó buscando la sombra del puente que marca el fin del puerto en esa zona, a doscientos metros del almacén desalojado.
Uno de los campos a los que llevaron a muchos refugiados del Pireo es el de Skaramangas, a 20 kilómetros de Atenas. Las fotografías de las vallas y verjas, las concertinas que cercan el campo, reafirman la postura del grupo de jóvenes afganos que tienen claro adónde no ir. “¿Ves? Nos tratan como animales”.
Ningún día es fácil en El Pireo, pero este parece ser el más duro de todos. La zona infantil está desierta durante la tarde. También el paseo de treinta metros de ancho que separa The Stone House del mar, y desde donde se accede a la instalación. Hoy concentró a gran parte del campamento y todas las noches es el lugar que muchos eligen para tomar su cena, un té o simplemente una conversación. El desalojo de la casa, uno de los pocos sitios donde se podía evitar el inclemente sol del verano ateniense y en el que el aire, sorpresivamente, era mucho más frío que en el exterior, parece haber espantado cualquier compañía. Sus puertas están cerradas.
El ambiente es sombrío a la hora de la cena. Silencioso, reflexivo. Solo una guitarra y los coros de unos voluntarios españoles rasgan el tono de la escena. Entre bocado y bocado, el grupo de jóvenes afganos repasa la mochila que cargan, esa que ningún guardia podría quitarles jamás. Karim lleva un año intentando llegar. Ha llegado a Europa, pero el limbo del Pireo que expira no es llegar. En Irán, antes de llegar a la frontera con Turquía, fue capturado por la policía. Le mandaron de vuelta a Afganistán y a los diez días reanudó su intento.
Samim lleva ocho meses de travesía. Ha sido arrestado cinco veces. Su viaje le costó la cárcel, dos veces en Turquía. Tres días y diez días cada vez. Después le soltaron en medio de la nada. Rouhala salió de Afganistán hace seis años. Estuvo trabajando en Irán entre medias del viaje. Sus edades oscilan entre los 18 y 21 años. Misma ruta: montañas de Afganistán y Pakistán, atravesar Irán en coche, Turquía, y viaje en barco hasta la isla de Lesbos. Safique, no presente en la cena, lo resumía unos días antes de forma tan agria como simple: “Es como un juego. Si pierdes, vuelves a la casilla de salida”.
“Tenemos muy mala suerte”, lamenta Samim. No solo los arrestos pospusieron su llegada a Europa. Una vez se accidentó el coche que le llevaba por Turquía. Otra, tuvo que volver al punto de origen tras zarpar hacia Grecia. El bote estaba averiado. “Entonces las fronteras estaban abiertas”. El acuerdo entre la Unión Europea y Turquía y el cierre de las fronteras acabaron con cualquier esperanza de llegar a su destino.
Tras el desalojo, la mayoría se reubicó al otro lado del almacén, donde ya había tiendas apostadas, o más allá de la carretera, bajo el puente que acogió a los desplazados de hace unos meses. Prefieren esperar hasta el fin definitivo del Pireo o planificar mejor una marcha que se antoja inevitable. Hace cuatro días, cuando fueron instaladas unas vallas que cercan el campamento y evaporan cualquier aroma diferencial con otros campos, uno de los muchachos especulaba con que no tenía sentido que gastaran ese trabajo para desmontarlo. Que el campamento iba a convertirse en algo permanente.
Un coordinador de la ONG que proveyó de tiendas a aquellos que la perdieron justificó su instalación por motivos de seguridad, ya que entre los dos asentamientos --debajo del puente y el Stone House y alrededores-- cruzaba una carretera. Los guardias volverán, pero a diferencia de otras noches, la presencia policial no se limita a una patrulla que grita desde el coche al pasar para que nadie se lance al mar. Un furgón y otro coche de agentes de paisano se apuestan en los límites del campamento. Una moto de policía exhibe sus luces azules a toda prisa cuando pasa por la explanada donde el grupo de jóvenes cenaba. Samim escupe sus palabras. “Están jugando con nosotros”.
A las 10 horas del miércoles 13 de julio, la historia del campamento de refugiados e inmigrantes del Puerto del Pireo en Atenas dio otro paso más hacia su final. Este, prácticamente, le deja al borde de la desaparición. Al menos así lo entiende su gente tras ver cómo fuerzas de seguridad griega desalojaban The...
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