JUAN VILLORO / ESCRITOR
“Lo que más lastima no es la pobreza, sino la desigualdad”
Galo Martín 28/09/2016
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De las palabras de Juan Villoro se desprende la gran necrópolis que es México. Este “sembradillo de fosas comunes” —dice el autor azteca—, de impunidad, discriminación, desigualdad, corrupción y violencia, padece una crisis de expectativas que asalta a mano armada las ilusiones de sus obedientes habitantes. Notable drama que ni el fútbol y el tequila logran disimular y en el que la ausente izquierda no parece dar con un proyecto que trate de contrarrestar esta endémica situación —a excepción del Frente Zapatista de Liberación Nacional en algunas regiones de México—.
Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) viste de negro, lo que estiliza su figura y hace que parezca aún más alto de lo que es. La cita tiene lugar en el Teatro Español de Madrid, donde presenta la obra teatral El mariachi, mi madre y otras especies protegidas,de la que es autor y narrador y con la que se inauguró el festival México se Escribe con Equis.
Plática acerca de un país donde los semáforos nunca parecen dar luz verde. Un páramo en el que se sucede la vida hecha a base de malentendidos, en el que la verdad circula muy mal, sin cabida para el deprimido y se finge estar enamorado. ¿Se imagina un mexicano triste? Pues los hay y visten de incógnito. Se delatan cuando vomitan palabras que constituyen esa realidad que no ha hecho si no empeorar. Quizá, aislando la equis con la que se escribe México, se dé con la solución a la ecuación azteca que le sume en la bipolaridad.
¿Prefiere preguntar o que le pregunten?
En principio, preguntar.
¿Leer o escribir?
Leer.
¿Por qué viajar?
Bueno, para conocer países, pero sobre todo para conocerme a mí mismo a través de lugares diferentes.
Su primer viaje fue a…
Uy, no me acuerdo. Seguramente fue uno en México, a Veracruz.
Qué le gusta más, ¿viajar por primera vez a un lugar o regresar a uno conocido?
Regresar a uno conocido.
Al viajar, ¿qué padecemos? ¿Choque cultural o estupidez cultural?
Padecemos el desconcierto de no saber muy bien dónde estamos y qué es lo que está pasando. Viajar nos enfrenta a nuestro propio desconocimiento.
Usted habla de los “sibaritas de lo auténtico”, los europeos que viajan a América —en este caso a México—. La mirada extranjera, en este caso, la de los mexicanos que viajan a Europa, ¿qué envidia del Viejo Continente?
El orden, la sensación de que la vida es estable, de que las cosas no se improvisan, de que existe una tradición que se repite, que hay cosas previsibles. Digamos que nosotros vivimos en un continente de sorpresas y de improvisación y, hasta cierto punto, estamos cansados de ellas, aunque las necesitemos.
¿El mexicano es consciente de las diferencias entre los europeos?
Sí, pero todo es un mundo bastante ordenado. Un mundo antiguo, que se reitera, más controlado. Es un poco una sensación de estar en un mundo en donde es difícil que te pase algo absolutamente extraño.
Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos.
El prado del vecino siempre es más verde y anhelamos lo que no tenemos. Yo he repartido mi vida durante mucho tiempo entre Barcelona y México. Barcelona me da esa sensación de tranquilidad, orden, una ciudad pequeña, controlable, donde las cosas funcionan de manera previsible y en la que me puedo concentrar mucho en mi trabajo. México es muy estimulante y al tiempo muy caótica, llena de impedimentos y obstáculos continuos que hay que remontar, de tensiones. Esto también tiene que ver no solo con la dinámica propia de la ciudad, con el tono de vida que tiene, con quiénes somos.
Si vemos la cantidad de agravios que hay en México, nos preguntaremos cómo el pueblo no se ha levantado en armas
El autor de ficción desempeña uno de los oficios más solitarios del mundo
Yo soy mexicano, entonces quizás si fuera catalán estaría rabiosamente implicado en discusiones en torno al independentismo, en torno a la corrupción de la familia Pujol, en torno a la catástrofe en la directiva del Barcelona, la evasión de impuestos de Lionel Messi y lo que esto implica para la sociedad. Aunque mi padre nació allí y yo haya vivido en ella y tenga la nacionalidad española, no pertenezco del todo a esa comunidad. Estoy menos incorporado a lo que sucede; en cambio, en México, de pronto leo las cartas de los lectores a un periódico, no digamos los editoriales o las noticias, y esto me irrita, me conmueve, me afecta, hay una sensación de que los problemas me pertenecen de mayor manera.
¿Por qué cuenta que las crónicas son el ornitorrinco de la prosa?
Alfonso Reyes dijo que el ensayo era el centauro de los géneros argumentando que se trataba de una variante literaria que combinaba dos elementos decisivos; la narración y la reflexión. En esa medida le parecía un animal hecho por dos criaturas y eso es precisamente el centauro. Si lo que dijo Reyes es cierto, la crónica, que se alimenta de muchos géneros y se parece a todos ellos, pero sin convertirse en ninguno y manteniendo una propia identidad, necesita un animal más complicado que la represente. El centauro es mitad caballo y mitad hombre. En cambio, el ornitorrinco parece cinco animales diferentes y en realidad no es ninguno de ellos. Es una especie propia. Entonces, me pareció oportuno que la crónica, dependiendo de tantos estímulos variados, tuviera como mascota a este animal.
¿Cómo sobrelleva la soledad que implica el oficio de escritor, cronista y periodista?
La soledad se vive de manera mucho más intensa cuando uno escribe ficción. Si escribo una novela, voy a estar encerrado en un cuarto durante cuatro años, haciendo otras cosas, por supuesto. Es mucho el tiempo que paso conmigo mismo y, en ese sentido, el autor de ficción desempeña uno de los oficios más solitarios del mundo. El cronista sale al mundo, a la realidad, entrevista a personas, dialoga con los testigos, escucha sus voces y debe atenderlas. Es un trabajo que depende más de los otros y sobre todo de hacerles caso. De entender que son ellos los que tienen la razón y no tú.
¿Por qué cree que la crónica es un género en desuso en el periodismo español?
No sé si tendrá que ver con la falta de plataformas. España es un país con una muy potente industria editorial en cuanto a la publicación de libros y con muchos periódicos. Yo creo que donde florece mejor la crónica es en el espacio intermedio de las revistas y algunos suplementos literarios que puedan incorporar textos largos. Países como Colombia, México, Brasil y Argentina tienen muchas revistas, que es este género intermedio, donde hay más posibilidades de escribir crónicas.
El Quijote tiene mucha más realidad que Cervantes, y está hecho de palabras
Esto, en cuanto a las plataformas editoriales. Quizá los latinoamericanos sentimos que nuestra realidad es tan caótica, tan desbordada y tan barroca, que exige una explicación adicional y nos hemos volcado a la crónica para tratar de lograrlo. La realidad española, por supuesto que tiene sorpresas y novedades, es más previsible y quizá no necesita de tantas explicaciones. Todo esto son conjeturas, lo tendrían que responder los cronistas españoles. Dicho esto, yo he leído muy buenas crónicas en España.
¿Las palabras maquillan la realidad?
No, yo creo que las palabras son la realidad. Las palabras no decoran la realidad, sino que la constituyen. Estamos hechos de representaciones y de cosas que creamos a través de las palabras. Hay cosas que solo han existido por las palabras. El Quijote tiene mucha más realidad que Cervantes, y está hecho de palabras.
Dice que “el éxito es la estadística de los cretinos”. ¿Abundan los cretinos?
Sí, por supuesto. Lo que pasa es que ahora con las redes sociales se han reproducido y se han hecho más visibles. En todas las épocas anteriores han existido, pero ahora se exhiben de manera voluntaria.
¿Por qué da la sensación de que las buenas ventas editoriales marginan a la cultura?
Hay una superstición de que siempre la masificación de cualquier cosa la vulgariza. Cuando una novela tiene millones de lectores, cae en la sospecha de que es una obra complaciente, escrita para satisfacer pasiones elementales. Esto no siempre es cierto: Cien años de soledad o El nombre de la rosa. No creo que la popularidad rebaje la obra, pero hay una industria comercial que privilegia productos superficiales, que pueden atraer a quienes normalmente no leen. Esa es una paradoja muy grande. Recuerdo libros que eran best sellers en los años 60, 70, 80, de los que nadie habla hoy.
Al final, pasan a la posteridad los libros que eran leídos por una minoría.
Por una minoría resistente, que decidió que esos libros debían seguir siendo leídos. Los libros no dependen de sí mismos para convertirse en perdurables. Un clásico no lo es por una dimensión intrínseca, porque sea un libro estupendo, sino porque la gente decide seguir leyéndolo. Si continuamos leyendo el Quijote es porque los lectores seguimos encontrando mensajes y seguimos defendiéndolo.
Los libros no dependen de sí mismos para convertirse en libros perdurables
Un libro en algún momento, como fue el caso del Quijote, fue un libro muy popular, pero que no se consideraba gran literatura. Durante varios siglos, en la lengua española, fue un libro de entretenimiento. El propio Cervantes lo consideraba como un libro divertido, que él había escrito. No pensó que su gloria fuera a depender de esta obra. Estaba muy satisfecho del éxito alcanzado. Con los años se convirtió en clásico; primero en Francia, Alemania e Inglaterra y, finalmente, en España.
¿Qué desahoga mejor, el fútbol o el tequila?
[Ríe.] Bueno, es que depende de los dramas. El fútbol desahoga mucho, si gana nuestro equipo. Si pierde, y encima de manera injusta, se arruina la semana. El tequila no siempre funciona, pero como remedio es más fiel.
¿Dios sigue siendo redondo?
Sí, desde luego, pero bota como le da la gana. Como suele hacer Dios, luego sorprende una y otra vez.
¿El fútbol nos da vacaciones de la civilización?
Desde luego. Es una cosa muy interesante poder regresar a un momento anterior, ya sea individual, como la infancia o colectivo, relacionado con la tribu del comienzo. El fútbol nos pone en contacto con emociones silvestres, y eso me parece muy saludable. Darnos vacaciones de la persona, moderna y civilizada, sin caer en el salvajismo extremo o en la barbarie. Existe el peligro, eso sí, de que el fútbol transforme al hombre más sensato en un energúmeno. Lo hemos visto en un campo de fútbo: manifestaciones violentas, machistas, xenófobas, discriminatorias, que afloran al calor del partido.
México festeja la muerte y, a la vez, esta es una amenaza constante, ¿cómo se lleva esa dualidad?
Las palabras no decoran la realidad, sino que la constituyen
Es un lugar común pensar que el mexicano se ríe de la muerte. Pero hemos tratado de encontrar muchas formas de trascenderla, porque nos importa y duele. Las comunidades prehispánicas realizaban sacrificios humanos, no porque ignoraran el valor de la vida, sino porque consideraban que era lo más valioso que podían ofrecer a los dioses. La muerte es un gravísimo problema en México, pero las maneras de conjurarla, de trascenderla tienen que ver, en ocasiones, con el sentido del humor y, otra veces, con la representación artística de la muerte.
Y con ese ambiente, ¿por qué los mexicanos parecen más felices que un español o un francés?
Los índices de felicidad que miden las Naciones Unidas, que no sé hasta qué punto son fiables, sitúan bastante alto a los países de América Latina. Nuestros problemas son tan reales que las aspiraciones de felicidad son muy grandes. La felicidad muchas veces tiene una función compensatoria. Vivimos un apocalipsis y, de pronto, llega el carnaval. De acuerdo con estos mismo índices, hace varios años, el país más triste de la tierra fue Francia; pero en aquel país la tristeza es una forma de elegancia. Nosotros valoramos mucho la alegría.
¿México vive de promesas, más que de soluciones?
Sí, desde luego. Lo más importante en México son las promesas. Lo nunca cumplido, aquello que nos hace pensar que las cosas serán diferentes sin que haya ninguna evidencia de que eso puede ocurrir.
¿Por qué el político de turno —mexicano o español— da de lado a la sensibilidad popular?
No estoy tan seguro de que todos los políticos den la espalda a la sensibilidad de lo popular. Nosotros tenemos algunos líderes que se acercan mucho a usos y frases populares. Más bien yo creo que es la sociedad —en México— la que ha dado la espalda a los políticos. Si algún oficio está en bancarrota es el de los políticos.
El fútbol nos pone en contacto con emociones silvestres, y eso me parece muy saludable
Es muy difícil pensar en un político de cualquier zona del espectro social que no sea despreciado por la mayoría de la población. Existe una falta de confianza absoluta en el sistema democrático que tenemos, horrible, como casi todos los sistemas democráticos, pero no hemos encontrado una sustitución. Mientras no haya otra forma de comunidad es muy difícil creer en los políticos.
¿Hasta dónde llega la injusticia en el papel de las mujeres en México?
Es terrible. Yo me pregunto qué pasaría si en un país europeo hubiera casos como los feminicidios de Ciudad Juárez, si hubiera sido posible que el alcalde de la ciudad, el gobernador del Estado o el presidente mismo siguieran en funciones, con ese escándalo de muertes, que demuestran que la vida de una mujer no vale absolutamente nada. La discriminación es muy grande, no hay participación equitativa en la mayoría de los empleos, de los oficios. Hay un movimiento feminista muy importante, con distintos frentes, lo cual es muy estimulante.
¿México es más un país obediente y resignado que violento y rebelde?
Creo que las dos cosas van unidas. México es fundamentalmente un país obediente. Es un país que aguanta mucho, paciente. Si vemos la cantidad de agravios que hay en México, nos preguntaremos cómo el pueblo no se ha levantado en armas, o que no haya una resistencia civil que se oponga al Gobierno y lo deponga. Estamos ante escándalos monumentales: 43 estudiantes desaparecidos, enriquecimiento ilícito de los políticos, un presidente que plagia su tesis. Como no hay canales para mostrar la discrepancia, cuando finalmente el mexicano reacciona lo hace de manera muy violenta. Hay dos lugares que se incendian regularmente en todos los pueblos de México, las alcaldías y las sedes de los partidos políticos. Los problemas no se solucionan, pero las sedes de los poderes locales están en llamas.
¿Qué significa ser periodista en México?
Es una responsabilidad extraordinaria porque es un país donde la verdad circula de muy mala manera. La responsabilidad fundamental del periodista es contar la verdad, luego es muy complejo cumplir con el destino real de este oficio en un país que pretende negar ese destino. De acuerdo con Reporteros Sin Fronteras, México es uno de los países más difíciles para ejercer el periodismo (en 2016 van nueve asesinados). Tan solo en el Estado de Veracruz en los últimos seis años, durante los años del gobierno Javier Duarte –del Partido Revolucionario Institucional (PRI)– han muerto asesinados cerca de veinte periodistas. Es un oficio sumamente necesario porque hay muchas cosas que no se conocen y se deberían conocer y a la vez amenazado. Es un oficio urgente cercado por la realidad.
Von Humboldt definió México como el país de la desigualdad. ¿Hay expectativas de cambio?
Desgraciadamente, no. Hay una tendencia mundial que ha hecho que en los últimos años haya un número muy limitado de supermillonarios; es decir, que las diferencias sociales existan, pero la creación de una élite de supermillonarios vaya a la baja, como tendencia mundial.
Existe una falta de confianza absoluta en el sistema democrático que tenemos
En cambio, en México esto no ocurre así en modo alguno. Cada vez es mayor la desigualdad. Cada vez es mayor la concentración de la riqueza y cada vez aumenta más la élite de supermillonarios. Es una situación totalmente agraviante. Porque si el país es pobre, en su conjunto, podemos entender que la pobreza sea un problema, pero es más fácil sobrellevarlo. Lo que más lastima no es la pobreza, sino la desigualdad: el hecho de que nosotros tengamos al hombre más rico del mundo, Carlos Slim, y al mismo tiempo gente que jamás tendrá zapatos.
¿En qué se diferencia la izquierda mexicana de la española?
La izquierda mexicana debería jugar un papel muy importante. Con esta desigualdad social que tenemos, con la discriminación que hay, debería haber un proyecto muy importante de izquierda. Primero hubo un movimiento, llevado a cabo por los estudiantes en 1968, cuyo principal anhelo era una mayor apertura democrática. Hoy, por un lado, hay una especie de izquierda, que podríamos llamar burocrática. Es decir, una izquierda que pacta con los demás partidos, electoral, que busca hacer alianzas para ganar puestos, pero que no rompe con los viejos usos y costumbres; el clientelismo. También hay una izquierda caudillista, más radical y honesta, pero más primitiva. No incorpora a grupos sociales diferentes y carece de una idea moderna del país. Es más revanchista que positiva. La izquierda se ha concebido a sí misma como una forma de la protesta moral y lo ha hecho bastante bien, pero no ha sido capaz de crear un proyecto constructivo, salvo en la Ciudad de México. Esto no tiene muchos reflectores, porque la vida diaria no es noticia.
¿Un partido como Podemos sería posible en México?
No. No hay ninguna puerta en las leyes para que un partido ciudadano se organice. Hay plazos para organizar partidos cada seis años. Hay que cumplir con una serie de requisitos enormes, juntar muchísimas firmas. Las candidaturas independientes, los partidos nuevos, tienen que pasar por una estructura de poder ya organizada. Las candidaturas independientes se han convertido en el plan B de los políticos establecidos. Alguien pertenece treinta años al PRI, no obtiene la candidatura del partido, pero con toda la capacidad instalada, la infraestructura que tiene, junta firmas, respaldos, para constituirse en candidato independiente, pero un ciudadano normal no podría hacerlo. Me parece muy deseable que pudiera haber algo equivalente y no me refiero a la línea política de esta agrupación, sino a la capacidad de acceso social. Sin duda, sería algo muy bueno para México.
La izquierda no ha sido capaz de crear un proyecto constructivo
Estuvo en un campamento de hikikomoris en Corea del Sur. ¿Qué es lo que más le llamó la atención de él?
Estos chicos se han convertido en autistas digitales. Son muchachos que han perdido todo contacto con la realidad porque se han encerrado, alguno de ellos durante años, a relacionarse con el mundo a través del ordenador. Han perdido facultades elementales. En estos campamentos les enseñan a recuperarlas. Han perdido la facultad de vestirse, de cocinar, de ordenar sus cuadernos. El famoso Pokemón Go es un intento, creo que muy interesante, de sacar el mundo digital a la realidad. De hacer que la gente esté en la calle, aunque sea buscando a seres imaginarios.
¿Hacia dónde le jala ahora la realidad?
Estoy escribiendo un libro sobre Ciudad de México. Como tantos habitantes, la amo y la detesto. Se me ocurrió hacer un libro de testimonios, historias personales, retratos de personajes de la ciudad, es decir, una obra sin ficción que trate de explicar narrativamente cómo ha sido esta ciudad para mí, desde anécdotas personales hasta la relación con muchas cosas de la ciudad. El gran problema es en qué momento te detienes porque la ciudad es inagotable. Es como un mural que estoy construyendo y donde sé que me faltan muchas cosas. El afán totalizador es absurdo, jamás acabaré de conocer la ciudad, por eso el libro ha crecido de una manera desmesurada y ahora me toca organizarlo y prescindir de muchas cosas.
De las palabras de Juan Villoro se desprende la gran necrópolis que es México. Este “sembradillo de fosas comunes” —dice el autor azteca—, de impunidad, discriminación, desigualdad, corrupción y violencia, padece una crisis de expectativas que asalta a mano armada las ilusiones de sus obedientes...
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