LITERATURA
Elvira Navarro y la indagación de la periferia
La autora reitera su afecto hacia lo marginal en 'Los últimos días de Adelaida García Morales'. En ella noveliza la historia real de esta escritora, ganadora del premio Herralde, que acabó pidiendo dinero para poder ver a su hijo
Enrique Llamas Madrid , 25/09/2016
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La escritora Elvira Navarro, en la Gran Vía madrileña.
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La periferia no es sólo un lugar que se encuentre en los exteriores de las ciudades. Existen las periferias temporales, hay periferias en las ciencias y en la literatura. También hay personas que viven o acaban sus días en la periferia del reconocimiento y periferias que, paradójicamente, se convierten en el tema central de la obra de un escritor. Es lo que ocurre con la obra de Elvira Navarro (Huelva, 1978) que debutó hace ya nueve años con La ciudad en invierno, novela a la que siguieron La ciudad feliz o La trabajadora. “La ciudad y la periferia no son proyectos que yo haya meditado, ha sido más bien una cuestión casi intuitiva. Cuando escribí La ciudad en invierno, la semilla estaba en historias, imágenes o personajes vinculados a unas calles, el espacio era absolutamente fundamental a la hora de desarrollar la historia, era un punto de partida. Posteriormente publiqué La ciudad feliz y ahí ya fui consciente de la importancia de la urbe”.
En su obra, la periferia de las ciudades actúa como un símbolo de todo aquello en lo que los focos humanos y mediáticos no recalan. “Todo el mundo sabe lo que es la torre Eiffel porque la ha visto en el cine. Ya no hace falta un narrador como en el siglo XIX, cuando Flaubert contaba París para gente que no tenía ni idea de cómo era. Ahora ya se da por sentado que los lugares que aparecen en las ficciones son siempre emblemáticos. Pero, ¿qué pasa con todos esos espacios de los que no tenemos una imagen, que no son visibles?” Ese es uno de los pilares de la literatura de Navarro, donde los lugares no actúan como un decorado, como un croma en el que reproducir exteriores o interiores. El espacio siempre cobra especial relevancia en los textos de la escritora: puede no estar muy presente, pero da el tono del personaje y de la historia.
Estamos colonizados por un tipo de narrativa norteamericana que tiene la fuerza de llegar aquí y anteponerse a otras voces
Los lugares olvidados no son sólo físicos y la trastienda en la que se mantiene a los arrabales de las ciudades es reflejo de un problema estructural más profundo. “El desprecio sobre la periferia es consecuencia de un complejo cultural muy arraigado en España, es consecuencia ya no sólo de todos los años de dictadura donde el país no recibía lo que se hacía fuera y siempre se llegaba tarde al progreso, sino también de un atraso anterior, que viene de la Ilustración y que deriva en un sentimiento de vergüenza: todo esto desemboca en la baja estima que la sociedad española tiene hacia su propia cultura”. En Elvira Navarro hay una rabia calmada, quizá aquella sabiduría que se esconde –como decía Ignacio Aldecoa– en la resignación: “la gente piensa que una película española sólo puede ser mala, un libro que hable de España solo puede ser malo, sólo puede ser realista, sólo puede ser Delibes, sólo el campo y las ovejas. España no es un elemento glamouroso, no es Paul Auster hablando de Nueva York. Sin embargo estamos colonizados por un tipo de narrativa norteamericana que tiene la fuerza de llegar aquí y anteponerse a otras voces. Otro de los escritores que también se ha leído es Carver, y Carver habla de una Norteamérica muy profunda, al igual que hacía Delibes con Castilla”.
Así España sitúa a su propia cultura en el extrarradio, una vergüenza que deriva en un desprecio inexistente en otros países. “En Buenos Aires en el café Tortoni hay homenajes a los escritores de allí. Aquí en el Gijón no hay nada, no hay una triste foto…”. Todas estas periferias físicas y culturales configuran la obra de Navarro, son elementos propios del costumbrismo, aunque ella prefiera no ponerse etiquetas. Esta corriente tiene algo de intraducible que la autora no encuentra en sus propias novelas.
En 2010, la revista Granta situó a Navarro como una de las 22 mejores voces menores de 35 años en la literatura española. Cuatro años después llegó la jubilación de uno de los grandes editores de la vieja escuela: Constantino Bertolo, hasta entonces al frente de Caballo de Troya. Se abrió así un periodo en el que la editorial estaría “regentada” por un editor distinto cada año durante una década. La primera fue ella: “Yo no tenía consciencia de hasta qué punto un editor tenía poder. Parece un poco absurdo, porque yo he pasado por editores, he publicado y no tenía consciencia de ello”. Respecto a la dificultad para publicar que parecen tener muchos jóvenes autores también se manifiesta. “Nos damos cuenta también de algo que a la gente le da rabia, pero que yo creo que es justo. Quienes publican normalmente tienen mérito. Se dice mucho que sólo publican los enchufados, que hay obras maestras en el cajón. Y eso no es cierto.”
Se dice mucho que solo publican los enchufados. Y eso no es cierto
La periferia, lo olvidado, es lo que la vuelve a traer al lado de los autores. Pero ahora es otro extrarradio, el de aquellos escritores excelentes que tras breves etapas de merecido reconocimiento mueren como si nunca hubieran llegado a las librerías. Así llegó a su fin Adelaida García Morales, la autora de El silencio de las sirenas (premio Herralde, 1985). A mediados de los años ochenta vivió un momento de esplendor con la publicación de El Sur, la novela corta que su por entonces pareja, Víctor Erice –muchas veces también olvidado– llevó al cine de forma inacabada.
“Poco después de la muerte de Adelaida García Morales, recibí la noticia de que ella se había presentado en una delegación de Igualdad pidiendo cincuenta euros para visitar a su hijo en Madrid. La anécdota me resultó tan significativa, y también tan literaria, que sentí la necesidad de contarla como si fuera un relato. Finalmente, ha acabado siendo una novela corta porque el texto rebasó la extensión de un cuento. La reivindicación del caso de García Morales no entraña una diferencia con otros autores olvidados o poco atendidos, y además Los últimos días de Adelaida García Morales no es exactamente una reivindicación de la autora, sino una excusa encarnada en García Morales para tratar asuntos que me inquietan, como la desaparición, la libertad creativa o la relación entre el arte y las instituciones”.
Es mentira que se pueda vivir fuera del sistema. Todo está dentro, es imposible no estar dentro
En esta novela la ficticia (y real) Adelaida no visita una delegación de Igualdad, sino la concejalía de Cultura del municipio en el que vive. La concejala apenas ha oído hablar de ella: “Los políticos no son diferentes de la gente, y ese desinterés por la cultura es reflejo del que siente buena parte de la sociedad. Quizá esta situación deba leerse en un marco más amplio, que es el de la educación”. Y así, encontramos a la autora de El Sur en esas periferias tan literarias de Elvira Navarro. Periferias que siempre son transitadas por la autora onubense. ¿Es posible vivir fuera del marco dominante? “Es mentira que se pueda vivir fuera del sistema. Digamos que quienes están militando en movimientos antes o después acaban tomándose un día una Coca-Cola. Es que todo está dentro, es imposible no estar dentro”.
La nueva novela de Navarro salió a las librerías el pasado 22 de septiembre, cuando se cumplían dos años de que en la periferia muriera Adelaida García Morales. La realidad y la ficción se mezclan en esta lectura con los últimos días de una trayectoria literaria que casi acaba en el olvido. Quizá leerla sea volver a traerla a lugares que sí aparecen (o aparecían) en las películas.
La periferia no es sólo un lugar que se encuentre en los exteriores de las ciudades. Existen las periferias temporales, hay periferias en las ciencias y en la literatura. También hay personas que viven o acaban sus días en la periferia del reconocimiento y periferias que, paradójicamente, se...
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Enrique Llamas
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