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La democracia es un fenómeno reciente. Antes de la I Guerra Mundial, por ejemplo, en Europa no había ningún parlamento elegido por sufragio universal. Bueno, sólo uno. El alemán. Era una cámara consultiva, con una gran presencia de las izquierdas. Su gran y más determinante obra fue responder afirmativamente a una consulta emitida por el Káiser. La IGM. La IGM, por cierto, consistía en que, cada mañana a la misma hora, un oficial tocaba un silbato, y los soldados salían de una trinchera. Nadie sabía qué hacer ahí fuera. Volvían menos de la mitad de los que salían. Posiblemente, el sufragio universal fue la contrapartida, la compensación a toda esa sangría.

Con el sufragio universal, algo radical, impensable tan sólo unos años antes de su creación, supongo que nos entregaron otro regalo, que compensaba el anterior. Era también universal. Era algo que se producía junto al voto, durante la campaña electoral. Posteriormente, se fue produciendo más tiempo y con mayor intensidad que el voto. Fue ganando autonomía e importancia frente al voto. Incluso ganó belleza y electricidad frente a él. Ese otro regalo fue la Propaganda. Es decir, la capacidad descomunal de conseguir que millones de personas voten en contra de sus intereses. Visto lo visto, en los menos de 100 años de democracia vividos o recordados, no sé cuál de los dos regalos ha sido más determinante en nuestras vidas. O, peor, creo que sí lo sé.

Hoy, en todo caso, en Europa todos los parlamentos están elegidos por sufragio universal. Curiosamente, tienen el aspecto de parlamentos consultivos, que responden afirmativamente a las consultas del Káiser. En cierta manera, como antes de la IGM. La vida cotidiana hoy consiste en que, cada mañana a la misma hora, un oficial toca un silbato, y salimos de una suerte de trinchera. Nadie sabe qué hacer ahí fuera. La sensación es que volvemos menos de la mitad. Posiblemente, la compensación a todo ello ya no es el sufragio universal, sino una propaganda mejor, vibrante, que nos hace sentir vivos y que da sentido al día.