Colombia trata de salvar la paz en un clima incierto
El Gobierno y las FARC mantienen el espíritu del acuerdo tras la victoria del no en una votación en la que ha participado menos del 40% de los ciudadanos
Iván M. García Medellín (Colombia) , 3/10/2016
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Hay quien sostiene que Macondo no es más que el día a día de Aracataca, el pueblo del Magdalena donde nació Gabriel García Márquez. Del mismo modo, hoy podría decirse que el realismo mágico tampoco es fruto de la chistera del Nobel colombiano, sino un mero reflejo del carácter impredecible, a veces rayano en el surrealismo, de sus compatriotas. Esos que ayer rechazaron un acuerdo de paz que ponía punto y final a 52 años de guerra con la guerrilla de las FARC.
Las 297 páginas del tratado que rubricaron hace una semana en Cartagena de Indias el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de las FARC, Timoleón Jiménez, alias Timochenko, fueron rechazadas ayer por 6.431.376 votos, un 50,2% del total; frente a los 6.377.482, un 48,78%, que les dieron apoyo.
La participación en el plebiscito fue del 37'9%. Una cifra razonable si se tiene en cuenta que el umbral de validez estaba en el 13%.
“Es un baldao de agua fría. ¿Pero sabe qué? A mí no me sorprende...”, deja caer Manuela, una joven estudiante de 28 años, de pelo corto y revuelto, y gesto resuelto. “Es lo de siempre. Los que han votado no son históricamente muy activos en política. Los que hemos votado sí somos históricamente abstencionistas”, añade antes de sonreír resignada.
Manuela es una de las muchas personas que ayer tarde se reunieron para ver la retransmisión del recuento de votos en una gran pantalla ubicada en la Glorieta de la vida, en el centro de Medellín. Un espacio a las puertas del mítico teatro Pablo Tobón Uribe, cuyos gestores han convertido en lugar de reunión y debate durante la recta final de las conversaciones de paz entre insurgentes y gobierno.
Unos metros más allá de la joven, un grupo de muchachos trataba de levantar los ánimos al grito de “ni un hombre, ni una mujer, ni un peso para la guerra”.
Minutos más tarde, en un breve discurso por televisión, el presidente de la nación, Juan Manuel Santos, hacía un intento por ahuyentar el temor de muchos de los presentes: que se reabra el conflicto armado con las FARC.
“El cese al fuego bilateral y definitivo sigue y seguirá vigente”, dijo desde Casa de Nariño, la sede presidencial, rodeado por su equipo negociador en La Habana.
Santos anunció que hoy se reunirá con el resto de fuerzas políticas “para abrir espacios de diálogo y ver caminos a seguir”.
El presidente colombiano aseguró que no dejará de buscar la paz ni un minuto en lo que le queda de mandato y, haciendo gala de un insólito optimismo, calificó el momento como una “oportunidad” para buscar “puntos de encuentro y unidad”.
El jefe del equipo negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, y el Alto Comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, viajarán hoy de vuelta a Cuba para informar al secretariado de las FARC de los avances que propicien las reuniones de Santos con el resto de partidos.
El líder de la campaña por el no, el expresidente y hoy senador del Centro Democrático, Álvaro Uribe, ofreció a los medios un discurso vago y poco concreto del que se rescata su intención por lograr un “gran pacto nacional” para que se reorienten los acuerdos.
“Colombianos, corrijamos. La democracia de nuestra patria ha sido superior a toda la presión oficial para imponer el sí. Todos queremos la paz. Pedimos que se le dé protección a las FARC y que cesen todos los delitos, incluido el narcotráfico y la extorsión”, dijo.
Timoleón Jiménez hacía un llamamiento desde La Habana: “Al pueblo colombiano que sueña con la paz, que cuente con nosotros”.
El líder de la guerrilla confirmaba de este modo las declaraciones del comandante Antonio Lozada, quien desde la X Conferencia de las FARC aseguró hace un par de semanas que el grupo insurgente no volvería al monte si el plebiscito tumbaba el acuerdo.
“Las FARC mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro. Con el resultado de hoy, sabemos que nuestro reto como movimiento político es todavía más grande y nos requiere más fuertes para construir la paz estable y duradera”, añadió.
Las poblaciones más golpeadas apoyaron el sí
El joven estudiante Juan José Franco da la espalda a la pantalla que arroja, como una bofetada, los sucesivos boletines que amplían la distancia del no y el sí. “Es doloroso. Es como un golpe en el estómago”, describe.
Para Franco, la ganadora de esta tarde ha sido la intolerancia. “El voto de los que no han sufrido la guerra”, lamenta.
El 2 de mayo de 2002, el frente 58 de las FARC se enfrentaba con los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en el municipio de Bojayá (Chocó). La guerrilla lanzó una pipeta de gas a modo de proyectil a los paramilitares, pero el cilindro perdió fuerza y cayó sobre la iglesia, donde se refugiaba parte de la población. Murieron un centenar de personas.
Ayer, en Bojayá, el 95% de los habitantes votó por el sí.
Algunos de los departamentos donde la guerra más se ha cebado, como Chocó, Vaupés, Putumayo y Nariño, dieron su apoyo a los acuerdos. También en Cauca, donde confluyen varios actores armados. Y en uno de sus municipios, Toribio, atacado más de 600 por las FARC, el sí ganó por el 84%.
La capital, Bogotá, también mostró su acuerdo con un 56% de los votos a favor de la paz con las FARC.
De todos modos, el respaldo del no viene también de cuatro departamentos muy afectados por la guerra: Huila, con un 66,77% de votos en contra del acuerdo; Meta, con un 63,58%; Norte de Santander, con un 63%, y Antioquia, la cuna del uribismo, con un 62%. No obstante, en éste último, la región del Urabá, golpeada por paramilitares, guerrillas y narcotráfico, dijo sí al acuerdo con un 52% de los votos.
Lágrimas y abrazos
Diana Arboleda guardaba un centenar de mariposas blancas para soltar después de la victoria del sí. Magui Morales, junto a ella, repartía flores blancas a los que iban entrando en la Glorieta de la vida. “Estoy tranquila porque el corazón me dice que el sí es lo mejor para Colombia”, apuntaba.
Gerardo Pérez, de 62 años, sonreía mientras un conjunto de estudiantes de música improvisaba unas piezas tradicionales en unas marimbas. “Toda mi vida he visto guerra”. La de guerrillas y paramilitares, y también la de las bandas de los barrios populares en los que trabajó desde la década de los 70, cuando explotó el narcotráfico. “Ya es hora de perdonar. De tener otro país y de que lo construyan las próximas generaciones sin que tengan la guerra de excusa para lo que sale mal”, decía.
Jhon Ciro, un hiphopero de la Comuna 13, un barrio de Medellín al que el conflicto le arrancó centenares de jóvenes en forma de desaparecidos, se mostraba optimista. “Ahora es el momento de reconstruir el tejido social que es lo que nos va a traer una paz de verdad y duradera”.
Junto a él, una joven de 20 años, Manuela, asiente con la cabeza. Tinte rubio, casi blanco, en su melena lisa, grandes ojos verdes, arete en la nariz y brazos cubiertos por cuidados tatuajes. “Es imposible no ilusionarse”, exclamaba.
Pero también era posible desilusionarse. Terminó el conteo y aparecieron las lágrimas. Las de la muchacha de apenas 14 o 15 años que miraba a su padre sin entender muy bien qué había ocurrido. Las de las dos mujeres pertenecientes a una organización de víctimas que se abrazaban inmóviles y con los ojos apretados junto al escenario donde ya la marimba enmudecía. Las de la estudiante que miraba a la pantalla incrédula. Y las que no querían salir de un anciano, vestido impolutamente de blanco, y cuya mirada se perdía más allá de la punta de sus zapatos.
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