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Rueda de prensa en la X Conferencia de las FARC.
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Funcionó como una jornada de puertas abiertas. También como un evento mediático con el punto canalla y fresco de un festival de rock, con ciertas dosis horteras de parque temático. Zonas de bebida, zonas de tiendas, jóvenes animadas por conocer a los guerrilleros. Pero además de todo eso, lo que sucedió la semana pasada en los Llanos del Yarí, al sur de Colombia, en medio de la selva —de la nada—, fue histórico, y por qué no, también emotivo.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), la guerrilla comunista más antigua de América Latina, en cuyas filas el gobierno colombiano calcula que hay unas 17.000 personas, celebró su última conferencia como guerrilla armada en las sabanas del Yarí, un territorio que controlan desde que nacieron, en 1964. Fue allí donde el Secretariado del Estado Mayor Central, capitaneado por Timoleón Jiménez, Timochenko, debatió con los mandos de cada bloque cada punto de los Acuerdos de Paz que se firmarán este lunes 26 de septiembre entre las FARC-EP y el gobierno colombiano. Fue en este territorio en el que se jugaron duros combates contra el ejército, donde el pasado viernes la guerrillerada —como se denominan— dijo sí a la paz, y dejó claro que “no hay ni vencedores, ni vencidos, sino el futuro de una nueva Colombia”. Palabras de Timochenko.
Las FARC-EP se presentaron en sociedad jugando en casa. Y así se lo hicieron sentir a los 900 periodistas acreditados que se acercaron para conocer a la guerrilla que provoca pasiones y odios, y que ahora se dispone a abandonar las armas para entrar en la vida política.
—Bienvenidos, gracias por venir a conocernos.
Ese era el primer saludo de Efrén y Carlos, dos guerrilleros, que no llegaban a los 30 años ni al metro y sesenta y cinco de altura, y que se disponían a hacer de guías de los periodistas que acababan de llegar. Desde ayudar a salir del jeep, hasta acompañar al punto de acreditación y de ahí a los alojamientos a elegir: camping guerrillero para vivir y dormir con ellos, o camping y camas en el área de prensa. Todas las opciones, para todo tipo de periodistas.
—Pueden hacer fotografías en todas partes, lo que más les guste. Si quieren puede ser con las armas y con el uniforme, lo que crean mejor--, explicaba Efrén antes de llegar al camping.
En el camping guerrillero continuaba el tour. Primero mostraban las caletas (catres) donde dormir, daban cobijas (mantas), mosquiteras, y un pequeño colchón. No había luz. Las duchas eran en el río, y los baños, letrinas de campamento de toda la vida. También estaba la zona del desayuno donde tomar un tinto (café solo) y la zona de cocina, conocida como la rancha.
Dos semanas de 24 horas de trabajo diario fue lo que necesitó el bloque Sur para poder construir los dos campamentos en los que convivirían con la prensa. “Hacíamos turnos de doce horas, ha sido mucho trabajo, pero ha valido la pena que ustedes se sientan bien”, le contaba a CTXT Arturo, guerrillero de 32 años, doce de ellos en las FARC.
No somos monstruos, es bueno que estén aquí para que vean que somos personas normales
Los periodistas no podían acceder al Secretariado Mayor porque discutían los acuerdos durante el día y tan solo daban un resumen de cinco minutos por la mañana y por la tarde, en el que poco y nada de información era lo mismo. Pero las jefas de prensa dejaron claro que los guerrilleros estaban “dispuestos a hablar”. Y sí, algunos saludaban enseguida, agradecían la compañía y miraban fijamente hasta que se les preguntara algo. Otros, huían de las cámaras y del asedio mediático. Y en medio de esas fricciones, el marketing agresivo del primer día, comenzó a traer momentos de naturalidad.
Primeras veces
En esta X Conferencia Guerrillera de las FARC-EP, además de una presentación oficial ante la opinión pública, mediada por la preocupación del Secretariado por cuidar su imagen con miras al nuevo partido político, también sucedieron cosas que se salieron del guión.
Los 2.000 guerrilleros llegados al Yarí hacía años que no se relacionaban con nadie que no tuviera que ver con las FARC. Por eso, además de aceptar ser preguntados, sobre todo, preguntaban mucho. Querían saber qué pensaban los demás sobre los Acuerdos de Paz, preguntaban sobre los países de origen de los periodistas, y sobre la imagen que se tiene de ellos. “No somos monstruos, es bueno que estén aquí para que vean que somos personas normales”, repetían todos.
No estamos negociando, estamos dialogando. Nosotros no negociamos
Salvo la imagen de la AK 47 y el M16 colgado en una punta de la caleta, todo parecía normal. Los guerrilleros cocinaban, lavaban sus ropas, las colgaban y escuchaban música. Con un calor de 34 grados y un sol infernal que no les dejaba hacer otra actividad que no fuera la de estar tumbado. Los más valientes, se animaban a jugar al fútbol. Y otros se quedaban viendo la tele. Antenas de televisión, no faltaban en ambos campamentos. Entre los guerrilleros hay muchas parejas. Era común verlos besarse, bailar. Cosas de personas normales.
Por el día no se dejaban ver tanto, pero por la noche salían en masa a escuchar los conciertos que ofrecían cada día en un enorme escenario en medio de la sabana. La guerrillera Alejandra Morales, contaba que una compañera indígena se había quedado asustada el primer día: “Nunca había visto un concierto en directo y le empezaron a doler las tripas, decía que el sonido tan alto de los altavoces le revolvía el estómago. Luego se acostumbró”.
Muchos de ellos escucharon ska y reggae por primera vez: “Yo soy de Bogotá y ya conocía esas músicas, me gustan. Pero a mis compañeros no, prefieren la música tropical y el vallenato”, decía Alejandra. Los guerrilleros disfrutaron las noches. Sobre todo el jueves cuando se cantaron las canciones de Julián Conrado, uno de los cantantes míticos de las músicas farcianas, género guerrillero: “Es una especie de Silvio Rodríguez de la guerrilla”, decía el guerrillero Wellinton, que se animó a entonar una de sus letras favoritas
Tabúes
El comandante Robinson del bloque Oriental Sur era de los tímidos. Un rostro serio y tranquilo. Moreno de sol. 34 años que parecían 50. No por su físico, pero sí por su discurso, por lo vivido. Decía que estaba contento con los Acuerdos de Paz, pero matizaba: “No estamos negociando, estamos dialogando. Nosotros no negociamos”. Le parecía importante dejar las armas porque ellos siempre han sido “políticos antes que militares”, pero explicaba que las armas les sirvieron “para ser respetados”. Tiene tres hijos y cuando tomó la decisión de irse a la guerrilla tenían 2, 3 y 5 años: “No me arrepiento. Lucho por un bien común, para que los campesinos no pasen hambre, para que tengan viviendas, tierras, educación. Todo lo hemos hecho por creer en una sociedad más justa. Esa siempre ha sido mi prioridad”.
El ejército empezó a acosarnos y no podían hacerlo por lo del proceso de paz, pero entraron. La orden fue disparar
Por eso no tiene inconveniente en hablar de las personas que ha matado. “Era parte de una guerra, muere gente de todos los bandos. Sólo pido perdón por los civiles que no tenían que ver en eso. Lo demás es guerra”. Su primer disparo lo dio porque “estaban llenando de plomo” a un compañero. “Me puse muy nervioso, uno tiene miedo pero hay que sobrevivir. Después ya es algo normal”. El último disparo lo dio hace tan sólo siete meses, a diez kilómetros del campamento donde estamos: “El ejército empezó a acosarnos y no podían hacerlo por lo del proceso de paz, pero igual entraron. La orden fue disparar”. Espera no tener que hacerlo más y confía en los garantes internacionales para que “todo se cumpla” y puedan empezar la vida política: “Si no nos matan, las cosas irán bien”, dice en alusión a la matanza de militantes y dirigentes del partido de la Unión Patriótica, posterior al acuerdo entre las FARC y el gobierno en 1984.
A Robinson le cuesta hablar de su futuro, de las cosas que añora después de haber estado 16 años en la selva, saliendo cada cinco días del lugar para “no darle papaya al enemigo”. Cada vez que se le pregunta por sus hijos, responde sobre el partido. Si se le pregunta a qué se dedicará, qué quiere hacer con su nueva vida, vuelve al futuro partido.
Lo mismo sucede con otros guerrilleros. Camila López de 27 años, lleva 14 en las FARC y no sabe dónde están sus padres porque huyó de la persecucion de los paramilitares. Cuando se firmen los Acuerdos de Paz tampoco sabe si los buscará porque las FARC ya son su “familia”. Su futuro también depende del partido. “Me gustaría estudiar comunicación, pero me colocaré a disposición de lo que me digan los altos mandos”. Augusto tiene 32 años y entró con 14. No echa nada de menos: “Siempre me han cuidado bien, he podido estudiar, comer, y luchar por nuestro pueblo, no me interesa nada nuevo”. Piensa en estudiar mecánica, pero está a la espera de lo que le diga, una vez más, el partido.
Aquí todos somos hermanos, pero es cierto que hay hermanos con los que uno se lleva mejor
A pesar de ser un tema incómodo, las familias se hicieron presentes estos días en las sabanas del Yarí. El sábado llegó Judith, la primera de las madres de guerrilleros que comenzaron a aparecer por la Conferencia para preguntar por el paradero de sus hijos. Las que conseguían encontrarlos se unían al campamento. Otras se iban desconsoladas: “No están todos los guerrilleros aquí, puede que no hayan fallecido”, les explicaba Alejandra.
La otra familia, la de la guerrilla, también se reencontró. El comandante Robinson, que hasta ahora no había sonreído, ni mostrado ninguna emoción, soltó una carcajada al contar algo que le acababa de suceder: “Acabo de ver a un compañero que daba por muerto. Le lloré mucho y ahora me lo encuentro”. Para explicar la emotividad, dice: “Aquí todos somos hermanos, pero es cierto que hay hermanos con los que uno se lleva mejor”.
La conferencia acabó en celebración en medio de la mayor tormenta de la semana. La lluvia no evitó que la guerrillerada se fuera a bailar frente al escenario. Fue el primer día que se los vio festejando. “Vamos a ser un partido político. La lucha continúa”, se felicitaba Nelson Rodríguez con tres décadas de guerrilla sobre sus espaldas.
De vuelta a San Vicente del Caguán —todavía zona de guerrilla—, los campesinos estaban inconformes: “En estos acuerdos no nos han llamado para hablar. Nosotros somos las verdaderas víctimas. ¿Ahora quién nos va a defender del Gobierno?”. En las ciudades, como Bogotá y en Cartagena de Indias, la inconformidad se debe a otros motivos: “¿Por qué les van a dar tantas cosas a los guerrilleros? Es una paz demasiado cara”, criticaba un aparcacoches que perdió su familia asesinada por las FARC.
En el camino entre la sabana del Yari y Cartagena, en las carreteras del interior de Colombia, los tanques cada pocos kilómetros y los militares armados continúan mostrando la misma fotografía de los últimos cincuenta años: la de un país aún en guerra.
Funcionó como una jornada de puertas abiertas. También como un evento mediático con el punto canalla y fresco de un festival de rock, con ciertas dosis horteras de parque temático. Zonas de bebida, zonas de tiendas, jóvenes animadas por conocer a los guerrilleros. Pero además de todo eso, lo que sucedió la semana...
Autor >
Agnese Marra
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