20 AÑOS DEL ‘OMEGA’
El despertador del flamenco
El trabajo que rompió el cante jondo cumple dos décadas. Rendimos homenaje al disco de Enrique Morente y desgranamos el álbum canción a canción
Pedro G. Romero 12/10/2016
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Esta celebración del Omega de Enrique Morente nos ha cogido en un ambiente perfecto. Estamos terminando la Bienal de Flamenco de Sevilla y las polémicas, ya cansinas, entre tradición y vanguardia siguen en auge. Claro que Morente sale a colación en cada conversación, unas veces como arma arrojadiza y otras como escudo protector. La influencia del Omega sigue despierta. Las obras maestras tienen esa capacidad de seguir fertilizando la creación artística, aquí y allá, entre castizos y modernos.
En un ambiente tan caliente, decido que la celebración del Omega debe dejarse llevar por ese mismo calor. Como Antonio Machado dijo que Juan de Mairena dijo que funcionaba la “máquina de trovar” del joven Meneses, como una reunión de andaluces que, en un café o en una taberna, entre copas y tragos, uno hace una letra, otro toca un poco la guitarra y así, así va saliendo el fandango. Pues eso. Fue fácil. Esa misma tarde estaba yo con José Manuel Gamboa, con Tomás de Perrate, con Javier Latorre, con Kyoko Shizake, todos morentianos de la vieja y la nueva guardia. Gamboa fue productor de la Misa flamenca de Enrique Morente, donde estaba el Alfa; Javier Latorre coreografió algunos temas de Omega para los conciertos oficiales. En fin, que la llamada estaba predestinada para aquella reunión.
Y así siguió la tarde. Había concierto de Antonio Moreno y sus percusiones flamencas, en la Iglesia de San Luis y claro, el fantasma de Enrique Morente también vagaba por allí. Todavía resonaba en esa Iglesia la voz de Rocío Márquez, que ha realizado una serie de magistrales conciertos con la viola de gamba de Fahmi Alqhai, y la Bambera de Teresa de Jesús es una magistral adaptación morentiana. Antonio Moreno, además, sacaba los pies con unas cintas de audio grabando los pies de Israel Galván: la iglesia retumbaba bajo sus pies, apocalípticos: otra vez el Omega.
Me llama Alfredo Lagos para quedar. Alfredo, una guitarra especialmente querida por Enrique Morente, cómplice de sus últimos directos, de paseos y derivas. Otra invitación. Y un mail de Refree, otra guitarra que, desde otro ámbito —sería ridículo pensar que el Omega es un disco importante sólo para el flamenco, el rock, los cantautores, el folk. Todos lo tienen por un disco importante— ha reconocido el aliento morentiano. Antonio Molina Flores, nuestro filósofo de guardia vuelve a contarnos que en la casetera del coche se le quedó atascada la cinta grabada de Omega y que lleva ya 7 años que sólo escucha esta música cuando sale de viaje.
En el Omega hay algo de conjuro, de clan familiar, un ritual de lo que es la familia
Me habla de que ha visto en la Bienal, en la calle, el Romnia de Belén Maya y que le ha encantado: Pero, ¿cómo eso no se está viendo en todos los teatros? Es una obra perfecta para entender a los gitanos, sus aciertos y sus problemas y como seguimos castigándolos. Su alegría de vivir. Antonio, en su papel de profesor de la ciencia estética, nos pregunta, cauto, siempre cauto, que él ha visto que allí también había una influencia de Enrique Morente. Pues claro, Antonio, claro que llevas razón.
Y todavía la noche da para más. El Niño de Elche, me manda una nota, sigue fuera de Sevilla. Desde algún avión recoge este envite, escribir de Morente. Con lo cansado que está con las comparaciones facilonas. No sólo por lo abusiva de éstas, es tan fácil, tan cómodo, tan confortable que cada vez que alguien saca los pies del tiesto se acuda al comodín Morente. Pero, claro que el Niño de Elche ha bebido en esta fuente, las aguas Morente. Y aquí estamos hablando en serio, no se trata de dar ojana, se trata de buscar esquinas diversas y amigas con las que celebrar el Omega morentiano.
En fin, que todavía no eran las seis de la mañana y ya estábamos todos. No hubo plan, apenas cálculo de quienes nos íbamos a juntar. La ronda de tonás, la última ronda, fue un guasap para el maestro Ortíz Nuevo. Queríamos asegurarnos que el Bla-bla-car lo había llevado con fortuna a su Archidona residencial. ¡Cómo amaba el poeta a Enrique Morente! Sus palabras bendicen la mañana.
Y Aurora, Estrella, Soleá, José Enrique, ¡claro que son invocados los Morente! En el Omega hay algo de conjuro, de clan familiar, un entendimiento amplio y ritual de lo que es la familia. Todavía sonaba fuerte el Omega de Morente cuando con Israel Galván y Pepe Gamboa viajamos a Granada para que Morente ayudara en esa pieza que se llamaría La metamorfosis. Morente nos hizo una introducción. Todavía continúa inédita la pieza en cuestiones discográficas, claro. Morente entendió bien lo que Israel quería contarle. Fui piedra y perdí mi centro. La vieja soleá sonaba, también con aires orientales, los coros de Estrella, el sonido de los Lagartija Nick. Una joyita y un regalo.
Fuimos señalando los callejones del Albaicín, a porrazos, hasta llevarnos a La Tertulia
Pero allí, además, empecé a entender algo del funcionamiento de la máquina Morente. La decoración de su vivienda, aquella lámpara imposible apoyada todavía en el suelo, en un rincón del cuarto. El niño todavía no alcanzaba a coger los habíos con los que prepararse la merienda. Enrique tocando la guitarra. Enrique leyéndonos algunas letras del Rodríguez Marín. En el estudio, haciendo sonar algunos inéditos del Omega, lo que se había quedado en el armario de las cintas. Después cogió el coche y fuimos señalando los callejones del Albaicín, a porrazos, hasta llevarnos a La Tertulia, donde nos despediría con una copa, nos íbamos para Sevilla pero él se quedaba allí, con los amigos, dándole vueltas a la cosa, a ver si nos ayudaba a encontrar el camino de vuelta.
Cómo la “máquina de trovar” que trasmite Juan de Mairena, la de Enrique Morente era una máquina particular. Entre La tirada de dados de Mallarmé y el conciliábulo tabernario. Aquí les dejo con nuestra fiesta. Antes y después, Omega. Morente nos perdonaría. Espero.
Omega (Poema Para Los Muertos). José Manuel Gamboa.
Pequeño Vals Vienés (Take This Waltz). Refree
Solo Del Pastor Bobo. Israel Galván.
Manhattan (First We Take Manhattan). Alfonso Cardenal / Pedro Calvo
La Aurora De Nueva York. Kyoko Shizake
Sacerdotes (Priest). Tomás de Perrate
Ahogada en el pozo (Granada y Newburg). Niño de Elche
Adán. Belén Maya
Vuelta de paseo. Alfredo Lagos
Vals en las ramas. José Luis Ortiz Nuevo
Aleluya (Hallelujah nº2). Rocío Márquez / Rocío Molina.
Norma y paraíso de los negros. Antonio Molina Flores
Ciudad sin sueño (Nocturno de Brooklyn Bridge). Macarena Berlín / Javier Latorre
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Autor >
Pedro G. Romero
Pedro G. Romero (Aracena, 1964) opera como artista desde 1985. Actualmente trabaja en dos grandes aparatos, el Archivo F.X. y la Máquina P.H. Participa en UNIA arteypensamiento y en la PRPC (Plataforma de Reflexión de Políticas Culturales) en Sevilla. Es director artístico de la compañía Israel Galván y comisario/curador del proyecto Tratado de Paz para la Capital Cultural DSS2016.
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