Crónica judicial / Black
Esperando a Terceiro. ¿Dónde están los canapés?
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 14/10/2016
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La jornada se zanjó pronto. Tuvo flecos de enzarzamiento procesal y de batiburrillo técnico. Fue, digamos, metaliteratura o, para ser más precisos, una metasesión: duró más la reflexión sobre lo que la sesión debía ser que la sesión en sí misma. En el arranque, los letrados volvieron a quejarse por lo tarde que iba a declarar el señor Jaime Terceiro, siempre presente como un fantasma que inquieta a las defensas, que ven una amenaza en su incorporeidad, o sea, en el supuesto error burocrático que ha retrasado su intervención. Se dijo que declararía el 14 de noviembre, pero la presidenta del tribunal ha terminado por admitir que Terceiro se materialice en la sala el próximo 24 de octubre. Al final, los abogados fueron renunciando a sus testigos como para meterle prisa al calendario y hacerlo volcar hacia el día en que el antecesor de Blesa diga lo que tenga que decir.
La nublazón y los amagos de lluvia que se mantuvieron durante todo el día no sirven de ambientación literaria para la sesión de tarjetas black, en realidad, era una tormenta destinada a la sala de abajo, donde Francisco Correa se dedicaba a bajarle los pantalones al Partido Popular, aunque solo hasta las rodillas.
Descubrimos cosas como que las tarjetas se emitían “de forma automática cuando se nombraba un nuevo consejero”
Aun así, durante los interrogatorios, descubrimos cosas como que las tarjetas se emitían “de forma automática cuando se nombraba un nuevo consejero”. Lo contó Jesús Ángel Rodrigo, sucesor en la secretaría del consejo de Enrique de la Torre. Rodrigo fue quien recibió el correo en el que De la Torre hablaba de tarjetas black a efectos fiscales o calificaba como “delicada” la cuestión de la remuneración de los cargos. El testigo confesó haber leído estos correos muchos meses después ya que había sufrido una afección neurológica por la que causó baja. Afirmó desconocer que había directivos que contaban con dos tarjetas y menos que las usaran para gastos ajenos a su cargo.
Lo único que hace que de la ropa de Domingo Navalmoral, exdirector de control de la entidad, cuelgue una cartulina en la que se lea una T (testigo) y no PL (procesado) es el tiempo. Sus errores se equiparan a los del resto de acusados, pero los cometió antes y han prescrito. Navalmoral declaró que el dichoso plástico conformaba una parte de su remuneración, como repiten el resto de encausados, pero, además, añadió que se le ofreció en la misma oferta de trabajo y que aparecía en el contrato que firmó. El letrado de Carlos Vela quiso que aportara el documento como prueba. El ejército defensor se inclinó, casi grita gol. El papel consolidaría la coartada de los acusados. La jueza Ángela Murillo cortó el lance y sentenció: no procedía la aportación de nuevas pruebas.
Navalmoral en ningún momento mencionó que en el contrato se contemplara un crédito de libre disposición
No obstante, como comentó el ministerio fiscal, las palabras de Navalmoral, estrictamente, se referían a una tarjeta de gastos, en ningún momento mencionó que en el contrato se contemplara un crédito de libre disposición. Tal vez por eso, algunas defensas, como la de Díaz Ferrán, llevan días tratando de hermanar las black con las habituales tarjetas de representación. Tras la decisión de la jueza, los letrados se unieron de nuevo, se quejaron de indefensión, protestaron todos detrás de la misma pancarta proyectando un espíritu casi sindical.
El resto de declaraciones de testigos desplegaron anacolutos técnicos, se coció y recoció el nombre de las cuentas, se cuestionaron informes, y se remarcó que algunos de los testigos cuya declaración inculpaba a los acusados a día de hoy siguen trabajando para Bankia.
—¿Sigue trabajando para Bankia?
—Sí—respondió el testigo Javier María Tello.
—No hay más preguntas—se jactó el abogado de Blesa.
Se siguieron bajando y subiendo asientos contables y ejercicios y organigramas y departamentos en busca de ese botón secreto que hiciera que las actuaciones de los acusados se convirtieran en algo alegal y no punitivo. Para entendernos, que el mangoneo se quedaran sólo en una adorable falta de ética de ricachón.
Tanto embrollo permitía centrarse en la placidez de balsa con que Arturo Fernández rodeaba con el brazo el respaldo de su compañero de banquillo
Tanto embrollo permitía centrar la atención en otras cosas, por ejemplo, en la placidez de balsa con que Arturo Fernández rodeaba con el brazo el respaldo de su compañero de banquillo y comentaba las jugadas. El empresario tiene los ojos hinchados como un pez de piscifactoría olvidado que sigue ahí alimentándose, libre, sin que nadie lo ponga jamás en ningún plato. Con esas mismas trazas pescaderas sale de la sala en los recesos: adelanta una pierna y luego otra, trabajosamente, boqueando. Boqueando mucho.
El esparcimiento de Fernández se asemeja al de otros tantos. Allí nadie siente que le cuelgan sobre el pescuezo varios años de cárcel.
En el camino hacia la Audiencia Nacional, desde la estación de Torrejón de Ardoz, hay unos juzgados. Es un edificio feo, con escupitajos de humo y quemazones en la fachada. Allí, tras la puerta de acceso, apenas transcurren un par de metros hasta dar con el detector de metales que, como se sabe, aparte de localizar posibles armas blancas, te quita señas de identidad (pulseras, anillos y colgantes) para convencerte de una mentira: que todos somos iguales ante la ley. No hay un recodo a la intemperie como en la calle Límite donde uno puede pararse a fumar tranquilamente. Por la mañana subieron las escaleras del edificio sucio un par de latinoamericanos algo baqueteados que parecían condenados de antemano aunque no hubiera nadie allí para chillarles a la cara.
Los gritos implican la fama, el ser alguien. La delincuencia tiene estatus, niveles, estrellas o tenedores como los hoteles y los restaurantes. Hay algo raro en las estancias de la Audiencia Nacional, uno no termina de cerrar su impresión sobre el ambiente. Nuestra cabeza nos pide que lo adjudiquemos a un concepto relacionado con la ley, pero falta o sobra algo en aquel lugar. Después de días de pasear por los vestíbulos, al fin, en la forma en que se arremolinan en corrillos los acusados y los abogados, en el desahogo con que se divierten y bromean entre ellos, uno lo ve claro. La Audiencia Nacional no da la imagen de un espacio relacionado con la justicia... Lo que faltaba era un catering, sólo eso. Si pusiéramos un catering, camareras con bandejas de canapés deslizándose entre Correa, Spottorno, Rato y el Bigotes, comprenderíamos que esto no es más que el hall de un pabellón de congresos o la antesala de un salón de bodas.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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