Crónica Comité federal
El PSOE decide ser un partido de perfil
Los socialistas aprueban en votación darle el Gobierno a Rajoy, intentando que no lo parezca
Esteban Ordóñez Madrid , 23/10/2016
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El PSOE recogió el 23 de octubre los bártulos de la socialdemocracia y los guardó todos en algún trastero de Ferraz. Ya se sabe, de 237 miembros del comité, 139 votaron por abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy, 96 resistieron en el No, uno no votó y otro, Antonio Hernando, se fue de boda.
Al final del Comité Federal, consumada la entrega del gobierno al Partido Popular, Susana Díaz se escabulló de los corros de periodistas que se enquistaban alrededor de César Luena o de Miquel Iceta. Se hizo la despistada: “Voy a por mi abrigo”, y se escapó. Pareció uno de esos personajes de película que activan una bomba y se desentienden de los estallidos que lo destrozan todo a su espalda.
Ella había sido la última en intervenir, una casualidad, claro, y en su discurso no pronunció la palabra “abstención”. Susana conspira pero no se mancha la voz, no menta la bicha. Por eso se nota que la quieren líder, porque otros se la ensucian por ella.
El PSOE (su cúpula) lleva muchos años sin comportarse como un partido socialista, pero quedaba el emblema, la idea icónica de ser la alternativa al PP por defecto o por contraposición cromática. Hoy han roto también esa bandera. La situación histórica ha sometido al partido a un interrogatorio que ya le costaba soportar, y al final ha caído, ha confesado: es verdad, no somos la izquierda, sostendremos a Rajoy.
Del pasado comité federal, el del golpe orgánico a Pedro Sánchez, candidato de la militancia, el partido salió roto. Hoy, a pesar de las referencias de ambos bandos a la calma, el diálogo, el debate libre y demás cataplasmas verbales, el partido ha llegado roto y se ha marchado roto. “Está fracturado, no roto”, dijo César Luena al salir.
La primera muestra de esa quebrazón la ofrecía Idoia Mendia, del PSE, con sus palabras al entrar. Fuera, en la calle, gritaban militantes, pero poco: porque llovía. Mendia dijo: “Por primera vez, se va a producir un debate sobre esta cuestión y se van a poder empezar a oír voces que hasta ahora han permanecido calladas en el comité y hablaban fuera reivindicando la abstención”. Después ha mostrado su esperanza, algo alicaída, de que el debate se desarrollara con sosiego, aunque admitía que nadie les había comunicado nada sobre la propuesta de la nueva mesa y que todo lo habían conocido a través de los medios.
Luego llegó Mario Jiménez, el portavoz y número dos de la gestora, y fingió que podía pasar cualquier cosa en la votación, como si no se hubiera decidido ya y no se hubiera estado preparando el oído de la opinión pública en contra de posibles “urticarias” que provocara la rendición socialista. La cosa guarda su lógica histórica. La gestora a la que pertenece Jiménez procede, se avala y descansa en quienes montaron la Transición y establecieron que la política del país se construye sobre los manteles del reservado de un restaurante, y no a través de procedimientos democráticos.
A Pepe Blanco, que llegó de buena mañana soltando, al aire, como un resorte, “será lo que decida el comité federal”, se le nombró presidente de la mesa. Según fuentes del comité, ejerció su cargo con dureza y quería acabar pronto. Por lo visto, hay a quienes la socialdemocracia (o lo que quedaba de ella) se les estaba haciendo ya un poquito larga.
Se presentaron dos propuestas de resolución, una de Elena Valenciano que planteaba la abstención, y otra de Txarli Prieto clamando por mantener el No a la investidura y el Sí a lo que votaron la militancia y los electores. Eran dos documentos que escenificaban la división del partido. Dos lenguajes diferentes que colisionan: no sabemos si son sinceros o no, pero sí que, en este momento, al menos estratégicamente, existen dos líneas claramente diferenciadas. La resolución de Valenciano no identificaba política ni ideológicamente al adversario, al PP. No hay alusiones a la derecha por ninguna parte, mientras que en la de Prieto esa palabra, “derecha”, salta ya en el segundo párrafo. En el documento abstencionista hay un vaciado ideológico que incluso diluye su propia definición como opción de izquierdas. En cambio, esas referencias son la base de los papeles que apuestan por cortar la continuidad del partido Gürtel en la Moncloa.
Miquel Iceta, en su intervención, lanzó un par de preguntas: “¿Cuántas veces pedirán que nos abstengamos por responsabilidad? ¿Cuántas veces se nos pedirán cuentas por no haber intentado una mayoría alternativa?”. Iceta lo había dicho al entrar y lo dijo a la salida: será el máximo órgano del PSC quien decidirá la postura final de esa federación ante la investidura. Todo apunta que será un No que hará cojear al resto del partido.
Pérez Tapias y Josep Borrell incidieron en la conveniencia de la libertad de voto, de que cada diputado se pronuncie según su conciencia. Ya lo había propuesto Odon Elorza en una tribuna en CTXT. Pero no se admitirá. Parece que no era la conciencia la que estaba detrás de muchos que se han venido sublevando contra la corrupción y los recortes. No era la conciencia, sino la táctica. Y lo sigue siendo.
Javier Fernández entró a la sala de prensa para cortar expectativas de rebelión: “Aquí hay algo imperativo, con el objetivo de desarrollar los contenidos de esta resolución, el grupo parlamentario se abstendrá”. Todo el grupo. Los contenidos a los que se refería son una serie de “objetivos inaplazables” que se desgranan en el papel y que casi crean la ilusión de que va a ser el PSOE quien tome decisiones en la próxima legislatura. Es un trampantojo para vestir la claudicación de iniciativa. Lo que rechazarán de manera “frontal” en la primera votación lo aceptarán de manera lateral en la segunda. El PSOE ha elegido hoy: quiere ser un partido de perfil.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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