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Unas 11.000 personas han acudido, paraguas en mano, a la tienda temporal que Ikea ha abierto cerca del Rastro madrileño. Como si no hubiera ya unas cuantas tiendas alrededor de la ciudad, rodeándola como una M30 pero cambiando los coches por muebles impronunciables.

Los madrileños nos apuntamos a estas gansadas y tan pronto hacemos cola para comprar packs de calcetines a un euro en Primark como iPhones a 500, y ahora nos ha dado por sisar cintas métricas y lapiceros suecos. El consumidor occidental, siempre tan peculiar y sólo fiel a Doña Manolita.

La primera vez que fui a Ikea, siguiendo las tradiciones, discutí, me estresé, no compré nada y se me hizo eterno el recorrido sorteando las discusiones de otras parejas y las invocaciones a Herodes, héroe nacional.

He vuelto apenas un par de veces más. La última, hace bien poco, con niños. Volví a discutir, salí con el lápiz en el bolso y sin gastar un euro. Así que en el Rastro que no me esperen. Porque se puede vivir sin sillas Cviukdnlsyvlñ y sin alfombras Ojnhbesdrcftvgbyh. De verdad. 

También se puede vivir sin dar clics a la noticia sobre el embarazo de Ada Colau en Alerta Digital, un medio dirigido por un señor en cuya única foto que han visto mis ojos luce una bandera preconstitucional a modo de vestido palabra de honor. La escuela de Alfonso Rojo y Eduardo Inda va por buen camino y amaga con convertirse en plaga bíblica. Y luego que si las generaciones más preparadas de la historia y la era dorada del periodismo. Venga, hasta luego.  

Hablando de periodismo, el otro día un amable tuitero me acusó de parcial por hablar bien de Pedro Sánchez y no mencionar los ERE de Andalucía. En una columna de opinión [risas enlatadas]. Así que para que esta semana no se repita, conviene sacar los colores otra vez a Inditex, no vaya a ser que piensen que Amancio me patrocina el armario. Porque un reportaje de la cadena británica BBC apunta que adultos y menores refugiados sirios, a menudo sin los permisos de trabajo pertinentes, trabajan en Turquía para fábricas proveedoras de empresas como Inditex y Mango. 

El gabinete de comunicación de Inditex se apresuró a aclarar que ya habían detectado irregularidades, pero que no había menores de por medio y que la lavandería Goreteks, donde se tiñen pantalones para algunas de sus marcas, tiene hasta diciembre para arreglarlo. A mí me parece que para haberse dado tanta prisa en responder, las aclaraciones son un poco vagas. Mientras, decenas de consumidores, qué digo decenas, miles de españoles han dejado de comprar en Inditex, preocupados por el consumo sostenible y porque para ellos, como bien se encargan de proclamar por tierra, mar, aire y redes sociales, las condiciones laborales de los que fabrican su ropa son lo primero. Debe ser que lo segundo es la coherencia.