No te merezco
La cruz del Macho
Mercedes de Pablos 26/10/2016
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Qué se le va a hacer, viene de serie. Permitan que de manera tan coloquial como tosca resuma una de las conclusiones de un estudio que el Grupo de Hombres por la Igualdad hizo hace un par de años en Andalucía financiado por el Centro de Estudios Andaluces. Se trataba de contestar una pregunta muy simple: por qué los hombres pagan por sexo.
Más que una encuesta, al estilo de la que hace días se ha dado a conocer desde Madrid, era y es el primer estudio cualitativo para conocer por grupos de edad, instrucción, posición económica y demás las razones por las que la prostitución no ha desaparecido a pesar de la (más o menos) libertad sexual. Algunas ingenuas (vale, yo) creyeron que rota la cadena y la condena de la religión y abierta la puerta a las relaciones entre iguales, pagar por sexo quedaría tan obsoleto como el cinturón de castidad o el derecho de pernada. Al menos por este lado del mundo y así a la brava, que hay muchas maneras de coacción y muchas maneras de explotación aun acá donde los derechos tienen cierto prestigio jurídico.
Dos de cada diez hombres han pagado por sexo según el estudio que la Universidad de Comillas ha dado a conocer esta misma semana. Son cifras cuantitativas y escalofriantes. Apenas, a pesar de esa tendencia al y tú más que sacude las redes cuando se habla de los derechos de las mujeres o de la violencia contra ellas, se puede hablar de mujeres clientes porque cuando los hombres son prostituidos lo hacen por los de su mismo sexo. E inevitablemente detrás del negocio de la prostitución, aparte de pingües beneficios al Estado, están, sin ocultarse apenas, la trata de personas y el abuso infantil. Es difícil separar lo uno de lo otro. Ese paraíso de libertad donde una dama da sus favores carnales a cambio de unos billetes, unos brillantes o un matrimonio de lujo no es el problema. En la intimidad de nuestra entrepierna no debe entrar nadie ni en las razones por las que uno termina en la cama. La verdad de lo que resulta una explotación es que hay todo un negocio multimillonario basado en algo tan sencillo como que uno ponga la cartera y la otra el cuerpo, yo el pagador, tú la comprada.
Al margen de posturas abolicionistas o reguladoras (¿se puede regular la esclavitud? Ay, esa película de Fernán-Gómez, Stico, cuánta lucidez), la madre del cordero, la raíz está en los hombres, en esa razón por la que convertirse en prostituidores no les parece una barbaridad. En el cualitativo que dirigió Hilario Sáez, de Hombres por la Igualdad, se demuestra que no hay un ápice de culpabilidad o bochorno en los clientes, y aún menos repulsa a excepción de esa cara oscura de la trata o del abuso de menores que todos rechazan horrorizados. Si acaso hay culpa por traicionar a la pareja, algunos, pero en ningún caso sensación de humillar, de comerciar, de tratar como inferior a las mujeres prostituidas.
Y todo porque la condición masculina lleva de serie un ímpetu sexual irrefrenable que hay que” aliviar” de la manera que se pueda. La voluntad, la seducción, el onanismo incluso no existen, cuando hay que echar un polvo se echa, que es malo reconducir la fiera que habita allá en los bajos. Un primitivismo que alcanza a todos los perfiles de clientes encuestados, fuera de esa opinión los que no lo son y sobre todo aquellos que creen que la masculinidad debe construirse fuera del patriarcado. Machismo no es ser macho sino una ideología de poder, no hace falta ser hombre para serlo ni exime ser mujer de comportarse como tal. Creer que el sexo nos define por encima de todo es no haber pasado la fase de Homo Erectus.
Aunque si hacemos la sinécdoque de Erectus… va a ser que aquel mono, como me barrunto, era una mona.
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Mercedes de Pablos
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