Peio Aguirre / Crítico de arte
“Hay que rescatar lo utópico de la modernidad”
Andrés Carretero 23/11/2016
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
________________
CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y 'black'. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
Peio Aguirre (Elorrio, 1972) es crítico de arte, comisario independiente y editor. Desde 2006 publica crítica cultural en su blog Crítica y metacomentario. Autor del ensayo La línea de producción de la crítica (Consonni, 2014), ha comisariado, entre otros proyectos expositivos, Arqueologías del futuro (sala Rekalde, 2007), Asier Mendizabal (MACBA, 2008) y Néstor Basterretxea: Forma y universo (Museo de Bellas Artes de Bilbao, 2013). Su último trabajo son un libro y una exposición del mismo nombre: Una modernidad singular. Arte nuevo alrededor de San Sebastián 1925–1936 (San Telmo Museoa, 2016). Aprovechamos la reciente inauguración para conversar con él, desde una perspectiva crítica, sobre escritura, arte y arquitectura, el papel del comisario contemporáneo y las relaciones entre cultura y política.
Concibe la crítica como género literario y al crítico, como un autor.
Conviene matizar esta cuestión de la autoría en la crítica: para mí no significa que mi trabajo tenga un valor diferencial con la de otro crítico. Los caminos, las motivaciones por las que se escribe crítica son, en cierta manera, inescrutables. Las procedencias son siempre diversas, mestizas. El texto escrito y publicado habla por sí mismo. Mientras estudiaba Bellas Artes en Bilbao tuve la suerte de poder programar exposiciones en la casa de cultura de mi pueblo natal, Elorrio. Eso fue desde 1993 hasta 1996. Los 90 fueron una década de apertura de nuevos roles para el arte y los artistas. Fue también la década del comisariado. De estar en el otro lado, organizando exposiciones, pasé a interesarme por la filosofía y la arquitectura. Todo eso tamizó poco después en una predisposición hacia la escritura como medio de expresión en el arte.
Crítica y metacomentario ha cumplido diez años. ¿Cómo valora su recorrido y qué potencialidades quedan por explorar?
En su obsolescencia está su mayor potencial. Aquello que queda obsoleto, relegado por la frecuencia de lo nuevo, es un espacio a reivindicar. Ahora las redes sociales han eclipsado los blogs. Pero si alguien quiere aprender a escribir o desarrollar ideas, un blog es estupendo. En ese espacio he forjado un corpus de trabajo, siempre alrededor de unos ejes: forma, estilo, periodización, ansiedad, modernidad versus posmodernidad, historia, etc. Lo que subyace al fondo es una radiografía del capitalismo tardío desde el análisis de sus formas, sus síntomas en la cultura. La columna política no me atrae, de momento, aunque la leo a gusto.
En el ensayo La línea de producción de la crítica (Consonni, 2014) habla de las productividades de la negación, una suerte de prácticas de resistencia. ¿Pueden ocurrir, hoy, que se dicen superadas las ideologías?
Hoy el consumo es súper-rápido y nos conformamos con la gratificación inmediata. Escribir ese libro era como un antídoto con respecto a la velocidad en el consumo de crítica cultural y también de la llamada crítica especializada. Las preguntas que hacía eran: ¿nos importa la crítica? ¿Qué soluciones podemos ofrecer?
Los nacionalismos se han apropiado del concepto de modernidad
El término producción tiene distintas connotaciones y evidentemente juego con ello. Vivimos en un presente en el que ninguna producción es suficiente, nos exigimos a nosotros mismos hasta la extenuación. Pero la solución no es la quietud o la inactividad. Me interesa el sentido renovado del productivismo en las vanguardias históricas, revolucionarias. Hay que rescatar lo utópico de la modernidad. El neoliberalismo convierte todo objeto en valor de cambio, cada experiencia en una transacción. Hay que promover otro tipo de crítica, con otra temporalidad, siguiendo la senda de la crítica dialéctica, es tomar una posición política. Reivindico la crítica como diagnosis.
La profesionalización del arte está coincidiendo en el tiempo con la desprofesionalización de la arquitectura.
Desconozco si la crisis que vive la arquitectura tiene solución con esta reciente implementación crítica o discursiva. La arquitectura se ha visto siempre en una posición positivista. Se trataba de construir, proponer, levantar, añadir. Desde el momento en que por cuestiones económicas y éticas esto no es ya posible, su cometido se ve comprometido. La negatividad en la arquitectura, ¿a dónde puede conducirnos? En tiempos recientes asistimos a un entrecruzamiento entre las esferas de la arquitectura y el arte, muchas veces mediado por la mencionada “discursividad”. El arte y sus instituciones son una plataforma idónea para el aterrizaje de una profesión en crisis, y así está sucediendo. La desprofesionalización del arquitecto es un hecho. Por otro lado, mi acercamiento a la arquitectura sigue siendo un tanto amateur. Creo que esta confluencia es positiva.
Acaba de inaugurar, en el Museo de San Telmo, la exposición Una modernidad singular. Arte nuevo alrededor de San Sebastián 1925–1936. Esta recuperación, local o periférica, de la vanguardia, ¿implica una toma de posición frente al capitalismo?
Esta fase del capitalismo cultural, o tardía, está ávida de revisiones y miradas críticas a la modernidad y sus narrativas. No hay nada más afín a esta posmodernidad nuestra que una crítica a los grandes relatos desde una perspectiva decolonial, feminista y también vindicadora de modernidades singulares, que desafían los cánones universales. Mi proyecto se enmarca conscientemente en esta tendencia curatorial y crítica tan propia del presente. Pero problematizándolo. La exposición y el libro tratan sobre uno de los momentos más importantes de la vanguardia artística española de finales de los años 20 y 30 del pasado siglo, hasta la guerra civil. No es únicamente un caso particular o propio, local, su relevancia, entre otros factores, reside en arrojar luz al modo en que una parte de la vanguardia española del momento sucumbió a la fascinación, nunca mejor dicho, de la estética fascista.
El nombre de su exposición está tomado de un libro de Fredric Jameson.
Jameson hace la prueba de leer “capitalismo” cada vez que aparece el término “modernidad”. Estamos por otra parte lejos de haber solucionado el dilema de la identidad, de lo particular y lo universal. Más bien, estamos cada vez más atrapados en ello. Lo vemos a diario en la política internacional y sobre todo en la nacional. Los nacionalismos se han apropiado del concepto de modernidad. Pero, ¿y si su empleo no fuera sino una cortina de humo del capital global que dicta cómo debilitar a los Estados-nación para operar libremente, más y mejor?
En el arte, Oteiza y la llamada Escuela Vasca suponen toda una tabla de salvación
Quizá Euskadi sea el único territorio del Estado que ha logrado escapar a la Cultura de la Transición. ¿Cuál es el vínculo entre política y cultura?
He aprendido mucho haciendo esta exposición y el libro que lo acompaña, y he visto la historia del arte en perspectiva. Continuamente se da una circulación entre lo que aquí ocurría en las décadas de 1920 y 1930 con lo que sucede en Madrid, y en el resto de metrópolis europeas durante el llamado período de entreguerras. Existía entonces una sincronía que ahora nos sorprende. El proyecto de la modernidad en España es una realidad truncada por la guerra civil y la posterior dictadura. Un mal que todavía seguimos arrastrando. Hay en mi práctica un sentido de la historicidad, y eso es algo común también a otros artistas coetáneos. Siempre digo que la historicidad solo puede aportar libertad creadora. No se puede hacer de la tradición una cárcel. Para mi generación la Cultura de la Transición ha tenido los mismos referentes culturales populares que para cualquier otra persona, La bola de cristal, por ejemplo. Pero en el arte, Oteiza y la llamada Escuela Vasca suponen toda una balsa de salvación. En ese sentido, estamos quizás más liberados de esa Cultura de la Transición. Lo que he intentado con esta exposición es remontarme al momento previo, anterior, a esta modernidad propia.
________________
CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y 'black'. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
Autor >
Andrés Carretero
Andrés Carretero (1986) es arquitecto y crítico. Su práctica abarca una concepción expandida de la arquitectura atravesada por el arte, la teoría y lo político. Co-fundador de MONTAJE – infraestructura cooperativa de producción arquitectónica y co-editor de Materiales concretos.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí