ENTREVISTA
Pepe Noja o los eslabones abiertos de la fortuna
A los 78 años, el escultor continúa vindicando “el arte para el pueblo” y lanzando un mensaje de rebelión y fuerza. Cuenta con 65 obras en lugares públicos de todo el país
Miguel Ángel Ortega Lucas Madrid , 2/11/2016
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Hacer una entrevista se parece mucho a tallar una escultura: se trata de llegar, desde la piedra de un enigma en bruto, al enigma neto del rostro escondido detrás. Se trata de cincelar, con paciencia artesana y ojos de alfiler, la piedra de un personaje hasta llegar al relieve de una persona. Los materiales son la calidad de la pieza con que uno se encuentra, más o menos maleable, más o menos dispuesta a que alguien (generalmente desconocido) venga a hurgar en su composición; las herramientas son las que trae de fábrica el que entrevista y, dependiendo de su afinación en el momento, podrá éste penetrar más o menos profundo en ese bloque de sangre y sueño.
Pueden estar las herramientas de uno más o menos afinadas y también pueden estar en hora o no; queremos decir (confesar), con todo el bochorno sobre la mesa, que este entrevistador llegó media hora tarde a la cita con el entrevistado. [Imperdonablemente; y no cabe atribuir responsabilidades al corte en la línea 1 del metro de Madrid; ni al tráfico en el paso de la Castellana ni a la lluvia; ni a la intuición de que probablemente llegaríamos más rápido en canoa hasta Arturo Soria, con lo que, pensándolo mejor, el que suscribe se bajó a toda leche del bus a buscar un taxi.] De modo que la primera impresión del artesano —que no es siempre la que cuenta, pero marca un tono— fue lamentable. La del material, sin embargo, fue impecable.
“Si no fuera porque soy un obseso de la puntualidad”, sonrió Pepe Noja ante el aluvión de disculpas, media hora hojeando los colorines de prensa de un Vips. Si el contratiempo le había molestado, no se le notaba en absoluto, o se le olvidó inmediatamente.
José Noja, Pepe Noja para el mundo del arte desde hace medio siglo, trabaja en su taller con los mismos materiales de los que está hecho. La paciencia es uno. Los otros son éstos que despliega con su sonrisa confortable —una de ésas para tener cerca cuando truena— bajo la barba blanca y cerrada, bajo el pelo blanquísimo y abundante; con su sonrisa de crío travieso bajo las gafas: para empezar la calidez, la cercanía; para continuar, de entrada, el humor de los que no terminarán nunca de tomarse en serio a sí mismos (sobrino, el material éste, de la lucidez). “Yo creo que fui la chichón de un bombazo [de la guerra civil]”. Sus padres, dice, tampoco debieron de tomarse “muy en serio lo de la guerra”. Nació en 1938, en Aracena, Huelva. Pero aparenta muchos menos tiros de los que asegura su biografía —y nos confirmará él luego—.
Noja es escultor; uno de los más reconocidos de España desde hace decenios. Pero mejor cabría decir que es un escultor público: son 65, hasta ahora, las piezas que llevan su firma y que pueden encontrarse en las calles, en las playas, en las estaciones de metro (la de Sol en Madrid, por ejemplo) a lo largo y ancho de nuestro país. Son obras públicas no sólo porque estén a disposición del aire y del tacto de la calle, sino por vocación; tratan siempre, en su retorcida armonía, como saurios de metal pidiendo auxilio, de ofrendar una continua reverencia a un mismo sueño que cambia de nombre en cada animal, en cada ocasión. Sus obras se llaman Solidaridad, Amistad, Abrazo. Se llaman Monumento al abuelo, Monumento a la abuela. Y al minero, y a la música, y a Pablo Neruda.
Yo fui un niño problemático. Ahora se le llama a eso hiperactivo. Antes era ser un hijoputa
Son sobre todo de acero, que es el metal noble del que también está hecho Noja. Un acero que arde. Porque el artista no tarda en abrazarnos, desde los ojos risueños, cuando empezamos preguntándole por su infancia y nos confirma que, efectivamente, ya se le ha olvidado tu retraso; probablemente todos los retrasos de su vida. (Hay entrevistados a los que hay que llegar y entrevistados que llegan: pareciera que Pepe Noja hubiera estado esperándonos desde mucho antes de hoy.)
—Yo fui un niño problemático. Ahora se le llama a eso hiperactivo. Antes era ser un hijoputa. De mis hermanos decían: ¿y Fulanito, dónde está? De mí, ¿y el hijoputa del pequeño?
Pero luego se reían, sus padres: “Me la armaban y luego les oía reírse en la habitación de al lado porque había hecho no sé qué en el colegio. ¡Y los ratones son pequeños pero tienen las orejas grandes, joder! El niño es pequeño pero no es gilipollas. Así que hacía aguas el sistema, dentro y fuera de casa”.
La familia emigró a Madrid al muy poco de nacer él. Su padre fue empleado de Banesto, lo que les permitía vivir modestamente, aunque sin apuros. Su padre era “de misa diaria”; su madre no. “Yo tenía un gran apoyo en ella, que era una mujer mucho más liberal que mi padre; mucho más inteligente. Por su raciocinio, su comportamiento, su forma de llegar, de convencer. Era la que me enseñaba a que no me dejara pisar”. Aun así, “a mí me han dado hostias por todos lados. Tampoco es cuestión de echarles la culpa; era la educación que habían recibido ellos”.
Y algo más debió de aprender, a través de su madre, el futuro artista; al darse cuenta (era pequeño, pero tenía las antenas emocionales grandes) de que aquella mujer, que era “madre y chacha al mismo tiempo”, que “solamente lo hacía todo en casa, ella sola”, a veces tenía que aguantar que le gritasen por nimiedades. Y el niño, “que mínimamente pensaba un poco”, se decía: “¿Y esto?”.
El panadero, trabaja siete horas diarias, veía a sus hijos todos los días. Más bruto que un arao
A los 14, su padre le sentó un día para explicarle cuál iba a ser su futuro, con el mapa de su vida ya trazadito sobre el mantel: vas a ir al Banco Español de Crédito a trabajar. Vas a estudiar en la Escuela Superior de Comercio, en la Plaza España, y luego a hacer oposiciones al banco. “Yo entiendo la época de la hambruna, de las dificultades. El banco era una seguridad. Yo entiendo a mi padre. Pero mi padre nunca me entendió a mí”. Entre otras cosas, el pequeño de los Noja se daba cuenta de que su padre terminaba a las siete de la tarde de trabajar y luego seguía echando horas, y a veces llegaba a su casa a las doce de la noche, mientras que “el señor Gregorio, el panadero, que trabaja siete horas diarias, veía a sus hijos todos los días y comía en su casa. O sea, que el panadero, más bruto que un arao, vive mejor. ¡¿Pero qué me está usted contando?!”. Siguió estudiando, y a los 17 decidió que quería ser piloto de aviación.
—¿Por qué piloto?
—Porque mi amigo más íntimo, José Manuel González, había hecho los cursos de piloto de complemento y a mí me fascinaba aquello; eso de que un elemento esté en el aire, que sea libre. Me parecía increíble.
Por supuesto que en su casa le dijeron que ni hablar (para su madre la aviación era sinónimo de guerra y muerte, y no en ese orden). “Pero a los 17 ya eran los cojones de mi padre o los míos”. En este punto, sin embargo, apareció una de las primeras manifestaciones de la fortuna que fueron guiando la vida de Pepe Noja hasta la fecha. Otra madre, la de su gran amigo José Manuel, cuya familia era de muchos posibles, dijo que le pagaba los estudios para ingresar en la escuela de pilotos, a cambio de que se lo tomara en serio. Su padre empezó a acudir a su habitación no para levantarlo, sino para que se acostara de una vez, estudiando aún a las tantas de la mañana. Quedó el número 2 de entre los aspirantes. “Y estoy seguro de que el 1 fue por enchufe, porque yo miraba mi examen y no veía un fallo” —la retranca es continua en Noja, pero lo dice en serio—. “Y entonces cuando voy a mi casa y lo cuento, mi padre me dice que vale, que está conmigo. La madre que lo parió. Hice el examen para ser piloto y aprobé; nos presentamos cerca de 5.000 muchachos, y eran 50 plazas. Y entonces ya, mi padre orgulloso de mí. Es que es la hostia”.
“Y tú me dirás: oye, Pepe, que la entrevista no era para esto, pero es que me estoy desahogando”.
Día de Reyes, 1961
Pero esta entrevista no tenía un para esto o para aquello: si uno, al entrevistar a alguien, se ciñe a un guión, puede acabar más perdido que si lo llevara, porque puede perderse lo que quiera que la conversación quisiera aflorar por sí sola —infinitamente más interesante de lo que uno pudiera esperar—, y ahí sí que estás perdido. Igual que en la propia vida. Tratamos siempre de encontrar un guión, un mapa, un manual para saber cómo vivir, sin levantar la vista del suelo, cuando es justo eso, muchas veces, lo que nos impide darnos cuenta de que tenemos el camino delante de las narices. Igual que en el arte.
A Pepe Noja no le hizo falta nunca hacer demasiadas cábalas, porque ciertos hilos misteriosísimos y certeros se le fueron siempre adelantando. Ya era piloto, con apenas veinte años, cuando una mañana, junto a su inseparable amigo José Manuel, les paró en la calle de Alcalá un señor muy distinguido con acento raro que apenas balbuceaba español, preguntándoles por el jefe mayor del mismo banco en que trabajaba su padre. Le llevaron allí, claro. Y una cosa llevó a la otra, y el señor distinguido resultó ser un empresario muy importante de Holanda que tenía a su vez muchos amigos importantes allí; también en la compañía aérea KLM. Después de varios vinos, les preguntó si querían trabajar de pilotos en su país. “Pues claro, ¡ya mismo!” “Pero tiene que ser uno solo”. “Pues tú, Pepe”, dijo José Manuel. Y en lo que dura un parpadeo Pepe Noja era piloto en Ámsterdam, con veintipocos años, una salud de hierro (de acero), el futuro glorioso por delante.
—¿Usted cree que el funcionamiento de las cosas tiene más que ver con el destino, con la voluntad, con la suerte?
—No, yo no creo en nada. Con todos mis respetos, porque la mayoría de los que me rodean creen en Dios. Lo que no me cabe la menor duda es que tiene mucho que ver la persona. Cuando estoy en fundición y me vienen los muchachos jóvenes, recién salidos de Bellas Artes, los pobres, a preguntarme ¿y qué hay que hacer para esto?, yo les digo: mira, levantarte por la mañana y pensar que eres escultor y nada más. Como no lo pienses, ¡déjalo, no pierdas el tiempo! Lo segundo es formarte al máximo. Y fíjate tú: un tío que nace en Málaga, que coge una lámina de hierro, hace un círculo, unas tiras así. Y le da una tridimensionalidad y se carga 2.500 años de todo lo estático y reverencial, que era lo único que tenía la escultura, y lo pone en el mercado al nivel de la pintura. Ese señor se llamaba Pablo Picasso. Los mandó a tomar por saco a todos. Es decir: primero, pensar que sois escultores; después, que debéis seguir investigando: ¡no os paréis a imitar! Imitar es al principio, porque hay que poner algo en la mesa. Eso es el comienzo. Y tienes que aprender todas las técnicas; la cerámica, el óleo, la acuarela. Porque de todas se aprende. Y la suerte. ¡Como no tengas esa asignatura! Hay que estar cerca de ella. De alguna manera. Ponte a hacer cabriolas en la calle, pero búscala.
—¿Cuál es el día que usted recuerda haberse levantado pensando que era escultor, o artista?
—Eso fue por el Gobierno holandés. Y empezó el seis de enero, día de Reyes, de 1961. Yo estoy allí; KLM. 22 años, dinero, joven [llegó hasta a jugar en el Ájax de Ámsterdam]. Todo va funcionado extraordinariamente hasta que llega el día más duro de mi vida.
No es que uno sea listo, aquí somos casi todos gente muy normalita. Te tienes que ver en situaciones
El “día más duro” de la vida de Pepe Noja comenzó con una revisión médica rutinaria, tras la cual le apartaron y le hicieron esperar (media hora precisamente). Hasta que, “como en las películas de Hitchcock”, entró en una sala con cinco señores de bata blanca. Y el jefe del equipo médico le dijo: Señor Noja, vamos a darle una noticia que no es agradable, pero queremos que sepa que todo va a ser relativo, y se tomarán las mejores decisiones para usted. Le dijo: Lo sentimos mucho, pero tiene que abandonar la aviación (por una rinitis crónica.)
“Día de Reyes del año 1961”, dice. Y se nota que Noja recuerda las frases de aquel médico, pronunciadas en neerlandés, sílaba por sílaba, cincuenta y cinco años más tarde. “A un chaval, después del recorrido que había tenido que hacer, cuando había logrado la ilusión de su vida, con 800 horas de vuelo. Me eché a llorar”.
Ese mismo día de Reyes, puede que en los mismos instantes en que todo esto sucedía, el padre de Noja le escribía una carta desde Madrid. Decía: Querido hijo, que el próximo año y los venideros sean tan buenos como éste. “Ya me habían dado la baja, y él no tenía ni idea. Lo que es la vida. En fin”.
Pero nunca se sabe, no podemos tener nunca idea de cuál es el fin último, y oculto, de lo que sucede. El “día más duro” de la vida de Pepe Noja, o uno de ellos, fue el que le apartó de la aviación: y el que le llevó a otro sitio insospechado. Sucedía que, en ese tipo de casos, la seguridad social holandesa estipulaba que se le hicieran al individuo todos los test psicotécnicos y psicológicos posibles para dilucidar en qué otra cosa podía tener aptitudes, en qué trabajo podía funcionar bien (y ser feliz). “Yo tenía ya en la cabeza el volver a España, al banco, puf” Pero, después de un par de exámenes, alguien le preguntó: “¿Ha estudiado usted arte?” Y no, Noja no había estudiado arte. Siempre había dibujado bien, sí; incluso había tratado de sacar algún dinero en Madrid, en los tiempos en que su padre le decía no a todo, haciendo dibujos para reclamos publicitarios de bares. “Es que da usted unos conocimientos del aire que no son normales para alguien que no ha estudiado. Se considera que podría hacer un examen para ingresar en la Famous Artists School [americana; la primera escuela de arte del mundo, que tenía ya sede en Ámsterdam]”. “Para mí que me estaban tomando el pelo”, bromea Noja. “Pero con esto respondo a la pregunta que me has hecho”. A ésa de cuándo empezó a pensar en sí mismo como escultor, o artista.
Noja ingresó en la escuela de arte más prestigiosa del mundo, efectivamente. Por supuesto, previo examen in situ en que le pidieron dibujar cualquier cosa, lo que quisiera, en menos de cinco minutos, con un papel, un pincel y un tubo de acuarela. Agua, para humedecer, no había. Entonces se echó saliva en la mano izquierda, y con eso pudo dar mayor consistencia a “una barcaza en un riachuelo, unos pajarillos, una gaviota”. ¿Y cómo ha conseguido usted estos rasgos tan finos?, le preguntaron luego.
—Te las tienes que ver. Porque no es que uno sea listo, vamos a ver; aquí somos casi todos gente muy normalita. Lo que pasa es que te tienes que ver en situaciones. Y ahí entra mucho el sentido positivo o negativo de tu mente, cómo ves tú las cosas. Es así. Porque hay momentos en mi vida en que he dicho: Pepe, o eres el mejor o te vas a la mierda. Ésta es la lucha que había. Entonces tú te lo tienes que creer. Tú te levantas y tienes que ser escultor. Tú tienes que ser un gran periodista, ¡hostias! [...] ¡Sí! ¡Pero además te lo tienes que creer!: Yo soy capaz de hacer mi obra, saber interpretar al que tengo enfrente, y plasmarlo de manera que ilusione al que lo lea. ¡Claro! Si no, ¡retírate, vete!
[Decíamos al principio que Pepe Noja es acero que arde: pero no arde como un incendio, sino como una hoguera; pura humanidad ardiente y contagiosa. Afuera, sigue lloviznando sobre un día mortecino de octubre; sobre esta mesa de una cafetería moderna y anodina del norte de Madrid crepita una chimenea, y se está bien.]
Uno de los cuadros se llamaba Payaso, y consideraron que era Franco. No tenían dos dedos de frente
En fin: allí, en Ámsterdam, Noja empezó a estudiar arte en serio. Se echó una novia autóctona, de buena familia; aprendió holandés (inglés ya sabía). Sus primeras incursiones fueron pinturas al óleo que pronto tuvieron fortuna (“no me quiero engañar: la familia de mi mujer de entonces ayudó” a ello en los comienzos). Se hizo un nombre como pintor. Y en torno al año 67 (no había cumplido aún los 30) recibió otra carta desde España; pero esta vez no de su padre, sino de Carlos Robles Piquer, Director General de Cultura Popular y Espectáculos del régimen entre 1967 y 1969, y cuñado de Manuel Fraga. Poniéndole todas las alfombras rojas para exponer en Madrid.
—Me emocionó la cosa. Perdí el equilibrio. En esos momentos hay que dejar a éste [se señala el corazón] y pensar con ésta [se señala la cabeza].
—¿Se arrepintió?
—Sí. Yo envié la exposición porque me dieron la sala del Prado del Ateneo de Madrid, que era entonces extraordinaria. Pero luego me dicen que me censuran. Uno de los cuadros se llamaba Payaso, y consideraron que el payaso era Franco, ¡como no tenían dos dedos de frente! Entonces yo fui allí como un pajarito. Como un cabrón. Viene Carlitos Areán, director de la sala del Ateneo, y me dice: ‘Mira, quitamos éste, nos ahorramos follones, y te van a dar otra en la Gran Vía’. Para ésa me traje otra pintura que se llamaba Libertad, que representa una figura con unas cadenas rotas. Y entonces me dicen que no, que ese cuadro tampoco. Y con la exposición puesta ya, los carteles hechos, cogí todos los cuadros, los monté en el camión, y a tomar por saco, ahí os quedáis. Aun así quisimos quedarnos en España, sabiendo que ya estábamos señalados, tratando de seguir teniendo un mercado hacia afuera. Y así fue mi vuelta. Entonces conocí a Pablo Serrano, el escultor más grande que hemos tenido, y establecimos una relación casi de padre e hijo. Ahí empezó mi amor por la escultura. Porque fui pronto dejando la pintura; o, mejor dicho, me fue dejando la pintura a mí. Mis cuadros eran ya pura tridimensión.
Cilindros abiertos
“Es que la pintura es un engaño”, explica Noja, medio en serio (o en serio del todo): “Yo te pongo sobre una base plana un infinito: pero qué coño, ¡si está ahí, la tridimensión está ahí!”
Una entrevista también es un engaño, pensándolo bien; un trampantojo: uno trata de plasmar sobre un folio (una pantalla) la imagen fija de un rostro que en realidad es infinito, que escapa continuamente a la petrificación, que no quiere ser estatua sino una cosa orgánica que no deje de moverse. Pero no hay más opción que seguir cincelando esa figura (esa mirada de zorro bueno bajo las gafas, de jovencito algo gamberro de 78 años). Desde hace décadas la vocación, u obsesión, de Noja ha sido siempre la misma: el arte, de la gente y para la gente: “¿Por qué tengo todas esas obras en la calle? Porque yo he partido de que la obra es para el pueblo. Y ya hemos acabado con esa historia del arte en castillitos para la gente pudiente, como acabó Picasso con el escultor metido en el cementerio haciendo angelitos”.
—¿Y cómo es el proceso; de qué manera llega a plasmar materialmente esas ideas?
—Primero tienes que colocarte en situación, empatizar; si no, no merece la pena, no vas a transmitir el sentimiento a la obra. Hice Libertad porque aquí no la había. Las cárceles llenas. Había cantidad de amigos míos. A Eduardo de la Fuente lo cogieron [los grises] delante de mí porque no tuvo la sangre fría de darse la vuelta (yo diciéndole ¡date la vuelta, date la vuelta!, aquí en Alonso Martínez). Por manifestarse. Eso significaba meses en la cárcel, en aquellas cárceles. Mueren mujeres como ratas, por el puto machismo, por la puta razón de la fuerza [es el tema que más ronda su taller últimamente para ponerse manos a la obra]. Primero ves esa situación terrible; luego haces el desarrollo intelectual de la obra, tu orientación hacia el final, los elementos. Al principio con lápiz y papel, y al final el diseño, cómo acomodas la idea al material que quieres utilizar. Y finalmente, vital para mí, la ubicación. [Sus obras pueden encontrarse tanto en Móstoles (tiene allí una contra la pena de muerte) como en Estrasburgo o Nueva York.]
“El cuadro Libertad”, un símbolo para él en más de un sentido, “lo empiezo en el año 62. Me encierro en mi estudio, en Holanda, y lo termino en un par de meses. Después de una conversación con un amigo hispanista de allí, muy importante, salgo con la idea muy clara de que este cuadro lo tengo que hacer real, le tengo que dar vida. Y me propongo recorrerme 22 cancillerías europeas, para que todos los presidentes de Gobierno me lo firmen. Estuve hasta el año 76, que entró el cuadro en España. Lo tengo en mi casa, firmado.
—¿Y ahora? ¿Cómo ve lo que sucede ahora?
—Te hago a ti la pregunta, como persona joven: vosotros, que estáis en estas condiciones, que tenéis una formación, que lo estáis teniendo tan difícil, ¿qué pensáis? ¿Qué se os pasa por la cabeza, con vuestras ganas de vivir, con el sentido de la justicia, con todo lo que está pasando?
Busco que los niños puedan tocarla. Yo ponía la mano en cualquier sitio y me llevaba una hostia
“Pero por supuesto que de todo se puede salir”, repone al cabo. “Y que podría ser mucho peor, qué duda cabe”. Hace ya rato que Pepe Noja se ha olvidado de la grabadora (“ah, qué bien, así no se te olvidan tantas cosas”), igual que se olvidó del retraso, igual que se olvidó del sueño aquel de ser piloto cuando quiso la fortuna que encontrara el del arte. Lo único que no parece olvidar, con mirada insomne de francotirador, este hombre tremendo y humanísimo, es la injusticia; o lo que él cree que es injusto. Todo para él está “politizado”, dice, pero no en clave de pensamiento petrificado, sino como una manera permanente de estar en el mundo.
—Yo tengo 65 monumentos públicos –repite la cifra–. Cilindros, nudos. Mi vida son cilindros abiertos siempre, siempre en libertad. Yo estoy en contra de todo lo que sea opresión, dictadura. Son eslabones, que es lo que me gusta decirle a la gente joven: ilusión, apertura, no penséis que podéis caer. Yo he sido afortunado, sí. Sobre todo ha sido reconocido mi trabajo. Y mi idea. Yo he dicho que el arte es del pueblo y para el pueblo y que la cultura no se puede dar según la división económica de la gente.
—¿Y cuál es su anhelo, qué es lo que quisiera que la gente viera o sintiera con sus obras?
—Bueno, para mí lo primero son los niños. Si queremos hacer algo mejor, un país mejor, una civilización con mayor grado de sentimiento y responsabilidad ante los dramas, lo primero son ellos. Y busco que los niños puedan tocarla (yo, en mi tiempo, ponía la mano en cualquier sitio y me llevaba una hostia). No: es para tocarlo. Si vieras la de Gijón [Solidaridad], que es un tobogán. Abajo tiene un hoyo. Hay que ver cómo se divierten los niños con esa pieza.
—Una última pregunta. ¿A quién ha admirado o admira más?
—Pues mira —responde, sin pensarlo apenas—, a una persona que ha hecho mucho, mucho por mí, que me ha cambiado muchas cosa de la vida, y que se llamaba Willy Brandt. Cuando fui a que me firmara el cuadro, Libertad, salió él mismo a recibirme [Noja era aún muy joven, aún no se le abrían tantas puertas, mucho menos oficiales]. Estamos hablando de un ex alcalde de Bonn, de un ex canciller de Alemania, de un premio Nobel de la Paz. Y ese mozo vino hacia la puerta, y cuando la abrió el ordenanza de turno, se encontró conmigo, mientras yo entraba; me puso la mano en el hombro y me dijo, en un inglés perfecto: Enhorabuena. Yo no me lo esperaba. Era un momento difícil, porque no me esperaba ese recibimiento.
Tras casi dos horas de conversación, la voz de Pepe Noja, con su eco de acero caliente, se entrecorta por primera vez. Se emociona, por cosas que sólo esa estatua viva puede (y debe) saber, al recordar su encuentro con Willy Brandt (la persona que más admira, junto a Javier Ledesma; ambos por su “humanidad”); al recordar otras muchas cosas que recuerda u olvidaba recordar, en el mediodía de octubre y lluvia de Madrid, tantos años después.
Se quita un momento las gafas, se aclara los ojos, sin dejar de sonreír, y se apaga así la grabadora.
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CTXT ha acreditado a cuatro periodistas —Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste— en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
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Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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