Al filo de la democracia
Ramón Marcos Allo 23/11/2016
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Estamos caminando al filo de la democracia, con riesgo de caer no sabemos dónde. El gran cambio político que está viviendo el mundo es el síntoma de un cambio más profundo, una transformación cultural que lleva años gestándose, si bien es la victoria de Trump lo que ha hecho saltar todas las alarmas. Una parte de la sociedad cada vez más numerosa está perdiendo la confianza en la democracia como la mejor forma de gobierno, el mejor modelo para conseguir la prosperidad de las sociedades, y eso es un peligro para los que creemos en un sistema de libertades.
Son varias las causas de esta pérdida de confianza.
Desde la década de los ochenta del siglo pasado, la democracia parecía inseparable de la idea del “mercado libre”, como un perfecto regulador de los intereses generales que sólo necesitaban para funcionar bien que el Gobierno interviniera lo menos posible. Después de la crisis, esta idea de los mercados perfectos, que en buena medida sustituyó a las grandes ideologías fracasadas en el siglo XX, se ha venido abajo. Lejos de servir para extender la prosperidad prometida, estos mercados libres y globalizados han empeorado la vida de mucha gente en Occidente.
Los ideólogos de estos mercados —economistas neoliberales que ejercen su función con el dogmatismo característico de los sacerdotes de una religión, como en otras épocas hicieron los voceros del socialismo real, del fascismo o de cualquier otra secta— exigen además constantes sacrificios a su dios, que siempre cuenta con las mismas víctimas propiciatorias. Así se pretende que quienes padecen la precarización de sus trabajos o el recorte de servicios y prestaciones se sientan ellos mismos culpables de su situación, mientras una minoría no deja de mejorar hasta el punto de creer que es posible desligarse del devenir de sus propias sociedades aceptando como su única sociedad el mercado mundial.
Se ha visto que el progreso tecnológico no siempre conduce a una mejora de la sociedad
Por otro lado, si nos fijamos en uno de los grandes beneficiarios de la globalización, como es China, país donde mucha gente ha salido de la pobreza, comprobamos que se trata de un país en el que no rigen las reglas del libre mercado y cuyo sistema político no es la democracia liberal. Y que, sin embargo, ha adoptado políticas a largo plazo que han permitido crecer su economía y mejorar la vida de su población y que está dando un gran salto en su capacidad tecnológica.
También, se ha visto que el progreso tecnológico no siempre conduce a una mejora de la sociedad y que puede coexistir junto con sistemas éticos profundamente arcaicos que condenan a las mujeres a un estado de subordinación y restringen las libertades más básicas.
En los países de Occidente y más allá, la constatación de hechos como el crecimiento de la desigualdad y el empobrecimiento de capas cada vez más amplias de población, junto con la ruptura de la cohesión de sus sociedades, unida a la falta de alternativas culturales y el éxito de modelos autocráticos como el chino, ha puesto en tela de juicio, como decíamos, no sólo el “mercado” sino también la propia democracia. Esta carencia de respuestas ante los nuevos retos empuja a la gente, en Occidente y más allá, hacia aquello que en un tiempo les dio seguridad, como el nacionalismo o el fundamentalismo religioso, y además la convierte en pasto de iniciativas populistas que no se basan en hechos, pues sólo buscan acaparar el poder excitando, y canalizando, la indignación y el descontento.
Es probable que veamos cómo Estados Unidos renuncia a las políticas de libre comercio como un instrumento de política internacional
De este caldo de cultivo surgen tanto el Brexit y Trump, como el repliegue de Turquía y el abandono de su voluntad de integrarse en la UE o parecerse a los países europeos, el reforzamiento del modelo Putin, el éxito del dominio de China en Asia --hasta Filipinas está girando hacia China y abandonando a Estados Unidos-- y el debilitamiento de la Unión Europea con el crecimiento del populismo y el nacionalismo.
En los próximos años es probable que veamos cómo Estados Unidos renuncia a las políticas de libre comercio como un instrumento de política internacional para imponer su modelo económico y de sociedad y se repliega en sus intereses haciéndose una sociedad más cerrada; cómo China sigue a lo suyo y si es capaz de afrontar los grandes cambios que se van a producir en su sociedad y el fin del modelo vigente americano; cómo Rusia persiste en su modelo autocrático y se expande internacionalmente en su potencial militar; como el fundamentalismo religioso sigue manteniéndose como un reto global.
El sueño de Europa se debatirá entre la desintegración renacionalizadora o el nacimiento de nuevas ideas
Y, ¿qué veremos en Europa? El sueño de Europa se debatirá entre la desintegración renacionalizadora o el nacimiento de nuevas ideas que respondan a los nuevos retos y la conviertan en un referente mundial. Nuevas ideas exigen diagnósticos adecuados: nuestros problemas fundamentales no son la emigración, el tamaño del Estado del bienestar o tener un amplio régimen de libertades. El problema fundamental es carecer de ideas nuevas para dar respuesta desde la defensa de las sociedades libres a nuevos retos, como el descomunal cambio tecnológico, del que en parte estamos descolgados, que puede hasta redefinir el concepto de humanidad; la concentración de poder en corporaciones, algunas de las cuales tienen más información sobre nosotros que la que podía soñar el más totalitario de los Estados, que está generando enormes desigualdades y una élite ajena a los problemas de sus conciudadanos; la capacidad de nuestro planeta de aguantar el crecimiento económico que permita la mejora del nivel de vida de todos; y la defensa de la libertad individual y de las oportunidades para una vida mejor.
El desarrollo de los riesgos y de las soluciones en Europa pide otro artículo. Cabe decir, no obstante, que las soluciones no pueden ser burocráticas, deben sustentarse sobre nuevos valores y estar basadas en el principio de objetividad. Si renunciamos a eso, si al buscar soluciones no exigimos el respeto a los hechos y la búsqueda de la verdad, habremos dado un paso más allá del filo de la democracia.
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Ramón Marcos Allo es abogado. Fue diputado autonómico en Madrid por Unión Progreso y Democracia desde 2011 hasta 2015.
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