Salir del “si una peseta me diera cada español”: los medios alternativos ante su financiación
Naiara Puertas 25/11/2016
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Sí, lector. Se encuentra usted ante otro de esos artículos escritos por periodistas sobre la crisis del periodismo. En general abro Twitter cuando comienzo mi jornada laboral y es tal la miríada de iniciativas del tipo esta-sí-que-es-la-buena (¡Mi libro cambiará la historia de la ciencia política! ¡Este medio sí que va a hacer periodismo de verdad! ¡Colabora para que podamos representar la obra de teatro definitiva!), que no cabe otra cosa que hacer una apuesta con una misma y preguntarse: “A ver quién me pide dinero hoy --y para qué--”. Mi amigo Víctor acuñó una expresión alternativa al denominado micromecenazgo o crowdfunding y lo llama “desharrapaos pidiendo dinero a otros desharrapaos”.
Menos anglosajón pero más sincero. Y precisamente acerca de esto el periodista de CTXT Guillem Martínez y quien suscribe tuvimos un intercambio de impresiones durante el congreso Mediaflows que bajo el título La Nueva Comunicación y los procesos de movilización política: partidos, medios y ciudadanos se celebró la semana pasada en Valencia: sobre cómo abordar la sucia cuestión económica en los medios de comunicación que carecen –y buscan acérrimamente carecer-- de grandes financiadores. Es, claro, mucho más agradable comentar que somos los buenos, los que hacemos lo de calidad, información que no es de agencia, los que queremos transformar la sociedad, alguna vez hasta nos infiltramos en las cloacas del Estado y todo; iniciativas pequeñas que malviven y necesitan tu apoyo (¡ayúdanos!) contra esas otras ya cooptadas por los grandes bancos, empresas, constructoras y demás. Vamos: los malos y nosotros. Que somos los buenos. ¿Qué mejor prueba de lo buenos que somos que el hecho de que no tengamos un duro y te estemos pidiendo dinero a ti? ¡Sin periodismo no hay democracia!
Hace unas semanas Diagonal se reunió con más de una veintena de medios de comunicación para poner en común El Salto
Hace unas semanas en Madrid el periódico quincenal Diagonal se reunió con colaboradores, activistas y más de una veintena de medios de comunicación de todo el Estado para poner en común El Salto, una iniciativa que busca aunar esfuerzos con el fin de crear una nueva plataforma en la que cooperar en vez de competir. El nuevo reparto de la tarta mediática y la crisis de credibilidad de los medios tradicionales han abierto una brecha en la que no hay otra que moverse: o aprovechamos la coyuntura o la coyuntura se nos lleva por delante. Fue relativamente fácil hacer una tormenta de ideas sobre cómo queremos ser, y hay tiempo de ver cómo integramos los audiovisuales, si le damos más cancha a la investigación e incluso qué nombre le damos a la plataforma y qué estatus tendrían en ella los medios territoriales o tematizados. No hubo problemas para enumerar de carrerilla sus virtudes (su independencia, su cuestionamiento del poder, el hecho de sacar a la luz lo que otros no es que no tengan tiempo de sacar, es que ocultan deliberadamente), pero todo esto sucumbe ante lo que me gusta llamar “la maldición del captador de ONG”: todos sabemos la importantísima labor de Acnur o de Médicos sin Fronteras en escenarios de conflicto. Sin embargo, cuando un captador nos aborda en una avenida, da igual el día o la hora… Tenemos prisa.
Y es que existe un miedo larvado a hablar de dinero, e incluso el peligro de dar por hecho que sí, que por supuesto, que vamos a pasar de 5.000 a 7.000 suscriptoras porque somos muy buenas y además muy majas. ¡Cómo no nos van a dar dinero, con lo que soltó por esa boquita Pedro Sánchez en el Salvados aquel! Vivimos en la paradoja de necesitar de modo imperioso ampliar la base social –de hecho uno de los puntos que quedó colgando fue para quién escribimos-- y eso implica que esa base social quizá carezca del –permítaseme la expresión-- apego militante que generan las suscripciones. ¿Cómo solucionar tal paradoja? No se trata de forrarse el riñón, sino de dotar la nueva infraestructura de cierta sostenibilidad que garantice que su independencia no pasa por la autoexplotación y el voluntarismo de empleados y colaboradores. No podemos normalizar escribir sobre la reforma laboral y meternos 12 horas en redacción “por la causa”. Esto es periodismo situado, no una religión. No hay virtud en lo anterior. Parece además como si desde algunas instancias se rechazase cualquier modo de desahogo económico para hacer más heroica la actividad, y no es así. Como comentó una de las presentes, hay un momento muy especial para quien escribe o hace contenidos audiovisuales, que es cuando llega a un público al que no pensaba llegar.
Si tenemos entre nuestras premisas retratar realidades obviadas, sería bastante demencial que solo se encargaran de ello quienes económicamente se lo pudieran permitir
Aunque ese público no vaya a todas las manifestaciones porque no pueda o porque no le apetezca. Llegar a un público un grado menos politizado/movilizado/militante es un éxito, no una mácula. Si hay transformación social se da porque esos públicos se mueven, no porque los de siempre nos estemos transfiriendo dinero entre nosotros de manera constante esperando que algún día nos sea devuelto por los amigos. Y dando la vuelta al calcetín al tema de quién nos lee, la cuestión de quién escribe no es menor. Barbara Ehrenreich recordaba en este artículo de The Guardian que en Estados Unidos solo los ricos podían permitirse escribir sobre pobreza dadas las diversas barreras de entrada (carestía de la universidad, exigencia de posgrados) con la excusa de que si te gusta mucho esto pagas lo que haga falta. No es privativo de allí. Dejando de lado que haya que pagar 13.300 euros para hacer prácticas remuneradas (entendiendo por remuneración una devolución muy sui géneris del importe de la matrícula) en El País, pero dándole un ropaje formativo para que no parezca que están pagando por currar; existe un riesgo real de que ocurra tres cuartos de lo mismo en los medios contrahegemónicos por muy enfrente que digan situarse. En un escenario de concentración creciente del capital, y si sus salarios no aseguran un mínimo por encima de la mera subsistencia, se encontrarán en la tesitura de tener una redacción que lo fía todo a una supuesta “motivación” de sus integrantes menos favorecidos –como en una escuela de emprendedores cualquiera-- mientras otros más afortunados escriben complementando ese pírrico sueldo con colchones familiares. Si tenemos entre nuestras premisas retratar realidades obviadas por diversas razones, sería bastante demencial que solo se encargaran de ello quienes económicamente se lo pudieran permitir.
Más allá del lógico aunar contenidos, también es una cuestión de conseguir trabajar mejor, de estar mejor nosotras. Solo una plataforma mediática potente puede acabar con la fatiga de la mendicidad, del “si una peseta me diera cada español” y ponemos tu nombre en chiquitito en agradecimiento en este libro/peli/loquesea, dejando de lado la inexistente heroicidad del David mediático que vive monacalmente. No deberíamos cortarnos –bajo ciertas premisas-- en ir a por montantes más gordos de pasta en vez de que nos financie el que está igual de mal que nosotros –porque espera ese dinero de vuelta-. Somos trabajadores, no monaguillos.
Naiara Puertas es colaboradora de Diagonal y escribe el blog Domingos en Chándal.
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