Tribuna
El 'trumpismo' ya era popular antes de la irrupción de Trump
Es posible que Mariano Rajoy carezca del estilo histriónico del presidente electo, pero su comportamiento demuestra un entusiasmo aislacionista muy similar: a lo largo de su primera legislatura en el gobierno, la ayuda al desarrollo ha caído un 70%
Gonzalo Fanjul 29/11/2016
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“Usted sabe lo que pasa. En Afganistán, construyen una carretera. Al final de esta bonita carretera construyen una escuela. Bombardean la escuela, bombardean la carretera y todo empieza de nuevo. Y en Nueva Orleans y Alabama no podemos construir escuelas. Yo quiero reconstruir los Estados Unidos”. Cuando Donald Trump realizó estas declaracionesen 2011 al icono televisivo de la derecha Bill O’Reilly, ni siquiera él podía soñar con llegar a la Casa Blanca. Sin embargo, sus palabras capturan la esencia del discurso simple y aislacionista que hemos llegado a conocer demasiado bien. Un discurso que en el futuro podría ser letal para el esfuerzo global contra la pobreza, las enfermedades y el cambio climático.
A lo largo de los últimos veinticinco años, el número absoluto de quienes viven en la pobreza extrema se ha reducido en más de mil millones de personas. La proporción de los niños que mueren antes de cumplir los cinco años ha caído a la mitad y la educación primaria universal es prácticamente una realidad en el conjunto del planeta. La relación de buenas noticias se extiende a ámbitos tan íntimamente ligados a la dignidad humana como la mortalidad materna, el acceso de las niñas a la educación, el disfrute de agua potable o la protección de la biodiversidad. A pesar de los importantes retos que tenemos por delante, este salto social acelerado no tiene precedentes en la historia de la humanidad y ha sido posible gracias a una alineación estratégica de los recursos de la comunidad internacional, que solo en la financiación de la ayuda al desarrollo ha incrementado su esfuerzo un 66% desde comienzos de este siglo.
A lo largo de los últimos veinticinco años, el número absoluto de quienes viven en la pobreza extrema se ha reducido en más de mil millones de personas
Poco de todo esto podría haber ocurrido en ausencia de los Estados Unidos. Aunque en términos relativos su ayuda al desarrollo está muy por debajo de la media de la OCDE (0,17% de la Renta Nacional Bruta en 2015, frente al 0,3% medio del conjunto de los países ricos), uno de cada cinco dólares de la cooperación internacional proviene de esta nación. Lo que es igualmente importante, sus gobiernos han liderado o apuntalado algunas de las iniciativas más eficaces en este ámbito, como los fondos globales público-privados concebidos para extender la vacunación y luchar contra el VIH-SIDA, la malaria o la tuberculosis. Incluso ante el reto del cambio climático –donde el debate popular estadounidense se caracteriza por una desoladora ignorancia de los hechos científicos-- la implicación norteamericana durante los últimos ocho años ha sido instrumental en el desbloqueo de las negociaciones y el compromiso de China, India y otras potencias emergentes.
Este panorama podría cambiar radicalmente si Donald Trump decide poner en práctica lo que prometió en campaña. Si el anuncio mismo de su candidatura incluía referencias inquietantes a la cooperación (“Es necesario que invirtamos en nuestra infraestructura, dejemos de enviar ayuda internacional a países que nos odian y utilicemos este dinero para reconstruir nuestros túneles, carreteras, puentes y escuelas”), a lo largo de estos últimos meses el presidente electo ha utilizado mítines y debates para levantar dudas sobre la limpieza y la eficacia de la ayuda. Los ataques al multilateralismo refuerzan la agenda ensimismada que propone a sus conciudadanos y que tiene precedentes en la tentación aislacionista de los americanos en momentos claves de la historia como las guerra mundiales.
A lo largo de estos últimos meses el presidente electo ha utilizado mítines y debates para levantar dudas sobre la limpieza y la eficacia de la ayuda
La realidad es que una regresión política y presupuestaria de la cooperación estadounidense podría tener consecuencias devastadoras. En primer lugar, incluso una congelación de los recursos existentes puede amenazar el futuro de una agenda del desarrollo que es más amplia y ambiciosa que nunca. Tomen el ejemplo de la salud global: si los Objetivos de Desarrollo del Milenio limitaban las prioridades a un puñado de enfermedades olvidadas y a la reducción de la desnutrición y la mortalidad materno-infantil, la nueva agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible a 2030 se enfrenta a retos tan relevantes como la transición epidemiológica de los grandes países emergentes --donde ya no se muere de malaria sino de cáncer y hepatitis C-- o la introducción de alguna forma de cobertura universal de salud en todos y cada uno de los países del mundo (incluyendo, claro está, a los EEUU). Los beneficios potenciales de esta agenda en términos de bienestar humano son extraordinarios, pero no tanto como la combinación de recursos económicos, voluntad política y creatividad que exigirá su puesta en marcha.
Algo similar se puede decir de las negociaciones para detener el calentamiento global. La elección de Trump fue recibida en la reciente Conferencia de las Partes de Marraquech con una mezcla de incredulidad y desolación. Tanto el candidato como alguno de sus primeros nombramientos han tratado este asunto con una inconsciencia que alarmaría a un niño de primaria, asumiendo una posición equidistante entre las tesis del 99,9% de los científicos y la del 0,1% restante y amenazando con actuar en consecuencia. Como ha señalado The Economist, Trump no necesita romper la baraja para poner en aprietos el delicado proceso de negociaciones. Basta con que dé marcha atrás en los compromisos establecidos por Estados Unidos en materia de mitigación de gases de efecto invernadero o que se descuelgue de la financiación de los mecanismos de adaptación al cambio climático, que ascienden en total a unos 100.000 millones de dólares anuales.
Ningún asunto es más alarmante que la posición del nuevo presidente en el tema de la movilidad humana, una de las encrucijadas éticas y políticas de nuestro tiempo
Pero ningún asunto es más alarmante que la posición del nuevo presidente en el tema de la movilidad humana, una de las encrucijadas éticas y políticas de nuestro tiempo. Dejando a un lado las posiciones filo-xenófobas de su campaña con respecto a la inmigración económica, Trump ha dejado claro que cuestiona en términos legales y prácticos las obligaciones internacionales en materia de asilo. En el corto plazo, esta posición reforzaría las actitudes impermeables de otras regiones de destino como Europa y Australia. En el largo plazo, amenaza con reconsiderar un sistema obligatorio de acogida internacional establecido a partir de 1951 y que, en todo caso, lo que necesita es ser ampliado para incorporar nuevas necesidades de protección como el desplazamiento forzoso por razones climáticas.
Es difícil identificar alguna oportunidad en todo este panorama. Nuestra principal esperanza reside en el carácter volátil de un hombre que declara que, en materia de política exterior, se “consulta a sí mismo”. También en la posibilidad de que una interpretación revisada de los incentivos en juego lleve a Trump a corregir o matizar lo que ha prometido. De hecho, ya está provocando una confusión considerable en asuntos como las políticas climáticas o la lucha contra el SIDA, donde ha expresado su voluntad de continuar con la iniciativa presidencial PEPFAR.
Mientras tanto, la pregunta es qué haremos todos los demás. Y una buena manera de demostrar lo poco que nos gusta el discurso de Trump es actuar de manera diferente, también en España. Es posible que Mariano Rajoy carezca del estilo histriónico del presidente electo, pero su comportamiento en algunos de estos ámbitos demuestra un entusiasmo aislacionista muy similar: a lo largo de su primera legislatura en el gobierno, la ayuda al desarrollo ha caído un 70%, se ha volatilizado la apuesta por las energías renovables y España se distingue en la crisis de refugiados por esconder la cabeza más hondo aún que otros países europeos. En algunos lugares del mundo, el trumpismo era popular mucho antes de la aparición de Donald Trump.
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Gonzalo Fanjul
Investigador y activista contra la pobreza. Es cofundador de la Fundación porCausa de periodismo e investigación y dirige el área de análisis de políticas de ISGlobal. Es investigador asociado del Overseas Development Institute y autor del blog de El País 3.500 Millones.
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