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Matteo Renzi.
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“En Italia la situación es grave pero no seria”, solía decir Ennio Flaiano, periodista y también magnífico guionista de célebres películas de Fellini.
La campaña electoral para el referéndum sobre la modificación del Título V de la Constitución [el que regula las relaciones entre el Estado y las regiones] responde a esa idea de farsa que caracteriza y clasifica tantos aspectos de la vida pública italiana. La reforma prevé la modificación de un tercio de los artículos de la Carta Magna: 47 de 135.
La Constitución resulta ser una ocasión, un pretexto en torno al cual se juega un partido cuya única finalidad es el poder, el ejercicio del poder, sin que importe la sistematización constitucional, el juego de los contrapesos –verdadera linfa de la democracia-, las relaciones entre los diferentes organismos del Estado.
Los que apoyan el Sí responden al dictado político de Matteo Renzi, el jefe del Gobierno; los del No son todos los demás, retazos de la corriente minoritaria del mismo Partido Democrático (PD), el partido del primer ministro, de la izquierda radical, de la derecha berlusconiana, de los leguistas xenófobos y antieuropeos, del Movimento 5 Stelle, la organización postideológica engendrada por los “FUCK OFF DAY” del excómico Beppe Grillo, seria candidata a la victoria en las próximas elecciones políticas.
El Sí, apoyado por la poderosa Confindustria y por Obama. El No, por Massimo D'Alema, Silvio Berlusconi o Mario Monti
Por una parte el Sí, apoyado por la coalición gubernamental, por un amplio sector de la prensa que cuenta, por la poderosa Confindustria –la asociación de los empresarios-- , y, por último, por el sorprendente respaldo del presidente Obama, que ha elogiado el espíritu reformista del florentino Renzi.
Por otra, una menestra con varias verduras, más o menos maduras, en donde se encuentran jóvenes grillinos, frutos verdes sin identidad y con poca cultura política, actores demasiado decadentes, como el excomunista Massimo D’Alema y el excavaliere Silvio Berlusconi -- los cuales, tras haber marcado una gris y problemática temporada de la vida pública, se han unido ahora en la búsqueda de improbables papeles que interpretar-- y ex primeros ministros bendecidos por la UE, como Mario Monti, que dio una entrevista a Corrierre della Sera explicando por qué votará en contra.
Sin embargo, el escenario ha cambiado profundamente e incluso un personaje salido de la pluma genial de Luigi Pirandello tendría dificultad para orientarse en esa escenografía creada por otros.
En el centro, firmes en el espacio indefinido entre el Sí y el No, se alinean las jerarquías eclesiásticas, celosas de su milenario poder, que es además su milenaria sabiduría, y que parecen esperar que la corriente del río arrastre otro cadáver político o que el sistema se resquebraje, para asestar un nuevo golpe y proponerse como fuerza secular estabilizadora.
Pero, ¿qué se votará el próximo 4 de diciembre, una verdadera reforma o una contrarreforma?
El proceso legislativo, puesto en marcha en abril de 2014, es el más amplio intento de reforma desde 1948, año en el que entró en vigor la Constitución.
En la papeleta electoral los italianos encontrarán cuestiones esenciales tales como cambios en el procedimiento de elección del presidente de la República o la supresión de las provincias
En la papeleta electoral los italianos encontrarán la cuestión sobre la superación del bicameralismo perfecto (dos Cámaras con los mismos poderes), al atribuir la actividad legislativa casi enteramente al Congreso y la representación de las autonomías territoriales al Senado, la reducción del número de senadores y su nuevo sistema de elección, y la atribución de la confianza al Gobierno a la Cámara única. Y además, cambios en el procedimiento de elección del presidente de la República, modificaciones en la relación entre Estado y regiones con la introducción de la “cláusula de supremacía”, es decir, del principio por el cual, en los casos de interés nacional, las decisiones del Estado prevalecen sobre las de las regiones, y, finalmente, la supresión de las provincias.
Para los detractores se trata de una reforma amplia y caótica que debilita algunos poderes de garantía, como el del Senado, a favor del reforzamiento del Poder Ejecutivo.
Para sus defensores, un cambio que debería servir para garantizar la gobernabilidad y una racionalización de los costes de la maquinaria del Estado.
En realidad, las verdaderas armas de los detractores son otras: obviando la discusión sobre la reforma de la Constitución, en los debates se han impuesto otros argumentos como el estancamiento de la economía, el euroescepticismo, el miedo a los flujos migratorios a lo largo de las costas del sur, una tendencia antisistema que se impone sobre lo social y que responde a un simple silogismo: se vota No, sobre todo, para hacer caer un gobierno al que no se quiere y, ya más tarde, si acaso, se hablará de modificaciones constitucionales, sin duda necesarias.
También son otras las armas del primer ministro Renzi: la mayoría de las veces el primer ministro antepone su interés en sacar adelante una ley financiera claramente electoral al debate técnico sobre los cambios que la reforma prevé en la organización del Estado. Como en la época de la Democracia Cristiana, las medidas vuelven a centrarse en asuntos como la condonación fiscal para todos –un tema muy atractivo para el italiano medio y para aquellos con grandes fortunas--, los incentivos para las empresas de la fiel Confindustria y la enésima promesa de construir el puente en el Estrecho de Messina para unir Sicilia con la península, definida por los isleños como “el continente”.
No habrá ni reforma ni contrarreforma hasta que los italianos no perciban un sentido de Estado diferente, reprimiendo un poco su desenfrenado individualismo a favor de una mayor responsabilidad individual y colectiva.
O quizá solo somos meros espectadores de una nueva farsa, con un Berlusconi --¡precisamente él!-- reaparecido en estas horas para sostener que votar “Sí” significa llevar al país hacia una deriva autoritaria, hacia el fin de la democracia.
Nos olvidábamos: algunas veces los italianos van un paso por delante de los estadounidenses, un personaje como Donald Trump en Italia lo deglutimos hace veinte años, lo digerimos gradualmente, y, por fin, lo expulsamos recientemente, cuando la indecencia dio paso a la desvergüenza.
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Traducción de Valentina Valverde.
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Autor >
Pierluigi Morena
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