Crónica Judicial / Gürtel
La Gürtel y el último abrazo a Rita Barberá
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 23/11/2016
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“Tengo en mi retina la imagen de una Rita abandonada como una perra por los suyos… Los mierdas que le han abandonado… ellos verán lo que hacen”. Álvaro Pérez caminó hacia las cámaras de la puerta en el receso, pegadito a su abogado para no perder el control, aunque sirvió de poco. El Bigotes andaba echando pestes desde primera hora y, al final, después de muchas solicitudes, se arrancó. Embargado por una suerte de indignación solidaria, parecía querer dejar claro que Rita Barberá tenía unos “suyos” que no le daban la patada, y que él se encontraba entre ellos. Los suyos estaban en la Audiencia Nacional, esperando sentencia.
Mientras le enchufábamos el móvil a Pérez, vino a nuestra cabeza la imagen de Rita en el Congreso saludando a Margallo:
—¡Margui, Margui!— tirando de apodo cariñoso, lo cual siempre es una apelación al pasado, y en este caso, un intento de soborno emocional para recuperar, si no el reconocimiento, al menos, la atención de sus amigos.
Había sinceridad en Álvaro Pérez, una sinceridad no exenta, como nunca lo está en él, de cierta dosis de espectáculo. Si él no llega a izar la bandera de apoyo a la exalcaldesa de Valencia, igualmente, su sombra habría planeado sobre los presentes. La Gürtel no puede desvincularse de Valencia, ni de Barberá ni de Louis Vuitton.
Ironías de la vida. El vestíbulo estaba atestado de gente. Más que de costumbre. Normalmente, entre la grisura de los trajes y el negro de las togas, el paisaje textil de las sesiones judiciales se acerca bastante al luto. Cosas del azar, un grupo de estudiantes, no menos de quince, había acudido de público a la vista, de modo que una gama de colores nada habitual (rojos, azules eléctricos, verdes, beiges) destellaba en la Audiencia. Las risas de los chavales, el curioseo entre tanto corrupto famoso, le daba a todo un extraño toque de recreo.
Antes de que comenzara a declarar Alicia Mínguez, el juez aceptó la solicitud que días atrás había formulado el letrado de la acusación del PSM: que comparecieran como testigos algunos altos cargos de la Comunidad de Madrid para explicar la magia trilera que se traían con las facturas en la época de mayor vigor de la trama. El presidente del tribunal admitió que se elabore una lista de diez personas para que acudan a declarar.
Sobre Alicia Mínguez pesa una petición de 19 años de prisión por cohecho, malversación de fondos públicos, falsedad documental, fraude a las administraciones públicas… Según el ministerio fiscal, Mínguez, una joven que allá por 2002 saltó de su módulo de grado medio a las empresas de Correa, habría sido la responsable de las facturas y la contabilidad de parte del edificio gurteliano.
Mínguez fue a repetir que no sabía nada de nada, que era una mandada, una suerte de transcriptora de facturas sin conciencia, una mecanógrafa o algo así: a poco estuvo de decir que sus funciones eran servir cafés y pasar la mopa.
La doña de las facturas es una criatura apocada. Su cara tiende a desaparecer, ya sea detrás de unas gafas excesivas o de su propio cabello. Mientras no declaraba, era habitual verla agachar la cabeza y cubrirse con dos lonchas de pelo que se dejaba caer sobre el pecho como visillos. Durante unos días, de Mínguez apenas conocimos la nariz. Luego, cuando se despejó el banquillo, se sentó detrás de Peñas y desapareció del tiro de cámara.
La acusada tiene una oralidad de adolescente, un moteo de acné de adolescente y una gesticulación de adolescente: estaba incómoda, torcía los morros, movía las cejas, se miraba las uñas; al defenderse, al decir que no, que no, que no, que no, le brotaba una ronquera fastidiada en la voz, un jolines que no se atrevió a pronunciar.
Mínguez racaneó en palabras durante todo el interrogatorio. Soltaba un no sé tras otro mientras la fiscala Concepción Nicolás iba mostrando hojas de costes y facturas de distintos actos para la Comunidad de Madrid: 25 aniversario de los ayuntamientos democráticos, Aguirre colocando primeras piedras, Aguirre homenajeando a César Pérez de Tudela, Aguirre en Madrid Rumbo al Sur, Aguirre en el Rally y, en general, parte de la movida del día a día del Aló Espe en el que se convirtió la autonomía.
“Alicia no era nadie”, llegó a decir la procesada, “era una empleada más… se ha tenido la idea de que Javier, Isabel y Alicia eran los que mandaban, pero Alicia no tenía nada que ver”. Así, en tercera persona, se refirió a sí misma, emulando la voz de la calle o de los medios que, según ella, han fabricado una Alicia impostora y falsa.
Ella era una empleada más, como decía de sí misma Isabel Jordán. Para Jordán, ser socia y jefa de varias empresas no impedía que se considerara un soldado raso. Para Mínguez, tampoco negaba su inocencia el hecho de que aflorara en la sala un correo donde, claramente, se le mencionaba como la persona que había asumido funciones de gerencia. Ella “nunca jamás” ejerció como tal.
Jordán, de vuelta al banquillo, miraba los documentos proyectados en las pantallas laterales mascando chicle. Reconocía aquellos papeles y sonreía, con cariño, como si los saludara. Algo comprensible, eran los mismos archivos que habían esgrimido contra ella. Concepción Nicolás trató de averiguar qué había detrás de la partida ‘varios’, presente en todas las hojas de costes. Detrás de ‘varios’, según el ministerio fiscal, está el bolsillo de Alberto López Viejo. Al delfín de Aguirre, de hecho, se le vio perder poco a poco la paciencia ante unas respuestas que no le parecían convenientes.
Anteriormente, en el receso, Correa, Crespo y Nombela ya habían rodeado a la acusada. Era imposible comprender el barullo: “Hay que decir la verdad”, se oía, “la verdad”. Difícil aclarar si la felicitaban o la criticaban. “La verdad, que mira lo que le ha pasado a Rita”, dijo alguien de entre la masa de abogados. El regresar del descanso, la raya del pelo se le había ladeado.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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