Crónica Judicial / Gürtel
El colapso de Isabel Jordán
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 9/11/2016
Isabel Jordán, durante su declaración en la Audiencia Nacional.
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El día 8 de noviembre había sillas vacías en la primera línea de la bancada de los abogados; menos cámaras frente a la puerta de la audiencia y menos periodistas en la sala de vistas. Pesaba una resaca general por una sesión de lunes manejada con cierta solvencia por la responsable de varias empresas de la Gürtel, Felisa Isabel Jordán, que debía seguir respondiendo a la fiscal. Ya a primera hora, el juez Julio de Diego se aguantaba la cabeza y se masajeaba la frente para exorcizar un sopor prematuro. Esperábamos más de lo mismo. Jordán, sin embargo, traía el aspecto viciado que caracteriza a quienes han dormido poco o mal o a quienes se han retorcido tanto el seso que una noche de sueño no es capaz de reparar el daño. Algo había cambiado. Empezó a augurarse lo que acabaría ocurriendo: en menos de una hora, la procesada iba a perder el control y, entonces, su abogado, martilleando los pies bajo la mesa, nervioso, iba a tener que suplicar un tiempo muerto, dos veces.
Hubo varias señales previas del colapso. La seguridad de la procesada se había esfumado al verse proyectada a través de los medios de comunicación la noche anterior. De hecho, antes de comenzar, interrumpió al tribunal porque quería aclarar sus palabras sobre Bárcenas, que se habían propagado por todas las cabeceras: lo de que el cabrón era el extesorero y no el empresario Luis Delso. Dijo que ella había oído a Correa llamar dos veces cabrón a Bárcenas, pero que eso no implicaba que fuera el mismo Luis del soborno de 72.000 euros. En realidad, sí había dejado caer esta segunda apreciación en la sesión del lunes, pero verse en la pantalla, en primer plano, debe meter un vértigo importante en el estómago.
Jordán apareció más vulnerable, en su cara, por momentos, se leían los 39 años de prisión que pide la fiscalía. Llegó más grave y más torpe y la fiscala Concepción Nicolás sin variar un grado su voz piadosa (una voz que se achacaría a alguien acostumbrada a tratar con niños) fue, poco a poco, guiándola hasta el agujero de las irregularidades que cometió dentro de las empresas de la trama.
A Felisa Isabel Jordán le pesa un fantasma que es ella misma hace varios años, en las declaraciones de la fase de instrucción. Ahora, no recuerda o esquiva afirmaciones que realizó: “Imagínese que me ponía por primera vez delante de un magistrado y, además, era el señor Garzón”.
La seguridad de la procesada se había esfumado al verse proyectada a través de los medios de comunicación la noche anterior
Nicolás, cumpliendo con su labor de arqueóloga procesal, fue lanzando a la acusada muestras de sus viejas palabras. El juez Garzón le había preguntado si era una comisión lo que pagaban a Alberto López Viejo, delfín de Aguirre, y Jordán había respondido que sí. Sin embargo, ahora, la acusada lo negó: “Yo no estaba dando seguridad, yo decía que me lo imaginaba, no porque hubiera entregado dinero… era de oídas”. Jordán trató de escudriñar el documento, de cazar una muestra de duda, un “quizás”, un “me imagino”, pero el juez Hurtado zanjó el asunto: “Ya lo interpretaremos nosotros”. La exadministradora de Down Town tendría que repetir muchas veces que jamás entregó sobre alguno durante la sesión.
Se proyectaron en pantalla numerosas facturas engordadas de diferentes actos realizados para la Comunidad de Madrid, facturas, por ejemplo, donde se aplicaba un 10% de sobrecoste. La fiscal preguntó si se correspondía con una comisión por la concesión del trabajo. Jordán se lució: “Comisión como tal, no”.
La ambigüedad la precipitó al hoyo, y en el hoyo, como no, la esperaba López Viejo y, detrás de él, la Comunidad de Madrid, las instituciones, el Partido Popular.
La esposa del exviceconsejero de Aguirre posee una empresa de restauración y, entonces, acababa de abrir el restaurante Hacienda Argentina. Para preparar la inauguración, contrató a una de las empresas de la trama: folletos, tarjetones, azafatas… Jordán lo recordaba. En ese momento, Concepción Nicolás exhibió un correo de la persona encargada de gestionar el negocio: “Sólo preguntarte si los costes de lo del restaurante de Alberto los divido en tres y los imputamos a distintos actos de la CAM (Comunidad Autónoma de Madrid) como hicimos la otra vez”. Ahí comenzaron los balbuceos de la acusada, las sílabas quebradas. Quizás se olía la que le caía encima, o sea, su propia respuesta a aquel email que la fiscal expuso enseguida: “Sí, ok, imputar los costes a diferentes actos”.
La ambigüedad la precipitó al hoyo, y en el hoyo, como no, la esperaba López Viejo y, detrás de él, la Comunidad de Madrid, las instituciones, el Partido Popular
Jordán trastabilló, no era lo mismo la factura final que la imputación de gastos: “En vez de abrir una hoja más, se imputó a una hoja de… pero no imputar… no significa que se cobre, sino que… significa que ese gasto no se ha perdido, que tiene que pagar y va imputado como coste”. Su defensor, Gustavo Galán, saltó: “Señoría, le pediría que adelante el receso, mi clienta está agotada”. El juez dijo que bueno, pero que en cinco o diez minutos. Cinco o diez minutos que el letrado pasó agitándose en la silla, entrelazando los dedos, retorciéndose las falanges, tratando de no resoplar. Según parecían indicar las pruebas, las azafatas de la mujer de Viejo, las pagaron todos los madrileños: sus gastos se escondieron en las facturas de otros actos institucionales deportivos y culturales.
Fue uno de esos recesos sepulcrales, de bocas tapadas y pómulos serios: casi daba ganas de preguntar dónde estaba el cadáver, a quién se estaba velando. Correa, como no era su entierro, fingía que se olía los sobacos: levantaba un brazo y otro y se metía la nariz. No adivinamos qué pretendía, pero le hizo el gesto a un par de compañeros y sonrió. Hay algo infantil en Don Vito que trastorna la imagen mental que nos hemos ido componiendo de él: una extraña propensión al jugueteo.
Según parecían indicar las pruebas, las azafatas de la mujer de Viejo, las pagaron todos los madrileños: sus gastos se escondieron en las facturas de otros actos institucionales deportivos y culturales
Al regreso, la fiscal interrogó a Jordán sobre facturaciones en Madrid, Pozuelo y Majadahonda. La acusada aseguró que eran los funcionarios quienes determinaban los pasos a seguir: “Ellos indicaban, esto dentro del contrato y esto fuera”. Era un modo de obrar habitual en la comunidad. Para evitar descender a los detalles en el interrogatorio, habitualmente, la antigua administradora gurteliana, se perdía en diatribas sobre la gestión, en desgloses de las cuatro fases, por ejemplo, del proyecto Parjap. Hasta llegó a poetizar: “Vas deshojando pétalos para tener todo el proyecto unido, como una margarita”.
Concepción Nicolás trató de enlazar a la acusada con Carmen Rodríguez Quijano, exmujer de Paco Correa y jefa de gabinete de Guillermo Ortega, exalcalde de Majadahonda, que, según se cree, gestionaba en la sombra el ayuntamiento. Quijano es la encarnación de la unión entre la política y las empresas implicadas. En cambio, Jordán se lavó las manos y se desvinculó de la política diciendo que las reuniones que mantenía con cargos institucionales eran exclusivamente técnicas, se aferraba a la palabra “técnica”, se notaba que percibía en ella un refugio, una exculpación. Si algo quedaba claro, a las dos de la tarde, es que Jordán necesitaba refugiarse.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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