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Entre los acusados de la Gürtel se percibe una nostalgia de barco. El yate o el velero deslizándose, el mar largo, el salitre, los tapizados de lujo, la laca de la madera, el aire en la cara. Correa, si uno se fija, tiene cara de velocidad, un perfil óptimo para cortar el viento, hasta se peina muy fuerte hacia detrás, simulando el azote del aire. La navegación posee una dimensión simbólica muy útil para cualquier corrupto. Ofrece una evidencia de riqueza y lujo, pero además extiende una pátina aristocrática sobre quienes la practican. Un corrupto se compra un barco para convencerse y convencer al mundo de que no delinque por criminalidad, sino porque su estatus se lo permite. Si Correa, aunque ahora parece que lo niega, se bautizó como Don Vito y no como Toni Soprano sería, seguramente, porque soñaba con merecer una distinción señorial, con cambiarse el color de la sangre.
El día 29 de noviembre (que ya no estaba en la Audiencia Álvaro Pérez El Bigotes con sus tobillos al aire como preparados para caminar de proa a popa), fue Ricardo Galeote, exconcejal de Estepona (Málaga) del PP quien recordó el papel de los barcos en la trama. “Correa me llamaba y me decía, vente si no tienes nada que hacer y navegamos juntos. Sí, empezamos a tener cierta amistad”, recordó a la sala.
El último día habían terminado de declarar los acusados pertenecientes al grupo Correa. Ahora arrancaba el turno de los políticos, lo cual supuso un cambio de caras. Las sesiones se orientan en estos días hacia Estepona y Majadahonda. Hurtado eximió de asistencia a algunos procesados: Bárcenas, López Viejo, Álvaro Pérez, Alicia Mínguez, Javier Nombela… A cambio, regresaron otras piezas clave, entre las que destacan Carmen Rodríguez Quijano la Barbie, exmujer de Francisco Correa. Ricardo Galeote dijo al tribunal que la conocía de tomar el sol en la cubierta del barco. Aunque fuera por mero efecto del relato, a Quijano, impoluta y con coleta, le brilló el moreno, un moreno que no encaja mucho con su pelo rubio. Se sentó al lado de José Luis Peñas. De tanto en tanto, se hablaron al oído.
Para Ricardo Galeote, Correa obró de buena fe. Es más, el jefazo ahorró al ayuntamiento de Estepona “miles de euros”. Don Vito, según Galeote, perdió dinero en los trabajos que realizó en el municipio, un modo de funcionar poco esperable en alguien que ha perdido la cuenta de la pasta que esconde en el extranjero.
Galeote se ofendió cuando la fiscala Concepción Nicolás lo interrogó sobre si había recibido comisiones por la concesión de contratos a Special Events. Según el escrito de acusación, el exconcejal, entre 2001 y 2003, aprovechándose de su gerencia de la sociedad municipal de Turismo y Actividades Recreativas, favoreció al cabecilla y le concedió adjudicaciones por valor de 56.000 euros a cambio de 7.500 en comisiones que recibió camuflados como viajes organizados por la agencia Pasadena, tanto para él como para personas allegadas.
Ricardo Galeote es hijo de José Galeote, exconcejal de Boadilla del PP que sirvió de enlace para que Francisco Correa hiciera el agosto junto a Arturo González Panero El Albondiguilla. El padre fue imputado por el juez Pedreira en 2009.
En la mañana del 29, el estreno de la sección política del proceso elevó el número de cámaras presentes en la entrada. En los últimos días la acera de la calle Límite se había desertizado. El acusado correspondió a las expectativas y revivió el juicio a golpe de mandoble.
Se defendió con saña. Permanecía en la silla un poquito adelantado, apretaba las manos contra la mesa y las desenvainaba a la mínima. Cuestionó cada coma del interrogatorio, desde el contenido de las preguntas de Nicolás hasta los documentos que se proyectaban. “Esto no es una factura, ¿dónde está el NIF? Esto no es nada”. “El papel no está sellado, no es un documento, es un escrito”. Despreciaba las pruebas sistemáticamente, desautorizaba su naturaleza y su contenido. Galeote se desquitaba así de los años de instrucción y de los meses de banquillo: criticó hasta la madera de los asientos de la sala.
En sus reacciones, el de Estepona parecía buscar una justicia emocional, una reparación de daños. Mezcló riñas, quejas y fanfarroneo. Se esforzó en que se notara que se sabía las facturas de memoria, recitó cifras, fechas, y presumió de gestión al frente de la sociedad municipal de turismo: “Me dijeron: estás generando beneficios, empieza a equilibrar un poquito las cuentas porque nos retiran lo que aportan. No era normal que una empresa pública genere beneficios”.
Los hechos son que, por iniciativa de Galeote, el ayuntamiento contrató a Special Events 3.000 metros cuadrados de moqueta y 15 carpas. Ahí es donde, según él, un Correa generosísimo perdió dinero. La sociedad municipal que gestionaba el declarante escogió Special Events porque la oferta de la empresa dirigida por Isabel Jordán era insuperable. El precio habitual de un metro de moqueta ascendía de ocho a once euros en el mercado, Don Vito lo ofrecía a dos euros. En cuanto a las carpas, el acusado aseguró que sólo ellos le ofrecieron un “tratamiento ignífugo en techo y laterales”.
—Cuando veo el extintor ahí me da pavor—señaló la bombona roja que colgaba tras la fiscala— ¡debería estar allí!—indicó otra pared, y aprovechó para cuestionar las salidas de emergencia de la sala.
Galeote vendió escrupulosidad y lo hizo bien, o al menos movió el ruido suficiente como para descolocar a Concepción Nicolás, a la que al final de la sesión acabaría pidiendo disculpas por su tono; no obstante, antes de eso, el ministerio público se entregó a desglosar las presuntas comisiones percibidas por el procesado. Los 7.500 euros, vistos de cerca, se convirtieron en billetes de tren, noches en hoteles, pasajes de avión: gastos que iban de los 40 a más de 1.000 euros en el caso de un viaje a Punta Cana.
En los papeles aparecía el nombre de Annetta Pichmaier, antigua novia del exconcejal que también figura en la ‘contabilidad B’ de las empresas gürtelianas, ya que Correa se hizo cargo de una deuda suya de 30.000 euros. Según la acusación, el nombre de la expareja se usó para encubrir los pagos ilegales. En cambio, la versión de Galeote se centraba en que Pichmaier estaba en los papeles porque les hacía las funciones de traductora en ferias y eventos internacionales: iba en funciones porque no tenía contrato. Otro argumento más para la imagen benedictina que el acusado llevaba toda la mañana construyéndose.
También afloraron facturas dirigidas a ‘Clientes Central’, una etiqueta que usaban Correa y Crespo para los clientes mimados. De esas facturas se encargaba igualmente la ‘caja B’: eran una invitación, un pago por servicio político.
Ricardo Galeote, no obstante, confesó ante su abogado el que, según él, fue el único regalo que recibió de Correa: un polo de Ralph Lauren de 15 dólares. Eso sí, olvidó contar si lo estrenó en una de esas veladas de navegación que disfrutaba con Don Vito. Un polo de marca es un complemento náutico perfecto.
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Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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