Crónica Judicial / Gürtel
Memorias del ricachonismo gürteliano
Además de la económica, había otra burbuja importante que también estalló y que ahora esquivamos porque nos sentimos un poquito avergonzados: la de lo hortera
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 24/11/2016
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La Gürtel no sólo es el resultado de la mala idea de unos cuantos personajes pintorescos que se aliaron para atascarse los bolsillos; detrás de la trama hay rasgos de una cultura que nos gobernó durante años: nació con los sueños de pelotazo en los ochenta y se fue condimentando y enseñoreando en los noventa hasta que reventó en la primera década del siglo. Reventó porque se quebró la tarima flotante que la sostenía, o sea, la burbuja económica. Había, no obstante, otra burbuja importante que también estalló y que ahora esquivamos porque nos parece una broma y, además, nos sentimos un poquito avergonzados: la burbuja de lo hortera y del ricachonismo de salón. Ese fantasma ridículo reaparece de tanto en tanto en la Audiencia Nacional:
--Montaron las Corsarias, y ahí perdió dinero todo el mundo-- dijo el acusado Javier Nombela de pasada en su declaración ante el tribunal.
Hubo miraditas pájaras por toda la sala, alguna risilla. Nombela se refería a Vuelven las corsarias, un espectáculo de cabaret que montaron las empresas de la Gürtel en el 2005. Las protagonistas eran Marlene Morreau y Malena Gracia, que cobraban entre 400 y 600 euros diarios. A los pases no fue ni el apuntador y echaron la persiana en cuestión de días.
Las Corsarias eran al teatro lo que la Gürtel al país, el enquistamiento de la cultura del materialismo superficial, del exhibicionismo, de la mediocridad adecentada a base de billetes, de la silicona como signo de poder y del erotismo rancio. “Metemos a dos jamelgas famosas que enseñen muslamen y nos forramos”, puede que pensaran algo así o puede que lo hicieran para blanquear dinero; no obstante, lo más terrible es que, seguramente, creyeron que con esa obra estaban reservándose un hueco de pleno derecho en el mundo del arte. Morreau y Gracia, las pobres, zanqueaban como podían en el escenario.
Dijo Antonio Muñoz Molina que cada época arroja un residuo en forma de mendigos y vagabundos del que todos nos desentendemos porque tenemos un porcentaje de culpa, y lo cierto es que por arriba, por la cúpula, las épocas dejan también un desecho: eso es lo que vemos cada mañana en la calle Límite. Y de este, efectivamente, también tenemos todos algo de culpa. Sólo debemos recordar que existía un despropósito llamado Noche de Fiestaque triunfaba la noche de los sábados.
De este barrizal que se juzga, hablamos ya de lo serio, de lo judicial, la Comunidad de Madrid está jugando a eso, a desentenderse. Porque la corporación se persona como acusación en la causa, pero está por estar. El día anterior Alicia Mínguez, la presunta tahúr de las facturas, achacó al Ejecutivo de Aguirre la responsabilidad en el troceo de los recibos, los cambios de conceptos y de empresas y demás malabares. La procesada había aceptado responder a las preguntas del letrado de la Comunidad y él podría haber aprovechado el turno para profundizar en los delitos que manchan la imagen de la administración a la que representa. En cambio le planteó sólo dos cuestiones:
—¿Usted se llama Alicia?
—Sí.
—¿De verdad?
—Sí, hombre, sí.
—No hay más preguntas.
Las preguntas fueron otras, pero el efecto para la causa fue el mismo. La primera fue si estaba bajo órdenes de Nombela y Jordán, y la segunda si alguna vez había cuestionado las órdenes de sus superiores. Las dos cosas se habían contestado ya. A la presidenta Cristina Cifuentes se le da muy bien decir que repudia la corrupción: sabe ponerse muy seria siempre. El abogado de la Comunidad es una prolongación de la cara contundente de Cifuentes: sólo es eso, un gesto.
Mínguez, en el interrogatorio de su abogado, confirmó que se limitaba a obedecer y que no se percató de la pomada. De hecho, cuando registraron la sede de la empresa, mandaron a casa a algunas empleadas y ella tuvo la posibilidad de esconderse en el bolso el pen drive que luego aportó tanta información a la causa. No lo hizo. No sabía que había cosas que ocultar.
Javier Nombela, que fue el siguiente en declarar, insistió en que las funciones de Mínguez no iban más allá de la pura mecánica administrativa. Nombela es un licenciado en Economía que se afilió en los noventa al PP y que, después de más de un año en el paro, se entrevistó con Correa en un hotel y embarcó en Special Events. La fiscalía le pide 19 años. Entró a las órdenes de Jordán y acabó encargándose de la gestión contable.
El acusado, tipo compacto, con barba convincente, buen manejo de los párpados y proclive a ejercer una seducción de tipo guardiolesco, habló de regalos. Un año llegaron decenas de cajas a la sede. 100 bolsos. “No sé para quién eran, pero estuvimos todos envolviéndolos con papel de regalo”, recordó.
A Isabel Jordán le tiró varias piedras. Llegó a decir que había mentido y no declinó la posibilidad de remarcar que ella controlaba todo el proceso de las hojas de costes y que, a veces, engordaba, manu militari, los volúmenes de facturación. En un momento, el abogado de la jefa de Pozuelo, el tío más cariacontecido de la sala, miró a su defendida como diciéndole: “Sí, ya sé, ya sé”.
Nombela, igual que se ponía a envolver sobornos con asas, se tiraba al suelo para montar escenarios y ayudar con el atrezo de los actos: “No se me caen los anillos”. Al mencionar el polémico homenaje del 11 de marzo, agachó la cabeza: “Hubo cosas muy desagradables que no voy a explicar”. El acusado rechazó la palabra “entramado” porque los medios la usan para envenenar y adoptó una postura de defensa comercial que no se oía desde las comparecencias de los jefazos: “Éramos un grupo de empresas de eventos, creo que si no éramos los mejores, estábamos cerca”. Hay quien oyó el paraguas de Crespo y de Correa abriéndose sobre su cabeza.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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