TRIBUNA
Feminizar el poder
No hay que feminizar, o mejor, “des-masculinizar”, la política en general sino el poder con medidas de paridad a todos los niveles y así tener unos poderes legislativo, ejecutivo y judicial “normalizados”
María Pazos Morán 4/12/2016
National Womens's Party ante la Casa Blanca.
WIKIPEDIA
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Debemos agradecer a Pablo Iglesias que, al hablar de la feminización de la política, haya puesto sobre la mesa un gran tema. Bendita ocasión para abordar esta cuestión central en el movimiento feminista que, hasta ahora, no había conseguido atraer la atención de muchos compañeros.
Antes, destaquemos con alegría lo muchísimo que puede activar cualquier debate social el líder de una formación política con 71 escaños por medio de unas simples declaraciones. Esto da una idea del éxito que podría tener una verdadera campaña pedagógica en pro de los cambios estructurales que esta sociedad necesita urgentemente para la igualdad de género y, más ampliamente, para la equidad social.
Pablo Iglesias nos explica que “el espacio fundamental de la política no es el Parlamento”. Pues bien, en ese sentido amplio, la política no es homogénea sino que presenta zonas feminizadas y zonas masculinizadas. Más concretamente, está feminizado el trabajo de base y todo lo que tiene que ver con el cuidado. Por otro lado, está masculinizado el Parlamento y todo lo que tiene que ver con el poder.
El protagonismo de las mujeres en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca es un buen ejemplo. De hecho, como manifiesta Ada Colau, ese protagonismo es una continuación de su/nuestra dedicación al cuidado. Las líderes de la PAH son sobre todo mujeres, y los banqueros desahuciadores son sobre todo hombres. O sea, la División Sexual del Trabajo sigue en pie.
Lo que hay que feminizar, pues, no es la política en general sino más exactamente el poder. ¿Cómo? Muy fácil: con medidas de paridad a todos los niveles. En rigor, más que de “feminizar” deberíamos hablar de “des-masculinizar”, para llegar a unos poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) “normalizados”, “paritarios” o “equilibrados”. Cuestión de democracia nada más, y nada menos.
Las dudas sobre si las mujeres que se incorporan a puestos de poder pudieran no servirnos si no son suficientemente feministas, o femeninas, o demasiado mucho o demasiado poco de cualquier otra característica, siguen ilustrando el doble rasero por el que se nos juzga: un hombre, en cualquier situación, pertenece al “espacio de los iguales” (así Celia Amorós), iguales en consideración y diversos individualmente; mientras que una mujer siempre pertenecerá al “espacio de las idénticas” y será juzgada en referencia a los comportamientos uniformes esperados del grupo. O sea, los hombres son ante todo seres humanos; las mujeres, mujeres ante todo.
En particular, el miedo a que se masculinicen las mujeres que acceden al poder es muy antiguo y ya ha sido tratado por muchas autoras. En España, debemos especialmente a Celia Amorós y a Amelia Valcárcel que, en el momento en el que nos jugábamos importantes avances en paridad, nos quitaran esas telarañas de la cabeza.
Así, Celia Amorós, citando a Amelia Valcárcel, escribe: “el problema… no es en absoluto el tan traído y llevado de si las mujeres, una vez hemos accedido al poder, nos comportamos como los varones, con el consiguiente y se supone que deplorable efecto de que nos desustanciemos como mujeres; seudoproblema total a ojos de Valcárcel. Estamos a mil leguas, una vez hemos logrado el acceso a algún poder, de estar en condiciones de ejercerlo como nuestros colegas varones lo hacen. Y Celia Amorós continúa: “Revelándose como maestra en desactivar los mecanismos conceptuales de inercia que operan para el mareo de las perdices, nuestra autora [Amelia Valcárcel], directamente, hace diana” 1
Es cierto que, como media, las mujeres políticas no se comportan igual que los hombres políticos. Efectivamente, sin tener que hacer nada especial al respecto, las mujeres ya aportamos otras inquietudes, lo que podríamos calificar como una “externalidad positiva” (y nada desdeñable) de la normalización democrática que suponen las reglas de paridad. Pero la variabilidad en torno a la media es amplia, como lo es en el mundo de los hombres. Todas, al igual que todos, deberían tener el mismo derecho democrático a acceder al poder.
Consigamos, pues, que mujeres y hombres tengan la misma representación en las portavocías, en las comisiones ejecutivas de los partidos y sindicatos, en los altos cargos ministeriales y en todos los puestos de poder. Dotémonos de reglas para que a las mujeres se nos conceda el mismo tiempo de intervención que a los hombres en los actos públicos, el mismo espacio en los medios de comunicación, etc. etc. Comprometámonos a que hombres y mujeres sean nombrados para participar igualmente en todas las áreas temáticas. En cuanto a medidas específicas para la des-masculinización de los puestos de poder, eso es lo fundamental que hay que hacer, y funciona.
Por otro lado, si hemos entendido bien, Pablo Iglesias nos dice muy oportunamente que los hombres deben sustituir su actual concepción de la virilidad por otra que les incline más a cuidar y a echar raíces en la comunidad. Eso es, ni más ni menos, la necesaria masculinización de esa parte de la política y de la vida que ahora está feminizada. La cuestión aquí es: ¿cómo cambiar esa mentalidad y comportamiento de los hombres?
Nuestras madres cuidaban casi en exclusiva, mientras que nuestros padres ejercían de "cabeza de familia", y ahí fue donde aprendimos a naturalizar la División Sexual del Trabajo. Las maestras feministas, desde Alva Myrdal a Kate Millet y muchas otras, nos han enseñado que la familia actual (patriarcal) es la primera escuela de desigualdad y dominación.
La buena noticia es que existen medidas efectivas para que los hombres asuman su 50% del total de las tareas de cuidado. La más emblemática es la reforma de los permisos de maternidad/paternidad para que sean iguales, intransferibles y pagados al 100%, como propone la PPIINA; una medida que ya ha sido votada unánimemente por el Pleno del Congreso de los Diputados y que hoy en día demandan más del 90% de los hombres y mujeres en nuestro país.
Junto a la equiparación de los permisos (¡totalmente intransferibles!), son muchas más las políticas necesarias para “masculinizar”, “des-feminizar” o “equilibrar” y reorganizar los cuidados. Sería fácil y funcionaría, pero nos encontramos con un gran escollo: las cúpulas de las organizaciones no prestan suficiente atención a estos temas.
En los grupos parlamentarios, partidos y sindicatos, todo lo relacionado con la igualdad de género y con el cuidado se delega en las llamadas “áreas de igualdad”. Los hombres piensan, esotéricamente, que ocuparse sería interferir e inmiscuirse irrespetuosamente en el trabajo de “las compañeras de igualdad”.
El problema es que, por mucho que “las compañeras de igualdad” quieran cambiar las cosas, quienes toman las decisiones de qué proposiciones de ley se presentan para tramitación en el Parlamento son las comisiones ejecutivas, y esas siguen siendo masculinas.
Así, las dos caras de la moneda son interdependientes: la paridad es necesaria por pura normalización democrática, pero también porque efectivamente las mujeres son más sensibles a los temas sociales y, particularmente a los que se relacionan con el cuidado y con la desigualdad de género. Por otro lado, no podemos esperar a que las cúpulas de los partidos se feminicen. Necesitamos que los hombres que ahora tienen el poder den luz verde a los cambios estructurales, se impliquen y los lleven a cabo con entusiasmo.
Estamos ante una pescadilla que se muerde la cola, y que solo se resolverá con una catarsis social que ponga todo este orden patriarcal en cuestión. Afortunadamente, hoy existen condiciones para que esa catarsis se produzca. Sólo necesitamos voluntad política para responder a la demanda social que ya existe.
Hace medio siglo, Olof Palme, al frente del Partido Socialdemócrata, abordó reformas estructurales que cambiaron radicalmente la sociedad en Suecia y en los demás países nórdicos. Hace una década, el Presidente Zapatero dio pasos importantes, aunque se quedó a las puertas de las grandes reformas económicas y sociales. Ambos líderes fueron reconocidos y enormemente apreciados por la ciudadanía. Hoy, esos cambios pendientes son más necesarios y posibles que nunca. ¿Será Pablo Iglesias, al frente de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea, quien conseguirá que se realicen en España? Desde la parte feminizada de la política, ¡seguimos confiando!
[1] Celia Amorós (2005): “La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias… para la vida de las mujeres”, páginas 385 y 386, comentando Amelia Valcarcel (1997): “La política de las mujeres”.- ambos en Ed. Cátedra.
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Autor >
María Pazos Morán
Investigadora del Instituto de Estudios Fiscales y activista de la PPIINA (Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción). Autora del libro Desiguales Por Ley (Los Libros de la Catarata).
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