ANA POPOVIC / INTÉRPRETE DE ‘BLUES’
“Cuando comencé a tocar, apenas había mujeres en la música”
Ayax Merino 12/12/2016
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Ana Popovic (Belgrado, 1976) es una guitarrista y cantante de blues de rompe y rasga. Con un estilo muy propio y característico, potente y rotundo, lleno de garra, Popovic hace un blues, muy buen blues, recio, pujante, arraigado con firmes raíces en la más venerable tradición, lo cual no impide, antes al contrario, que su música tenga un sabor muy moderno. Pasado y presente aunados, como mandan los cánones.
La intérprete, de gira por Europa, pasa por Madrid con motivo del festival de jazz que la ciudad convoca cada otoño. La ocasión la pintan calva. Después de la prueba de sonido, antes de la actuación, consigo que me hagan un huequecito. Pero la cosa se tuerce. Popovic no está en la sala, ya que anda por ahí de tiendas. Por lo visto, se han perdido sus maletas y no tiene nada que ponerse para salir al escenario, amén de estar muerta de frío, que esta tarde de noviembre el biruji que corre por Madrid es de aúpa. A la fuerza ahorcan, posponemos la entrevista para después del concierto.
Espléndido concierto de más de dos horas, por cierto. Y radiante, con una sonrisa luminosa, firma discos, se hace fotos con la gente, otra firma, otra foto, sin parar. Qué resistencia. Desde luego, tras un viaje desde Los Ángeles y después de tirarse media tarde de compras y dar un concierto, aguanta que da gusto. Esta mujer es incombustible, no se cansa jamás.
Y, por fin, nos sentamos en un saloncito al lado de los camerinos. Saco mis papeles y Popovic pone cara de susto, alarmada. ¿Todas esas preguntas? ¡Son muchas! Consigo calmarla y ya sosegada, me lanzo al ruedo, que para luego es tarde.
Su padre es guitarrista y bajista y organizaba veladas musicales en casa.
¡Sí, así es!
¿Su afición por la música le viene de familia?
Sin lugar a dudas. Procedo de una curtida generación de guitarristas. Mi abuelo tocaba gypsy jazz al estilo de Django Reinhardt. Mi padre toca blues y yo también, así que formo parte de la tercera generación. Crecí escuchando a mi padre y a sus amigos tocar blues en el salón de casa, cosas de Howlin´ Wolf, Etta James, Koko Taylor, Stevie Ray Vaughan, BB King, Buddy Guy, Junior Wells, Albert Collins. Así que con doce o trece años aprendí a interpretar a Etta James y siempre que se reunían y tocaban decían “Vamos, Ana, toca alguna parte”. Y así comenzó todo.
¿Cuándo decidió empezar a tocar la guitarra? ¿Y cómo aprendió?
Empecé bastante tarde, con doce o trece años. Siempre quise tocar la guitarra eléctrica, pero mi padre me decía: “No, no, toca el teclado. Toca la guitarra española”. Pero yo me mantenía en mis trece y mi padre me decía que eso no era para mí. Y yo exclamaba que quería la guitarra eléctrica. Y mi padre: “Oh, esto no va a durar”. Pero lo conseguí, al final me salí con la mía. Al principio tocaba muy poco, empecé con Albert King, algunas canciones sencillas cuyos solos aprendí a tocar exactamente igual que en el disco.
Una décima parte se debe al talento y lo demás es fruto del trabajo
Y luego escuchaba otro disco y otro y otro, ponía los codos, practicaba sin parar. Stevie Ray Vaughan, después Albert Collins, BB King. Escuchaba la música y luego intentaba tocar solos sencillos. Y con dieciocho años, allá por 1995, formé la banda Hush y sólo podía tocar tres canciones, sólo tres canciones. Empecé a tocar tres y el resto del tiempo cantaba, marcaba el ritmo, tres canciones, tocaba un solo. Después fueron cuatro canciones y un solo. Y finalmente logré tocar lo mismo que los guitarristas. Entonces me mudé a Holanda y con veintidós años formé mi propia banda.
¿Cómo fueron aquellos comienzos en Serbia con su primera banda?
Fueron geniales porque iba a clases de guitarra con un guitarrista muy famoso en Serbia y yo era la única chica. Éramos 20 chicos y yo, la única chica. Pensaba que no tenía un gran talento, como otros chicos que tocaban de todo. Yo era muy, muy lenta. Aprendo lentamente, soy una alumna lenta, pero aprendo en profundidad. Me encanta aprender, pero tardo mucho tiempo. No tengo buen oído. No tengo mucho sentido musical. Hay personas mucho más musicales que yo. Personas que lo escuchan todo, que pueden afinar la guitarra, cantar cada melodía. Trabajo un montón para hacer lo que hago. En mi opinión una décima parte se debe al talento y lo demás es fruto del trabajo.
Por aquel entonces, cuando estalló la guerra en su país, todavía era muy joven. Supongo que fue una experiencia traumática, ¿verdad?
Sí, desde luego. Y más tarde, cuando comenzó todo en Belgrado, yo ya estaba en Holanda, así que pasé mucho miedo por mi familia, que seguía allí. Fueron momentos muy duros. Grabé una canción llamada Still making history. Es una canción de tema político sobre la etapa de Milosevic, la manifestación estudiantil y la crisis. Está todo en un disco. En la mayoría de los casos mi música es muy positiva, me gusta mirar el lado positivo de las cosas. Pero en ocasiones es importante pronunciarse, ¿sabes?
Se marchó a Holanda para estudiar diseño gráfico en Utrecht, pero entonces también entró en el conservatorio. ¿Cómo le dio por dedicarse a la vez a cosas tan distintas, al menos aparentemente?
No tan distintas, el diseño también es arte. Estudié en Belgrado y tocaba con mi banda hasta las cinco de la mañana porque allí no se empieza a tocar a las siete y media de la tarde, como aquí en Madrid [este comentario surge porque la hora de su concierto fue esa]. Allí empezamos a medianoche y tocamos hasta las cuatro de la mañana. Después volvía a casa, dormía dos horas y me iba a la academia a las ocho de la mañana. Así fueron mis tres años de estudio.
No voy a Ámsterdam a grabar un disco de blues, ni a Belgrado, ni a Florencia. No tengo nada que hacer ahí
Pero ya había acabado cuando me mudé a Holanda y obtuve una beca de diseño, una buena beca, un cheque gordo y me dije «No. Quiero dedicarme a la música». Ese fue el momento en el que dije no al diseño, devolví la beca y comencé desde el principio. Sin beca, sin garantías. Estaba en una encrucijada, de la que salí decidida a ser sólo músico, nada más que músico. Y fue entonces cuando fundé mi segundo grupo, ya en Holanda, la Ana Popovic Band.
Y luego dio el salto a Norteamérica.
Sí. En mi primer año en Holanda empecé a grabar con una discográfica alemana que distribuía en Estados Unidos. Y entonces tuve la suerte de que me presentaran al Blues Award. La primera europea de la Historia y fui yo.
¿En serio? ¿De verdad?
Sí, sí, en 2000-2001, con mi primer disco, Hush. Fui la primera europea de la historia que fue candidata a ganar ese premio. Por eso siempre intento arrasar allí. Si tocas blues, no importa lo que hagas aquí, en Europa. No es importante. Solo Estados Unidos lo es. Allí es donde el blues tiene un nombre, así que tienes que hacerte un nombre allí. Puedes pasarte toda tu vida aquí y nadie sabrá quién eres. Tienes que ir allí. Por eso siempre voy a Estados Unidos. Todos los discos que saco, los grabo allí, nunca en Europa. Nunca. Para mí es además un proceso de aprendizaje. Voy a Memphis, a Nueva Orleans, a Nueva York. Y aprendo. Cada ciudad tiene influencias diferentes, pero no voy a Ámsterdam a grabar un disco de blues, ni a Belgrado, ni a Florencia. No tengo nada que hacer ahí porque mis influencias vienen del sonido americano, no del europeo. Siempre insisto con EE.UU.
¿Y cómo tuvo la oportunidad de grabar en EE.UU.?
Trabajaba con la compañía Ruf Records y ellos distribuían allí. Mandaron mi material y dijeron que sí, que querían que grabara allí.
¿Ser una mujer, el mero hecho de ser una mujer, le ha puesto las cosas más difíciles? Porque el mundo del blues es, o al menos lo era hasta ahora, un mundo de hombres.
Es un mundo de hombres, pero está empezando a cambiar. Creo que es importante. Siempre pensé que yo tendría un estilo diferente. Tengo mi propio estilo. No es de hombres o mujeres, se trata de mí, Ana Popovic. Por eso, desde que tenía quince años, quería tener mi propio estilo. Trabajo en mis letras. Eso significa que primero tocas un poco de BB King, luego otro poco de Albert King, Stevie Ray Vaughan, cambias de disco, tocas a John Scofield, a algunos saxofonistas, a algunos pianistas. Y te despiertas un día, diez años después, con tus propias letras. Y eso es muy importante para una mujer. Creo que ahora las mujeres están tomando las riendas. Tienen sus propias bandas musicales, son también empresarias. Creo que está cambiando. Cuando comencé a tocar, apenas había mujeres en la música. Bonnie Raitt, Deborah Coleman haciendo lo mismo. Sue Foley, poco antes que yo, pero no eran muchas.
Y no para: giras, conciertos, discos.
Son giras cortas. Ya no hacemos viajes de cinco semanas, ahora suelen ser de una. Una semana y vuelvo a casa. O un fin de semana y vuelvo. Esta vez, que voy a estar tocando por Europa, es más larga y cuando es más larga, vienen mis padres. Pero cuando no vienen es porque son giras cortas. Lo ajustamos todo por los niños y me gusta más. Tengo la excusa para decir: «No. Sólo puedo una semana».
¿Siente una especial predilección por algún músico en particular?
No, no, no puedo elegir uno solo. Hay muchos. No puedes comparar. Es como si te preguntara cuál es tu fruta favorita. Me gustan las manzanas, pero también las uvas. Todos. Albert King, Albert Collins, Stevie Ray Vaughan, John Scofield, Kevin Eubanks. No sé. Tal vez Django Reinhardt, BB King, Albert King. Todos son diferentes.
¿Y alguna mujer?
No he llegado a aprender mucho de las artistas femeninas. Cuando tenía trece años quería sonar como Howlin’ Wolf, para que te hagas una idea. De las mujeres, me gustan Koko Taylor, Etta James. Y las veteranas, como Sara Vaughan, por ejemplo.
Después de sacar su último trabajo, Trilogy, un disco triple, ¿Qué proyectos tiene para el futuro?
Siempre intento hacer un disco diferente y no repetirme nunca. Trilogy es algo especial. Tal vez sea lo mejor que he hecho. Me he acercado a treinta músicos, para conseguir distintos tintes de música, que es lo que quería, con cosas de funk, soul, blues, rock y jazz. Son veintitrés canciones con tres tipos distintos de sonido, completamente distintos. Y ahora quiero algo diferente. De hecho, ya tengo ideas para un nuevo disco. Pero no puedo decirte nada, es una sorpresa.
Escribí una canción sobre Milosevic. Es importante pronunciarse
Es la hora de dar las gracias y despedirse, que no es cosa de seguir incordiando. Pero Ana tiene hambre y quiere ir a picar algo. Me invitan y, claro, me apunto, cómo no. Y allí en un taberna cercana nos sentamos. Ana lo tiene claro, quiere un vino tinto, español. ¡Sí, un Rioja está muy bien! ¡Oye, muy rico! Y entonces Ana dice lo que quiere, gambas al ajillo y pimientos de padrón. ¡Contra, la fastidiamos, de eso no hay en la taberna! Y Ana se enfurruña. Por fortuna, conseguimos convencerla y allí nos quedamos, charlando de mil cosas, de su familia, de música, de sus viajes, de Trump, de todo un poco. Menos da una piedra: pedimos unos pimientos rellenos de bacalao. Algo es algo.
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Ayax Merino
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