JAZZ
Louis Armstrong, la trompeta curtida en la calle
Ayax Merino 6/07/2016
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Louis Armstrong falleció el 6 de julio de 1971 en su casa de Queens, Nueva York, según cuentan, mientras dormía plácidamente. Cuarenta y cinco años han pasado ya, cuarenta y cinco años desde que este tipo inmenso, siempre una sonrisa aleteándole en la boca, nos abandonó. Y ahora sí, ahora va de veras, ahora me destoco con reverencia y me quito el sombrero con respeto. Y si es menester me prosterno, me postro de hinojos y me hinco de rodillas. Y me santiguo, me persigno y hago cruces si falta hace. ¡Dios, qué tío más grande! El jazz hecho hombre, que el jazz se encarnó en Louis Armstrong y Louis Armstrong es el jazz.
Nació Satchmo el 4 de agosto de 1901 en Nueva Orleans, en Storyville, el barrio de la prostitución y la juerga. Y de la música, claro. Su padre se piró enseguida con viento fresco y como su madre, al decir de las malas lenguas, se ganaba la vida en los burdeles, el pequeño Louis quedó al cuidado de su abuela, una mujer que padeció en sus carnes las cadenas de la esclavitud y consiguió la libertad tras la guerra de secesión.
La buena mujer, su abuela, hacía lo que podía, pero el chico se le desmandaba. Así que se crió en la calle, todo el santo día deambulando por ahí. Dejó pronto el colegio y se dedicó a vagabundear sin parar en compañía de otros arrapiezos, venga a enredar y a meterse en líos. Cuando venían bien dadas se sacaba unos cuartos vendiendo periódicos, repartiendo carbón o cantando en una esquina, en fin, como podía. Infancia dura y aperreada la del churumbel, infancia que no fue infancia.
La Nochevieja de 1912 el muchacho no tuvo mejor ocurrencia en medio del jolgorio, barrunto que para celebrar la fiesta, que ponerse a disparar una pistola. Y la policía se lo llevó detenido en un santiamén. Así que metieron al chiquillo en una especie de reformatorio, algo así como una casa de acogida para chicuelos desamparados y abandonados.
Y tuvo suerte, aunque parezca mentira. Aquello fue su salvación. Sí, porque allí aprendió a tocar la corneta, algo que le cambió la vida para siempre jamás.
Dejó pronto el colegio. Se sacaba unos cuartos vendiendo periódicos, repartiendo carbón o cantando en una esquina
Cuando salió de la susodicha casa, catorce años contaba, lo tenía claro, la verdad es que lo tuvo claro enseguida. Quiero ser músico, voy a ser músico, voy a tocar y tocar y tocar. Así que empezó a frecuentar los garitos, que en Nueva Orleans los había así a porrillo, a empaparse hasta quedar calado de la música que allí se hacía. Sobre todo le gustaba ver a su admirado King Oliver, espléndido trompetista que, se ve que tenía buen corazón, apiadado de su soledad le acogió con los brazos abiertos y se hizo cargo de él haciendo las veces de padrino, tutor y maestro, todo a un tiempo.
También, cuando le dejaban, sacaba el chaval su corneta y se sumaba al jaleo soplando con entusiasmo. Poco a poco se hizo así un nombre entre los músicos de Nueva Orleans. Con la banda de Fate Marable anduvo una buena temporada tocando en los barcos que surcaban el Misisipi, escuela espléndida para un joven músico.
En 1919 King Oliver se marchó a Chicago como tantos y tantos músicos del momento. Chicago, ciudad sin ley donde la mafia, dueña y señora, hacía y deshacía a su antojo lo que le venía en gana, corrupción a tutiplén, metralletas, coimas, contrabando, alcohol, drogas, juego, burdeles, salas de fiesta. Y música, mucha música, jazz a mansalva para aliñar la ensalada de tiros de los mafiosos dueños del cotarro.
En Chicago pues, en la orquesta de King Oliver. Allí encontró tiempo para casarse con la pianista Lillian Hardin
En cuanto salió por la puerta rumbo a Chicago, Kid Ory echó el lazo al joven Armstrong para que sustituyera a King Oliver sin tardanza, claro, ¿quién mejor para llenar el hueco dejado por su maestro? Maestro que allá en Chicago no le olvidó y así, allá por 1922, le llamó para que se reuniera con él en la ciudad que dicen del viento, será que por allí por el lago Michigan corre el aire que se las pela.
En Chicago pues, en la orquesta de King Oliver. Allí, además de para tocar, encontró tiempo para casarse con la pianista Lillian Hardin. Buena pianista y mujer avispada que enseguida se percató del enorme talento que escondía Louis, su flamante marido. Y como lo tenía claro como el agua del serrano hontanar, no paró hasta que consiguió salirse con la suya, venga, que tú vales mucho, no te quedes aquí más tiempo de segundón, vuela, vuela muy alto, sin cejar, una y otra vez, todo el día susurrándole la misma cantinela.
Así que Armstrong se despidió de su maestro y mentor y se plantó en Nueva York. Donde entró en la célebre orquesta de Fletcher Henderson, la mejor orquesta de la época. Un año o así aguantó Louis allí.
En 1925 ya estaba listo, ya estaba preparado. Para ir por libre y a su aire y hacer lo que quería hacer. Maduro el fruto se recoge del árbol. La mies en sazón se siega. La uva en tempero se vendimia. Armstrong colmó sus desvanes y sobrados, llenó sus graneros e hinchió sus lagares ¡Qué cosecha, Dios! Con sus Hot Five, con sus Hot Seven, en esos años dejó dicho todo lo que había que decir.
Y dijo Armstrong: “hágase la luz”. Y la luz se hizo.
La fama, el éxito, el parné. Viajó a Europa, tocó por todo Estados Unidos, sacó un disco detrás de otro. En 1935, su agente, Joe Glaser, contrató a la orquesta de Luis Russell, que contaba con algunos músicos de Nueva Orleans de la vieja hornada, para que le acompañara. Y Satchmo estuvo con su orquesta sin dejar de tocar años y años.
Los labios los tenía hechos polvo, de tanto soplar por la boquilla allá en su lejana juventud. Así que la trompeta la tocaba lo justo
El mundo cambia y las mudanzas se suceden. Tras la II Guerra Mundial, las grandes bandas se quedaron anticuadas, que ya no estaban de moda, que las modas van y vienen. Así que Pops echó el cierre a la suya y montó un grupo más pequeño, sus famosos All Stars, The Louis Armstrong All Stars. Con los que se bandeó sin contratiempos el resto de su vida, lo que se dice una cosa firme y estable. Unos músicos se iban y otros llegaban, es ley de vida, pero Pops seguía al frente sin desfallecer. Por allí pasaron tipos como el gran pianista Earl Hines, el trombonista Jack Teagarden o el batería Sid Catlett.
Embajador del jazz, tocó por todo el ancho mundo. Un año y otro y otro más. Con mesura, que los labios los tenía hechos polvo, de tanto soplar por la boquilla de su instrumento allá en su lejana juventud. Así que la trompeta la tocaba lo justo. No importa, para eso tenía esa voz maravillosa, grave, cavernosa, áspera, con la que cantaba como los mismos ángeles, si es que los ángeles gastan una voz aguardentosa.
Los últimos años su salud empezó a resquebrajarse. Entraba y salía el hombre, maltrecho, del hospital. Pero siguió con su trompeta, siguió cantando. Una noche cerró los ojos y se durmió. Y no volvió a abrirlos más.
Louis Armstrong falleció el 6 de julio de 1971 en su casa de Queens, Nueva York, según cuentan, mientras dormía plácidamente. Cuarenta y cinco años han pasado ya, cuarenta y cinco años desde que este tipo inmenso, siempre una sonrisa aleteándole en la boca, nos abandonó. Y ahora sí, ahora va de...
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