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¿Cuánto se puede estirar el caso de una niña muerta, desaparecida o enferma? La respuesta es: más que un chicle. Un chicle que, si quebrara al ser estirado por enésima vez, sería inmediatamente reemplazado por otro; uno nuevo, con su sabor a fresa industrial intacto, excitando las glándulas salivales de los más reconocidos tertulianos de la tele. A veces el trabajo se acumula. El experto informático que explica en el plató que Diana Quer pudo no haber mandado un mail que todos saben ya que no mandó, es interrumpido: tenemos a un experto que va a explicar en conexión en directo por qué los padres de la niña enferma paseada por platós, hoy, igual que ayer y anteayer, siguen siendo unos estafadores. Niña enferma con padres dispuestos a pasearla es un golazo. Que se descubra que además de una niña enferma, la historia incluye a unos padres que han jugado con la enfermedad de su hija es, en idioma televisivo, ganar la Champions y el Mundial cada mañana.

Salvo última hora respecto al nuevo chicle, volvemos con Diana, que una vez hizo un casting de modelos y habrá que hablar con el director de la agencia, que recuerda vagamente a aquella chica, a ver si nos da la clave de su desaparición. Curiosamente el hombre que a duras penas recordaba la visita de aquella chica años atrás, no es capaz de dar ninguna clave que resuelva a día de hoy el caso de su desaparición. Una lástima. Pero por ver la botella medio llena, el director de la agencia de moda acaba de rellenar 10 minutos más de un share de valor incalculable. ¿Recuerdan un chicle antiguo masticado hace un par de años? Pues unos anuncios y volvemos con el juicio al asesino de aquel chicle. No se vayan.

¿Cuánto le costaría a una gran cadena de televisión crear un producto tan estupendo y valioso como una niña muerta, desaparecida o enferma? La pregunta le pondría los pelos de punta a los directivos, que, calculadora en mano, respirarían aliviados al caer en que estos milagros tan rentables siempre caen del cielo. Resulta que a Dios le debe de gustar la tele mañanera.