TRIBUNA
150 días en las convulsas Cortes del rey Felipe
El autor relata su experiencia como coordinador parlamentario de Izquierda Unida: “El Congreso tiene una faceta tenebrosa”, pero “hay un proyecto político de izquierda capaz de poner luces largas en plena era de declive socialdemócrata”
Víctor Alonso Rocafort 28/12/2016
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A comienzos de agosto me incorporé al Congreso como coordinador parlamentario de Izquierda Unida. Tras escribir e impartir clase sobre representación política iba a conocer de cerca, tras el escenario, cómo se desempeñaba esta.
Los coordinadores tratamos de aunar las acciones de los diputados y diputadas de nuestro grupo en una estrategia común, pero las funciones son más amplias y varían enormemente según dónde estés. Los hay más técnicos, encargados de llevar al día el complejo trasiego parlamentario durante las semanas de Pleno y Comisiones. Y los hay más políticos, capaces de decidir cómo aterrizar la estrategia política marcada por las direcciones y los propios representantes en iniciativas puntuales. En un grupo confederal los coordinadores deberíamos estar en permanente contacto con aquellos del resto de equipos para no superponer iniciativas, establecer acciones conjuntas y en definitiva para algo tan complicado como colaborar, desde la autonomía, en la conformación de un espacio común.
El Congreso va mucho más allá del Hemiciclo y del Salón de los Pasos Perdidos, que es lo que generalmente nos llega desde los medios. Aquello constituye tan solo una parte de lo que internamente se conoce como Palacio. Salvo diputados, periodistas y miembros de la Mesa, o quienes gustan acudir a su valiosa Biblioteca, el resto de trabajadores rara vez acude a Palacio. Están en las llamadas Ampliaciones, que también son Congreso. Cuando los telespectadores observan el Hemiciclo semivacío tienden a pensar que los diputados no están trabajando, lo que no suele ser así.
Las Cortes son un lugar que fueron franquistas y que estéticamente demuestran que las críticas a la Transición no resultan extravagantes
Palacio es un lugar cargado de monarquía y catolicismo, un sitio privilegiado desde el que entender la España institucional. Cuadros, esculturas y frescos nos recuerdan la fuerte impronta de los vencedores de nuestra Historia en unas Cortes inauguradas en 1850 por Isabel II, que fueron franquistas y que estéticamente demuestran que las críticas a la Transición no resultan, como mínimo, extravagantes.
Sendas estatuas de gran tamaño de los Reyes Católicos escoltan a quien toma la palabra en el Hemiciclo. A su lado pinturas de Moisés con las Tablas de la Ley y de un ángel mostrando el Evangelio. Estos dominan sobre los lienzos de dos juramentos significativos: el de los primeros diputados en las Cortes de Cádiz, obra de Casado del Alisal, y el de Valladolid en 1295, de Gisbert, donde la reina María de Molina lucha por la legitimidad de su linaje. Leyes divinas sobre las humanas bajo tutela regia, parlamentarismo decimonónico en íntima conexión con la Edad Media cristiana.
Todo parece pensado para intimidar a los espíritus libres, o al menos aplacarlos desde las raíces más rancias del Régimen. Arriba, en la cúpula de este Salón de Sesiones, personajes de la historia de España como El Cid, Colón, Cervantes, Lope o Velázquez, se arremolinan en torno a Isabel II en su trono y parecen rendirle honores. Las virtudes clásicas, las artes, alegorías a la Meditación o a los legisladores del pasado completan lo que pretende ser un tono más reflexivo en las alturas.
¿Dónde están las escenas revolucionarias de nuestra historia, las protagonizadas por quienes resistieron a la reacción y al fascismo, quienes lucharon por la libertad y la igualdad, los rostros de quienes cotidianamente han construido lo mejor de este país? ¿Dónde está el pasado expulsado de Sefarad y el islam? ¿Qué queda de nuestra II República? ¿Qué nos inspira democracia en este conjunto?
¿Dónde está el pasado expulsado de Sefarad y el islam? ¿Qué queda de nuestra II República?
Abundan los parlamentarios conservadores y liberales, pero ni rastro de las luchas socialistas en la memoria de esta Cámara. Se salen tan solo del marco el lienzo de Los Comuneros de Castilla --considerado el más valioso de la institución y sin embargo escondido en una fría escalera secundaria--, el de los pescadores de la sala Argüelles o el de Mariana Pineda en capilla, situado en la sala que lleva su nombre y donde se reúnen semanalmente los portavoces. Poco más.
El Congreso salido de la Transición fue incapaz de rendir honores a quienes lucharon contra el dictador, lo que contrasta con lo que sucedía en otras épocas. Así, las Cortes de 1837 enseguida quisieron honrar la memoria de la resistencia frente al absolutismo de Fernando VII. Comenzó entonces la serie de homenajes a una ejecutada en garrote vil como Mariana Pineda. El primero de ellos consistió en colocar una inscripción con su nombre en el Salón de Sesiones junto al de otros liberales que se enfrentaron al absolutismo como Riego, Antonio Miyar, Espoz y Mina o Torrijos. Fueron borradas primero en 1942 y eliminadas por completo en 1971. Esta democracia no ha mostrado voluntad de restituirlas. En la incapacidad de imaginarnos una sala Salvador Puig Antich reside gran parte de la derrota de la Transición.
No suele contarse, o al menos yo nunca lo había oído, que el Congreso se erige sobre el solar que albergaba la Iglesia del Espíritu Santo, reducida gran parte a cenizas tras el incendio provocado en julio de 1823 cuando asistía a misa Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema y mariscal jefe de los Cien Mil Hijos de San Luis. Sobre sus restos se erige un Parlamento en cuyo frontón de griegas reminiscencias aparece representada España abrazando la Constitución. La impronta liberal, siendo considerable, va a verse sin embargo limitada a cada paso por la omnipresencia monárquica.
Nos vamos a encontrar casi siempre un rey o reina en el centro, generalmente recibiendo pleitesía o vigilando las más importantes reuniones. Incluso en este frontón neoclásico que esquivó el mandato de exaltación de Isabel II que proponía la Academia de Historia, la Constitución porta en la mano izquierda una flor de lis, dicen que por la esperanza… pero también símbolo de la casa de Borbón. Ya sí de manera clara es Isabel II, en mármol de Carrara, quien ocupa el lugar tutelar principal del vestíbulo de la entrada principal del Congreso. Retirada durante la II República, se restituirá en 1983.
¿Qué hacen imágenes religiosas tan potentes tomando el lugar central del Parlamento de un Estado aconfesional?
No solo es monarquía, también catolicismo. Así, ¿qué hacen imágenes religiosas tan potentes tomando el lugar central del Parlamento de un Estado aconfesional? Recordemos aquí el artículo 12 de la Constitución de 1812 para entender mejor el restringido alcance de nuestro liberalismo: "La religión de la nación española es, y será perpetuamente, la Católica Apostólica y Romana, única verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra".
Los 46 medallones de parlamentarios históricos del Congreso distribuidos entre el vestíbulo y el Salón de los Pasos Perdidos, todos hombres blancos, dicen mucho de una representación política que históricamente ha excluido a las mujeres y otras minorías, que ha sido elitista cuando no exclusivamente representante de las oligarquías patrias. Manuel Fraga, y no Enrique Ruano, es quien tiene sala y retrato; como Miquel Roca y tantos otros. Solo una parlamentaria, Clara Campoamor, tiene su sala. La discreta placa que desde 2001 celebra el sufragio femenino en uno de los Escritorios de Palacio se revela claramente insuficiente.
Entre la Galería de Retratos de Presidentes del Congreso –con obras de Sorolla y Gisbert, entre otros-- de nuevo destaca la existencia de una única mujer, Luisa Fernanda Rudi. Cuentan que el busto de Manuel Azaña duró en Palacio un suspiro, lo que tardó el Partido Popular en trasladarlo a un lugar secundario más discreto. Nada es por tanto casual en la disposición y los nombres de este espacio político crucial.
Palacio es por tanto el territorio de las moquetas y tapices, también de los relojes. Como recuerda Pedro Montoliú, hay 92 relojes en el Congreso, destacando el astronómico de 1857 obra de Alberto Billeter, una auténtica obra de arte que atrae todas las miradas en el llamado Escritorio del Reloj. Cada viernes un relojero acude a dar cuerda a todos ellos. En un Parlamento rígido como el nuestro, con un debate parlamentario de tiempos tan estrictamente tasados, la oportunidad disruptiva del kairós permanece encorsetada por kronos hasta este punto tan simbólico. Hay un miedo evidente a lo imprevisto, que se contagia en esa manera piadosa de leer sus intervenciones que tiene la mayoría, con un cuidado tan cristiano y exquisito por lo que se dice y por lo que jamás se puede decir.
Más allá de Palacio diversos edificios fueron paulatinamente ampliando el recinto de lo considerado Congreso. Al mismo nivel del Hemiciclo desde la antigua calle de Floridablanca, o atravesando el puente de la segunda planta, puedes acceder a la llamada Ampliación I donde encontrarás múltiples salas de reuniones, el Registro de iniciativas, las salas de Prensa, Correos, servicio médico y una enfermería, las oficinas del gobierno interior del Congreso, la cafetería y el comedor. En 1994 se amplió hasta la calle Cedaceros, en lo que es una parte dedicada principalmente a despachos y que se asemeja más a una oficina madrileña que a lo que te puedes imaginar de la principal institución parlamentaria del Estado.
Siempre que entro en la cafetería del Congreso me parece estar en un rodaje donde aparentemente se disuelven las jerarquías
Y por un túnel subterráneo plagado de cuadros de viejos reyes españoles con corona y espada, como debe ser, o cruzando directamente la calle, donde disfrutarás al menos de aire fresco, llegas al 36 y al 40, los dos edificios del otro lado de la carrera de San Jerónimo, antiguos bancos que se cedieron al Estado en 2006. Allí hay más salas de reuniones, despachos, una sucursal de La Caixa, otro comedor y una pequeña cafetería, además del patio de columnas con retratos enormes de los actuales monarcas junto al cuadro --recuperado recientemente de los sótanos del Reina Sofía-- de Juan Genovés, El abrazo, o el escritorio de la una vez más resistente Clara Campoamor. Es donde encontramos ya, frente a los retratos regios que una vez más no podían faltar, los bustos de Manuel Azaña y Niceto Alcalá Zamora.
Uno de mis lugares favoritos del Congreso es la cafetería principal de la Ampliación I. Siempre que entro me parece estar en un rodaje donde aparentemente se disuelven las jerarquías. Como si se tratase de intérpretes de una película compartiendo espacio con técnicos de sonido y electricistas, los principales actores y actrices políticos del país se toman un café por 85 céntimos junto a los trabajadores informáticos o de mantenimiento, esperan turno tras los ujieres --que con sus uniformes del siglo XIX sí parecen salir directamente de un rodaje--, conversan junto a policías que suben a tomarse algo de la Comisaría de la planta baja, se escabullen entre periodistas que tratan de sacar un off the record con sonrisa o se topan con célebres rostros de la televisión siempre maquillados.
El comedor es un importante espacio para el análisis político. Pocas veces los grupos se entremezclan allí. Imagino que todos son conscientes de que los entendimientos más sencillos pueden revelarse a tu propio grupo o al resto con algo tan humano como son unos minutos compartidos en la comida. De ahí las precauciones de muchos a la hora de verse en el comedor. Es algo que en parte me recuerda al sectarismo universitario que te censuraba el café con el profesor rival o a la lógica pandillera de instituto.
Lo que queda claro es que para estudiar la política hay que comprender de manera honda al ciudadano, nuestros moldes precarios como humanos y, desde ahí, las relaciones que establecemos, las maneras que hacemos grupo. Esto lo pensaba antes de venir y aquí, sin duda, se ha reforzado.
El narcisismo domina la institución casi tanto como en la Universidad. Tal y como decía Marx, no iba a faltar cretinismo parlamentario en todo esto. Flashes, canutazos, periodistas que replicarán tu imagen por millones, atril elevado y micro privilegiado, halagos de los asistentes dependientes de la posición de un dedo para vivir o morir, inseguridades peligrosas, vértigos de último minuto, carreras tras la foto, por la firma, pisando al de al lado en la angustia de los estrechos pasillos que conducen al Registro, en la ansiedad hacia las escaleras de la Puerta de los Leones que, como decorado permanente, se ha convertido en sitio de peregrinación de los colectivos más diversos.
La de tiempo inútil que se pierde con el verticalismo de los ejecutivos y lo que se gana con el funcionamiento horizontal y deliberativo
Y así, la pérdida de sentido de la actividad política se convierte cada día en un riesgo que se agranda cuando importa más el cómo y el dónde aparecer ante la Prensa que lo que realmente se hace, se propone, se trenza. También pasa, sorprendentemente, entre colectivos aliados de casi cualquier lucha. ¿Que tienes una buena idea? No te atrevas a compartirla si puedes capitalizarla en soledad, no vaya a salir bien y multiplicarse su efecto. Es un universo este del Congreso, como el de nuestra sociedad, demasiado presto a replicar el de los tiburones del neoliberalismo, competitivo y selvático como hemos dicho en otras ocasiones. Otro mundo más, en definitiva, hecho para listos y del que es demasiado fácil contagiarse.
La información se hace poder en cero coma, de ahí que unos y otros se la niegan, se la ocultan, se la filtran. La concentración de poder de manera celosa y opaca resulta claramente ineficaz. De ahí se deriva otra conclusión: la de tiempo inútil en disputas que se pierde con el verticalismo de los ejecutivos y lo que se gana con el funcionamiento horizontal y deliberativo. Estamos hablando de minutos que le robas, en discusiones internas inútiles por alguna ofensa terrible, a la elaboración de una iniciativa sobre el cambio climático, una comparecencia del ministro de turno, una reunión con un colectivo o un plan que nos derogue la LOMCE, la Ley Mordaza y tantas otras barbaridades del último Gobierno del PP. Esta constatación, a mi juicio, supone otra victoria de las teorías de la democracia al bajar a la realidad.
El Congreso tiene así una faceta tenebrosa. No dejo de percibir como tremendos esos bisbiseos que buscan la aniquilación pública y personal del que toma café al lado, incluso del propio compañero, entre sonrisas de vieja cortesía parlamentaria. Al fin y al cabo, aunque siempre la he entendido en su configuración actual como una institución capaz de diluir el conflicto en interés de los poderosos, no deja de ser una casa común.
Pero también la solidaridad inesperada, la colaboración no pedida, el trato amable y la franqueza con el adversario político, la complicidad con los camareros, la derrota del sectarismo en aquella conversación breve sobre el día a día, la comunidad formada durante años entre los trabajadores y trabajadoras de la institución. También las ayudas de otros grupos, las amistades entre asistentes y diputados/as que no han enloquecido de ego con su estatus.
Estamos aprendiendo que las Proposiciones No de Ley y las Mociones al gobierno son meramente simbólicas
Y así cada día también, en cada instante y recoveco, el aire de la gran política colándose para colaborar, proponer, dándose ánimos tras cada intervención para dibujar otro país mejor en los papeles y tribunas de Palacio, augurando una cultura política honesta que sí era la nuestra, la de la democracia de base, la de la izquierda radical, la de las plazas, círculos, mareas y comunes. Una cultura que no se basa en el engaño ni en lo meramente instrumental, que no dice democracia fuera solo para aparentar mientras practica el ordeno y mando en cuanto puede. Una cultura de afectos y cuidados más allá de un hashtag, que sabe compaginar crítica y amistad política, la de una ética a la que no se tacha de ingenua sino que se eleva impugnadora.
En estos meses hemos pasado de estar a las puertas de un gobierno del PSOE apoyado por la izquierda radical y los nacionalistas, a uno del Partido Popular en minoría. Tras saber de finanzas, primas de riesgo y agencias de calificación, tras constatar que había que ir a las manifestaciones con los teléfonos de los abogados, tras aprenderlo casi todo de las encuestas y de los teóricos de la izquierda o el populismo, estamos aprendiendo ahora a marchas forzadas que las Proposiciones No de Ley y las Mociones que surgen de interpelaciones al gobierno son meramente simbólicas, declarativas, que quizá solo miden las fuerzas que se tienen antes de avanzar. Sabemos que no habría de ser así, que es resultado de un gobierno que, ante la ausencia de protestas ciudadanas, se atreve a mostrarse insumiso ante lo que le insta el Congreso. Sea por lo que sea, ha quedado claro que es en las Proposiciones de Ley que esquivan el veto del gobierno donde reside lo que desde esta institución puede cambiar el país, obligando de veras a un gobierno en minoría. Una vez más, el apoyo popular para desarrollar esto último se adivina imprescindible.
A la vez se preparan cada día múltiples iniciativas de control, tratamos de canalizar lo que nos envían colectivos de todo el país, simpatizantes de nuestros grupos, militantes, áreas de elaboración del partido. Personal técnico y administrativo, gabinetes de comunicación, direcciones políticas y representantes, todos se ponen en marcha cotidianamente, entendiendo que para todo el que llama o escribe su causa es prioritaria. Los recursos sin embargo son escasos. Hay que ser veloces en la respuesta, diligentes en la organización de reuniones que a veces traen a gentes de todo el Estado, amables y convincentes en los aplazamientos de demandas, en la solicitud de espera. Hay trabajo en definitiva para varias vidas.
Existen también mecanismos de control como las preguntas escritas al gobierno. Estas sirven al menos para que se repliquen en prensa, para que los periodistas luego pregunten y repregunten. El gobierno contestará oficialmente semanas más tarde, cuando el asunto quizá haya decaído en los medios. Pero están obligados a una respuesta y ha de ser verdadera.
La institución, el compás de sus 92 tic-tacs recorriendo salones y pasillos, puede engullirte fácilmente. Un día intenso un grupo como el nuestro de IU puede registrar cerca de 10 iniciativas diferentes, algunas de ellas conjuntas, un trabajo del que solo una parte sale a la Prensa y donde poco, salvo el control o el foco que pones sobre algunos temas, transformará efectivamente las políticas del país. Y sin embargo sigue siendo un ámbito estratégico crucial no solo para la reforma, sino para avanzar en la ruptura.
Si suben las agresiones homófobas y racistas, preguntas a los colectivos implicados, te informas, denuncias. Y registras una iniciativa pensando ya en ley. Si endurecen los criterios de la ANECA, enseguida hay diputados hablando y reuniéndose con profesores para pensar una respuesta. O aquella audiencia con decenas de colectivos educativos contra la LOMCE que sirve para canalizar sus acuerdos y rendir cuentas.
La institución puede engullirte fácilmente
Si subcontratan, si privatizan los beneficios como los 800 millones de euros ganados en un día por los fondos de inversión con la venta del 49% de AENA, escuchas de primera mano la indignación documentada de quienes están hartos de que les jodan la vida para enriquecer a cuatro. Lees a la vez que las pérdidas las nacionalizan, como las autopistas. Entonces el diputado formula la pregunta, solicita la comparecencia, sale a medios mientras percibes en un gesto que le hierve la sangre. Informa, articula en los medios una explicación sobre lo que está pasando y quién sabe si ya está aportando razones para futuras movilizaciones.
Cuando la política de asilo trabaja contra las personas refugiadas, las organizaciones implicadas y las compañeras del Parlamento Europeo te dan los detalles, los esquemas, el fondo de la cuestión. Desde ahí se trabaja la interpelación, se investiga, se lee, se ensaya. Y el diputado sale con una propuesta en Cortes estudiada y discutida que nos representa: una defensa firme del derecho de asilo frente a tanto ataque, muerte y sufrimiento es posible.
Y un día se admite a trámite una proposición de ley como la del salario mínimo; y pasado mañana quizá salga aquella sobre la eutanasia, en la que hoy trabajan conjunta y modélicamente parlamentarias del grupo confederal de todas las corrientes. Otros días resistes, desde un equipo económico de lujo, contra el marco del 135 donde el Régimen sibilinamente nos quería meter. Al día siguiente descubres que una diputada y una senadora conocen hasta los más mínimos detalles de los problemas de la pesca en España, y entiendes que hay gente que por joven que sea viene de muy lejos. Y te alegras de que haya diputadas y miembros de la Mesa capaces de entrar enrabietados a un CIE y cantar las cuarenta a su director porque los indicios de malos tratos son abrumadores. O aquel otro día observas a esa otra diputada y su asistente recibiendo a colectivos de manteros, en la entrada de Cedaceros, mientras los conducen a las salas del Congreso para que su voz sea escuchada oficialmente por los altavoces de la institución.
Estos 150 días también han cambiado mi opinión del trabajo parlamentario. Es ingente, enorme, quizá pensado como se sospecha para hundirnos y engullirnos en trámites burocráticos de difícil salida. Los diputados y diputadas con vocación transformadora no es que trabajen intensamente, hacen lo siguiente. Cuando no están en el Pleno se encuentran en las salas atendiendo a colectivos y sindicatos, en los despachos estudiando y redactando, en la cafetería concediendo entrevistas o coordinándose con compañeros de Comisión. Es en estas maratonianas Comisiones, de varias horas y un trabajo técnico que semana a semana resulta muy exigente, donde se abordan iniciativas generalmente menores o comparecencias. Los lunes y viernes, cuando no hay actividad parlamentaria, los representantes pueden acudir a preparar sus intervenciones, o recorren sus territorios reuniéndose y manifestándose, protagonizando actos públicos que previamente se han estudiado, o debaten en interminables reuniones de partido. Y el fin de semana siguen el ritmo, el viaje en AVE, coche o avión, la reunión de la Colegiada o del Consejo, el acto en Jerez o Gijón, el encuentro en Berlín.
Ante la nueva dirección de Izquierda Unida siento el nacimiento de lo que está por venir
En tiempo de frustraciones y desaliento, donde algunos se pierden en peleas que impiden un tanto que tome vuelo lo que estoy contando, cada día acudo sin embargo con ilusión al Congreso. Me rodean técnicos experimentados y un equipo político joven del que aún no se ha contado su historia. Recuerdo el día que Podemos ganó sus cinco eurodiputados y escribí relatando algo de quiénes eran, pues pocos en la Prensa les habían prestado aún la debida atención. Por cuestiones más de azar que de mérito, algo pude decir sobre un fenómeno del que venía escribiendo desde el primer día. Pues bien, ante la nueva dirección de Izquierda Unida siento una sensación similar a aquella: la suerte de presenciar, esta vez desde dentro, el nacimiento de lo que está por venir.
Atentos pues periodistas y narradores de estos nuevos tiempos. Una dirección cohesionada con una media de 34 años, encabezada por el político mejor valorado del país, que resistió el 20D los cantos de sirena de Podemos sin esperar nada a cambio, tan solo la defensa de sus principios, está haciendo política con mayúsculas tras darle la vuelta a una organización de más de 30 años. En las salas contiguas de la nueva política se organizan ambiciosas campañas desde abajo contra la precariedad, se elaboran materiales de reflexión sólidos y coherentes, se fortalece otra visión cultural, se aborda el gran reto pendiente de la izquierda y las clases populares, se trenzan alianzas colaborativas con movimientos sociales, se esparcen semillas de colaboración no sectaria con unos y otros, se resiste e integra a las minorías más institucionalizadas y ortodoxas. Hay un proyecto político claro de izquierda radical capaz de poner luces largas en plena era de declive socialdemócrata. Atentos también a lo que surja de los comunes de Cataluña, de las mareas gallegas, de las ricas individualidades repartidas en Podemos, de sus ecologistas, de una próxima reorganización de sentires y actitudes. Lo que venga de fresco vendrá, al menos en parte, de todo esto.
Son unas Cortes convulsas las del enésimo Borbón; quién sabe si breves, si traerán una pacata reforma constitucional, algunas leyes de la oposición o más de lo mismo. Dependerá en buena medida de un puñado de hombres y mujeres a los que la representación actual da todavía gran importancia, a quienes encierra en este complejo edificio de Palacios y Ampliaciones para que convivan, acuerden y desacuerden bajo la ficción de que representan a millones, con la secreta esperanza por parte de nuestros oligarcas de que la ciudadanía solo participe en esto como espectadora. Necesitamos que nos dejen abrir estas puertas, aprovechar al máximo sus mecanismos, pero sobre todo transformarlos de manera radical mientras intentamos organizarnos a nivel popular para llegar al BOE y mucho más allá.
Seguimos.
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Víctor Alonso Rocafort
Profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus publicaciones destaca el libro Retórica, democracia y crisis. Un estudio de teoría política (CEPC, Madrid, 2010).
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