Tribuna
Crisis de desigualdad, las reformas imprescindibles
Hay 7.000 nuevos millonarios españoles, casi 20 al día durante el último año, mientras el 30% más pobre ha perdido un tercio de su riqueza y la remuneración de un director general del IBEX supera 96 veces la del trabajador medio
Susana Ruiz (Oxfam Intermón) 16/01/2017
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Los ocho hombres más ricos del planeta acumulan ya tanta riqueza como 3.600 millones personas, la mitad más pobre de la humanidad. Son los demoledores datos que hoy publicamos en el nuevo informe de Oxfam, Una economía para el 99%, en el marco de esta edición del Foro Económico Mundial (WEF) en Davos. ¿Cómo hemos podido llegar a este punto tan extremo? El propio Foro, en la encuesta que todos los años realiza a más de 750 expertos de todo el mundo, señala como principal amenaza para la economía global la concentración de la riqueza y apunta en una dirección clara, la necesidad de “reformas fundamentales del capitalismo de mercado”.
Aludir al problema de la crisis de desigualdad se está convirtiendo en un tema de preocupación recurrente estos últimos años. El FMI insiste en que es económicamente ineficiente y el presidente Obama hace unos meses alertó de que “un mundo en el que el 1% de la humanidad controla tanta riqueza como el 99% restante nunca será estable”.
Ineficiencia en el crecimiento e inestabilidad social. Aunque coinciden las señales de alarma, seguimos confrontados a un dilema de base que no nos permite conciliar el incremento de la competitividad empresarial con la reducción de la desigualdad. Para muchos, son incluso dos fuerzas que actúan en sentido contrario y que obligarían a tener que elegir entre una u otra.
La riqueza en manos de la mitad más pobre de la humanidad se ha reducido en un billón de dólares a lo largo de los últimos cinco años
Desigualdad. Desde 2015, el 1% más rico de la población mundial posee ya más riqueza que el resto del planeta, que el 99%. Ha sido como romper la barrera del sonido, superar un límite físico que antes parecía inalcanzable. A partir de aquí, la espiral de superconcentración de la riqueza y las rentas se acelera y ya no basta tan sólo con apostar por el crecimiento económico, porque así tan sólo se genera mayor desigualdad. De seguir esta tendencia, nuestra previsión es que en apenas 25 años tendremos el primer “billonario” en el mundo, una persona que ella sola tendrá tanto como lo que toda la economía española produce ahora. Al mismo tiempo, la riqueza en manos de la mitad más pobre de la humanidad se ha reducido en un billón de dólares a lo largo de los últimos cinco años. La base de datos de Credit Suisse, en su informe anual Global Wealth Databook 2016, reconoce que se había sobreestimado lo que está en manos de la mitad más pobre del planeta, sobre todo en países como India y China.
Lo que se ha instalado desde los años 80, esencialmente, es un modelo dual y excluyente y la crisis, sobre todo en países como España, no ha hecho sino acentuarlo. En el último año, se han generado en España 7.000 nuevos millonarios, casi veinte al día durante el último año. Y sin embargo, en este mismo año, el 30% más pobre de nuestro país ha perdido un tercio de su riqueza. Aunque crezca el PIB desde 2014, no crece ni con el músculo suficiente como para compensar las profundas grietas que se han abierto hasta ahora, ni de manera que quienes menos tienen logren participar de los beneficios de este crecimiento. Hay que remontarse a 2004 para encontrar datos de renta per cápita tan bajos como los que tenemos ahora, lo que nos pone ante una doble evidencia: la crisis ha sido especialmente injusta con los más vulnerables (720.000 familias no cuentan con ningún ingreso cuando eran 400.000 en 2007) y nuestro sistema económico no es redistributivo. Hay un desacople entre las estrategias de mercado y las necesidades sociales.
Competitividad. Después de la crisis sistémica de 2008, es difícil seguir defendiendo la máxima de que el mercado nunca se equivoca, aunque algunos se aferren a ella. Hasta el FMI hacía un mea culpa este año revisando el impacto que las políticas más neoliberales han tenido en el conjunto de países, y replanteando que “la economía de goteo” no funciona. En estas últimas décadas, ha primado la necesidad de acelerar la competencia a base de desregulación y una defensa a ultranza de la globalización, es decir, de la apertura descontrolada de los mercados nacionales. Especialmente, de los mercados financieros. Y esta creciente financiarización de la economía ha conllevado un efecto dominó imponiendo un modelo empresarial en el que domina el objetivo de “sobremaximización” de los beneficios y el cortoplacismo. En realidad, van de la mano. Ya no importa qué se produce, qué se desarrolla, qué se distribuye o qué servicio se presta, sino el rendimiento financiero que se obtiene. Y esta presión desde el sistema financiero está impulsando a decisiones estratégicas que si no son un “suicidio”, como decía Peter Drucker, al menos sí tienen un coste elevadísimo.
Una mayor distribución y retribución de los dividendos beneficia sobre todo a los grandes inversores
En el Reino Unido, los dividendos que se distribuyen entre los accionistas representan ya el 70% de los beneficios empresariales, frente al 10% en los años 70. No es una tendencia que sólo veamos en economías desarrolladas, sino que arrastra también a países emergentes como la India, donde la proporción alcanza ya el 50%. En una reciente entrevista a Andrew Haldane, economista jefe del Banco de Inglaterra, este alertaba de que “las empresas corrían el riesgo de comerse a sí mismas” de seguir con este modelo.
Una mayor distribución y retribución de los dividendos beneficia sobre todo a los grandes inversores, y en especial cuando son el resultado de trasladar artificialmente beneficios hacia paraísos fiscales o de presionar a la baja los salarios en el extremo más frágil de la cadena. El director general de cualquier empresa del FTSE100 (el índice bursátil más importante de Reino Unido) gana en un año lo mismo que 10.000 trabajadores de las plantas textiles de Bangladesh. Y a base de artificios fiscales, una empresa como Apple ha pagado tan solo el 0.005% de impuestos reales sobre los beneficios de sus actividades en Europa. Como resultado, no es de extrañar que Apple sea la empresa con mayor efectivo del planeta, aunque una gran parte de este cash se encuentra “aparcado” en paraísos fiscales.
Así, la presión por la competitividad ha dejado de articularse en base a mejoras tangibles para alimentarse de una carrera a la baja en políticas salariales y fiscales. Para incrementar los dividendos, se han alineado los intereses financieros de los altos dirigentes con los intereses de los accionistas a costa del resto de partes interesadas o stakeholders. Es decir, que quienes asumen el coste de este modelo empresarial excluyente son los trabajadores, el conjunto de políticas públicas y sociales y el medio ambiente. En España, mientras las empresas del IBEX35 han multiplicado por 3 el número de filiales que tienen en paraísos fiscales en los últimos años, la remuneración de un director general supera en 96 veces la del trabajador medio en estas mismas empresas..
Es un modelo injusto e insostenible, defendido con ahínco por unos pocos que sin embargo son quienes acumulan mayor riqueza. Porque la concentración de riqueza extrema también viene asociada a una concentración de poder y a la capacidad de influir para que las políticas se diseñen en función de los intereses de esta élite. Las empresas del sector farmacéutico dedicaron más de 240 millones de dólares a hacer lobby en Washington para defender que las reformas fiscales y regulatorias representaran mejor sus intereses. Hay empresas con dimensiones tan grandes que pueden adoptar un comportamiento casi monopolístico, imponiendo sus condiciones y dejando fuera a muchos operadores, incluso a muchos Gobiernos. La facturación de las 10 mayores empresas del mundo es superior al conjunto de ingresos públicos de 180 países. Imposible imaginarse negociaciones en igualdad de condiciones frente a estos gigantes corporativos.
La facturación de las 10 mayores empresas del mundo es superior al conjunto de ingresos públicos de 180 países
Además, parece que últimamente hay un afán por insistir en que vivimos mejor que nunca. Se ha logrado, por ejemplo, reducir a la mitad el número de personas que viven en la pobreza extrema en los últimos 30 años. Durante este mismo periodo de tiempo, el tamaño de la economía mundial se ha más que duplicado y se ha incrementado en términos absolutos en todas las regiones del mundo. Pero si el crecimiento económico entre 1990 y 2010 hubiese beneficiado a los más vulnerables, en la actualidad habría 700 millones de personas menos en situación de pobreza, en su mayoría mujeres.
Conciliar la reducción de la desigualdad con una competitividad menos excluyente nos lleva a plantearnos un cambio en el sistema político y económico, un sistema que funcione para el 99%. Quizás deberíamos empezar por algo tan básico entonces como no medir el progreso de nuestras sociedades o determinar nuestras políticas económicas en base al PIB únicamente. Como decía Robert Kennedy este indicador “mide todo, salvo por lo que merece la pena vivir”. Empecemos entonces a medir la economía por todo lo que merece la pena y a enfocarla hacia todo aquello que no sólo merece la pena, sino que la merece para el conjunto de la sociedad. Hacia el bien común.
Una economía más humana. A partir de ahí, hay que repensar el sistema y replantear el funcionamiento empresarial. Es una ecuación que requiere calibrar con mayor justicia y eficiencia la redistribución del valor agregado entre los accionistas, los trabajadores y el conjunto de la sociedad mediante una contribución fiscal justa. Para que la economía apueste por este viraje, hay que priorizar la cooperación en lugar de la competencia desleal entre países, unos salarios dignos y una fiscalidad más progresiva que también acabe con los paraísos fiscales. No sólo se reforzaría la cohesión social, sino que estaríamos ante un modelo que garantice la igualdad entre mujeres y hombres, y un crecimiento que no sobrepase los límites ambientales del planeta. Es la hora de una economía más humana, una economía para el 99%.
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Susana Ruiz. Responsable de justicia fiscal de Oxfam Intermón.
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