Bauman líquido, una ardilla y el plasma
La guerra o el genocidio han dado paso a una meticulosa cirugía social, capaz de extirpar con aparente limpieza lo sobrante. Es el propio engranaje social quien liquida los desechos de una sociedad esencialmente voluble
Javier Martín Fandos 1/02/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Estamos desarrollando un proyecto para una publicación mensual en papel. ¿Nos ayudas a financiarlo?
Donación libre: |
Suscripción: |
Hace algunas semanas, pocos días antes de la muerte de Zygmunt Bauman, conducía por una carretera pirenaica, cerca de la frontera francesa, cuando, de pronto, una ardilla se cruzó en mi camino. Frené pero no pude evitar aplastarla con una de las ruedas traseras del coche.
Cuando regresé, al cabo de unos días, el cuerpo de la ardilla era ya sólo una mancha sobre el asfalto. Hubo un intenso dolor al escuchar el crujir de su menudo cuerpo bajo la rueda trasera del coche. La inminencia de la muerte, aunque sea fortuita y animal, actualiza nuestra fragilidad y despierta de golpe nuestra empatía, dormida en los laureles de la inercia de la vida.
El concepto de modernidad líquida de Zygmunt Bauman plantea que vivimos un tiempo en el que no puede garantizarse la solidez, la permanencia o la estabilidad de nada, un tiempo en el que parecemos abrazar la contradicción de desear que todo pueda cambiar, al tiempo que anhelamos secretamente que haya algo sólido a lo que poder asirnos para escapar del miedo.
En las sociedades desarrolladas del siglo XXI, todo es líquido y potencialmente transformable, nos dice Bauman. Son líquidos el amor, la sociedad, el trabajo, la información, la seguridad personal y nacional, el sustento, las relaciones humanas y hasta las creencias. Tratamos de convencernos de que la liquidez de todo lo que antes era sólido es el precio que tenemos que pagar por no estar condenados al inmovilismo que antes determinaban la raza, el origen social, el acceso a la formación o el lugar de nacimiento. Nos decimos falazmente que la liquidez es una oportunidad permanente de cambio: si nos va mal, siempre podrán cambiar las cosas para que vuelva a irnos bien. Por contra, nunca podremos estar seguros de que el viento vaya a seguir siéndonos favorable.
En las sociedades desarrolladas del siglo XXI, todo es líquido y potencialmente transformable, nos dice Bauman
Una de las obras de Bauman lleva por título La vida líquida. Me pregunto hasta qué punto llegó el sociólogo de origen polaco a considerar que sus postulados pudieran ser malinterpretados por nuevos nihilistas en un sentido trágico: si la existencia individual, considerada a la manera sartreana (es decir, como previa a la esencia), tiene también esa cualidad física de la liquidez, en un contexto infinito como lo es el del universo, alguien podría llegar a la peligrosa conclusión de que cada vida es un elemento poco relevante, caduco y hasta prescindible. Merced a su liquidez y a su insignificancia relativa, alguien con bajos niveles de empatía y elevada "liquidez" ética y moral podría llegar a concluir que cada una de las vidas existentes pierde su valor intrínseco, en un espacio sin límites y en un tiempo eterno.
Lo inquietante de esta interpretación falaz es que constituye una tentación que no dejarían pasar fácilmente mentes totalitarias y fascistas. Basta mirar a nuestro alrededor para comprobar que la vida es imparable y extraordinariamente abundante en todas sus formas. Las posibilidades de vida son superiores, cuantitativamente hablando, al número de oportunidades que la liquidez de nuestra era ofrece a cada una de esas vidas.
Algo así deben de pensar los sádicos que disfrutan matando sin provecho alguno, sólo por el mero placer de hacerlo; algo así debieron de pensar los nazis cuando idearon la solución final y pensaron que era más sólido eliminar a todos los judíos que confinarlos en Madagascar, algo así debe de pensar el terrorista que mide su éxito por el número de vidas eliminadas.
Haciendo un juego de palabras podría decirse que la liquidez de la vida puede propiciar su liquidación.
A veces, el odio o el rechazo de la injusticia nos llevan a imaginarnos como asesinos justicieros, a quienes no les temblaría el pulso en el momento de quitarle la vida al malvado. Sin duda, hay algo fascista en ese pensamiento, pero siempre está la coartada de los motivos de los fines. El fin, en apariencia noble, de acabar con el mal puede encontrar un apoyo tramposo en la consideración de la vida del otro como algo, por vulgar y repetido, disponible.
El fin, en apariencia noble, de acabar con el mal puede encontrar un apoyo tramposo en la consideración de la vida del otro como algo, por vulgar y repetido, disponible
Sea antes la disculpa justiciera y después la justificación cuantitativa, o viceversa, la consideración de la existencia como algo líquido puede ser el sustrato óptimo para la proliferación de un relativismo asesino que encuentre en esa idea tan gráfica y tan simple el argumento para mezclar ambas coartadas, en un ejercicio perfecto de populismo, posverdad y demagogia.
La disculpa de la liquidez mal entendida de la vida aparece tarde o temprano en el argumentario íntimo del que firma una sentencia de muerte o de quien por oficio se ve obligado a ejecutarla.
Me apresuro a aclarar que la idea de liquidez de la vida expuesta por Bauman no va en absoluto en la dirección que acabo de apuntar. Zygmunt Bauman, fallecido el 9 de enero 2017, a los 91 años de edad, vivió la II Guerra Mundial, el experimento del socialismo real y el antisemitismo y sionismo feroces. En las últimas décadas de su prolongada vida, coincidiendo con el momento en el que se produce un salto cualitativo espectacular en la "liquidez" de la vida social, Bauman desarrolló la noción de "modernidad líquida", que le ha dado notoriedad más allá del ámbito puramente académico. La suya es precisamente una seria y bien fundada advertencia de los efectos perversos que ese rapidísimo proceso de cambio social está provocando en el individuo.
Uno de los conceptos asociados a su teoría es el de "desecho humano". La sociedad líquida convierte en desechos humanos a quienes son incapaces de avanzar con la corriente frenética del cambio. Los individuos atípicos, los alejados del nuevo paradigma productivo acaban siendo excluidos. La modernidad líquida lleva a cabo de manera continuada y permanente una selección natural a la que resulta muy difícil sustraerse. Nuestra era ha alcanzado un altísimo nivel de refinamiento en el desprecio de la vida humana. Ya no son individuos quienes eliminan las vidas prescindibles, sino que es el propio engranaje social quien realiza el trabajo de liquidar los desechos que no caben en la cambiante forma que adquiere una sociedad esencialmente voluble. La sociedad líquida es capaz de autodepurarse sin recurrir, como antaño, al enfrentamiento. La guerra o el genocidio han dado paso a una meticulosa cirugía social, capaz de extirpar con aparente limpieza lo sobrante.
El método parece higiénico: no hay normas excesivas ni culpables, no hay juicio ni sentencia, no hay poder ni abuso del mismo, todo es como un juego perverso en el que cada vez resulta más difícil no entrar, porque el entramado educativo y un sistema económico basado en el consumo nos compelen desde el inicio de nuestras vidas hacia ese agujero negro en que hemos convertido nuestro comportamiento social.
La sociedad líquida convierte en desechos humanos a quienes son incapaces de avanzar con la corriente frenética del cambio
Matar a una insignificante ardilla me hizo entender algo que intelectualmente nunca habría llegado a comprender. No es la razón, sino el sentimiento, el que proporciona ese tipo de lucidez. Pero la amenazante sociedad líquida que tan certeramente ha descrito Zygmunt Bauman carece de sentimientos. NADIE escucha el crujir del cuerpo de un "desecho humano" cuando éste se produce, NADIE conduce el coche que atropella y mata al individuo que queda fuera del sistema por incapacidad de adaptación, por mala suerte o por simple agotamiento. Ese NADIE que no hace NADA, pero que lo propicia TODO, es un monstruo invisible que necesita de contrapesos.
Parece urgente un cambio de paradigma social y económico en un momento en el que la tecnología está a punto de liquidar la visión materialista de la vida que hasta ahora hemos dado por inevitable.
La irrupción de nuevos modelos socioeconómicos como los que orbitan alrededor del Tercer Sector muestra las pistas del contenido de ese contrapeso necesario: la excelencia en un entorno ajeno al lucro personal. La economía social y colaborativa. El voluntariado. El valor incalculable de una economía de los cuidados. La redefinición del factor trabajo, una vez desligado de la dialéctica del beneficio material. La reelaboración del concepto de beneficio. El replanteamiento, en un mundo virtual paralelo sin fronteras, de conceptos como Estado, familia, cultura y nacionalidad…
Estamos todavía aprendiendo a jugar con unas reglas complejas y radicalmente diferentes de las que conocemos. En el nuevo paradigma social, la ciencia, la economía, la política, el arte, la espiritualidad y el pensamiento no son sino aspectos diversos de una misma disciplina. Tal vez hagan falta algunas generaciones para asistir a un Renacimiento de la Humanidad sin precedentes. Sin embargo, nos encontramos en ese punto crítico en el que el futuro de la especie humana y del planeta Tierra dependen de las decisiones que tomemos los que estamos vivos en este momento. Las herramientas de que disponemos y de que dispondremos en un futuro muy próximo son tan potentes que el uso que hagamos de ellas determinará que el cambio sea constructivo o todo lo contrario.
Es urgente que las clases dirigentes rompan cuanto antes con formas de hacer política que pertenecen ya al pasado. Es urgente que la sociedad civil tome conciencia de su capacidad de influencia y la ejerza sin dejarse engañar por el enésimo reparto de las migajas de un pastel que se está agotando.
Metafóricamente hablando, todos deberíamos tener una experiencia de dolor similar a la de matar involuntariamente a una ardilla. Debemos estar despiertos y atentos a las señales, debemos reflexionar ahora más que nunca sobre el significado profundo de lo que ocurre a nuestro alrededor y debemos exigirnos y exigir a nuestros dirigentes la liquidación de la modernidad líquida, para alcanzar un estado más similar al plasma, ese estado de la materia, que es el más abundante del universo y que la ciencia define de esta hermosa y poética manera: "Gas constituido por partículas cargadas de iones libres, cuya dinámica presenta efectos colectivos dominados por interacciones electromagnéticas de largo alcance entre las mismas".
----------------------------------------------------
Javier Martín Fandos. Escritor.
Estamos desarrollando un proyecto para una publicación mensual en papel. ¿Nos ayudas a financiarlo?
Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí
Autor >
Orgullosas
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
|