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Los orígenes de la doctrina Trump

El periodista Norman Mailer retrató en 1964 la elección de Barry Goldwater como aspirante republicano a la Casa Blanca. Su candidatura sentó las bases del neoconservadurismo de estirpe racista

Agustín Fontenla 8/02/2017

<p>Donald Trump jura su cargo como presidente de EE.UU. el pasado 20 de enero.</p>

Donald Trump jura su cargo como presidente de EE.UU. el pasado 20 de enero.

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Norman Mailer viajó en 1964 a California para cubrir la convención del Partido Republicano en la que se elegía al candidato de las presidenciales de ese año. El dos veces ganador del Premio Pulitzer recorrió durante cuatro días las calles de Dala City, al sur de San Francisco, y los pasillos de los hoteles donde se desarrolló la  Convención. De ahí nació una crónica (incluida en el volumen Caníbales y Cristianos) que retrató con una sagacidad notable el ascenso del senador Barry Goldwater, elegido como candidato del partido Republicano, pero, sobre todo, el espíritu de los WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant: blanco, anglosajón y protestante) quienes, asqueados por la revolución civil de los sesenta, ansiaban con profundo ánimo de venganza un triunfo de Goldwater que pulverizara el avance progresista de la costa Este.

Desgraciadamente para los WASP, el senador republicano perdió estrepitosamente las elecciones frente al demócrata Lyndon B. Johnson (que había reemplazado al asesinado John F. Kennedy). Su candidatura sentó, sin embargo, las bases del neoconservadurismo de estirpe racista que más tarde abrazarían los votantes de Ronald Reagan, y en la actualidad, los del flamante presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump.

El racismo de los WASP

“Los WASP estaban llenos de desperdicios psíquicos que no podían dejar atrás..., ellos se habían trasladado al medio Oeste, habían colonizado el Oeste, se habían ganado al país..., y ahora lo estaban perdiendo a manos de los inmigrantes que habían venido después y de los descendientes de los esclavos.” Así describe el novelista americano el sentimiento de hartazgo de los blancos anglosajones en esa época frente al crecimiento de la inmigración latina y el avance civil de los afroamericanos, cuya expresión más emblemática fue la histórica Ley de Derechos Civiles de 1964 que puso fin a la segregación racial en instituciones públicas. Un sentimiento que parece tener una vigencia evidente en el actual recelo de la misma clase de estadounidenses hacia los hispanos, los asiáticos, los musulmanes o los refugiados.

Los WASP ansiaban con profundo ánimo de venganza un triunfo de Goldwater que pulverizara el avance progresista de la costa Este

La sensación de estar siendo desplazados por los negros y los latinos se mezclaba con un odio hacia las ideas progresistas que impulsaba el Este, y que desde el punto de vista de los WASP,  erosionaban sus “valores”. “Habían visto que su cultura era adulterada, desterrada, convertida en una especie de mezcolanza surrealista de piedad pública cumrock-and-roll, producto de las películas y la televisión, de los medios de comunicación de masas en los que tan a menudo eran reyes los hijos de los inmigrantes...”.

Una “indignación moral” que Mailer describe en términos generales mediante la figura de los “viejos WASP”: “Tenían un insano aguijón clavado en sus ideas..., estaban a favor de dar de azotes en el culo desnudo de Norteamérica, allí donde los come-you-nismos se acumulaban: la igualdad entre blancos y negros, el exceso sexual, las ideas judías, la ropa sucia, el pensamiento confuso de perogrullo, la falta de respeto por la Constitución...”.

En perspectiva, es posible rastrear el mismo patrón reaccionario de los WASP, en los votantes blancos de Trump que, deslumbrados por su rostro rosado, su gorra roja que usaría cualquier vecino del medio Oeste, y ese discurso de “¡America, first!, ¡America First!”, se convencieron de haber encontrado al mesías que finalmente iba a cumplir la promesa de retornar América a los americanos.

Un cóctel de extremismo, demagogia y populismo

Los republicanos liberales de 1964 no estaban precisamente felices con la nominación de Barry Goldwater. Muchos de ellos pensaban, como sus detractores demócratas, que era un “extremista”. No tanto por su disposición a utilizar armas nucleares de corto alcance para eliminar el follaje de los arbustos donde se camuflaba el enemigo, sino, sobre todo, por su devoción temprana por el Rollback, una estrategia político-militar surgida durante la Guerra Fría y que apostaba por cambiar los regímenes de otros Estados, cuando estos no favorecían los intereses estadounidenses. Para los críticos con el senador, esta estrategia podría causar una Tercera Guerra Mundial.

El propio gobernador Scranton, que batalló contra Goldwater en aquella Convención, lo había calificado de “peligrosamente impulsivo”, y de “caos y tumulto”, entre otras cualidades.

Quienes más temían a Goldwater eran los liberales de su partido. “El pánico del poder establecido liberal ante una revolución de derecha, cuya pesadilla personal podía muy bien ser su inhabilidad para contener su más asesino impulso; un movimiento de la derecha cuyo fantasma es este aliento y esta sangre sin enterrar del nazismo”.

Según las proyecciones de Mailer respecto de los dos asuntos que dominaron la campaña de 1964 --la guerra nuclear y la segregación racial--, si Goldwater llegaba a la Casa Blanca, “las probabilidades de que tuviera lugar una guerra nuclear eran ciertamente mayores...”, y la Revolución Negra podía acelerarse “hacia la violencia y el desastre”.

Cincuenta años después, aquel temor que existía sobre Goldwater y sus posiciones extremistas se ha materializado en la Administración Trump.

El conservadurismo de posiciones extremas que defendió Reagan durante sus mandatos se inspiró de la experiencia política de Goldwater

Durante la primera semana de gobierno, el magnate y sus consejeros han dado pruebas contundentes de su extremismo. Desde la orden para construir el muro que separa la frontera con México, al decreto que prohibió el ingreso de refugiados y nacionales de siete países de mayoría musulmana a los Estados Unidos. Con ambas medidas --ejecutadas sin aparente consideración ética o al menos constitucional--, se ha desatado un caos familiar, judicial y diplomático de una magnitud sin precedentes.

Mailer no se andaba con eufemismos para referirse a la demagogia de Goldwater, sin embargo, señalaba que su caso era complejo. A raíz del discurso de nominación, en el que Goldwater pronunció la polémica frase: “El extremismo en la defensa de la libertad no es vicio... La moderación en la búsqueda de la justicia no es virtud”, el novelista escribió con enojo: “Goldwater es un demagogo. Y también es sincero. Esa es la detestable dificultad. Medio judío y de ojos azules tiene un instinto para conocer el corazón de la enfermedad..., sabe traer bálsamo al loco, o al menos al medio loco. Despierta una chispa en muchas almas secas porque ofrece liberación a frustraciones más hondas que las políticas”.

El mismo bálsamo que Trump parece traer  a millones de almas desencantadas, sin tiempo, ni ánimo, ni posibilidades de escuchar las razones que explican por qué el neoliberalismo ha deglutido al Estado de bienestar, sin ser posible ya obtener un trabajo, cobrar un salario digno, y aspirar a algo más que a comprar un teléfono móvil.

Ese Trump, de frases estridentes y efectivas, con “culpables” fáciles de reconocer... En palabras de los críticos de Goldwater, un “hombre de soluciones de una sola frase”.

Goldwater reunía tantas credenciales populistas como el mismo Trump; ambos podían presumir de ellas por su falta de consistencia ideológica, por sufrir una pobre formación intelectual y militancia política, que los lleva a abrazar con el mismo desenfreno una medida de extrema derecha y otra de extrema izquierda.

Del magnate, sobran ejemplos, empezando por su situación personal. Un multimillonario que arremete contra el establishment político y económico al que pertenecen él y sus más fieles colaboradores. Pero si fuera preciso nombrar alguna de sus numerosas medidas contradictorias, en su primera semana de gestión, prometió reducir los impuestos a las grandes empresas (liberalismo ortodoxo), y anunció la retirada de Estados Unidos de los acuerdo de libre comercio con otros países (proteccionismo de corte nacionalista).

Respecto de Goldwater, Mailer decía que tenía una “magnitud”, aunque “tal vez se trataba de una magnitud formada solamente de contradicciones”. Así lo pintaba en el caso de que Goldwater y sus ideas llegaran al Salón Oval: “Si Goldwater es elegido, no podrá controlar el país sin moverse hacia el centro; moviéndose hacia el centro perderá una parte de la derecha, no satisfacerá a nadie y estará obligado a ir todavía más hacia la izquierda, o, volviendo a la derecha, abrirá cismas por toda la tierra, cismas imposibles de cerrar”.

A la luz de la historia, la elección de Trump no constituye un “terremoto político”, ni una falla crítica del sistema, o menos, un fruto del azar

En otro apartado de la crónica, donde Goldwater ya había recibido la nominación y daba su primer discurso como candidato, Mailer lo acusa de ser un estafador y sobre todo, una estafa al propio conservadurismo que decía representar: “¡Vaya estafa en este procedimiento, vaya una extinción de lo mejor del pensamiento conservador!”. Y tras ello, lo explicaba con ejemplos concretos: “Goldwater podría terminar con más arte militar, seguridad y estatismo de los que cualquier demócrata hubiera jamás osado; como conservador, iba a fracasar del todo (¡sin duda!), pero era seguro que iba a hacer una cosa: iba a marchar hacia Cuba”.

El mismo espíritu, diferentes resultados

Barry Goldwater logró la candidatura del Partido Republicano, e incluso el apoyo de un joven y radiante Ronald Reagan, que tras un discurso de campaña en 1964, se perfiló como la gran esperanza de los conservadores. Sin embargo, no pudo imponerse a Lyndon B. Johnson, y cayó de forma humillante.

Quizás los estadounidenses conservaban todavía una reserva ética, y no se iban a plegar a un extremista que pretendía resolver el problema racial con mano dura, o acabar la guerra fría con un lanzamiento de bombas nucleares.

Así describe Mailer, el derrotero de su campaña presidencial: “Vaya conservador que nos bajó de la montaña! Aislado en un tránsito desesperado de grupos llenos de odio y de fanáticos entre matones sureños y piratas del petróleo, ofreciendo un programa en el que los siniestros indicios eran que una fuerza de policía federal iba a proteger a la señoritas de nuestra tierra en sus paseos nocturnos por nuestras calles; razonando con toda la casera seguridad de un calcetín sucio que iba a proteger el pasado destruyendo el presente; echando a perder la esencia de su campaña en argumentos técnicos carentes de sentido con el Pentágono, y las aburridas reconciliaciones y nuevos odios de sangre con los afligidos moderados de su partido”.

En ese contexto, el escritor estadounidense afirma que “uno no podía votar por una persona” como Goldwater. “Una persona que apretaba los botones falsos”. Por eso, “el mandato iba a ir a las manos de Lyndon Johnson”.

Sin embargo, la candidatura de Johnson no despertaba grandes expectativas. Los estadounidenses se decidieron por el candidato demócrata, aunque “se trataba de un voto cargado de tristeza y herido con una sensación de posible mala consecuencia porque había bastante en Johnson que no atraía en lo absoluto, resultando ser íntimas algunas de las pruebas que iban en su contra.” Mailer refleja además lo amargo que resultaba el discurso de Johnson para el ala progresista. En una crítica al programa de su campaña My hope for America, el escritor señala la doble moral del candidato: “Más para el pobre, más para el rico; más para la paz, más para la guerra; fervorosamente opuesto al comunismo, cautelosamente conciliatorio...”

Con diferencia de tiempo y escenarios, es posible trazar un paralelismo entre los temores que despertaba Barry Goldwater con los miedos que genera Donald Trump. Incluso, es posible rastrear el mismo discurso que precisa Mailer sobre que no se podía votar “una persona que apretaba los botones falsos”.

Ejemplo de ello son las posturas de dos políticos alejados ideológicamente entre sí. Bernie Sanders, aunque criticó con dureza a Hillary Clinton, y perdió la nominación de manera dudosa, reconoció que sería imprudente votar por Donald Trump. En el extremo opuesto, podría citarse a Colin Powell, tristemente recordado por guiar a EEUU a la guerra de Irak durante su cargo de secretario de Estado en el gobierno de George Bush, quien afirmó que Trump era una “desgracia nacional” y “un paria internacional”, y que por esa razón votaría a Clinton.

La diferencia más concreta que existe para explicar las razones por las que Goldwater perdió, y Donald Trump ganó, se encuentra en sus respectivos contrincantes. A pesar de no despertar el entusiasmo de Kennedy, Lyndon B. Johnson logró presentarse como el continuador de su legado. La prueba irrefutable de ello es el impulso para votar y promulgar la Ley de Derechos Civiles que el presidente asesinado había concebido.  

Hillary Clinton, en cambio, asediada por su polémico desempeño como secretaria de Estado, su ausencia de carisma natural, y sus históricos vínculos con el establishment político y económico, no logró convencer a un electorado que prefirió correr el riesgo de votar a Trump.

‘Make America Great Again’

El eslogan Make America Great Again fue creado y utilizado por primera vez por Ronald Reagan en 1980. Por esa razón, muchos apuntaron que Donald Trump era su fiel continuador.

El conservadurismo de posiciones extremas que defendió Reagan durante sus mandatos se inspiró de la experiencia política de Barry Goldwater.  George F. Will, otro periodista estadounidense premiado con el Pulitzer, lo resumió mejor con una ironía: “Goldwater ganó en el año 1964, pero tomó 16 años contar los votos”.

John McCain, el excandidato presidencial del Partido Republicano (perdió frente a Obama en 2008), actual senador por el Estado de Arizona, y una de las figura más influyentes dentro de la derecha estadounidense, no tiene dudas: Sin Goldwater no habría Reagan: “Transformó el partido Republicano de una organización elitista del Este a un terreno abonado para la elección de Ronald Reagan”.

A la luz de la historia, la reciente elección como presidente del desbocado empresario neoyorquino no constituye un “terremoto político”, ni una falla crítica del sistema, o menos, un fruto del azar. A la luz de la historia, y más precisamente del Partido Republicano, podría decirse sin temor a equivocarse, que sin Barry Goldwater, no habría Donald Trump.

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Autor >

Agustín Fontenla

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