CÓMIC
Jiro Taniguchi o la belleza de un instante
El artista japonés, fallecido el 11 de febrero a los 69 años, deja un legado artístico basado en la sencillez y la contemplación de la vida humana que va más allá de forma y género
Manuel Gare 15/02/2017
Una viñeta de El caminante (Jiro Taniguchi, 1992), editado por Ponent Mon.
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Existe cierta tendencia a delimitar géneros y demografías en el ámbito de lo artístico. La separación entre tebeo, cómic, novela gráfica, manga, superhéroes y cualquier otra acepción que se le venga a la cabeza forma parte de dicha corriente. Es cierto: las formas que puede adoptar una sucesión de viñetas son infinitas. En esa infinitud nace la magia. La posibilidad de contar todo tipo de historias, de trasladar al lector sentimientos y experiencias cuya representación se hace inimaginable a través de otros formatos. La magia del cómic es la magia de su autor; un artista que sostiene una varita mágica acabada en punta.
El gran truco de Jiro Taniguchi, fallecido el pasado 11 de febrero a los 69 años, fue aunar todos esos ámbitos del tebeo que se han ido distanciando. Con un registro inclasificable, el japonés, autor de obras como Barrio Lejano (Ponent Mon) o El almanaque de mi padre (Planeta Cómic), recorrió personajes y contextos completamente opuestos. Lo hizo, eso sí, desde una misma perspectiva: la de la sencillez. Taniguchi desarrolló sus historias bajo el prisma de una vida dedicada a la contemplación del entorno, plasmando el encanto de los paisajes y las vidas que rodeaban a sus actores. Ya fuera en el día a día de un hombre contemporáneo de mediana edad en El caminante, en el de un cartógrafo en el Tokio del siglo XIX en Furari, o en el de un apasionado por la gastronomía en El gourmet solitario (Astiberri).
Las formas que puede adoptar una sucesión de viñetas son infinitas. En esa infinitud nace la magia
En España, Amiram Reuveni es el editor de la mayor parte de su obra. Desde que Ponent Mon publicase Barrio Lejano en 2003 —mismo año en que la obra fue agraciada con un premio a mejor guión en el Festival de Angulema—, la editorial ha ido editando sus historias periódicamente. El resultado son más de 100.000 ejemplares vendidos entre sus distintas publicaciones. Para Amiram, lo que hacía brillar a Taniguchi era su componente emocional. “Vas leyendo y en un momento dado te salen las lágrimas, quieras o no”, dice sobre unas obras “muy humanas, con un dibujo tan realista que, simplemente, no se puede ignorar”. Por petición del propio autor, Ponent Mon fue editando a Taniguchi en sentido occidental, alterando el orden original de sus libros. “Taniguchi es japonés, pero su obra tiene poco que ver con el estilo manga”, asegura Amiram.
Quizá ahí esté la clave para entender su popularidad en Europa. Si Jiro Taniguchi, desde el manga como punto de partida, fue capaz de llevar sus obras al plano de lo internacional, fue precisamente por su acercamiento a Occidente. Influido por el cómic europeo y practicante del mismo, el artista nipón dibujó en sus últimos años obras como Los guardianes del Louvre, un álbum ambientado en el museo parisino, o Venice, un cuaderno de viaje sobre la ciudad flotante que se publicará en España en los próximos meses. Es comprensible: en Francia, donde el cómic goza de una situación sobradamente superior a la del mercado español, tan solo Barrio Lejanologró vender más de 300.000 ejemplares. Fue precisamente para una editorial francesa, Rue de Sèvres, para quien estaba elaborando su última obra, ahora inconclusa.
Pequeños instantes representados con mimo y delicadeza, conscientes, por sí mismos, de su inmortalidad. La inmortalidad que da el papel para hacer frente al inevitable paso del tiempo. “Es como si, incluso en una nueva vida, fuera imposible influir en las cuestiones más importantes del hombre, aquellas que afectan a su vida y a su muerte”, se dice a sí mismo el protagonista de Barrio Lejano, un hombre de negocios atrapado en su propia rutina que un día se ve transportado a su infancia: un canto al recuerdo y las decisiones humanas que remueve las entrañas.
“Siento apego por las pequeñas cosas que suceden a diario. Las observo con cuidado y reproduzco esos aspectos insignificantes a los que las personas no suelen prestar atención”, decía Taniguchi en una entrevista en 2003. Instantes rebosantes de belleza que, llevados al papel, adquieren un nuevo significado, una nueva posibilidad de ser entendidos y compartidos por sus lectores. Sea por su carácter poético, o por lo baladí y mundano de su existencia en un mundo que va demasiado deprisa como para contemplar lo que sucede a su alrededor, sentirse identificado por un cómic —a veces, incluso, comprendido— siempre es motivo de celebración.
El mago alza su varita y ejecuta el truco. Un sinfín de diálogos, de personajes, de lugares, de vivencias. Toda una vida al son de la magia. La magia del dibujante. La magia de lo narrativo. La magia de Jiro Taniguchi. La simpleza y lo cotidiano se transforman en arte. El público queda maravillado. Aplauden atónitos ante tal demostración de destreza, conscientes de que, posiblemente, jamás vuelvan a ser testigos de algo así.
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Autor > Manuel GareEscribano veinteañero. Suscríbete a CTXT
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