Tribuna
Y ahora qué
Es necesario construir de inmediato un pensamiento y un proyecto de cambio encaminados a la identificación de las alianzas necesarias para la transformación de esta sociedad, teniendo a la vista la configuración de una mayoría de gobierno
Jacinto Vaello 20/02/2017
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Primero hemos asistido a una exhibición de ruido ensimismado y poca reflexión sobre la realidad. Luego se ha producido el fortalecimiento interno del equipo dirigente tras quedar hecho jirones, lo que no transmite ningún proyecto a la sociedad. Por último, queda la impresión de que Podemos se instala en la autocomplacencia ética sin la menor intención de responder a la exigencia política del cambio social.
La coyuntura política pide reflexión. Esta sociedad continúa su camino autodestructivo, pese a los discursos jactanciosos y a los análisis superficiales. Esta sociedad no es solo ni principalmente la que se encuadra en el Estado-nación llamado España, y para comprender esto no hace falta apelar al recurso fácil del último tiempo que es el de ridiculizar alguna ocurrencia de Trump. España está inmersa en un mundo que le impone condiciones políticas restrictivas para facilitar la hegemonía del modelo neoliberal, y mientras este contubernio continúe instalado en el puesto de mando, tenemos escaso margen para imaginar siquiera un cambio profundo en nuestra sociedad a favor de los más desfavorecidos.
La propia dificultad que entraña el desafío, por otra parte, obliga a afinar la puntería. Ya no es solo que resulta alarmante la propensión a priorizar cuestiones secundarias o incluso irrelevantes, sino que carece de todo sentido razonable mirarse el ombligo y ver allí, por algún arte de magia, la cuestión primordial que nos debe ocupar. Tenemos que descender al terreno de la realidad, que es exactamente lo contrario de apelar a los viejos fantasmas, repetir hasta el cansancio soflamas presuntamente ‘izquierdistas’ y dejar para mejor ocasión cualquier propuesta de construcción de un mundo en el que también los ciudadanos de a pie tengamos nuestro sitio.
Dicho esto, me resulta por completo evidente que hay que abordar cuestiones que o bien se han estado tratando de forma tangencial, o bien se han perdido en medio del vocabulario de apariencia renovadora, o bien se han orillado porque exigen un esfuerzo de atención, reflexión y elaboración que nadie ha parecido dispuesto a afrontar. Por lo pronto, yo diría que como mínimo es necesario ponerse de inmediato a construir un pensamiento y un proyecto de cambio en ese sentido, cosa que todos parecemos dispuestos a considerar algo obvio, pero que no lo es si no lo explicitamos. En primera instancia, parecen imprescindibles tres aterrizajes en la realidad para poder saber que tenemos algo serio entre manos:
-- La comprensión de la sociedad en la que vivimos, más allá de las proclamas circunstanciales.
-- La formulación y la presentación de un proyecto de nueva sociedad, que responda a los problemas de los ciudadanos y los convoque a implicarse en el esfuerzo colectivo.
-- La identificación de las alianzas necesarias para la transformación de esta sociedad, teniendo a la vista la configuración de una mayoría de gobierno.
Ha quedado atrás el corsé del Estado-nación, y esto tiene que ser comprendido para saber cuál es el desafío y, sobre todo, para incorporar la dimensión supranacional
La comprensión de la sociedad
No solo hemos pasado del siglo XX al siglo XXI, también hemos dado dos enormes saltos desde las primeras épocas del desarrollo capitalista, que introducen elementos antes desconocidos o menos determinantes: por un lado, ha quedado atrás el corsé del Estado-nación, y esto tiene que ser comprendido para saber cuál es el desafío y, sobre todo, para incorporar la dimensión supranacional antes inexistente en la batalla política; por otro lado, la reconfiguración de la sociedad, producida aceleradamente de la mano de la transformación del modelo económico, plantea nuevos retos sociales y políticos en el complicado camino de la sustitución de este modelo.
Como todos deberíamos saber, la dimensión supranacional está completamente ausente de los planteamientos actuales de los partidos, salvo que queramos ver tal cosa en alguna ocasional referencia casi protocolaria. Sin ese enfoque, poco de lo que se diga tiene de verdad un valor práctico, lo que convoca a esos partidos, y sobre todo a cualquiera que se tome en serio la necesidad del cambio, a elaborar una estrategia conjunta de quienes padecemos en común las desgracias de la imposición del neoliberalismo y, lo que es peor, de sus crecientes manifestaciones de desprecio por el juego democrático. Curiosamente, las pocas referencias a la supranacionalidad de los mayores desafíos que enfrentan nuestras sociedades las exponen los eurodiputados, que por su propia ocupación se ven obligados a mirar desde más allá de las fronteras nacionales. Pero el caso que se les hace es poco o ninguno, y, de hecho, todo representante con ambiciones políticas busca lo antes posible la manera de regresar al terruño para no perder pie. Preocupante muestra de desatención...
Pero en la dimensión nacional las cosas van igual de mal o aún peor. Cuesta mucho encontrar un análisis en el que se pueda apreciar que existe de verdad una comprensión de la sociedad en la que vivimos y en la que están inmersos todos aquellos que se hacen día a día más exigentes en la necesidad de cambio. Lo malo es que sin identificar a los perjudicados y sus respectivas posiciones en esta sociedad es imposible entender qué se hace urgente y qué es más importante para la definición del proyecto de nueva sociedad y para reconocer cuáles son las fuerzas sociales del cambio.
Frecuentes alusiones a la ‘clase trabajadora’ e incluso a la ‘clase obrera’, en la situación actual de nuestra sociedad, inducen a pensar en la necesidad de renovar el esfuerzo de análisis para hilar un poco más fino. Lo que debemos hacer es un tipo de análisis de sociología empírica que está detrás de la identificación, por ejemplo, de los apoyos sociales obtenidos por Trump. Algunos artículos en prensa y crónicas de televisión exploran estas vías en el interior de los Estados Unidos, mostrando una dedicación analítica que sigue ausente en España, donde el acercamiento a los problemas sociales concretos no pasa con frecuencia del periodismo sensacionalista.
Hay que responder a la pregunta de quiénes son los perjudicados, cómo perciben ellos mismos su decadencia y qué puede aportar una organización política para la superación de la situación existente, sea facilitando la proyección política de sus movimientos sociales, sea representando su voz en las instituciones a las que no pueden acceder de manera directa, o, más bien, una combinación de ambas líneas.
El proyecto de una nueva sociedad
Un proyecto de este tipo está radicalmente ausente de cualquier manifestación política actual, sea en las instituciones, sea en la formulación de propuestas de los partidos, e incluso en las discusiones internas que, como los congresos o las asambleas, teóricamente serían las tribunas adecuadas para dar proyección pública a unas propuestas necesitadas de un amplio consenso.
Ya sabemos que todas sus energías las ha empleado Podemos en afrontar sus discrepancias internas a fin de llegar a su jornada de Vistalegre II con los deberes hechos. Pero estos deberes han sido entendidos como ‘asuntos internos’, nada que implique a la sociedad en la que deben desplegar su acción política.
Cuesta creer que semejante trayectoria no vaya a tener un coste elevado para Podemos. Por lo menos es posible imaginar dos líneas de fractura nada despreciables. Por un lado, la del gran movimiento en el que Podemos es tan solo una pieza, cosa que queda reflejada de forma nítida en los planteamientos de las organizaciones de territorios fuera de Madrid: desde la exigencia de autonomía de Podemos-Andalucía hasta la reafirmación de la propia identidad en las confluencias, mareas, etc. Las tribulaciones de Podemos aparecen para ellas como la manifestación de una crisis interna de la organización hermana de Madrid. Por otro lado, la del divorcio respecto del mundo que rodea a Podemos, no necesariamente de quienes están más implicados de manera militante sino de quienes en definitiva forman su base social --y electoral--. Es esta ciudadanía la que no encuentra reflejo en lo que Podemos discute y en teoría resuelve cuando se dirimen los enfrentamientos internos.
No hay proyecto alguno. Podemos consigue salir de su círculo vicioso (eso que de manera tan cursi se llama ahora el “bucle”) dando un paso, lleno de vaivenes y contradicciones, en su valoración del entorno político y las alternativas de apostar por unas alianzas u otras. Pero esto sigue encerrado en el ‘cómo’ instrumental, del ‘qué’ estratégico no hay la menor noticia, y, lo que es más grave, es que cualquier analista mínimamente profundo tiene ya en su cabeza la pregunta siguiente: ese ‘qué’, cuya versión inicial es de carácter principalmente estratégico, tiene que tener su continuación en la batería de actuaciones que lo concretan. Como es evidente, si no hay ‘qué’ estratégico, mucho menos hay una formulación de acciones.
Este es el estado de la cuestión. Para qué vamos a recordar que se debería estar formulando una estrategia muy concreta en la que deberían incorporarse antes de nada las actuaciones centrales, las réplicas ante el presumible ataque concertado del cuartel general de la oligarquía (Bruselas + BCE + FMI +...) y los senderos para escapar del acoso.
Todo esto, ¿para cuándo? Sin un proyecto de país es imposible transmitir a la sociedad que se está en condiciones de gobernar, porque la ausencia de propuestas hace que tal aptitud sea poco menos que inverosímil a ojos del electorado.
No es la calle, son los colectivos organizados que defienden sus vidas en esta sociedad, a los cuales deben dirigirse los partidos para explicarles sus expectativas de cambio
La política de mayoría de gobierno
A veces resulta insoportable la sensación de que asistimos a una discusión de besugos cuando se habla de la lucha institucional y la lucha en la calle. Al margen de que nadie puede dudar de que la correlación de fuerzas es desfavorable al cambio en el terreno político, y de que, por lo tanto, hay que acumular fuerzas y emplearlas en las instituciones y fuera de ellas, es que al utilizar los términos habituales se degrada la lucha social a la condición de algaradas callejeras. No es la calle, son los colectivos organizados que defienden sus vidas en esta sociedad, a los cuales deben dirigirse los partidos para explicarles sus expectativas de cambio y cómo entroncan con la defensa de los intereses sociales aplastados por el sistema. Esto, y no una infinita sucesión de manifestaciones, es lo que puede denominarse la calle, es decir, la cercanía entre el movimiento político y el movimiento social, por cierto, instrumentos de acción y de fortalecimiento de cualquier estrategia de cambio, pero siempre que no se confunda la coordinación y la compatibilización de objetivos con la pura y simple suplantación, tentación frecuente de muchas organizaciones políticas.
No está de más hacer una llamada de atención acerca de ‘gobernar’ en sentido social: por favor, no confundir el gobierno de Podemos y el afianzamiento de un equipo de dirección, en principio el objetivo de Vistalegre II, con el gobierno del país, objetivo de una organización que pretende impulsar un profundo cambio social, confusión que constituye una tentación frecuente en organizaciones que se miran demasiado al espejo. El lenguaje, la expresión corporal, el discurso y la audiencia de un evento como el de Vistalegre tienen poco en común con los necesarios para gobernar un país, porque lo que en el interior son enfrentamientos fratricidas, hacia el exterior son luchas que involucran a toda una sociedad.
Pero es obligado volver a la política. La presencia en las instituciones es una herramienta esencial en la lucha política, y ocupará un lugar preferente, tanto para movilizar como para hacer visibles a los movimientos sociales, como para dar a las aspiraciones de estos una proyección real, que solo puede sostenerse desde el poder político. No perder esta perspectiva es necesario para actuar en esta sociedad en la que vivimos, sobre todo si, como supongo todos sabemos, no existe a medio plazo la menor posibilidad de asaltar el palacio de invierno. Ignoro si esto se sitúa en el mismo plano que asaltar los cielos, pero el palacio en el mundo real y los cielos en el de la fantasía seguramente van de la mano.
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Jacinto Vaello es economista, colaborador del Banco Mundial, del Banco Europeo de Inversiones y de consultoras internacionales.
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