2017 no es 1984, es más extraño de lo que Orwell imaginó
En la Oceanía de Orwell no hay libertad para hablar de la realidad, excepto si esta es oficial. En los EE.UU. de 2017 cuanto más oficial es un hecho, más dudoso es
John Broich (The Conversation) 15/02/2017
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Una semana después de la investidura del presidente Donald Trump, el libro 1984 de George Orwell es el libro más vendido en Amazon.com.
Seguro que los corazones de miles de profesores de literatura están rebosantes de alegría al ver cómo la gente acude en masa a leer una novela publicada en 1949 para encontrar formas de entender el momento en que vivimos.
Orwell situó su historia en Oceanía, uno de los tres bloques o superpotencias que luchan por el control mundial en 1984. Ha habido un intercambio nuclear y los bloques parecen haber acordado continuar a perpetuidad una guerra convencional, probablemente porque un estado de guerra constante favorece sus intereses comunes por controlar sus respectivas naciones.
Oceanía exige sumisión total. Es un Estado policial con helicópteros que controlan lo que hace la gente y hasta observan a través de las ventanas, pero Orwell hace hincapié en que es la “policía del pensamiento” quien de verdad controla a los “proles”, el 85% más bajo de la población que no pertenece a la élite del partido. La Pensapol se mueve invisible entre la sociedad buscando, e incluso provocando, pensacrímenes para poder hacer que los infractores desaparezcan y sean reprogramados.
La otra forma que tiene la élite del partido, simbolizada en la figura con bigote del Gran Hermano, para promover el pensamiento, y la policía para corregirlo, es a través de la tecnología de la telepantalla. Estas “placas metálicas” transmiten cosas como vídeos aterradores de ejércitos enemigos y la sabiduría del Gran Hermano, por supuesto, pero la telepantalla también puede verte a ti. Durante los ejercicios matutinos obligatorios, la telepantalla no solo te muestra a un joven y fibroso entrenador haciendo ejercicios cardiovasculares, también puede ver si estás siguiendo el ritmo. Las telepantallas están en todas partes: están en cada habitación de los hogares de la gente. En la oficina, la gente las emplea para realizar su trabajo.
La historia trata de Winston Smith y Julia, y su intento por resistir el abrumador control del gobierno sobre la realidad de los hechos. ¿Cómo se rebelan? Intentando descubrir verdades “no oficiales” sobre el pasado y registrando información no autorizada en un diario. Winston trabaja en el colosal Ministerio de la Verdad, donde están grabadas las palabras LA IGNORANCIA ES FUERZA. Su trabajo es borrar de los registros públicos la información políticamente incómoda. ¿Un miembro del partido cae en desgracia? No existió nunca. ¿El Gran Hermano hizo una promesa que no puede cumplir? Eso no pasó nunca.
Como su trabajo le lleva a investigar periódicos antiguos y otros registros que contienen los hechos que tiene que “desechar”, Winston es especialmente propenso a “doblepensar”, aunque Winston lo llama “hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, […]inducir conscientemente a la inconsciencia”.
Oceanía: resultado de la experiencia de Orwell
Orwell situó la novela en 1984 inspirándose en cómo preveía que se desarrollaría la Guerra Fría, un término que él mismo acuñó en 1945. La escribió pocos años después de ver cómo Roosevelt, Churchill y Stalin se repartieron el mundo en las conferencias de Teherán y Yalta. El libro es extremadamente profético en asuntos relacionados con la Unión Soviética estalinista, la Alemania del Este y la China maoísta.
Orwell era socialista. 1984 describe parcialmente su miedo a que el socialismo democrático en el que creía fuera secuestrado por el estalinismo autoritario. La novela surgió a raíz de las agudas interpretaciones que hizo del mundo en que vivía y del hecho de que los estalinistas habían intentado asesinarle.
En 1936, un golpe militar apoyado por los fascistas amenazaba la mayoría socialista que había sido democráticamente elegida en España. Orwell y algunos otros socialistas comprometidos, entre los que también se encontraba Hemingway, se ofrecieron voluntariamente para combatir a los rebeldes de derechas. Mientras Hitler prestaba a la derecha su poderío aéreo, Stalin intentaba apoderarse de la resistencia republicana de izquierdas. Cuando Orwell y otros voluntarios desafiaron a los estalinistas, estos intentaron acabar con ellos. Perseguidos, Orwell y su mujer tuvieron que huir de España en 1937 para salvar sus vidas.
De regreso en Londres, durante la 2ª Guerra Mundial, Orwell vio por sí mismo cómo una democracia liberal y algunos individuos comprometidos con la libertad podrían verse abocados a seguir el camino del Gran Hermano. Él mismo trabajó para la BBC escribiendo lo que únicamente puede describirse como “propaganda” dirigida a un público indio. Lo que escribía no era precisamente “doblepensar”, pero eran noticias y comentarios sesgados con claros fines políticos. Orwell intentó convencer a los indios de que sus hijos y recursos estaban siendo utilizados para la guerra por el bien común. Tras escribir cosas que creía falsas, a los dos años abandonó el trabajo, indignado consigo mismo.
El imperialismo le indignaba. En la década de 1920, el joven Orwell había trabajado en la policía colonial de Birmania. Como si presagiara en la distancia el mundo del Gran Hermano, Orwell maldijo el rol arbitrario y brutal que adoptó en ese sistema colonial. “Lo odiaba profundamente”, escribió, “en un puesto como ese ves el trabajo sucio del Imperio desde dentro. Los miserables prisioneros acurrucándose en las apestosas celdas de las cárceles, las caras grises e intimidadas de los presos de larga duración…”
Oceanía era un presagio resultado de una biografía concreta y un momento concreto en el que la Guerra Fría estaba comenzando. Por tanto, como es lógico, nuestro mundo actual de “hechos alternativos” es bastante diferente en lo que respecta a asuntos que Orwell no podría haber imaginado.
Sin necesidad de Gran Hermano
Orwell describió un sistema de partido único en el que una pequeña fracción de oligarcas, el Partido Interior de Oceanía, controlaba toda la información. Esta es la manera principal que tenía de controlar el poder. Actualmente, en los EE.UU. la información es ampliamente accesible para aquellos que disponen de una conexión a internet, que son al menos un 84% de los estadounidenses. Y mientras que se podría discutir si los EE.UU. son realmente una oligarquía, el poder reside más o menos en una especie de melé que incluye al electorado, la constitución, los tribunales, la burocracia y, forzosamente, el dinero. O lo que es lo mismo, al contrario que en Oceanía, en los Estados Unidos de 2017, tanto la información como el poder están repartidos.
Aquellos que estudian la degradación en los estándares de prueba y razonamiento en el electorado de los Estados Unidos, culpan principalmente al esfuerzo conjunto de los políticos a partir de la década de 1970 por desacreditar el conocimiento especializado, deteriorar la confianza en el Congreso y en sus miembros, e incluso cuestionar la legitimidad del Gobierno mismo. Una vez que los líderes, los organismos y los conocimientos especializados habían sido deslegitimados, la estrategia ha sido suplantarlos con autoridades y realidades alternativas.
En 2004, uno de los principales asesores de la Casa Blanca sostuvo que un reportero pertenecía a la “comunidad basada en la realidad”, como si fuera una pintoresca minoría de personas que “creen que las soluciones surgen del estudio razonable de la realidad observable… Ya no es así como funciona realmente el mundo”.
Orwell no podría haber imaginado internet y el papel que representa en la distribución de hechos alternativos, ni que la gente llevaría en sus bolsillos telepantallas en forma de teléfonos inteligentes. No hay un Ministerio de la Verdad distribuyendo y vigilando la información, y de alguna manera todo el mundo es el Gran Hermano.
Parece menos una situación en la que las personas son incapaces de ver a través de las grandes mentiras del Gran Hermano, y más una en la que se abrazan los “hechos alternativos”. Algunos investigadores han descubierto que cuando algunas personas parten de una cierta visión del mundo, como por ejemplo que los expertos científicos y los funcionarios públicos no son de fiar, afianzan sus ideas erróneas cuando se les presenta con información fiel que contradice sus creencias. O lo que es lo mismo, argumentar con hechos puede ser contraproducente. Como ya han decidido qué cosas son en esencia más ciertas que los hechos que reportan los expertos o los periodistas, estas personas buscan hechos alternativos que las confirmen y luego ellos mismos se encargan de difundirlas en Facebook, sin necesidad de Gran Hermano.
En la Oceanía de Orwell, no hay libertad para hablar de la realidad, excepto si esta es oficial. En los EE.UU. de 2017, o al menos entre muchos de la poderosa minoría que eligió al presidente, cuanto más oficial es un hecho, más dudoso es. Para Winston: “La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro”. Para esta poderosa minoría, la libertad es poder decir libremente que dos y dos son cinco.
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Traducción de Álvaro San José.
Este texto está publicado en The Conversation.
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