Testimonio
En Lesbos aún hay vidas por salvar
Dos miembros de la ONG sevillana Proemaid relatan su experiencia con los refugiados en la isla griega durante la pasada ola de frío en Europa
Esther Garrido 15/02/2017
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En la playa de Lesbos, el día apenas puede planificarse. Allí amanece y nadie puede marcarse unas metas, nada puede programarse, todo depende de las necesidades que surjan. “Los únicos horarios fijos son las guardias de doce a dos de la madrugada y nuestras prácticas de rescate por la mañana, por lo demás, hasta las horas de dormir depende de lo que pase”, explican José Antonio Reina y Sergio Espinosa, bomberos del equipo Proemaid que acaban de regresar tras dos semanas actuando en la costa sur de Lesbos.
Esta ONG sevillana, fundada en diciembre de 2015, ha salvado a más de 1.000 refugiados y asistido a más de 50.000. Tras abandonar el terreno en agosto por falta de presupuestos, el pasado mes de enero, hastiados de la creciente falta de empatía que están demostrando los gobiernos europeos, decidieron volver. “Nos vimos con dinero en la cuenta, donado exclusivamente para estas personas, pusimos en una balanza la información que veíamos en los medios y decidimos que no es aquí donde teníamos que estar, sino en Grecia, porque no queremos ver desde nuestras casas lo mismo que vimos en 2015”, explica José Antonio.
En lo que va de año, y según los datos registrados hasta el 5 de febrero por la OIM, han llegado a Europa 11.074 refugiados y han muerto o desaparecido 255 en el Mediterráneo
Él, como fundador de la ONG, había estado en Lesbos en varias ocasiones. Sergio, sin embargo, se incorporaba por primera vez, aunque llevaba mucho tiempo queriendo intervenir. Ambos guardan en la retina cada una de las imágenes de esas semanas y, aunque regresaron hace poco, el pasado 27 de enero, ya tienen la mente puesta en Lesbos. “Necesito estar allí, sé que allí hago falta de verdad y aquí me da la impresión de estar perdiendo el tiempo”, indica Sergio.
Sentir 30 grados bajo cero
Las dos semanas que estuvieron en Lesbos coincidieron con la primera ola de frío del año, la que trajo a toda Europa uno de los eneros más gélidos de los últimos años. “Algunas noches hemos estado a uno o dos grados y con rachas de viento de 70 kilómetros hora, lo que hacía que la sensación térmica fuera aún menor, de unos 30 grados bajo cero”, explica José Antonio.
Ellos podían combatirlo con abrigos y equipamiento adecuado. No así los refugiados, embarcados en botes abarrotados, en condiciones inhumanas.
Son esas circunstancias las que movilizan a José Antonio y a Sergio cuando ven llegar una embarcación. Olvidan el frío. “Piensas que durante el camino les han robado, violado, maltratado... Que han pasado por un terreno como el mar -.que muchos no han visto en su vida-- de noche, con los más pequeños gritando y llorando, con el riesgo de que a quien monte el menor escándalo lo tiran por la borda”, explica José Antonio.
En lo que va de año y según los datos registrados hasta el 5 de febrero por la Organización Internacional para las Migraciones, han llegado a Europa 11.074 refugiados y han muerto o desaparecido 255 en el Mediterráneo. Datos que llevan a los miembros de Proemaid a diferenciar entre rescate y asistencia, pues en esta ocasión no han tenido que realizar ningún rescate pero sí asistir hasta a 55 personas “mejorado un poquito las condiciones en las que venían y dándoles cariño, algo que no les dan los guardacostas y consideramos fundamental”.
Tras el acuerdo entre la UE y Turquía, firmado en marzo del año pasado, las patrullas de control han aumentado en el Mediterráneo. “Antes del pacto entre la UE y Turquía el número de embarcaciones que llegaba a la costa era brutal, hasta treinta diarias; con el acuerdo se hizo un marcaje muy potente por el que interceptan las embarcaciones”, indica José Antonio.
Lo que se ha visto reducido es el número de embarcaciones que llega a las costas griegas, no el flujo migratorio, que sigue siendo igual o superior. “Las embarcaciones siguen saliendo, la diferencia es que, cuando les interceptan los turcos, les devuelven a Turquía y, cuando son los guardacostas griegos, pasan a alguno de los campos de refugiados de Lesbos, que acogen ya al doble de lo que pueden”, explica Sergio.
Una vez en lado griego, según sus situaciones y países de procedencias son trasladados a Kara Tepe, Moria o Pipka, campos que presentan condiciones muy diferentes. Algunos, como es el caso de Kara Tepe, según explican Sergio y José Antonio, “están muy bien gestionados por el ayuntamiento”; otros, como Pipka, están destinados a familias y casos vulnerables; y después está Moria, una antigua cárcel que ahora sirve para “acoger” a refugiados.
Fue en este campo, Moria, en el que la muerte de tres refugiados en menos de siete días a finales de enero hizo saltar la alarma acerca de las condiciones de estos campos de refugiados. Condiciones que “te chocan”, indica José Antonio. “No te cuadra que a personas que no son delincuentes se les tenga en un área de esas características”. Y aunque reconocen que no se les tiene encarcelados, las condiciones son extremadamente duras e inhumanas, con una superpoblación que llega a impedir que muchos de ellos reciban algo tan básico como una comida diaria.
Tras el acuerdo entre la UE y Turquía, firmado en marzo del año pasado, las patrullas de control han aumentado en el Mediterráneo
Siguiendo el programa europeo de reubicación y reasentamiento, España debe recibir a 17.337 refugiados antes de septiembre de 2017, de los cuales hasta ahora tan solo ha acogido a 1.034. “Parece una burrada que nos correspondan más de 17.000 personas, sin embargo, en el Nou Camp en lo que dura un partido se mueven más de 90.000 personas y no pasa nada, ¿pero acoger a estas más de 17.000 personas nos parece una burrada?”.
En Proemaid ya no solo asisten y rescatan a personas, además han emprendido nuevos caminos. Entre ellos, un programa de clases de natación para los niños, que hasta ahora veían el mar como uno de sus principales miedos. “Con estas clases no buscamos enseñarles a nadar sino que superen ese trauma”, expone José Antonio, quien además explica que han visto el progreso en muchos pequeños que “han pasado de no querer ni tocar el agua a meterse en la playa, coger los flotadores y jugar en la orilla”, pero también en sus padres, que, agradecidos, se les acercan y “confiesan que llevaban cuatro años sin ver reír a sus hijos”.
Su incansable lucha también se ha encaminado hacia Bruselas, donde solicitaron el pasado mes de enero modificar el artículo 1.2 de la normativa comunitaria con el objetivo de que deje de criminalizarse al voluntariado por parte de los Estados miembros. Tres miembros de esta organización permanecieron tres días detenidos en las dependencias de la autoridad portuaria de Mitilene, la capital de Lesbos tras ser acusados de un presunto delito de tráfico de personas. Un juez determinó su inocencia. Después de pagar una fianza, fueron puestos en libertad.
Además, siguen a la espera de que alguien compre o done dos motores para que el barco de rescate y salvamento que tienen parado en Sevilla pueda volver echarse al agua. “Ese barco es el esfuerzo de muchas personas que han donado su dinero para que pudiésemos echarlo al agua, nuestra pena es que no llegamos a la cantidad necesaria para comprar los motores y la electrónica, que son casi 50.000 euros más”, explica José Antonio.
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