REPORTAJE
Cooperativas para salvar los cines
Desde 2011, el número de locales de exhibición en España se ha reducido un 11,2% y el número de butacas ha caído un 13,4%. Paralelamente, han surgido proyectos asociativos o cooperativos para no dejar huérfanos a los más cinéfilos
Irene G. Pérez 22/02/2017
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Miércoles, día del espectador. Una fila de personas de lo más variopinta espera para comprar su entrada: universitarios, jubilados, parejas de mediana edad, un grupo de amigos treintañeros que debaten sobre si Gozzila es o no cine de autor. La sala, con 73 butacas, está prácticamente llena. En la gran pantalla, Jean-Pierre Léaud en la piel de Luis XIV agoniza en la cama —ya ven, hasta el Rey Sol acabó sus días siendo dependiente— en francés subtitulado en español. Es la sala del cine Zumzeig, cerca de la estación de Sants en Barcelona, que abrió al público el pasado 4 de noviembre bajo la estructura organizativa de una cooperativa.
Algunos lo achacan a Netflix y a las descargas de películas por Internet; otros, al precio de las entradas. El resultado es que en abril de 2016, por quinto año consecutivo, se redujo el número de locales de exhibición de películas, pantallas y butacas de cine en España. Según el 19º Censo de salas de cine de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMEC) el año pasado había un total de 675 locales (un 11,5% menos que en 2011), 3.492 pantallas (-11,2%) y 778.718 butacas (-13,4), lo que supuso una ratio de 17 butacas por cada 1.000 habitantes.
Pero, para los amantes más apasionados del séptimo arte, la experiencia de ir al cine es algo más que mirar una gran pantalla. Es por ello que, desde 2012, han surgido varias iniciativas en forma de asociación cultural o cooperativa para recuperar, en algunos casos, salas de cine que cerraban, y, en todos los casos, la posibilidad de ver películas que no suelen ser populares —o, directamente, no se proyectan— en los circuitos más comerciales.
CineCiutat, en Mallorca, fueron los pioneros en este ámbito. En mayo 2012, cuando cerraron los cines Renoir en S’Escorxador en Palma de Mallorca, un grupo de ciudadanos creó una asociación y, con el apoyo de los 800 socios iniciales y otras 100 personas que, además del dinero y la confianza, se arremangaron para sacar adelante el proyecto, lograron volver a encender las luces apenas tres meses después. La entrada general cuesta 7,5 euros, pero ofrecen una serie de descuentos y ventajas para sus socios, que actualmente superan el millar. La cuota anual son 100 euros (70 si es pensionista, estudiante o desempleado), e incluye 12 pases al cine sin pagar, el precio de la entrada a partir de la 13 proyección son 4 euros y se pueden beneficiar de descuentos en eventos, en el alquiler de las instalaciones y en compras en otros locales. Los más pequeños también tienen su espacio, ya que ofrecen sesiones matinales para colegios y grupos, así como talleres con el cine como eje central, y cada sábado por la tarde hay un estreno para este joven público.
La gente aportó el dinero basándose en la confianza de que éramos vecinos
Al proyecto mallorquín le siguieron la estela los Cines Zoco de Majadahonda, una asociación cultural sin ánimo de lucro que se constituyó en 2013 para recuperar el espacio, literal y metafórico, que habían dejado los Renoir en la localidad. “La gente aportó el dinero basándose en la confianza de que éramos vecinos”, explica Gabriel Rodríguez, presidente de la asociación. Antes de abrir el cine, consiguieron 900 socios, en su primer año alcanzaron los 1.400 y en la actualidad rondan los 1.100. El descenso se debe a que en el primer año de vida hubo gente de otras localidades y hasta de otras provincias que apoyó el proyecto y se hicieron socios por simpatía, aun sabiendo que no serían usuarios de las salas.
Rodríguez, economista de profesión, explica que la veintena de impulsores iniciales eran clientes del cine. “Al principio era la peor versión de una comunidad de vecinos”, afirma, aunque ahora el local funciona como un cine comercial normal, abierto todos los días y con su propia plantilla. “Tuvimos muy claro desde el principio que esto no es un cineclub ni un grupo de amigos”, asegura.
“Una de las cosas que más costó al principio fue conseguir que las distribuidoras nos cedieran sus películas al precio que pedíamos. Los cines no pagan por las películas. El sistema de exhibición funciona de forma que el cine paga un determinado porcentaje sobre la película que se proyecta. Si pagas 8 euros de entrada, la mitad se le paga a la distribuidora, prácticamente. Como nosotros teníamos unos precios más bajos de lo normal, todo consistía en que las distribuidoras esto lo aceptaran”, comenta el presidente de Cines Zoco. Al final, las distribuidoras acabaron entendiendo el modelo de esta asociación y actualmente trabajan con todas las distribuidores salvo Disney. Incluso han llegado a un acuerdo con Warner, que es la única que actualmente pide una cantidad mínima en vez de un porcentaje, según Rodríguez.
En el caso de los Cines Zoco, con cuatro salas y 500 butacas, la cartelera es una mezcla de cine taquillero y cine de distribuidoras más independientes, abiertas al cine europeo o internacional en un sentido amplio. El aforo medio de sus salas es del 13%.
La marca de la casa, por otra parte, incluye el ciclo Directores en el Zoco, en el que cada jueves se invita a un realizador español a que venga a comentar su película después de la proyección. Se trata de un evento exclusivo para socios, y solo en caso de que no se llene la sala pueden acceder también el resto de clientes. La cuota anual de socios es de 100 euros.
Una de las cosas que más costó fue conseguir que las distribuidoras nos cedieran sus películas al precio que pedíamos
En Santiago de Compostela, el cierre de las salas de cine llevó a un grupo de amigos con afinidades profesionales a iniciar el proyecto de Númax, una cooperativa de trabajo que dio sus primeros pasos en el verano de 2013 y abrió las puertas al público en marzo de 2015. Para iniciar el proyecto, los socios acudieron a la cooperativa de servicios financieros Coop57, donde les concedieron un préstamo de 300.000 euros avalado mancomunadamente por 182 personas. El resto del dinero hasta llegar a los 500.000 euros de inversión inicial lo captaron a través del lanzamiento del proyecto, la solicitud de apoyo a la creación de empresas y la aportación de capital de cada socio trabajador, que fue de 8.000 euros, más una aportación de 24.000 euros por parte de una socia colaboradora.
“Somos un cine de proximidad con tres líneas de programación, siempre en versión original subtitulada: cine de estreno de todo tipo; películas de repertorio; y cine de vanguardia con una distribución más restringida o que ni siquiera encuentra distribución, películas que circulan por festivales internacionales, museos, pero no se encuentran normalmente en las salas”, explica Ramiro Ledo, quien se encarga de la parte de cine, distribución y de la coordinación de Númax y es montador y realizador profesional.
En la actualidad están a punto de llegar a los 1.000 abonados y disponen de distintas modalidades de abono, que oscilan entre los 30 y los 500 euros. El perfil de su público es bastante transversal, aunque Ledo admite que al principio les costó más llegar al público joven, universitario. En 2016 superaron los 30.000 espectadores y recaudaron unos 200.000 euros. La entrada general a su sala cuesta 6,70 euros.
Más que proyecciones
Entre las actividades que organiza Númax, destaca la serie de aulas con formato de clase magistral con cineastas internacionales. Además de la sala de cine, con 70 butacas más una adaptada para personas con discapacidad, la cooperativa cuenta también con una librería y un laboratorio de comunicación, diseño gráfico y posproducción de vídeo que, si bien cubre las necesidades internas, la mayor parte de sus ingresos provienen de proyectos para clientes externos.
Después de Númax, en junio de 2015 apareció La Cinemista Coop. V, una cooperativa de trabajo asociado, que recuperó el Aragó Cinema en Valencia que llevaban cerrados desde octubre de 2006.
Los últimos en sumarse a este movimiento fueron los socios de la cooperativa de Zumzeig de Barcelona. El cine en sí empezó en 2013 como una sociedad limitada. “Se intentó un híbrido, un lugar en el que tomar algo y hablar sobre lo que has visto. El socio que lo llevaba trabajaba entre Barcelona y París y se mudó definitivamente a París el año pasado, así que entre seis personas que veníamos del mundo del cine nos hemos hecho cargo de la sala e intentamos que sea algo más colectivo”, explica Yonay Boix, director de cine y socio de la cooperativa que tomó las riendas del proyecto.
El plan es potenciar el cine como punto de encuentro y no de un sitio donde ir a ver películas
Como inversión inicial lanzaron una campaña de Verkami de 10.000 euros que consiguieron en un día y medio y llegaron a duplicar, con la que pudieron presupuestar este año para iniciar sus actividades. La entrada general son 7 euros, la reducida, 5,50 euros y el carné de amigo cuesta 50 euros anuales.
El perfil de los espectadores, explica Boix, es variado, desde universitarios hasta vecinos del barrio. "Intentamos ampliarlo a gente que pasaba por aquí. Hay algo de miedo a las pelis independientes. Nos estamos abriendo cada vez más al barrio y estamos haciendo un trabajo de acercar nuestra programación a la gente, que vean que no son pelis raras", comenta. En su oferta hay también programación infantil.
“El plan es continuar y potenciar la idea del cine como punto de encuentro y no de un sitio donde ir a ver películas”, señala Boix, quien destaca que Zumzeig es una ventana a un tipo de cine que, si no fuera por salas como la suya, “no se podrían proyectar en Barcelona”. “Ya hay cines de reestreno comercial, como los Texas, la Filmoteca, los Fenómena, con clásicos de los 70, 80 y 90, pero nosotros estrenamos pelis arriesgadas de cine independiente”, afirma. "Somos optimistas porque intentamos jugar en otra liga. No ofrecemos lo que ofrece un cine normal. Intentamos que el espectador no sea un ente pasivo, sino que realmente participa y se genere debate”.
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Irene G. Pérez
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