El Hacha
Dos imágenes, un Atlético
Estos últimos cinco años, con Simeone como comandante en jefe, los niños ya no les preguntan a sus padres por qué son del Atleti, porque están orgullosos de serlo
Rubén Uría 22/02/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
27 de Mayo de 2000. De todas las tragedias que han azotado al Atlético durante años, hay una imagen que jamás podrá salir de mi cabeza. Sucedió en Mestalla, en la final de Copa entre Atlético y Espanyol. El equipo rojiblanco había perdido la categoría después de la judicialización del club, estaba en ruinas y quería darle a su afición la única alegría del año, ganando un trofeo antes de irse a Segunda.
En aquella final de infausto recuerdo, el Atlético puso las ocasiones y el Espanyol, los goles. Los pericos se llevaron la Copa y los colchoneros, un varapalo anímico. Más allá de las lágrimas desconsoladas de Toni Jiménez, pidiendo perdón a los hinchas porque se había dejado robar la cartera por Tamudo, aquella final dejó una imagen estremecedora: nada más recoger la medalla de subcampeón, el delantero centro del Atlético, Jimmy Floyd Hasselbaink --que ese día marcó y acabó la Liga segundo en la clasificación del Pichichi, ironías de la vida--, se derrumbó y se fundió en un abrazo con su señora esposa.
Ese día Jimmy Floyd Hasselbaink se derrumbó y se fundió en un abrazo con su señora esposa. Fue la imagen de la desolación, de la tristeza, del dolor más allá de lo soportable
Fue la imagen de la desolación, de la tristeza, del dolor más allá de lo soportable. La escena puso los pelos de punta a todos los allí presentes. Al ver aquello, los pocos atléticos que ya habían parado de llorar, volvieron a romper en llanto. Y los hinchas del Espanyol, viendo cómo Jimmy abrazaba a su mujer y ella le consolaba, tributaron una merecida ovación a un tipo que había perdido esa final, pero que había hecho todo lo humanamente posible por ganarla. Nunca un abrazo fue tan doloroso, tan profundo, ni tan terrible. Jimmy no dejó de repetir aquella noche una frase que jamás podremos olvidar los atléticos que acudimos a Mestalla, con el equipo ya en Segunda, pensando que la tormenta escamparía: “¿Qué hemos hecho para merecer tanto castigo?”. El Atlético bajó, Hasselbaink se marchó y la afición colchonera tuvo que soportar una durísima y larga travesía por el desierto. Una repleta de mediocridad, naderías y desilusión.
21 de Febrero de 2017. Barcelona, Avenida de La Diagonal. Un niño y un padre charlan mientras comen sentados en un banco enfrente de un centro comercial. El niño lleva puesta una camiseta del Atlético de Madrid, con el nombre de Simeone y el número 14 cosido a la espalda. El padre, en voz baja y mientras come un sándwich, está relatándole a su chaval algunos de los relatos de su experiencia vital colchonera. Así es el Atlético. Una herencia y un sentimiento. Una pasión inexplicable que se hereda de padres a hijos. “Antes de que tu nacieras, el Atlético no ganaba casi nunca. No éramos tan buenos. Es más, un par de años estuvimos incluso en Segunda”.
El niño, cariacontecido, insistía en preguntar a su padre por aquel descenso. “¿Y cómo pudo ser eso, papá? ¿Por qué no éramos buenos?”. El padre se encogió de hombros y calló. Habría preferido no tener que contarlo, pero como su hijo insistió en conocer la historia, una y otra vez, tomó aire y comenzó a explicar sus recuerdos: “Teníamos un delantero buenísimo que se llamaba Hasselbaink y metía goles como churros, pero el equipo empezó a perder y acabó bajando. Y ese año, jugamos la final de Copa y ni siquiera Hasselbaink, que era tan bueno como Gameiro o como Torres, incluso como Falcao, nos pudo salvar. Perdimos con el Espanyol y nos fuimos a Segunda, tu madre lo sabe”.
Tras un pequeño silencio de un par de minutos, el niño le dio un sorbo a su refresco y se giró para espetarle a su padre: “Ya, pero eso fue hace mucho. Ahora somos muy buenos y hemos jugado dos finales de Champions, y un día la vamos a ganar, papá. Ya se lo he dicho al abuelo y no tenéis que preocuparos porque ya no somos tan malos”. El padre, emocionado, esbozó una media sonrisa cómplice, guiñó un ojo a su pequeño y le preguntó: “¿Y cómo estás tan seguro de eso?”. Y el niño, Pablo, le respondió como un resorte: “Papá, porque tenemos a Simeone”. Un par de horas después, el Atlético de Simeone ganaba en Alemania dando un recital a la contra, por 2-4. Dicen que los niños siempre dicen la verdad. De haber tenido al Cholo cerca en los años de plomo, Hasselbaink habría llorado, pero de felicidad.
El argentino ha cambiado este club, este equipo y a esta afición, de arriba a abajo. El Atlético, gane o pierda, siempre ha tenido una manera especial de subir y bajar de las nubes, es así. Pero estos últimos cinco años, con Simeone como comandante en jefe, los niños ya no les preguntan a sus padres por qué son del Atleti, porque están orgullosos de serlo. Y si sus mayores dudan, ellos lo tienen claro. El Barça tiene a Messi, el Madrid, a Cristiano y el Atleti tiene a Simeone. Es el pastor de los atléticos. Con el Cholo, nada les falta.
27 de Mayo de 2000. De todas las tragedias que han azotado al Atlético durante años, hay una imagen que jamás podrá salir de mi cabeza. Sucedió en Mestalla, en la final de Copa entre Atlético y Espanyol. El equipo rojiblanco había perdido la categoría después de la judicialización del club, estaba en ruinas y...
Autor >
Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí