La Vega: agonía del paraíso lorquiano
La especulación urbanística amenaza La Vega de Granada. Una plataforma integrada por más de 200 organizaciones lucha para salvar la zona y convertirla en un modelo de desarrollo sostenible
Manuel Montaño 22/02/2017
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Ayuntamientos, constructoras y empresas de toda índole están destruyendo, de forma sistemática, uno de los patrimonios más valiosos de Granada: La Vega. La tierra de Federico García Lorca es un vasto vergel, cuya producción agrícola la ha convertido en la despensa ancestral de la comarca. Desde hace décadas, los casos de corrupción en los municipios de la zona y los atentados medioambientales se multiplican, y La Vega languidece poco a poco. La plataforma Salvemos La Vega, integrada por más de 200 organizaciones, colectivos e instituciones, lucha para salvarla de su definitiva defunción y reivindica sus posibilidades como motor de desarrollo sostenible para la zona.
En la Alhambra, desde lo alto de la Torre de la Vela, la panorámica que se divisa es una extensa planicie inabarcable a la vista. La ciudad no parece terminar nunca y al fondo, entre brumas, se vislumbra una miríada de huertas. Dicen los más veteranos que antaño todo lo que se veía era un enorme mar de color verde oscuro, que comenzaba a los pies del palacio árabe y, por la noche, las luces en la lejanía parecían barcos flotando.
“Quieren arrasar con todo. He visto en sus ojos el ansia terrible por robarnos las tierras”, dice preocupado Antonio Hurtado, un agricultor que lleva 75 años en La Vega de Granada trabajando la tierra con cariño y esmero. Continúa enumerando las enormes presiones que ha sufrido para que venda sus fincas, bajo la amenaza de ser expropiado. Él siempre ha respondido, con esa verdad sencilla de la gente del campo, que no podía vender porque la tierra en realidad no es suya, sino de sus nietos.
Las huertas de La Vega han representado, en los últimos tiempos, un tesoro muy codiciado para los especuladores, cuando maquinaban con la idea fija de que construir una urbanización en el área metropolitana de la capital era un negocio redondo. Y siempre gracias a la complicidad de muchos políticos que al agilizar, muchas veces de manera ilegal, los planes urbanísticos de sus ayuntamientos, encontraban una manera fácil de llenar las arcas municipales y, en ocasiones, sus propios bolsillos.
“Quieren arrasar con todo. He visto en sus ojos el ansia terrible por robarnos las tierras” dice preocupado Antonio Hurtado, un agricultor
Hasta aquí nos encontramos la misma historia que se ha repetido de forma implacable por toda la geografía española, pero que la propia idiosincrasia de la zona hace especial. La Vega de Granada, en el centro de la provincia, ha sido siempre un vasto vergel de vida: 1.500 kilómetros cuadrados de fertilidad. Ya desde los primeros asentamientos romanos, la abundancia de sus cultivos ha saciado siempre el apetito de sus pobladores. Fueron ellos los que empezaron a canalizar el agua, pero a partir del siglo XI los árabes construyeron un formidable sistema hidráulico mediante una compleja red de acequias --de miles de kilómetros--, con el que magistralmente distribuyeron por toda la comarca el agua de los ríos que bajan de Sierra Nevada. La inagotable despensa que La Vega supone para Granada ha sido posible gracias a este sistema de irrigación, cuya eficacia permanece vigente. En épocas de carestía, como la posguerra, evitó las hambrunas que asolaron el resto del país, y en el siglo pasado hizo posible la industria del azúcar y del tabaco, que permitió amasar grandes fortunas. El dinero que generó la remolacha fue tan copioso que hizo posible levantar gran parte del actual centro de la capital granadina.
“Mi padre nos llevaba a menudo a pasear por La Vega. Era una gozada sentir el murmullo del agua, el frescor en el verano y la charla con aquellos sabios campesinos. La Vega forma parte del alma de Granada. Es una de sus señas de identidad, tan importante como la Alhambra”, dice emocionada la cantaora flamenca Estrella Morente. Sin embargo, este paraíso vive bajo un permanente estado de acoso y derribo. “Muchos hombres de negocios y muchos políticos se comportan como si no sintieran sus raíces o se avergonzaran de ellas”, explica con contundencia Antonio Arias, miembro del grupo de punk-rock granadino Lagartija Nick.
En las últimas décadas, la armonía entre el campo y la ciudad se ha ido torciendo poco a poco. La primera gran herida fue la construcción, al final de la década de los ochenta, de la carretera de circunvalación que supuso la separación de Granada de su Vega; una muralla de cemento y hormigón destruyó la suave transición que siempre existió entre el campo y la ciudad. Al romperse la tradicional accesibilidad y la continuidad del territorio, La Vega, tan cerca antaño, entró en el olvido al erigirse una distancia psicológica, semejante a la de esas ciudades costeras construidas a espaldas al mar. Más tarde, la dinámica de edificar a diestro y siniestro entró en una escalada sin fin: primero fue el desarrollismo franquista que tanto afeó muchas ciudades españolas, le siguió el boom inmobiliario en la etapa socialista y la liberalización del suelo, con el Gobierno de Aznar, fue el remate. Los sucesivos gobiernos continuaron el frenesí por construir que culminó con el estallido de la burbuja inmobiliaria. En gran parte del área metropolitana de Granada, el afán de construir y conseguir dinero rápido fulminó enormes extensiones de La Vega.
El resultado de esta voracidad urbanística son miles de viviendas sin habitar y enormes esqueletos de bloques de pisos que nunca se terminaron, como barcos varados tras un absurdo naufragio. Sin embargo, lo peor de este modelo de desarrollo económico fallido se ha traducido en un 38% de paro, a costa de destruir un 40% de la Vega. Aunque la actual crisis ha traído consigo una tregua del ladrillo, los ayuntamientos sueñan con volver cuanto antes a los cimientos y los tabiques para dinamizar la economía local. El acoso a La Vega nunca descansa y ha encontrado nuevas amenazas en las tres grandes obras en curso: la segunda circunvalación de Granada, la autovía a Córdoba y la llegada del AVE. Cuando se observa el trazado de cada una de ellas, se llega a la conclusión de que han sido diseñadas desde un ordenador lejano, ajeno a las necesidades reales de infraestructuras y sin plantear otras rutas alternativas que habrían tenido un impacto nulo en La Vega.
Aunque estas grandes obras se encuentran en la actualidad paralizadas a la espera de más presupuesto, la lista de microatentados, muchos de ellos denunciados por la organización ecologista Ecologistas en Acción, crece día a día: la fábrica de Puleva --empresa láctea-- con un aparcamiento ilegal de 15.000 metros cuadrados; construcciones levantadas sin ningún permiso (sólo en Churriana de la Vega se han contabilizado más de 300); almacenamiento de materiales para las obras del Metro en el Cañaveral --7.000 metros cuadrados--; instalaciones deportivas de todo tipo (pista de pádel y de hípica en Purchil, un Ecosport en Churriana, una pista de motos en Las Gabias y un campo de fútbol en el margen del Genil); un gran centro comercial, El Nevada, que, a pesar de que contó con una orden judicial de derribo, al final abrió sus puertas el año pasado; vertidos sin depurar a las acequias... Y lo último: se ha dado luz verde al acuerdo de los municipios de Atarfe, Maracena y Albolote para la construcción de un megacomplejo empresarial, comercial y de ocio – Área de oportunidad-- que necesitará 2,5 millones de metros cuadrados y que se asentará, cómo no, en la Vega.
El resultado de la voracidad urbanística son miles de viviendas sin habitar, pero lo peor de este modelo de desarrollo económico fallido se ha traducido en un 38% de paro, a costa de destruir un 40% de la Vega
A esta ristra interminable de agresiones a La Vega, que se cometen con total impunidad, hay que añadir una corrupción municipal generalizada que tiene en el ayuntamiento de Atarfe, al norte de la provincia, el parangón del desarrollo urbanístico sin control. Su emblema fue un campo de golf, en la actualidad cerrado, --el Medina Elvira Golf-- y, 3.000 viviendas a su alrededor vacías o sin acabar. El alcalde responsable en aquel momento, Víctor Sánchez, fue condenado a tres años de cárcel y 14 de inhabilitación por delito medioambiental, si bien sus abogados consiguieron una revisión de la sentencia que ha obligado a repetir el juicio. Su sucesor en el cargo, Tomás Ruiz Maeso, también está salpicado judicialmente por la concesión de licencias para el campo de golf.
Tal cantidad de desmanes ha sido la espoleta para un colosal movimiento ciudadano aglutinado en la plataforma Salvemos la Vega, cuyas reivindicaciones en defensa de este espacio natural y agrícola comenzaron ya hace 20 años. Ahora es un conglomerado que ha conseguido convocar en la misma causa a más de 200 asociaciones, organizaciones e instituciones como la Unesco, la Universidad de Granada, partidos políticos, sindicatos, comunidades agrarias.... Además, cuenta con numerosas adhesiones personales como Federico Mayor Oreja, Carlos Taibo, Fernando Savater, Luis García Montero, Almudena Grandes, así como otros catedráticos e intelectuales. Los artistas tampoco se han quedado atrás y han participado en grandes conciertos benéficos, como fue el caso del último, que bajo el lema Lorca para La Vega, contó con las actuaciones de Joaquín Sabina, Miguel Ríos, Paco Ibáñez, los hijos de Enrique Morente --Estrella, Soleá y José Enrique--, Lagartija Nick, Lori Meyers y Niños Mutantes.
“Su poesía no sería la misma sin el trasfondo de La Vega, que corre de manera permanente por la sangre del poeta”, dice el hispanista Ian Gibson, gran estudioso de la figura de Federico García Lorca. Uno de los mejores avalistas de La Vega es su gran poeta universal que nació y se crió en ella –Fuente Vaqueros--, lo que le permitió conocer de primera mano la cultura y la sabiduría popular, experiencia crucial para muchos de sus poemas y obras de teatro. Aunque en la adolescencia se fue a la ciudad para formarse, nunca perdió el contacto con su tierra natal. Una muestra de ello es que La Huerta de San Vicente fue su habitual residencia de verano, hoy engullida por la ciudad, pero que antes se encontraba en plena Vega. Durante muchos años se han descuidado los entornos que formaban el mapa vital y emocional de Lorca, en concreto, las distintas casas en las que vivió, los cortijos familiares y otros lugares relacionados con su vida y obra, como es el caso de la hacienda en la que se inspiró para escribir La casa de Bernarda Alba, en el municipio de Valderrubio, o la Huerta de Tamarit, cortijo de su prima en la que basó su poemario El diván de Tamarit. Recientemente, el Ayuntamiento de Granada ha inaugurado una ruta turística dedicada al poeta por la ciudad y sus alrededores y la Diputación, en colaboración con la fundación que gestiona el legado de Lorca, ha propuesto otra ruta que unifica todos lugares emblemáticos diseminados por La Vega que están estrechamente relacionados con él, y que incluyen el lugar donde fue asesinado. Pero la mejor manera de salvaguardar el universo lorquiano pasa por una protección jurídica de este histórico territorio agrícola. Otros países protegen con celo a sus grandes artistas y, por ejemplo, Holanda ha convertido en zona protegida el espacio natural que rodeó a Van Gogh.
La Junta de Andalucía intentó poner orden a este marasmo, mediante la elaboración del Plan de Ordenación del Territorio de Aglomeraciones Urbanas (POTAUG) en 1999 y su posterior desarrollo con el Plan Especial para La Vega, para proteger este valioso entorno, pero con escasos resultados. “El fracaso se debe a que no se ha considerado La Vega como una unidad territorial articulada por el sistema de acequias. Ya sólo por esta sorprendente y antiquísima obra de ingeniería hidráulica debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Vamos a ver si, por lo menos, conseguimos que sea declarado Bien de Interés Cultural, Zona Patrimonial (BIC), porque es la única manera de conseguir una protección real, ya que con esta figura jurídica un órgano supramunicipal pondría orden a este descontrol”, comenta José Castillo, miembro veterano de la plataforma y catedrático de la Universidad de Granada.
Este acervo cultural se completa con un vasto patrimonio arquitectónico que se visualiza en el sinfín de arquerías, cortijos, fábricas azucareras, alcoholeras, secaderos de tabaco... dispersos por toda La Vega y que dan más argumentos a su reconocimiento como BIC. Además, las posibilidades que ofrecen estas edificaciones son muy amplias: una iniciativa de la Facultad de Bellas Artes de Granada propuso convertir la imponente e industrial azucarera de San Isidro en un centro de arte contemporáneo. Algunos secaderos de tabaco sí se han transformado, para dar cabida a propuestas como una biblioteca, un centro de interpretación y un club de jazz. La multitud de secaderos desperdigados por toda La Vega es el objetivo de varios proyectos para crear una red de espacios de cultura y ocio que estimularía la vida en los municipios de La Vega e implicaría la participación de su población.
Uno de los colectivos que integran la plataforma, Vega Educa, fue creado por un puñado de profesores para movilizar y sensibilizar a la comunidad educativa en favor de La Vega, y en la actualidad ha conseguido que más de 20.000 alumnos y 600 profesores trabajen por la causa. Su labor pasa por organizar ecomarchas, convocar concursos, dar a conocer a Lorca y la relación con su tierra y otorgar premios a personas e instituciones preocupados por la protección de este espacio natural. “Nuestros alumnos desconocían absolutamente lo que era La Vega. Si les preguntabas quién tenía un abuelo agricultor muchos levantaban la mano; si preguntabas por quién tenía un padre agricultor, ya se veían pocas manos, pero si preguntabas quién quería ser agricultor, nadie alzaba la mano. Hay que dignificar lo rural, pero no por una cuestión bucólica, sino porque La Vega tiene además un gran potencial para generar riqueza y trabajo. Nos quieren descalificar diciendo que estamos en contra del progreso y eso no es verdad; se puede construir una escuela, un hospital o una infraestructura, pero no de cualquier manera y menos destruyendo nuestro patrimonio”, explica Javier Alonso, miembro de Vega Educa. Uno de los objetivos actuales de este colectivo es la edición de material didáctico para los alumnos, ya que la realidad de La Vega está ausente en los actuales libros de texto.
“Es mejor tener encima de la mesa un plato de comida que un ladrillo. Yo he trabajado duro, pero siempre he vivido bien, aunque no haya tenido lujos ni apartamento en la playa”, comenta Antonio Hurtado, testigo de la progresiva degradación de La Vega y como muchos otros agricultores, que vendieron sus tierras a las constructoras, ahora se arrepienten y añoran su vida en el campo. Hoy día muchas personas, acuciadas por la crisis, están volviendo a la huerta como medio de subsistencia, pero a la vez se han puesto en marcha varias experiencias de agricultura ecológica, que están siendo un auténtico éxito e incluso no dan abasto para satisfacer la demanda creciente.
El potencial productivo de La Vega, que podría abastecer a toda Andalucía oriental e incluso con capacidad de exportar, se ve reflejado en un Plan de dinamización y sostenibilidad que ha sido elaborado al alimón por organizaciones agrarias, universidades, ecologistas y técnicos agrícolas y que ha tomado como referencia a otras comarcas exitosas: las huertas de Aranjuez (Madrid) o el Parque Agrario del Bajo Llobregat (Barcelona). Según este estudio, las posibilidades de futuro son muy prometedoras y se enumeran varias líneas de actuación. Una de ellas es la creación de denominaciones de origen con productos autóctonos como las habas, la alcachofa y el kaki, y la reivindicación de la excelente calidad de todo lo que se cultiva en La Vega, uno de los suelos más ricos de Europa. La puesta en marcha de una industria conservera es otra alternativa viable que, inexistente en la actualidad, daría salida a todos los excedentes agrícolas. En el pasado Granada era, después de Asturias, la provincia con el mayor número de vacas del país, y aunque es económicamente inviable recuperar la antigua cabaña ganadera, una asociación está trabajando para recuperar la oveja de Loja, muy apreciada por su carne. Se plantea hacer lo mismo con la gallina autóctona --moruna, antigua, castellana-- que aún pervive en algunos pueblos de La Vega. El plan también plantea el uso de la enorme cantidad de biomasa que se genera para la obtención de celulosa y energía. Y una modesta inversión en I+D+i para el estudio de otros cultivos sostenibles y rentables en La Vega podría optimizar la productividad de los suelos agrícolas. Un ejemplo es una investigación en marcha para el cultivo de setas y endivias en los antiguos secaderos de tabaco por sus condiciones idóneas de luz y humedad.
El agua que fluye por La Vega no tiene propietario, sino que los dueños son las comunidades de regantes que acuerdan entre ellos la cantidad de agua que debe llegar a cada zona o terreno
Desde la plataforma Salvemos la Vega se pide a las distintas administraciones que fomenten el consumo de proximidad, aplicando la filosofía del kilómetro cero, con medidas tan sencillas como abastecer con productos de La Vega a los colegios, hospitales, universidades y demás instituciones públicas de la provincia. Por otro lado, este colectivo reclama el desarrollo del turismo rural, deportivo y cultural que apenas existe y que sería un aliciente para retener a esos miles de visitantes que cada día, tras visitar la Alhambra, se van a toda prisa de Granada.
La Vega esconde, además, un gran recurso: una ingente bolsa de agua dulce en su subsuelo. Aunque la ley prohíbe de forma terminante perforar el terreno para hacer pozos, en épocas de sequía se han concedido permisos de extracción para garantizar el abastecimiento de las acequias. Uno de los pronósticos que los expertos vaticinan por efecto del cambio climático es el aumento de pertinaces sequías y el sureste de España como uno de los principales escenarios del mundo que las sufrirán. Ante esa extrema eventualidad, La Vega y su acuífero estarían preparados para afrontar el envite, si es que la contaminación incontrolada que cada día se filtra por el sistema de acequias no acaba con la calidad y salubridad de esta reserva de agua.
“La tradicional cultura del consenso y del reparto del agua, que ha hecho funcionar el sistema de acequias durante 1.000 años, es un valor que debería exportarse para resolver las guerras del agua que se avecinan en el mundo y otros problemas derivados de la escasez”, explica Paco Cáceres expresidente de la plataforma Salvemos la Vega. El agua que fluye por La Vega no tiene propietario, sino que los dueños son las comunidades de regantes que acuerdan entre ellos la cantidad de agua que debe llegar a cada zona o terreno mediante las dulas --tiempos de paso del agua-- que hacen que cientos de compuertas suban y bajen cada día, garantizando que el agua disponible llegue a todos los rincones de La Vega.
Abordar la problemática de La Vega como una cuestión meramente local sería estéril, porque lo que está en juego es el futuro de un modelo de agricultura sostenible que servirá de ejemplo en otros lugares del mundo, cuando la actual agricultura industrial, basada íntegramente en los combustibles fósiles, entre en colapso tras el agotamiento de las reservas de petróleo. Se impondrá una agricultura a pequeña escala y de cercanía, en la que hará falta la participación de una multitud de nuevos agricultores. La Vega es un laboratorio agrícola donde el equilibrio entre el hombre y la naturaleza lleva muchos siglos funcionado a la perfección.
En el pasado, la campana de la Torre de la Vela daba la señal a los campesinos para comenzar a regar y mantenía en comunicación permanente la ciudad con su Vega. Ahora, el ruido del tráfico hace imposible oírla, pero en cambio sí puede que esté marcando la hora de volver a cuidar a una madre que nunca falló y que perdonará con generosidad a unos hijos desagradecidos por el daño que le infligieron.
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Manuel Montaño
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