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Lo que más me gusta de la novela de María Tena El novio chino, que es premio Málaga de Novela, de la Fundación Fernando Lara, y que acaba de ser presentada, es que María se haya atrevido. Que haya contado una historia de varones, y que haya colocado a las mujeres que intervienen en la historia narrada en un papel curiosamente “masculino”. De poder. Debería decir a la mujer, y no en plural, es decir, a la jefa. A veces pasa, pocas, pero pasa. Y me refiero a que no es una novela de mujeres, y que, discretamente, reivindica para las escritoras la posibilidad (el derecho) de escribir lo que se les ponga en… en el criterio. Que decía mi amiga Carmen Gamarra.
La historia que cuenta tiene, además, una ventaja yo diría que histórica: la extraterritorialidad. Para que les pique la curiosidad diré que pasa en el Pabellón Español de la Feria Universal de Shanghai, vale decir, en un trozo de España que arrastra consigo toda la historia del momento, 2010, pero en una ciudad que todavía tiene para la inmensa mayoría de los lectores el marchamo de lo exótico. Es China. Y María Tena, que cuenta lateralmente los efectos ya un poquito devastadores de la madre de todas las crisis en el sector de los “creativos”, también cuenta algunos secretos del crecimiento, en ese momento entusiasta y burbujeante (de burbujas) de una sociedad que estaba “despertando”. Y estoy citando, casi sin querer, a Alain Peyrefitte, más que a Napoleón. Porque entonces no temblaba el mundo, eran simples profecías. Pero ahora, ya, sí. Una pasión y dos dignidades, la del jefe de protocolo del pabellón y la del chino –hoy estoy de citas inclusas, y ahora me cae la Duras, en la que pensé justo cuando abría el libro, que resulta presentar un espejo invertidor: la niña blanca, el hombre chino, en ella, aquí el hombre blanco, el chaval chino--. Dos dignidades, aseguro. Acosados ambos por la pasión amorosa, pero también por las circunstancias colectivas, por el resultado de sus historias, por el modelo de crecimiento de sus sociedades. Y ya no digo más. Que de los paisajes más o menos sórdidos, más o menos escandalosamente lujosos, y de las estrategias de supervivencia de uno y otro, es precisamente, yo creo, de lo que va la novela. Estos dos mundos, que están en este.
Digo que me gusta para este marzo, la voluntad de penetrar en un terreno que parece que se nos veda a las mujeres: hablar de lo que pasa en el corazón de los varones, y en sus vísceras. Bueno, María Tena lo hace, y a mí me parece que es un terreno necesario.
Aunque, obviamente, queda tanto por contar de las mujeres desde la perspectiva (intransferible) de otras mujeres, que, queridas amiguitas, tenéis (o tenemos) que seguir dando la vara. Que son varios siglos en que ellos nos han narrado, y, además, nos lo hemos creído. Y más, si se exploran terrenos más bien raros, poco autocomplacientes, que se atreven con el mal, el rencor, la crueldad, y la venganza, por pasiva que sea. Eso, que sí, que también está agazapado en lo femenino. Lean Media vida, de Care Santos (Destino), que también recomiendo vivamente, y me cuentan.
En Media vida, Care Santos cuenta la historia de cinco mujeres en, básicamente, dos estancias. En la muy primera adolescencia –y entonces la crueldad y la sabiduría del relato, el suspense, por así decir, hace temblar-- y ya en la madurez, con las vidas hechas. Y claro –no voy a destripar la novela, pero adelanto que, aunque también aquella tenía lo suyo, no viene a ser Ricas y famosas-- desde el cincuenta ha pasado toda la historia del franquismo, su clasismo terrible, su moral nacionalcatólica, pero también la democracia y su movilidad social…. Relativa, pero más. Un mapa de la sociedad española y sus cambios, desde la perspectiva de estas cinco niñas que empezaron a jugar durísimo a las prendas, y les toca pelear con lo que el mundo les ha dado. Y con la fuerza de la voluntad. Y sí, una suerte de generosidad, por parte de las más (y la más) herida, porque…. No se lo cuento. Hay un momento, absolutamente de agradecer, de justicia poética y de eso, de generosidad. Vamos: de perdón.
La marca del origen social, la marca de las condiciones físicas, la marca también de la voluntad de poder, y sus desplazamientos a lo largo del crecimiento. Nada ajeno a lo que pasa a la propia sociedad, que se ve un poco reflejada, como en el espejo stendhaliano. Para teorizar esto, y más, Julia Varela ha dirigido Memorias para hacer camino, un libro en el que participan con sendos ensayos Pilar Parra y Alejandra Val Cubero, que recoge las entrevistas a once mujeres de la Generación del 68, que ha publicado Morata, y en el que salgo, glub. Allí hay relatos muy dirigidos a la familia de origen y al desarrollo profesional de algunas chicas que veníamos de familias más o menos acomodadas, más o menos cultas, de la burguesía, vaya, y de otras, cuyos testimonios son los más impresionantes, nacidas en familias obreras y campesinas, en los últimos cuarenta. Y su lucha penosa, durísima, y su actividad sindical y liberadora, en fin. Estas señoras-ejemplo, y por ellas menciono el libro, porque yo me siento un poco florero periodístico… Y lo recomiendo, además del trabajo interpretativo, de ese recorrido por los feminismos y sus contradicciones, y por la misma sociedad española y sus cambios políticos, económicos y religiosos, que merece una discusión y la tendrá.
Pienso ahora, volviendo al principio, que hay un género en que las mujeres sí han creado tipos y personajes masculinos: el negropolicial. Y lo digo un poco a la sombra de Agatha Christie o de Patricia Highsmith, o de Donna Leon, pero recién cerrada El juego de la luz, de la canadiense Louise Penny, traducida por Maia Figueroa (Salamandra). Que es un thriller psicológico, situado en un pueblecito próximo a Montreal, una pequeña sociedad muy cerrada, en el que tienen que intervenir sus personajes, y particularmente el torturado y calmoso Armand Gamache. Es la segunda suya que leo (la otra era Enterrad a los muertos) y me resulta particularmente interesante el uso que hace del paso del tiempo. Es, en realidad, centradas como están en casos distintos, la continuación de una misma historia, la de Gamache y los suyos, la de ese pequeño pueblo que de vez en cuando se llena de cadáveres. Y si en una había arrepentimientos, necesidad de verdad, en esta hay una terrible reflexión sobre el mal, pero también sobre las consecuencias de los propios actos, sobre la misericordia y la necesidad de perdón. Y de paso, una miradita al mundillo del arte, a sus vicios y frivolidades, a la vanidad, y al a veces espantoso papel de los críticos y su capacidad destructiva…. Si no lo sabía de antes, que lo sé, me ha confirmado en lo que creo: el temblor de la creación es sagrado. Sólo me moveré contra la falacia, que es intolerable. Pero si una novela no me gusta (y hay tantas buenísimas, que no me dará tiempo a leer, ni mucho menos a escribir sobre ellas) me callo, y punto.
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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