Libros
Sender en Moscú: juego de espejos revolucionarios
Se reedita 'Madrid -Moscú', un libro en el que abundan las andanadas contra la democracia burguesa española, que había sido incapaz de solucionar los problemas sociales de las clases subalternas españolas
Andreu Navarra 5/04/2017
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Madrid-Moscú. Notas de viaje, 1933-1934
Ramón J. Sender
Prólogo de José Carlos Mainer
Fórcola, 2017
Fórcola reedita por primera vez un clásico desapercibido de la literatura de viajes contemporánea. Publicado por primera vez en 1934, refleja un estado de ánimo exaltado: no olvidemos que la obra fue escrita en un año revolucionario, y después de haber redactado Sender su reportaje sobre los hechos lamentables de Casas Viejas, que tanto perjudicaron a Manuel Azaña. No es, pues, Madrid-Moscú un libro complaciente con la izquierda republicana, cuyo proyecto empezaba a tambalearse acosado desde los extremos del hemiciclo. Más bien abundan en sus páginas andanadas contra la democracia burguesa española, que había sido incapaz de solucionar (o cuando menos de atender) los problemas sociales de las clases subalternas españolas.
Todo ello puede explicar, en parte, el entusiasmo con el que Sender celebró las novedades del mundo soviético, el experimento sociológico más ambicioso de la historia. El libro reúne las breves crónicas que empezaron a ver la luz en La Libertad el 27 de mayo de 1933, y que terminaron de publicarse el 13 de octubre, cuando el autor llevaba ya tres meses de nuevo en casa.
José-Carlos Mainer firma el prólogo: un prólogo que no solo presenta una síntesis útil de la trayectoria literaria e ideológica de Sender, sino que sitúa Madrid-Moscú en ella, mientras va comentando cuál es la bibliografía fundamental para introducirse en el denso mundo narrativo y político del autor. Fórcola ha editado la obra perfecta para introducirse en ese mundo en el que se entrecruzan periodismo, ensayo, revolución y pura narrativa. Mainer comenta que “la estrategia del narrador de Madrid-Moscú es una calculada mezcla de impasibilidad y desparpajo, de curiosidad abierta a los hechos y de dogmatismo en sus presupuestos” (p.19). Y es verdad: Sender intenta, a través de un estilo rápido y vertiginoso, imitar la nerviosidad misma de la sociedad soviética en trance de constante transformación. Y con mucha frecuencia justifica las medidas del gobierno que pueden parecer chocantes comparándolas con el grotesco mundo social y político español, cuajado de contradicciones y absurdos. Es, por esta razón, una obra revolucionaria pero también un relato que se puede situar entre los que buscaron en la URSS un revulsivo capaz de sacudir la adormecida existencia hispánica. Participa, pues, como Rússia. Notícies de la URSS, de Josep Pla (1925), o los ya lejanos libros rusos de Luis Morote, de la literatura regeneracionista aún muy viva en el imaginario ensayístico español.
Sender intenta, a través de un estilo rápido y vertiginoso, imitar la nerviosidad misma de la sociedad soviética en trance de constante transformación
Mainer concluye que “el lector de Madrid-Moscú advertirá que Sender tuvo noticias del envés del paraíso. Sabía lo sucedido en Ucrania y también en el Cáucaso, en las tierras de los antiguos cosacos, pero lo justifica, aunque quizá no muy convencido” (p.15). Sin embargo, no menciona los campos de concentración, ni las detenciones arbitrarias y desapariciones de ciudadanos, que otros viajeros (por ejemplo, Fernando de los Ríos, sí habían observado y denunciado). Álvarez del Vayo y Pestaña visitaron al terrible Dzerzhinski para indagar sobre ejecuciones de disidentes; Sender ni se lo planteó, diseñando un libro de cuño mucho más jovial y picaresco, con poco espacio para el análisis de las contradicciones: “Domina en la casa, que es grande, el recuerdo de una posibilidad poderosa, siempre vivo: Maiakovski. Existe por este poeta revolucionario verdadera veneración. Yo he preguntado por las razones que pudieron llevarle al suicidio. Nadie las conoce. En realidad, cuando ocurre eso es que se han perdido las razones para vivir y hasta para morir. Debe ser el vacío interior que les atrae como un abismo. Nadie sabe nada. Pero el suicidio de Maiakovski es el complemento de su obra. Quizá sentía el socialismo y se sentía incapaz al mismo tiempo de vivirlo. Su vida era caótica y desordenada” (pág.89). He aquí una constante en la literatura española dedicada a la URSS: el ansia de orden, dejando atrás una calle dominada por la agitación anarquista. Un orden revolucionario o conservador, pero en todo caso siempre una estabilidad, un agarradero, una necesidad de fijación: fijación de precios, de salarios, de pactos colectivos, en un continente que atraviesa un barrizal político guerracivilista.
Sin embargo, es cierto: muchas veces Sender no se percata de la sordidez de lo que está describiendo. Por ejemplo, el ritual colectivo de la Chistka, el momento en que todo comunista ha de enjuiciar públicamente su conciencia y su conducta, mientras se le examina de conocimientos revolucionarios: “La Chistka es la depuración del Partido Comunista, hoy integrado por cerca de cuatro millones de ciudadanos soviéticos. Consiste en el examen de la conducta de todos los miembros del partido en las fábricas, en el campo, en los cuarteles. No solo de su conducta, sino de su mentalidad. Se juzgan primero en asambleas públicas, donde todos los ciudadanos tienen voz y voto, las conductas de los hombres o mujeres que van a constituir los Consejos depuradores, según las candidaturas presentadas en los lugares de trabajo. Cuando los Consejos están formados, comienza la tarea de depuración, que dura varios meses” (pág.158). No puede negarse de la eficacia de los métodos de afirmación de una ortodoxia ideados por los soviéticos. Del éxito o fracaso en estos actos de afirmación o contrición dependía la clasificación de cada ciudadano en la casta que le correspondería según criterios ideológicos: de esas depuraciones (purgas, digámoslo claramente) dependía el futuro vital y laboral del ciudadano.
Por lo demás, el autor es capaz de consignar hasta el más mínimo detalle de la estructura social y cultural de la Rusia revolucionaria. Por ejemplo, describe con gran detalle los “rincones rojos”, distribuidos por parques, fábricas y talleres, a los cuales podía acudir cualquier ciudadano para informarse sobre teoría marxista, cultura general o cualquier aspecto de la vida industrial del país: “Yo he visto acercarse a un obrero a uno de estos rincones y preguntar, muy intrigado, qué distancia hay de la Tierra a la Luna. La respuesta fue acompañada de una serie de explicaciones, muy sumarias, sobre astronomía. Otra vez, dos obreros que avanzaban por una avenida discutiendo se acercaron a resolver sus dudas a un “rincón rojo”. Preguntaba uno de ellos si, una vez terminado el segundo plan quinquenal, los sindicatos y las cooperativas podrían sustituir ya al Estado y éste sería innecesario. Ignoramos cuál fue la respuesta” (pág.187). Lo que más admiró Sender fue la habilidad con la que los bolcheviques habían logrado movilizar a toda una sociedad antes despolitizada, interesándola por el progreso vertiginoso de la nación. Esto no podía conseguirse sin dos cosas: sin el sentimiento de estar aportando algo a un gran proyecto común y sin un sistema educativo especialmente dinámico y bien engrasado.
Por esta razón elegía el formato del documental. Por esta razón escribía con esta tensión interna. Sender se desesperaba con la abulia de la opinión pública española, y buscaba el aldabonazo, la nota estridente.
La URSS fue un Estado generoso con la instrucción universal, y Sender no es una excepción en el elogio de las iniciativas educativas del nuevo estado: los socialistas Rodolfo Llopis y Álvarez del Vayo fueron los autores que más atención prestaron a estos innovadores experimentos.
Lo que más admiró Sender fue la habilidad con la que los bolcheviques habían logrado movilizar a toda una sociedad antes despolitizada
Fue durante la Guerra Civil, y al cabo de un proceso no totalmente descrito ni aclarado, cuando Sender se apartó de la ortodoxia comunista, antes de partir hacia México y Estados Unidos y cultivar un concepto más dinámico de la izquierda política.
A mi modo de ver, los artículos que Sender escribió sobre la Alemania hitleriana, que pisó de camino hacia Moscú, son tan valiosos como los escritos en territorio soviético. Durante los días que permaneció en territorio alemán, retrató con mano maestra el ambiente de las ciudades cada vez más impregnadas de nazismo. Sender (como el catalán Xammar) no solo comprende perfectamente el fenómeno del carácter y el encumbramiento de Hitler, sino que explica muy acertadamente el éxito de los disparates totalitarios: “Hitler no es una individualidad. Es un millón de germanos uniformados. No ha dicho en su vida Hitler una frase original, una idea verdaderamente propia. Desde el año 1919 viene repitiendo las mismas toscas generalidades sobre la patria, la producción industrial y la raza. La misma asimilación de una parte del espíritu revolucionario de las masas trabajadoras, que parece un movimiento táctico muy sagaz, no es sino el reflejo de la conciencia común. Una idea que estaba en la calle y que todo el mundo respiraba. Esto de las ideas generales enloquece a los germanos, como suele ocurrirles a los hombres de individualidad poco acusada. Un funcionario de tercera, que para vivir con el sueldo tiene que hacerse el menú de pie en los restaurantes automáticos –diez céntimos, un bocadillo de jamón; otros diez, uno de queso, o un vaso de cerveza-, y que vive en una casa antihigiénica, pequeña y oscura, es capaz de estar ocho horas rígido e inmóvil con sus calzones y su camisa pardos, en el umbral de un ministerio, y si al final otro nazi de mayor graduación se cuadra ante él y le da la mano, diciéndole: “Eres un buen servidor de Alemania”, se siente completa y absolutamente feliz” (págs.42-43). Es la misma eliminación del individuo en la colectividad que observará en Moscú, pero esta vez dirigida a fines racionales, dirigida a la consolidación de un ideal igualitario ante el cual carece de fundamento oponerse.
En definitiva, el diagnóstico senderiano para la realidad alemana es de una sorprendente exactitud: “El nacionalsocialismo alemán no ha venido a estabilizar las cosas, sino a precipitarlas. El ritmo, ya de por sí acelerado, de la política europea no tolera pasivamente un movimiento como el de Hitler. (…) No hay duda –es necesario reconocerlo- de que la próxima guerra habrá nacido en Versalles. Esto es demasiado sabido. El fenómeno nazi, que hay que aceptar como un hecho consumado, tiene allí sus raíces. Estos niños son una prueba más, con la energía de sus movimientos, una energía teatral y decadente, pero en la que hay cierta sincera desesperación de personas mayores” (pág.53). A Sender no se le escapa nada, como, por ejemplo, la ausencia de nombres franceses en los menús de los restaurantes. Ausencia que es presagio de una guerra próxima.
En el tren, nuestro autor certificó lo que también consignó Pla: la comida era una tercera parte más barata en un vagón de camino a Moscú que en cualquier ciudad española. Estos detalles no eran inocentes: su función era desactivar los embustes que la prensa desinformada y/o rocosamente derechista publicaba con el objetivo de demonizar esa nueva sociedad apocalíptica que era suma y resumen de todos los pecados posibles. Hasta la vajilla de ese vagón restaurante despertó la curiosidad de Sender: la cerámica había sido decorada con aeroplanos, chimeneas de fábricas, torres de radio o con la hoz y el martillo (pág.80).
Madrid-Moscú es el libro donde mejor se comprueba el interés de los escritores españoles por comparar la gris y mortecina realidad político-cultural española con la vivacidad soviética
Madrid-Moscú es el libro donde mejor se comprueba el interés de los escritores españoles por comparar la gris y mortecina realidad político-cultural española con la vivacidad soviética: “Los escritores, no pocos de verdadero talento, trabajando con palas y carretillas. Esto no lo sabían seguramente nuestros elegantes compañeros de Madrid. A Algunos les iría muy bien para apaciguar sus nervios” (pág. 89); o “Desgraciadamente para los amigos del arte, la mayor parte de las obras no pueden ser exhibidas en los teatros españoles. Es decir, podrían exhibirse; pero las autoridades de Casas Viejas no entienden tampoco de libertades artísticas. Hemos visto teatro sintético, realista; teatro de propaganda. Hemos visto una obra antirreligiosa, puesta en escena con alardes de técnica, recursos de decorado e iluminación, que en España no se pueden ni imaginar” (pág.90).
Constantemente está Sender mostrando su profundo desacuerdo con la deriva conservadora que está tomando la República española (y de esta crítica no excluye, ni mucho menos, a los partidos de izquierda). Al fin y al cabo, el mensaje último de Madrid-Moscú podría ser: Españoles, ¿a qué esperamos para iniciar nuestra República Socialista? Sender suspiraba, en 1934, por la llegada de una República Popular que aplastase al poder burgués, y que electrizase y dinamizase la cultura propia.
A Stalin lo ve como un obrero más, un dirigente con la tosquedad y la franqueza sanas que observa en los líderes de las plantillas industriales. La falta de cortapisas intelectuales es juzgada positivamente por un escritor que encuentra superior a la reflexión decadente y escéptica la pura acción revolucionaria y la construcción a todo trance. Sender, nacido en 1901, quiere formar parte de una juventud revolucionaria llamada a desterrar toda clase de rémoras culturales e ideológicas. La generación dispuesta a arrasarlo todo y a jugarse el tipo por la subversión total. De algún modo fundaría y anunciaría, con su tono y su estética, la escritura desarrollada durante la guerra civil.
Sender, nacido en 1901, quiere formar parte de una juventud revolucionaria llamada a desterrar toda clase de rémoras culturales e ideológicas
De ahí esa sensación de dogmatismo que tanto salpica su prosa. Es urgente emprender reformas como las soviéticas. Inmediatamente. Y no son pocas las veces en las que nuestro periodista es convincente en sus tajantes planteamientos: “Los obreros no entienden de arte; pero tampoco entienden los burgueses. Llevan los obreros de ventaja que no están corrompidos por un intelectualismo y un idealismo sensiblero y falso” (pág.90). Sender quiere pensar rápido, está ávido de acción, de resultados. De golpes definitivos, de cirugía revolucionaria. Está harto de la semivida de su patria, anegada en tópicos fáciles y literatura blanda y boba.
Y por ello rompió a escribir sin descanso. Sender alcanzó una cima o plenitud en ese turbulento año de 1934. Mainer nos recuerda que ese mismo año publicó el escritor aragonés el imprescindible Viaje a la aldea del crimen. Documental de Casas Viejas, así como también Carta de Moscú sobre el amor, La noche de las cien cabezas y Proclamación de la sonrisa, que reunía crónicas publicadas en 1933 en el periódico La Libertad. Madrid-Moscú es, junto a La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja de Manuel Chaves Nogales (reeditado por Libros del Asteroide en el año 2012), el mejor relato de viajes de la literatura española contemporánea. Y lo es por su frescura y por el instinto de auténtico periodista que, como el también genial Chaves, supo imprimir a su estilo y a los asuntos que trataba. Esa rapidez, ese gusto por el trazo rápido y fijador, es herencia de Valle-Inclán. Chaves, claro está, era más barojiano: explotó una veta más escéptica. Ambos, Chaves con sus dudas y Sender con su indignación, consiguieron escribir los mejores libros españoles sobre la realidad revolucionaria de la Rusia soviética en trance de transformación.
Madrid-Moscú. Notas de viaje, 1933-1934
Ramón J. Sender
Prólogo de José Carlos...
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Andreu Navarra
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