Perfil
Jamie Vardy o el verdadero cuento de Cenicienta
El jugador que llega desde las categorías inferiores y acaba convirtiéndose en estrella. El cuento de hadas perfecto. Uno que tiene, también, sus propias sombras
Marcos Pereda 5/04/2017
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En octubre de 2016 se publicaba Jamie Vardy: From Nowhere, My Story. Leer la obra es, quizá, una metáfora de lo que ha sido la carrera de Vardy. Porque es apresurada, contiene faltas de ortografía, no aporta nada que no sepamos, nada que se aleje del relato arquetípico esperado por todos. Tiende a lo sentimental, a presentar la capacidad de superación del protagonista como su mejor aval, a convertirlo como un ejemplo de trabajo, de tenacidad, de lealtad para con sus orígenes. Disney jugando a la pelota. “El cuento de la Cenicienta se hace realidad con Vardy”, se apresuraron a titular los periodistas poco imaginativos tras su explosión. Veremos…
La historia es bien conocida, al menos en su versión edulcorada. El jugador que llega desde las categorías inferiores y acaba convirtiéndose en estrella. El joven que tarda más de la cuenta en madurar. El obrero de la pelota que logra alcanzar el sueño de tantos, la ambición de todos. Gracias al esfuerzo, a la honradez. El cuento de hadas perfecto. Uno que tiene, también, sus propias sombras.
Cuando era solo un niño Jamie Vardy entró en las categorías inferiores del Sheffield Wednesday, el club de su ciudad, una vieja gloria del fútbol inglés, uno de los fundadores de la Premier League que había conocido tiempos mucho mejores. Allí al chaval Vardy lo despidieron con una patada: no daba el nivel en lo físico. Así que primera decepción. Pronto se acostumbrará a ellas.
Vardy sigue jugando, pero ya en un conjunto sin tanto nombre, el Stocksbridge Park Steels. Un club amateur con un campo donde entran 3500 espectadores. La mayoría veían el partido de pie, mojándose cuando llovía. Fútbol de barro, de patadas, cervezas y bostezos. Fútbol de futbolistas que no lo son, que sacrifican sus horas de ocio los fines de semana persiguiendo una pelota escurridiza mientras el resto de los días intentan ganarse un jornal. Como hacía el propio Vardy, que trabajaba en una fábrica de férulas para complementar las treinta libras que cobraba cada semana de su equipo.
Durante aquel tiempo una pulsera de localización abombaba sus tobillos cada vez que se ponía las medias antes de salir a jugar. Por eso no podía participar en todo el calendario.
Ni siquiera podía Vardy jugar todos los partidos de aquel modesto conjunto. En los de casa no había problema. Para ahorrar en la (deficiente) iluminación del estadio los encuentros se disputan con luz diurna. Todo muy inglés, fútbol de media tarde los domingos. Perfecto para Vardy, que tenía toque de queda, impuesto por un juez. La historia es oscura, poco clara. Una pelea en un pub, botellas volando, bastante violencia. La explicación “oficial” nos habla de Jamie defendiendo con los puños a un amigo suyo aquejado de sordera (nada puede estropear el perfecto cuento de hadas, parece). El juez no acaba de entender la bondad del gesto e impone a Vardy una multa, una hora a partir de la cual tiene que encontrarse en su domicilio cada noche y un límite 80 kilómetros a la redonda a partir del cual no podía viajar sin ser considerado prófugo. Durante aquel tiempo una pulsera de localización abombaba sus tobillos cada vez que se ponía las medias antes de salir a jugar. Por eso no podía participar en todo el calendario. Porque a veces el Stocksbridge Park Steels viajaba demasiado lejos, o sus partidos acababan excesivamente tarde. Gary Marrow, que lo entrenó en aquella época, recordaba en The Times que una tarde a Vardy se le estaba agotando el tiempo, y acabó por saltar la verja del estadio vestido de futbolista para llegar antes al automóvil y cumplir con sus obligaciones jurídicas…
Consideraciones extradeportivas al margen (que las seguirá habiendo…años después el Leicester multará al delantero por unos insultos racistas), el paso de Vardy por el Stocksbridge Park Steels es exitoso. Marca una media de veinte goles en cada una de sus tres temporadas, y eso le vale la llamada de un club mucho más serio. Es la temporada 2010/2011, tiene 23 años y llega al Halifax Town. Ha alcanzado el fútbol “profesional”. Al menos en la teoría. La realidad es que juega en el grupo C de la llamada Non League Premier, la séptima división jerárquicamente del fútbol inglés, una especie de tercera división española, con mejor organización pero sobreabundancia de tuercebotas en cada plantilla. Vardy corretea en Yorkshire, en el campo de The Shay. Allí entran 10.000 espectadores, la mitad de ellos sentados. Su carrera evoluciona, ayuda a su club a subir a la aun poco glamurosa Conference North, pero tampoco parece que el despegue sea supersónico.
Un año después da otro pasito, fichando por el Fleetwood Town, un equipo con nombre extremadamente cool que jugaba en la llamada Conference Premier, el equivalente a la quinta categoría inglesa. No es para tirar cohetes, teniendo en cuenta que ha cumplido los 25 años. Eso sí, a Vardy este fichaje le valdrá jugar cada dos semanas en el estadio de Highbury…o al menos en el Estadio de Highbury de Fleetwood, un coqueto espacio donde entran 5000 hinchas, rodeado de bonitas casas típicas. Con todo, no es uno más, o al menos su entrenador de entonces, David Bosomworth, niega que lo fuese. “Siempre supimos que era especial. Tenía hambre, tenía ansia y tenía ética de trabajo”.
Quizá por ello es entonces cuando la estrella de Vardy, el maravilloso relato que encierra, comienza a descontrolarse. Porque hace una gran temporada en Fleetwood, marca más de 30 goles y es decisivo en el ascenso del equipo. Ascenso que les llevaba a la League Two…la cuarta división inglesa. Pero al finalizar esa temporada es pública la noticia. El Leicester City, que deambula por la Football League Championship, la segunda división, ficha a Jaime Vardy. Y lo hace pagando nada menos que un millón de libras por el traspaso. “Sabíamos que iba a abandonar el equipo”, dijo su anterior entrenador, Andy Pilley.
“Me pudo la presión de verme en el vestuario con jugadores tan importantes”, decía Vardy. Lo cierto es que igual le pudieron otras tentaciones en verano, y el bueno de Jamie se presentó a orillas del río Soar con unos cuantos kilos de más. Kilos que se notaban estrepitosamente cada vez que corría detrás del pase de alguno de sus compañeros y no lograba llegar a él, enrojecido el rostro, encabritado el pecho. Totalmente fuera de forma, Vardy se convierte en uno de los sospechosos habituales para la afición del Leicester, que no le perdona ni un error. Muchos se preguntan si tendrá realmente calidad para la élite…incluso para el segundo escalón de la élite.
Totalmente fuera de forma, Vardy se convierte en uno de los sospechosos habituales para la afición del Leicester, que no le perdona ni un error. Muchos se preguntan si tendrá realmente calidad para la élite
Todo cambia al año siguiente. En mayo de 2014 el Leicester sube a la Premier League y es, en gran parte, gracias a los 16 goles de Vardy. Al fin verá cumplido su sueño. El 31 de agosto de 2014 Jamie Vardy debuta en la máxima categoría del fútbol británico. Lo hace frente al Arsenal, en casa. Tiene 27 años, y tres antes jugaba en la séptima categoría, en partidos del Halifax frente al Workshop Town, el Mickleover o el Burscough… Alan Pardew, entrenador señero en Inglaterra con trayectoria profesional parecida a la de Vardy, celebraba su llegada. “esto es bueno para los equipos pequeños y sus jugadores. Demuestra que quien vale puede llegar a lo más alto, aunque sea desde lo más bajo”.
Y en la Premier, nuevamente, la misma historia. Un año durísimo de adaptación que le hace preguntarse si estará capacitado para este nivel, y explosión en el segundo. Con la particularidad de que esa temporada, la 2015/2016, también se van a salir algunos de sus compañeros. Mahrez, o el portero Schmeichel. Los dos acompañaron a Vardy en aquel primer partido que jugó en la máxima categoría frente al Arsenal. Ahora, 24 goles después, hacían historia como los vencedores más sorprendentes de una de las grandes ligas europeas en época moderna. Todo era alegría en la ciudad. Ranieri era idolatrado, Vardy alcanzaba la internacionalidad, el mítico Ian Wright apostaba por él como la futura estrella de Inglaterra en la Euro, la sorpresa que podría igualar lo hecho por Schillaci para Italia en el Mundial de 1990, y hasta Louis van Gaal lo comparaba con Dennis Bergkamp por sus características. Un cuento ideal para contar a los más pequeños y hacerles soñar…
El mito de Cenicienta es uno de los más arraigados de la civilización, remontándose, según los folkloristas, hasta el antiguo Egipto. Pero no es como nos han contado, o al menos no del todo. La versión que acude a nuestras cabezas es la de Disney, edulcorada y dulcificada hasta el extremo. La original, la que se puede leer, por ejemplo, en las líneas de los Hermanos Grimm, resulta más sangrienta. Más, quizá, humana. Allí las hermanastras no dudan en cortarse los dedos y el talón del pie para que los zapatitos les valgan. Al final mueren, claro, desangradas. Por aspirar, quizá, a algo que les estaba vedado en origen.
El Leicester no es, hoy, la sombra del equipo de la temporada pasada. Tampoco su gran estrella parece mantener el ímpetu que llevó a aquel modesto conjunto a imponerse en una de las ligas más competidas del continente. Hace poco cesaron al entrenador del milagro, Claudio Ranieri, entre rumores emitidos a sottovoce de que habían sido los propios jugadores quienes hicieron la cama al italiano. El sueño puede acabar en pesadilla. El propio Vardy fue señalado como uno de los instigadores de la rebelión, y llegó a recibir amenazas anónimas. La de Cenicienta es, en definitiva, una historia mucho más cruel de lo que imaginamos.
El sueño puede acabar en pesadilla. El propio Vardy fue señalado como uno de los instigadores de la rebelión, y llegó a recibir amenazas anónimas
Pero el cambio parece que sentó bien a los foxes. Se cuenta que el vestuario no estaba contento con Ranieri, que algunos consideraban injusto que no se mantuviese en Champions el bloque que tanto había corrido para conquistar la Premier el año anterior. Expulsado Claudio todo volvió a funcionar. Entre otras cosas en Europa, donde el Leicester se impuso al Sevilla en una eliminatoria donde mostraron todas sus antiguas armas: intensidad, entrega, pundonor. Igual le sucedió a Vardy, que peleó más que nadie, chocó más que nadie, molestó más que nadie. Fue un continuo quebradero de cabeza para la zaga de Sampaoli, con sus desmarques incomprensibles, con su velocidad explosiva. Fue, también, una piedra de toque para la sangre fría de Nasri, una que el francés no pudo superar con éxito. ¿El hombre de la eliminatoria? Sin duda.
El líder, como siempre. Lo cuenta expresivamente el portero Kasper Schmeichel, otro de los pilares del Leicester. “Busca todas las pelotas perdidas, y lo hace por un puro derroche de esfuerzo. Logra transformar un balón malo en uno bueno, y uno bueno en uno fabuloso”.
Ahora Vardy amenaza al Atlético de Madrid. Es la Cenicienta de la Cenicienta en el sorteo de cuartos de la Champions. Perfecto para el Leicester, que juega divinamente las cartas del underdog clásico. Perfecto para un jugador atípico, diferente, inclasificable. Alguien que lleva un par de años demostrando que no es solamente una historia para escribir…
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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