Fútbol
Patadas, traiciones y polémica: historia del primer Clásico de la Liga
Marcos Pereda 3/12/2016
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El campo está abarrotado de aficionados, deseosos por presenciar un partido especial. Gargantas que rugen cuando salta al césped el equipo de casa, el que viste colores azul y grana, el que lleva el nombre de la Ciudad Condal. Y, después, el enemigo de siempre, que viene desde la meseta, que lleva uniforme blanco, que representa a la némesis perfecta. Pero se vuelven a escuchar aplausos, está la afición barcelonista, según palabras del cronista de ABC,“deseosa de sacudirse la fama de apasionada e incorrecta”. Les Corts es un clamor.
¿Les Corts?
Va a jugarse el primer Clásico de la historia de la Liga. El comienzo de un relato apasionado de ilusión y decepciones. El que llenará miles de páginas de los diarios. Es 18 de febrero de 1929 y comienza una leyenda. Que, como todas, tendrá un inicio estrambótico.
Era solo la segunda jornada de aquella primera liga que hoy se dice de 1928/1929 pero que, en realidad, solo se jugó durante unos pocos meses de este último año. Aún mandaba en España un decadente Primo de Rivera, aunque en el aire flotaba la sensación de que la Dictadura estaba a punto de morir. Alfonso XIII jugaba al golf y decía que le gustaba cómo ataja ese muchacho, Zamora, y también las actrices de películas picantes, y la caza, y un poquito los aires marciales de carácter prusiano, que habían quedado olvidados, desgracia de desgracias, después de la Gran Guerra. Le gustaba todo menos gobernar, vamos. Y luego estaba el fútbol. El fútbol, que era extremadamente popular, que había dado sus iconos, que movía pasiones. El fútbol del poema de Platko, de Pichichi pidiendo matrimonio acodado en una valla, de Gardel celebrando goles y paradas antes de escuchar tangos de nostalgia a orillas del Cantábrico. Un fútbol diferente, otro deporte si lo comparamos con la monstruosa maraña publicitaria de la actualidad. ¿Más puro? Puede ser, seguro que más auténtico…
Aquella primera tarde de Clásico en el campo de Les Corts no cabía un alfiler. Más de 30.000 aficionados se arremolinaban en un estadio con capacidad para 25.000. Ración doble de fútbol, además, porque justo antes del gran partido se jugó otro, también de primera división, entre el Europa y el Arenas de Getxo, que el conjunto barcelonés venció por cinco goles a dos. Es fácil imaginar en qué estado se encontraba el césped cuando Madrid y Barcelona saltaron a jugar…
Con primeras sorpresas, por cierto, y es que el Barça no puede alinear a su once de gala. Las crónicas basculan entre dos y siete los ausentes de entre el equipo titular, con causas como las lesiones, la baja forma, el cansancio o los problemas laborales. Así el asunto, El Mundo Deportivo no dudará en definir el partido como desvirtuado.
El Real Madrid, por el contrario, sí presentaba la mejor alineación posible, rematada en el puesto de delantero centro (o de ariete entre los cinco delanteros que aparecían en la táctica habitual de la época) por el furibundo Gaspar Rubio, máximo goleador de aquella primera Liga. El problema es que ese día Rubio no dio pie con bola, hinchándose a fallar ocasiones como si no hubiera un mañana y, en general, mostrándose errático en el juego. Una mala tarde, nada más…si no fuera porque el susodicho Rubio (que llegó a ser internacional y al año siguiente marcaría más de un gol por encuentro) había declarado el día anterior que bueno, él jugaba en el Real Madrid, pero que en realidad era aficionado del Barcelona, y que su sueño era defender los colores del club catalán. Si a eso le sumamos que acudió al estadio con una corbata cruzada de tonos azul y grana quien más quien menos empezó a olerse algo raro en su actitud. Imagínense la situación en la actualidad…
El colegiado iba a ser un guipuzcoano que respondía al típico nombre de José María y a los pocos probables apellidos de Steimborn Ludeuvik, que quizá nos hagan sospechar un origen allende los valles de Euskadi. Estuvo fallón, equivocándose con frecuencia en los offiside (que no acababan de ser comprendidos del todo), aunque las crónicas declaraban que “repartió los errores para no perjudicar a nadie”, una actitud magnánima que resultaba perfectamente lícita a ojos de la prensa en la época.
Años después, en 1934, este Steimborn (que estuvo arbitrando en Primera División hasta después de la Guerra Civil, e incluso llegó a ser internacional) fue protagonista de una anécdota impagable, cuando coincidió en un tren con el joven delantero blaugrana Mario Cabanes, que acudía hasta Santander para sustituir a un compañero lesionado a última hora. El chico, apenas veinte años, andaba agobiado porque el ferrocarril iba con retraso, y veía que no iba a llegar a tiempo. Y entonces se le acercó un hombre muy serio, lo miró a los ojos, y le dijo: “Tranquilo, chaval, que el match no empieza hasta que no lleguemos. Yo soy el árbitro”. Era Steimborn. Así las cosas el partido empezó tarde, y el Barcelona perdió la Liga en lo que fue definido como encuentro “malo, pésimo”, con el público riéndose a carcajadas ante lo grotesco del juego. Cosas, quizá, del tren.
Pero estábamos en 1929, y comienza el primer Clásico de la historia de la Liga. Es la segunda jornada y aunque quizá no hay tanta presión en lo deportivo (desde luego no en lo mediático) como en la actualidad, pero nadie quiere perder. Los azulgrana son favoritos, pero el Madrid se adelanta por dos goles a cero. Sorpresa. Y entonces empieza el verdadero espectáculo, porque dentro de lo malo algo tendría que quedar para entrar en la historia en este Clásico inicial, ¿no?
Los golpes. Las hostias.
El público se calienta ante la dureza de la defensa del Madrid (la del Barcelona no se quedaba atrás, pero jugaban en casa). Tarascadas, rebotes, entradas a destiempo…preciosos eufemismos que escondían violencia pura y dura. Tampoco nada, por otra parte, inhabitual para la época.
El caso es que con dos goles abajo el Barça cambia por completo. Samitier pasa de la defensa al ataque (parece que lo de cambiar al bueno de posición no es cosa de los entrenadores de la actualidad, sino que las ínfulas vienen de lejos), y acosa la meta madridista. Sagibarba falla un penalti para los culés. Quesada acorta distancias. El Madrid achica, tira balones fuera, el público pita. Y entonces, ella. Sí.
Es un Clásico, el primero en la Liga. ¿Cómo iba a faltar ella?
La polémica.
Balón suelto dentro del área pequeña del Madrid. Los jugadores se lanzan a por él, sin atender a razones. Hay “cargas, patadas y cabezazos por hacerse con la pelota”. El portero sale a por ella, pero cae al suelo, fulminado por alguien o algo. La crónica no aclara si tendido sobre la hierba se le remata o se le permite seguir sufriendo, malherido. Seguramente lo segundo. El caso es que Sastre aprovecha el desconcierto y aloja el balón en la portería. Segundo gol del Barcelona. El empate, euforia. Pero el árbitro, incomprensiblemente, anula el tanto. Y ya está montada, con el público enardecido, los jugadores discutiendo y cierta sensación de sorpresa entre los periodistas. ¿Lo ha anulado por falta previa? Pero si fueron solo caricias.
No hay nada que hacer. Hasta el final el juego se desarrolla “con gran violencia, se va a por el hombre más que a por el balón”. Todo termina como estaba. El Real Madrid ha vencido en el primer Clásico de la Liga Española, y lo ha hecho, además, a domicilio. Humillación suprema para el Barcelona… que solo tardará tres meses en vengarse.
Porque el 9 de mayo de 1929 tiene lugar el partido de la segunda vuelta en Chamartín. Victoria del Barcelona, camino del título, por cero goles a uno, en un encuentro que terminó cinco minutos antes de lo que debía, en el que hubo invasión del campo por parte del público (no piensen en nada raro, se puso a granizar y los que estaban en la parte descubierta fueron a la tribuna a refugiarse, tomando el camino más corto, que no era sino el terreno de juego), y donde hubo polémica y violencia para dar y tomar. Otra decepción, tanta que un protagonista dijo después del partido que éste había sido “muy malo, jugando los dos equipos de forma pésima, muy por debajo de su nivel”. Claro que quien firmó tales declaraciones no era otro que…el árbitro.
Pero esa es, seguramente, historia para más adelante.
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Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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