De tumultu (una probabilidad)
No hay actualmente ninguna manifestación del espíritu que no se degrade en bien de consumo. ¿Qué hacer para resistirse a esta evidencia?
Francisco Solano 2/06/2017
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En la obra inédita de Teófilo Alumbre (que sus herederas no parecen dispuestas a publicar y tal vez deberían destruir), en el primero de los ensayos incluidos en el volumen Anticipación de las ruinas, el malogrado escritor declaraba que escribir ficción (el texto data de 2007) acredita una práctica inoperante desde finales del siglo XX. Alumbre exponía esa invalidación, ya manifestada en entrevistas, sin lamentarse de la pérdida, y a pesar de todo se imponía seguir escribiendo. Suscribía el declive afirmando con la escritura lo que la escritura negaba. Escribía para dejar de escribir. Algunos críticos, «efusivos defensores de la ficción», han visto en esa actitud una interesada complacencia.
El caso merece atención. Ninguno de esos críticos (me consta) ha podido leer ni una sola página de Anticipación de las ruinas, pero no por ello han desistido de juzgar aciaga la pretensión de Alumbre. El rechazo del escritor a publicar, a ser leído (expuesto en un documento notarial que excluye a su mujer Avelina Gámez y su hija Mirta, depositarias de su legado) desorientó a todo el mundo. Cabe deducir que esa deriva a la familia de su obra inédita es un modo de desautorizar la lectura pública a favor de un acercamiento más doméstico, tal vez más liviano. Pero Avelina Gámez y Mirta Alumbre son consumadas ensayistas, y a ellas les debemos el libro conjunto El compás del sol, un estudio donde registran, muy puntillosamente, la corrupción de la narrativa sometida a la industria del entretenimiento.
La publicación de El compás del sol coincidió con el anuncio de Teófilo Alumbre de retirarse del mundo editorial. No iba a dejar de escribir, pero necesitaba explorar una zona más oscura. En la última entrevista declaró que el éxito “inconcebible e insoportable” de su novela A dos barajas le hacía desconfiar de su talento, y prefería oponerse al talento que propagarlo. Decía (cito textualmente): “El éxito invalida la escritura. El talento es mercantil”. Una radicalidad que se incluyó en la corriente de opinión del día.
la figura de Teófilo Alumbre ha adquirido un rarísimo protagonismo por el escándalo suscitado por la ‘manipulación’ de una novela con numerosas reimpresiones
Seis años después de la muerte del escritor en 2010 (en un accidente de tráfico de extrañas circunstancias), a propósito de la edición definitiva de A dos barajas, a cargo de Avelina Gámez y Mirta Alumbre, edición que presenta confusos cambios de estructura y la supresión del último capítulo, proponiéndose ahora como obra inacabada, la figura de Teófilo Alumbre ha adquirido un rarísimo protagonismo por el escándalo suscitado por la ‘manipulación’ de una novela con numerosas reimpresiones y traducida a varias lenguas. Quiero decir, aceptada por el público. Las editoras no se han prestado a otra explicación que a repetir que respetan la voluntad del escritor expresada en su testamento. Pero, al no conocerse su contenido, se ha extendido la sospecha de una inadecuada interpretación. No obstante, importaría poco conocer el testamento, pues la gravedad del caso no radica en lo que acordara el escritor, sino en que el criterio del autor no es el mejor valedor de su escritura. En la ‘edición definitiva’ la novela presenta tantos descuidos y está tan mal organizada que cuesta admitir la presunta calidad que pueda tener. No lo ven así las editoras, que valoran la desconcertante estructura como la apelación a un orden de difícil captación, un orden que remeda, han declarado, “el proceso de una escritura que descreía de cualquier finalidad”. Insisten en que la voluntad de Teófilo Alumbre era “concebir sin concluir”, pues dar por terminada una novela suponía para él “una forma de liquidación”.
Hay unanimidad en que, en el estado actual, A dos barajas es un despropósito; y al compararla con la versión publicada en vida del autor, ésta se contamina del mismo desconcierto. Entusiastas de la obra de Alumbre, que han cotejado ambas versiones, han mostrado una inesperada desconfianza también a la anterior versión. El fenómeno es sumamente curioso, pues delata que la valoración puede sufrir un cambio radical por circunstancias espurias. Aquí el cambio ha sido mortífero. Las legatarias no admiten que puedan estar equivocadas; y, con una lógica que se deleita en lo peor, se refugian en que la mala recepción venía vaticinada en el testamento. Ahora sólo puede circular legalmente su versión de A dos barajas. Con esta mediación, presumiblemente fiel al deseo del escritor, se diría que las herederas quieren malograr la obra de Teófilo Alumbre.
Samuel Cárdigo, quien publicó en los años noventa dos excelentes y olvidadas novelas, con tan escasa resonancia que lo desalentó de seguir escribiendo ficción, ha salido en defensa de las herederas con un argumento, cuando menos, extravagante. El viejo profesor ha vuelto a mostrar su gusto por agitar las aguas de la unanimidad. En el artículo, escrito como una reprimenda, arremete, en efecto, contra los escandalizados por la nueva versión de A dos barajas, arguyendo que, si en el imaginario colectivo el heredero dilapida el patrimonio, esa regla también se cumple en la herencia literaria. Pero no cabe lamentarse de ello, pues el lamento mismo sugiere que el arte es común, cuando es evidente que se trata, como ha afirmado sin eco un legítimo plumífero, de un instrumento de control social, y justamente eso es lo que intentan evitar las herederas, puntualiza Cárdigo, “neutralizando la expansión de la única novela, de las siete que escribió Alumbre, que, al obtener un éxito indudable, mostraba así haberse sometido, a su pesar, a las argucias del comercio”. El artículo es un trenzado de sofística que impone la perversión de que lo sugestivo de la literatura es lo que se ignora de ella. Un verdadero trastorno que deja al lector, por decirlo así, a la intemperie.
Tampoco Samuel Cárdigo ha leído ninguna página de Anticipación de las ruinas. Yo sí; tengo el original en esta mesa, iluminado por el sol de la mañana. Me está permitido desvelar aspectos generales de su contenido, pero no puedo citar diez palabras seguidas. Es la condición que me ha impuesto Mirta Alumbre, que, debo confesarlo, es la primera, y en no pocas ocasiones la única lectora de mis textos ―textos que no han salido de esta casa― cuyo criterio ha sido valiosísimo para mí en los últimos diez años, asegurándome la condición de autor inédito. De más está decir que el artículo de Cárdigo, como sus novelas, no tuvo apenas resonancia, y sospecho que más bien fue una invitación a la risa. No se puede ir contra la hegemonía de la difusión; hoy impera la participación, y todos tratan de poner en circulación el fruto de su ingenio, sea una aplicación de móvil, los experimentos de cocina fusión o una novela policíaca con estatuto de bien cultural. Y no es posible desviarse de esa imposición, que, por otra parte, es el incentivo para que surja lo inesperado. Pero lo inesperado, ese instante que fulgura y desaparece, nos encuentra atolondrados por la información, y los que podrían reconocerlo no sabrían qué hacer con el hallazgo, excepto reducirlo a mercancía, la condición en que termina todo.
No se puede ir contra la hegemonía de la difusión; hoy impera la participación, y todos tratan de poner en circulación el fruto de su ingenio
Ésa ha sido la tentativa de las herederas de Teófilo Alumbre al despojar el carácter mercantil de A dos barajas, cuya precariedad e inconclusión no merecería, en esas condiciones, la atención del público. Esta versión se retrotrae al tiempo que precede al temido éxito al que tantas páginas dedica Teófilo Alumbre en sus ignorados ensayos de Anticipación de las ruinas. Samuel Cárdigo es el único que ha apuntado en esa insospechada dirección, pero también la voz más silenciada en este febril asunto de herencia literaria.
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El asunto de la ‘versión definitiva’ de Avelina Gámez y Mirta Alumbre de A dos barajas sólo daba para un artículo, ya que son pocos, y en general discretos, los que atienden estas reflexiones. Sin embargo, alguien que se oculta tras el alias Estrambote ha denunciado –ésa es la palabra– la ambigüedad de mi artículo, lo que me obliga a una nueva intervención. Estrambote señala, por un lado, el abuso de apoyarme en un libro desconocido que, “por las trazas, podría ser pura invención”; y, por otro, que mercancía es una noción también aplicable a “objetos deteriorados o de segunda mano”, de modo que tan mercantil es la versión primera como la edición de las herederas. Sagazmente declara: “Que una se haya leído y de la otra recelen los lectores, no quita que cada versión sea un objeto digno o no de ser comprado”.
No le falta razón al enmascarado Estrambote. Pero su razón se menoscaba si atendemos a su prevención de que el ignorado Anticipación de las ruinas pueda tratarse de “pura invención”, ya que, en tanto que libro adscrito a lo doméstico, no deviene, dado su estatuto de inédito, obra literaria, sino soporte (en rigor, debería haber sido una causa secreta) para que Avelina Gámez y Mirta Alumbre se hayan decidido a perpetrar (según la expresión escandalizada de la mayoría de detractores) una edición que desmorona el único éxito que Teófilo Alumbre consiguió en vida, devolviéndole a un estadio que esfuma su celebridad, y que tal vez, de no haberse cruzado la muerte, podría haber sido el comienzo de una escritura muy diferente, aunque probablemente ilegible, si atendemos a la hecatombe literaria, a la apelación al “desierto del olvido” en que se desenvuelven sus ensayos inéditos.
No hay actualmente ninguna manifestación del espíritu que no se degrade en bien de consumo. El desconcierto no es nuevo, sino cada día más persistente, pero cabe detectar una mayor confusión en la aplicación de un método que permita distinguir una valiosa propuesta literaria de la movilización que suscita la nueva novela de un autor que ya ha logrado, como se dice, introducirse en el mercado, validando con su nombre la fidelidad de un nutrido grupo de lectores. Que se pueda considerar éxito el fracaso, quiero decir que se asigne al fracaso la virtud de no cooperar en la confusión, y esto se oponga a la promoción del propio nombre, no deja de ser una tentativa conmovedora. Y cabe ver en ella una protesta ante la dificultad de establecer, en las actuales circunstancias, un valor rigurosamente literario.
En efecto, ¿con qué criterio se pondera hoy una nueva novela? El valor literario es difícilmente transportable de la lectura al análisis; por lo común, se precipita en el elogio. Así sucede, con intolerable frecuencia, en la recepción de los nuevos libros de autores prestigiosos. Se pondera su fidelidad a la literatura, ocultando la pertinencia de su contribución, que acaso no sea más que otra entrada en su bibliografía. Teófilo Alumbre actuó a la contra de esta confirmación de fidelidad: abrió el vacío para repensar, no su obra, sino la conveniencia de la obra, a costa de perecer en el intento. ¿No se le asigna hoy a la literatura, como ha escrito Antoine Compagnon, “el poder de la sagrada impotencia”?
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