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Las geografías de Juan Goytisolo

“He dedicado muchísimo tiempo a saberes poco rentables”

Sanjuana Martínez Marrakech , 5/06/2017

<p>Goytisolo pasea por Marrakech en 2004.</p>

Goytisolo pasea por Marrakech en 2004.

S. M.

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En 2004, la periodista Sanjuana Martínez mantuvo un encuentro de varios días con el fallecido escritor barcelonés. Entre el bullicio de las plazas de Marrakech y el sosiego de su casa en la Medina, Goytisolo traza su mapa intelectual, marcado por ciudades, autores, lecturas, olores, paisajes y miradas libres. A Goytisolo no le interesaba una inmortalidad blindada: “Mueres y mueres. No hay nada más ante la muerte”.

Juan Goytisolo fue el escritor de “las dos orillas”, siempre preocupado por tender puentes con Latinoamérica y extender el diálogo intercultural. Creía firmemente que España debería ser el puente entre Europa e Iberoamérica y el mundo musulmán. Su obra prohibida en la España franquista fue muy pronto referente literario y humanista, en México y Buenos Aires. Eterno disidente, crítico asiduo de la cultura española, espíritu independiente y rebelde contra el rebaño intelectual orgánico, hombre de compromiso social, escritor y poeta, fue inventor de un lenguaje fresco y moderno y a la vez de respeto a la tradición. Mientras en su país natal le negaban los premios, en América Latina era venerado. En México, recibió el Premio Octavio Paz y el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, y en Colombia, el Premio Jorge Isaacs de Narrativa Iberoamericana. Mucho después, y muy tarde, le llegaron finalmente el Premio Nacional de las Letras Españolas y el Cervantes. 

En esta larga entrevista realizada durante cuatro días de 2004 en su casa de Marrakech, Goytisolo muestra su lado más personal. Viví de cerca su vida cotidiana, me permitió conocer el lugar donde escribía y disfrutar de sus tres hijos, sus herederos. Paseamos por la plaza Xemaá el Fná, declarada gracias a su defensa, como Patrimonio Cultural y Oral de la Humanidad. Y recorrimos la ciudad donde fue feliz con su tribu.

Marrakech.- Es viernes al atardecer. El centro neurálgico de esta ciudad imperial de almorávides y almohades, fundada en 1071, defendida por inmensas murallas y vigilada por la imponente torre de la Koutoubia, está situado en la plaza que aparece como una visión abigarrada desde las calles que la circundan. La marea humana se dirige hacia ella. A lo lejos se ve el humo de los puestos de comida mezclado con el sol cobrizo y el color terracota, ocre rosado, de sus edificios. El esplendor de la imagen surge como una tarjeta postal.

La orgía de sonidos, olor y visiones se aproxima. Los tambores de los encantadores de serpientes se van escuchando poco a poco, con clara nitidez, hasta la estridencia total en el acercamiento. El hombre vestido con chilaba acerca su lengua al órgano muscular de una víbora negra. Los dos en un ritual repetido centenares de veces se entrelazan en un duelo erótico y macabro, para después pasar la culebra al cuello de una turista, entre chillidos de pánico, como parte del show.

Las primeras luces centelleantes empiezan a encenderse. Al lado, un corro escucha atentamente al contador de historias, un hombre que gesticula y modula su voz con ritmo y cadencia para envolver a sus oyentes plenamente interesados en su psicodrama. Otro corro escucha las proezas de un contador de sueños que al final rompe su relato con la música de una guitarra y logra que varios bereberes bailen espontáneamente en parejas.

Mujeres videntes con velo negro, sentadas en pequeños bancos esperando leer la suerte a lugareños y extranjeros; otras más, tatuando las manos y pies de las mujeres con hermosos dibujos. Ancianos aguadores vestidos de fiesta, hombres tocando los platillos, chicos con monos al hombro, curanderos escondidos bajo los paraguas. 

Puestos de polvos, piedras y remedios para todas las enfermedades; pócimas afrodisíacas, animales disecados, vendedores de talismanes, hechiceros que remedian cualquier mal. 

La comida acaricia el sentido del olfato: caracoles en su jugo, cordero asado, sopa harira, potaje de habas, pinchos morunos, dátiles, té de canela picante. Las sensaciones corren también por la nariz: hierbabuena, azahar, naranja, orégano, carne asada, cilantro, pollo a las brasas, miel, albahaca, perejil…

***

Son las ocho y, como todas las tardes, Juan Goytisolo está sentado en la terraza del Café France, al lado de  Abduladi, y con Kaled, su hijo de cuatro años. El escritor ha adoptado a tres niños marroquíes, hijos de sus dos fieles trabajadores. 

—- Vaya explosión de sensaciones… 

—- A Carlos Fuentes esta plaza le recuerda al Zócalo. Desde este mismo café a él y a Silvia les impresionó mucho. Para mí es un eterno cine. Cada día hay algo nuevo, hay tal cantidad de vestidos… Me encantó el comentario de una niña, hija de unos amigos, que dijo: “A mí me gusta Marrakech porque todo el mundo va disfrazado y siempre es fiesta”. Esta ciudad es una fiesta perpetua y un conjunto de disfraces porque se puede ver desde los turistas vestidos de explorador, las chicas nórdicas que van con las faldas más cortas del mundo, hasta las mujeres con traje tradicional y velo. 

Xemaá el Fná está presente en su novela Makbara o en La Cuarentena y en el guión que escribió para la televisión española dedicado a los narradores marrakechis en la serie Alquibla. Y aunque cada una de las guías recomienda al visitante cómo abordarla, el escritor asegura que no “hay por dónde cogerla”. 

Aunque hace alguna recomendación en sus escritos.

“Hay que pasear lentamente sin la esclavitud del horario siguiendo la mudable inspiración del gentío: viajero en un mundo móvil y errático adaptado al ritmo de los demás en gracioso y feraz nomadismo: aguja sutil en medio del pajar: perdido en un maremágnum de olores, sensaciones, imágenes, múltiples vibraciones acústicas: corte esplendente de un reino de locos y charlatanes: utopía paupérrima de igualdad y licencia absolutas: trazumar de corro en corro como quien cambia de pasto: en el espacio neutral de caótica, delirante estereofonía: panderetas, guitarras, tambores, rabeles, pregones, discursos, azoras, chillidos, colectividad fraterna que ignora el asilo, el gueto, la marginación…”.

En todos sus textos sobre esta plaza considerada como uno de los mejores espectáculos del mundo, Goytisolo destaca el don de la palabra y la magia de contar, algo que él vive día a día: 

“Vivir, literalmente, del cuento: de un cuento que es, ni más ni menos, el de nunca acabar: ingrávido edificio sonoro en de(con)strucción perpetua: lienzo de Penélope tejido, destejido día y noche: castillo de arena mecánicamente barrido por el mar… servir a un público siempre hambriento de historias un tema conocido: entretener su suspenso con sostenida imaginación: recurrir si conviene a las tretas y artimañas del mismo: alterar los registros tonales desde bajo a tenor… los oyentes forman semicírculo en torno al vendedor de sueños, absorben sus frases con atención hipnótica, se abandonan de lleno al espectáculo de su variada, mimética actividad: onomatopeya de cascos, rugido de fieras, chillido de sordos, falsete de viejos, vozarrón de gigantes, llanto de mujeres, susurro de enanos: a veces interrumpe la narración en su punto culminante y una expresión inquieta se pinta en los niños pasmados a la incierta luz del candil…”.

Precisamente por estos contadores de cuentos, Goytisolo se fijó el objetivo de aprender el árabe dialectal. Un día se dijo: “Tengo que saber lo que dicen”. 

Es el primer español desde el Arcipreste de Hita que habla el árabe dialectal. Ahora es el presidente de una Asociación en Defensa de Xemaá el Fná y me cuenta que ha tenido que defender la plaza de los proyectos urbanísticos del gobierno local que pretendía hacer un estacionamiento subterráneo y un centro comercial: 

—- ¿Cómo sobrevive esta plaza al acoso urbanístico?

—- Yo le dije al rey que no estaba dispuesto a aceptarlo y dio marcha atrás. 

***

El escritor me invita a cenar a su casa. Es un edificio antiguo restaurado poco a poco, con un patio estilo árabe-andaluz con un limonero y un naranjo. El ganador del concurso de contadores de cuentos, un hombre de 80 años, llega para recibir su premio de manos de Goytisolo y acepta cantar durante 15 minutos una historia sobre la comida marroquí. Aquí están también Yunes y Rida, los otros dos hijos de Goytisolo, esperando pacientemente para iniciar la cena a base de ensaladas, pollo y sabia, una verdura marroquí. 

A Goytisolo no le sorprende que ninguna autoridad cultural española le haya llamado para felicitarle por su Premio Octavio Paz, incluso nadie del Gobierno español se pronunció públicamente. Desde la dictadura del general Franco que censuró sus libros, su relación con España ha sido tormentosa. Primero se fue a vivir a París, pero al llegar la guerra de Argelia y la brutal represión de los franceses decidió irse a Nueva York, luego llegó a Marruecos en donde ahora pasa la mayor parte del año. Su alejamiento de la sociedad española, del mundo intelectual, y su ruptura, no tienen marcha atrás. 

—- ¿Volverá a vivir a su país?

—- No volveré a España, viajo continuamente, pero jamás volveré a instalarme allí. Estoy mucho mejor aquí; incluso me sentía mucho mejor en Nueva York o en París que en Madrid. 

—- Y en Latinoamérica lo quieren. Paz y Fuentes son sus grandes amigos…

—- He tenido siempre una gran amistad con los dos escritores mexicanos más importantes del siglo XX. A Paz lo empecé a leer tardíamente y fue a partir de su admirable ensayo sobre la poesía de Luis Cernuda que lo descubrí y empecé a leer prácticamente la totalidad de sus libros. Mi trato con él empezó a finales de los sesenta a raíz de su dimisión como embajador en Nueva Delhi, después de la matanza de Tlatelolco. Y luego lo he seguido en distintas ciudades, hasta la última vez que le vi en París un año antes de su muerte.  

—- El dictamen del premio que se le otorgó fue muy claro…

—- Me siento feliz por el premio, sobre todo por la declaración del jurado. La fórmula me encantó: “Por la poesía que habita en su novela”. Esto me parece un análisis muy justo, lo digo humildemente, porque lo que yo hago, como gran parte de la obra e Paz, trasciende a los géneros literarios. 

Desde la dictadura de Franco que censuró sus libros, su relación con España ha sido tormentosa. Primero se fue a vivir a París, pero al llegar la guerra de Argelia y la brutal represión de los franceses decidió irse a Nueva York, luego llegó a Marruecos

Abdelhaq se presenta con dátiles, pistachos, almendras, pasas y cacahuetes. Me obsequia una manta de Palestina, luego me acompaña por las callejuelas de la Medina, hasta llegar nuevamente al bullicio de Xemaá el Fná. Es la una de la mañana y la fiesta continúa, aunque la plaza está semivacía. 

Goytisolo la describe: “Anochecer: cuando la feria se vacía y bailarines, tambores, rapsodias, flautistas se van, literalmente, con su magia a otra parte: disgregación paulatina de los corros, muchedumbre afanosa e inquieta como colmena amenazada de destrucción: lenta emergencia de espacios despejados, enrevesada telaraña de cruces y encuentros en la vasta y asombrosa explanada…”

***

Es sábado y como todos los días, Goytisolo se levanta temprano para después de desayunar empezar a escribir hasta la hora de la comida. Después de la siesta aprovecha para corregir y  luego dar paseos por la ciudad. 

A las 11 de la mañana ya está sentado en el despacho de su casa, en la segunda planta: una gran habitación rodeada de libros. 

—- ¿Cómo llega a la escritura?

—- Empecé a escribir muy joven. Mis primeras novelas pasaron recortadas por la censura: Juegos de manos (1954) y Duelo en el Paraíso (1955). Luego me di cuenta de que lo que quería escribir iba a chocar directamente con la censura e iba a ser prohibido. 

—- De hecho, Señas de identidad se publicó primero en México en 1966 y luego Reivindicación del Conde Don Julián.

—- México me acogió en una época en la que España no me admitía, por eso le guardo siempre reconocimiento. Todo lo que escribí entre 1963 y 1975 estaba vetado en España.

Goytisolo observa el informativo de la televisión y se muestra sorprendido por la multitudinaria manifestación celebrada en Rabat con medio millón de marroquíes que protestan contra la ocupación israelí en Palestina.
—Las matanzas ocurren ante la mirada pasiva de la comunidad internacional, como ahora la de los palestinos por Israel.
—Así fue la Guerra Civil española. La comparación que yo establecí entre el aislamiento del gobierno de Bosnia-Herzegovina era exactamente la del gobierno republicano español.

—La historia reciente de México no se entiende sin el exilio republicano...
—Desde luego, por una vez lo que España envió a México fue lo mejor de la intelectualidad; ésta contribuyó enormemente al desenvolvimiento de la vida cultural de México. Por primera vez, no eran “los gachupines” que iban a enriquecerse, sino a enriquecer la vida intelectual, a aportar algo. Algunos se quedaron para siempre, conocí a Emilio Prados, a León Felipe, y luego fui muy amigo de Max Aub, Díez-Canedo, y a Ramón Xirau, a quien vi la última vez que estuve en México.

Y recuerda que Don Julián, un libro que originalmente se llamó Reivindicación del conde don Julián, pero que ahora Goytisolo acortó porque dice que ya no tiene nada que reivindicar, es a la vez un ensayo, un libro de poesía y una novela. De la misma manera que El mono gramático de Paz puede leerse como novela, ensayo y poesía.

Sobre su escritorio hay un libro de poemas de Paz y comenta que está escribiendo el discurso que ofrecerá el día de la entrega del premio en Ciudad de México, a principios de mayo.

—Acepta usted el Premio Octavio Paz, un hombre que en la última etapa de su vida fue un personaje controvertido en México, particularmente por sus posiciones políticas, aunque muy querido y respetado por su faceta como poeta y escritor.

—Paz y yo hablamos con gran franqueza; a veces estaba de acuerdo con él y a veces no. Y aceptaba las razones de mi desacuerdo, pero siempre era un desacuerdo amistoso.

—¿Siguió la evolución ideológica de Paz y su cambio de posiciones políticas?
—De todas formas hay una continuidad dentro de las rupturas de Paz. El punto de vista ético era para él fundamental. Y también lo ha sido para mí.
—¿Sobre todo en la función del intelectual, en su compromiso social, en el alejamiento con el poder?

—El aspecto ético de Paz lo comparto totalmente, concretamente en la necesidad del alejamiento del poder. Nunca me ha interesado el contacto con el poder y sé que ningún político puede decirme nada que me interese, por eso no me acerco a ellos. En este aspecto, comprendo muy bien la diferencia que estableció Paz entre el escritor y el hombre de Estado.
—¿Su compromiso social es inseparable de su narrativa?

—Mi compromiso ha sido como ciudadano. Lo principal para mí es el compromiso con la palabra y con la tradición literaria. El compromiso del escritor consiste en devolver a la comunidad lingüística a la que pertenece un idioma distinto del que ha recibido en el comienzo de su creación; si no ha añadido nada, si no ha creado un territorio nuevo, podría no existir y no afectaría nada a la existencia del árbol de la literatura. Cada escritor debe esforzarse en aportar algo nuevo a este árbol.

Nunca me ha interesado el contacto con el poder y sé que ningún político puede decirme nada que me interese, por eso no me acerco a ellos

—De la vasta obra de Octavio Paz, ¿cuál es la faceta que más le gusta?

—Como poeta y ensayista. He estado reviviendo estos días su obra poética desde Águila o Sol hasta las últimas y lo que me llama la atención es esta correlación íntima entre continuidad y ruptura. Parecen términos contradictorios y no lo son. Luego he escrito bastantes ensayos sobre su obra ensayística. La más bella y conmovedora es Sor Juana Inés de la Cruz, las trampas de la fe. Es un homenaje extraordinario a esta mujer cuyo único crimen fue nacer en una época en la que su expresión como mujer y su capacidad intelectual no podían prosperar; el sometimiento al orden geocrático existente en la Nueva España está descrito por Paz con tal fuerza y dramatismo que cómo no compenetrarse con la figura de esta mujer extraordinaria.
—¿Está haciendo su discurso para recibir el premio en México?

—Procuro condensar la riqueza de la obra de Paz y mi relación personal con él.
—¿Cuál es su relación con México?

—México es un país para mí extraordinario, he viajado en bastantes ocasiones y cada vez me sorprende este lado heterogéneo, abigarrado, que contrasta a veces con una cierta monotonía de la sociedad española. Es una ciudad muy atractiva, como lo es el París del barrio de Sants o Manhattan antes de los atentados del 11 de septiembre o Estambul. Si tuviera varias vidas como los gatos, elegiría tener una vida en París, Nueva York, Marrakech, Estambul, El Cairo, y otra en México.”

***

La obra de Goytisolo está claramente influida por Cervantes, Góngora y Quevedo. Fue el primer español que dio cursos en Nueva York sobre La lozana andaluza, obra que, dice, había sido totalmente marginada en su país de origen. En El reino de Taifas, el escritor cuenta su alejamiento social, político, artístico y sexual de la “tribu española”:

“Era un pretexto para ajustar mis cuentas con la visión de la cultura española de la generación del 98, una visión retrógrada y castiza. A partir de allí surgió mi interés por acercarme a la tradición española desde un punto de vista nuevo, es decir, con una mirada exterior, y esto es la ventaja que tiene el exilio, que permite a la vez la intimidad y la distancia. Ver las cosas desde fuera y establecer mi propia escala de valores en contraposición a la escala de valores del mundo oficial y académico”.

—¿Esa fue su ruptura?

—Ruptura con el régimen político, pero también con la sociedad y al mismo tiempo una cala en profundidad de la cultura española, incluyendo sus raíces y las figuras que habían sido marginadas. Sigue habiendo en el análisis de la cultura española tres campos como tabúes: uno es el rechazo del tema erótico, es decir, algunos de los autores decían que, a diferencia de la francesa, la literatura española era casta, aunque si uno lee El libro del buen amor o La Celestina, nos damos cuenta de que eso es un disparate. El segundo terreno era la obstinación, existente aún, de no reconocer en la literatura española de los tres primeros siglos que era mudéjar; es decir, estaba escrita en castellano pero seguía modelos literarios árabes, el Cantar de Mío Cid y bastantes relatos de El conde Lucanor o muchos pasajes de El libro del buen amor del Arcipreste de Hita enlazan con una tradición literaria árabe. El tercer tabú que sigue incomprensiblemente actuando es la importancia del problema de las castas, el hecho de que gran parte de la literatura española de los siglos XV, XVI y comienzos del XVII es obra de conversos o de cristianos nuevos. Esto aún no se quiere admitir. Son pocos los profesores que aceptan que desde Rodrigo Cota o Fernando de Rojas, Santa Teresa de Ávila, Fray Luis de León, Cervantes, Góngora o Mateo Alemán, son, obviamente, cristianos nuevos.

—¿Encuentra una relación entre Cervantes y la cultura árabe?

—Yo diría convergencias. Lo que no se puede negar es que El Quijote es la primera obra occidental que tiene una relación con Las mil y una noches. No digo que Cervantes la conociera, pero sí tiene los procedimientos narrativos de Las mil y una noches”.

—¿Coto vedado y En el reino de Taifas, son sus dos textos más autobiográficos?
—Cuando la vida entra en la literatura, se convierte en literatura, y en la misma hay que juzgarlo únicamente como literatura. Son dos textos estrictamente autobiográficos. 

—¿Hay que dejar el pudor para contar su vida?

—He procurado, como Cernuda, decir las cosas sin ánimo de provocar ni de chocar. Decir con el mayor pudor lo que ocurrió en mi vida privada, sin ningún afán de exhibicionismo. Me ha horrorizado esto de las autobiografías; las de los españoles, oscilan siempre entre la hipocresía total, con lo cual, lo que les caracteriza es su desmemoria, cuentan chismes sobre los demás y ocultan cuidadosamente lo que no favorece la imagen gloriosa del autor de las memorias y un exhibicionismo “a la Dalí”. 

—En Coto vedado llega usted a develar, incluso, secretos familiares muy fuertes y dolorosos. ¿Eso le ha ayudado a terminar con sus fantasmas?
—Abiertamente reconocía mi homosexualidad, que en aquella época chocó. No me proponía en absoluto colocar nada. Simplemente lo hice de la forma más púdica posible, lo que tenía que decir.

*** 

 —Veo retratos de su madre, de su abuela, de su esposa. ¿Qué relación mantiene con las personas cercanas a usted, con esas ausencias?

—Mi relación más íntima y profunda ha sido con las mujeres; con Monique fue una relación muy intensa, y con Joelle, esta estudiante mía, era una amiga preciosa para mí. Tengo amistades con escritores, pero no con este grado de profundidad como la he tenido con ellas. 

Goytisolo suspira, permanece un rato callado y añade:

“Las personas que me atraen no tienen ninguna relación con la cultura, es una relación amistosa, pero puramente física. Por fortuna, nunca me he enamorado de un hombre, tengo relaciones con ellos, pero mi relación afectivo-profunda siempre ha sido con las mujeres”.

—Después de la muerte de Monique, ¿ha encontrado el amor paternal?

—Con nuestros hijos. Es una relación que me compensa mucho; me parece muy moral el que sean mis herederos tres niños marroquíes. Dejé mi apartamento en París a la hija de Monique y ahora estos tres niños serán mis herederos.
—Es una muestra de amor...

—Sí —dice bajando la mirada triste y profunda. Luego invita a comer.
Goytisolo conoce el mejor lugar donde se come cordero asado en la Medina. El carnicero lo identifica y le ofrece sus piezas para que él escoja, luego hay que subir a la terraza para comer al estilo árabe, con los dedos y sin cubiertos. Después de su necesaria y obligada siesta, el escritor luce relajado y dispuesto a seguir. Narra entonces su encuentro y su postura respecto del mundo árabe, y el conflicto con Israel.

—Usted acaba de estar allí, junto con Saramago y otros escritores. ¿Cuál es la solución? 

—La única solución racional y justa es el retorno a la legalidad internacional, con unas fronteras internacionales establecidas a Israel. No hay solución militar, sólo política. Seguir la colonización me parece algo demencial, que no sólo conduce a matanzas y sufrimientos, tanto del pueblo palestino, como de los israelíes que son víctimas de estos atentados suicidas. 

--- Hablemos de su literatura. ¿Por qué escribe, jugando con las reglas de puntuación, esa manera suya de romper los esquemas de la escritura tradicional y de ir más allá de los géneros?

--- No es una cosa gratuita, no es un capricho mío, es una exigencia de la escritura. Es como leer en voz alta. En este sistema, la primera frase va unida a la segunda por los dos puntos, la segunda con la tercera; pero a lo mejor la primera ya no va unida a la tercera. Es una fórmula para mantener una continuidad, la prosodia y el ritmo. Una lectura en voz alta de la voz poética, con todos sus registros dentro de la prosa descriptiva. Si alguien trata de ponerle puntos y comas, el libro no se entiende. 

--- ¿Al hacer un autoanálisis, cuál cree que ha sido su aportación al lenguaje que recibió? 

--- Cualquier lector de lo que he hecho a partir de Don Julián se dará cuenta de que hago algo distinto de lo que puede ser la corriente central de la narrativa española. No digo que sea mejor, ni peor, pero desde luego es distinto. 

--- ¿Recibe usted etiquetas varias, o lo encajonan en una generación o lo definen como...?

--- Eso me parece lo peor que le puede ocurrir a un escritor, que lo etiqueten, que le pongan en un grupo generacional. El escritor nace cuando rompe con su generación. Yo empecé a escribir como algunos escritores de mi edad, pero a partir de un momento seguí un rumbo distinto y mi escritura nació allí. 

Es sábado y Goytisolo ofrece una cena con su editor y una profesora de español que ha empezado a trabajar en Marrakech. En la mesa hay un plato típicamente marroquí: Dageaj madfun, que en español puede decirse pollo enterrado en fideos cabello de ángel, con azúcar glass y canela.
Por la mañana, un sol resplandeciente cubre el patio de la casa del escritor, donde acepta una sesión de fotos, mientras da lechuga a su tortuga. 

El escritor nace cuando rompe con su generación. Yo empecé a escribir como algunos escritores de mi edad, pero a partir de un momento seguí un rumbo distinto y mi escritura nació allí

— ¿En un diálogo con Günter Grass hablaba del fundamentalismo capitalista y de lo que Octavio Paz llamó la venganza de los particularismos?

—Paz acertó completamente al señalar que la globalización iba a producir la venganza de los particularismos, lo cual se manifiesta en todos lados. No sólo hay el fundamentalismo islámico, sino el fundamentalismo de la Iglesia ortodoxa serbia, que nombró a un criminal de guerra como Karadzic hijo criminal predilecto de la Iglesia y de Jesucristo, bendiciendo todas las matanzas de los bosnios, con el simple hecho de ser sociológicamente musulmanes. O el fundamentalismo hindú que provoca una serie de matanzas, o el fundamentalismo judío como lo representan los colonos israelíes implantados en Cisjordania. Y hay este fundamentalismo de la tecnociencia de la que todos somos víctimas.

—¿En qué momento se dio cuenta de que estaba dedicando toda su vida a la literatura y decidió dedicarle más tiempo a otras cosas?

—Es muy difícil responder. Toda mi vida está ligada a la escritura. He trabajado siempre, lo cual no quiere decir que haya periodos en los que no trabajo, simplemente que cuando no tengo nada que decir, no digo nada y procuro escribir otras cosas u otros estudios. Por ejemplo, he dedicado muchísimo tiempo a saberes poco rentables como aprender el árabe dialectal o el turco.

—Cuando usted se vaya, ¿cómo le gustaría que le recordaran?
—Cuando parta, pues no me interesa nada más. No me interesan las inmortalidades blindadas. Mueres y mueres. No hay nada más ante la muerte... Los que quieren esas inmortalidades programadas y blindadas por la viuda me hacen reír mucho. Si se ha creado un centro de estudios de Camilo José Cela con 40.000 documentos, quién asegura que dentro de 100 o 500 años habrá interesados en leer esa obra. Son inmortalidades blindadas”. 

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Sanjuana Martínez es periodista mexicana, autora de una docena de libros, el último: Soy La Dueña: una historia de poder y avaricia (Planeta), sobre la Primera Dama de México. 

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Sanjuana Martínez

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