literatura y género
El incordio feminista
Las reacciones de la escritora norteamericana Siri Hustvedt a unas declaraciones del celebrado novelista noruego Karl Ove Knausgård sirven para una reflexión sobre los clichés y las tendencias victimistas de ciertas actitudes feministas
Marina Porras 21/07/2017
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La diferencia entre la generación de Siri Hustvedt y la mía es que yo no he podido pasar un semestre en la universidad sin tener que tragarme a Judith Butler, Simone Veil o Julia Kristeva; en cambio Hustvedt descubría el feminismo a los catorce años leyendo con actitud rebelde a Simone de Beauvoir o Kate Millett. Ese discurso rupturista ahora se ha convertido en «mainstream». Por eso me sorprende ver como cierto feminismo todavía se mueve alrededor de conceptos como el victimismo o la exclusión. Escribo esto a partir de una anécdota entre escritores que nos revela muchas cosas sobre este debate.
Karl Ove Knausgård se ha hecho famoso escribiendo una autobiografía en seis volúmenes. El escritor noruego intenta trasladar al texto, sin filtros, la realidad que ha vivido. Cuando salió el primer volumen de la serie, uno de cada diez noruegos tenía el libro en casa; y rápidamente se convirtió en un fenómeno editorial a nivel mundial. Siri Hustvedt, escritora y ensayista americana, es uno de los estandartes del feminismo americano. De ascendencia noruega, quedó fascinada por el fenómeno Knausgård y fue una de las primeras en entrevistarlo. Hustvedt le preguntó por qué, entre todas las referencias a escritores que había en la novela, solo aparecía una mujer. Knausgård, con su pose desganada y ausente, contestó: “No son competencia” (en inglés original, aún más seco: “No competition”).
Esta respuesta, que ella no repreguntó, afectó a Hustvedt intensamente. Tanto que, a partir de estas dos palabras, ha escrito un ensayo de veinte páginas, que podemos encontrar en el libro La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Ensayos sobre feminismo, arte y ciencia.
A partir del momento en que ocurrió esta anécdota es muy difícil encontrar una entrevista extensa a Knausgård en la que no aparezca este comentario y sus consecuencias: “Una vez, cuando estaba impartiendo una clase de escritura, era como si estuviera en un juicio. Todo trataba sobre moral. Me sentía como si estuviera en una secta, como si la manera como leían ellos mis libros fuera la única forma en que se podían leer, y para mí la literatura es justamente lo contrario: es abrir las cosas […] He estado en entrevistas donde todo iba sobre lo que estaba mal en mis libros. Me decían que, sin ser yo consciente de ello, expresaban valores patriarcales opresivos para las mujeres […] Lo que yo había hecho, lo que yo había escrito, de repente se transformaba en lo que yo no había escrito y tendría que haber escrito. O sea que la conversación ya no era sobre el libro sino sobre los valores de las mujeres que habían leído el libro y me estaban entrevistando”.
Las respuestas de Knausgård van directas al núcleo del problema de un cierto feminismo que, aunque tiene tribuna en las universidades y ha hecho omnipresentes los estudios culturales, no acepta ningún intelectual que no tenga en cuenta su discurso. Esto deja mucho margen para una actitud afectada y victimista, que es el tono general del ensayo de la americana. “La autocensura no es una buena idea si quieres hacer literatura”, dice Hustvedt. En cambio, al noruego le critican por haberse expuesto sin mentir ni querer encajar en ningún lugar.
La obsesión de la ensayista, que a la vez crítica y perdona la vida al escritor, es saber por qué el noruego no comparte sus opiniones. Y, por lo tanto, todo el ensayo es una especulación sobre lo que Knausgård tendría que haber contestado en aquella entrevista.
Así, Hustvedt se lamenta porque la semióloga estructuralista Julia Kristeva es la única mujer que aparece citada en el volumen. La tesis de la autora es que Kristeva estaba de moda cuando Knausgård estudiaba en Bergen, y que si hubiera vivido en otra época hubiera citado a Virginia Woolf o Simone Veil como cuota de mujer escritora o intelectual. No sé si Hustvedt hubiera preferido que Knausgård escribiera con una calculadora en las manos para ver cuántas escritoras y escritores le salían por página para cuadrar con la paridad de género.
El problema del ensayo de Hustvedt es que exalta los mismos clichés que critica, porque sin estos clichés se quedaría sin discurso. Cuando dice que Knausgård es femenino porque habla de tareas domésticas le está atribuyendo unos prejuicios que un lector contemporáneo no tendría que tener; y cuando dice que tiene “una parte abrumadoramente femenina, el núcleo delicado, herido y lleno de sentimientos” trata a las mujeres como seres delicados, heridos y sentimentales.
La gracia de Knausgård es que hace una literatura que no acepta, por muy mal que siente a los estudios culturales, lecturas de género fáciles ni cómodas. Y por eso mismo es bueno. El noruego no está preocupado ni interesado por los mismos temas que Hustvedt, y por eso ella y su prosa repelente no aciertan a leerlo bien. La conclusión del ensayo –“parece que los miles de páginas no han servido para iluminarlo sobre la mujer que lleva dentro”– demuestra, además de una actitud paternalista, que no ha entendido el gesto que el noruego pretende hacer con sus libros.
Por eso hay un cierto feminismo que no nos tomaremos en serio hasta que deje de ser una forma más de victimismo. Comprendo que Hustvedt, que presume de moverse con dificultad en un mundo de hombres, lo que querría es someter a Knausgård a su visión del mundo. “Cuando Mi lucha se publicó”, escribe Hustvedt, “fue como si un hombre adulto se hubiera desnudado, hubiera caminado hasta la plaza mayor y se hubiera subido a un banco para berrear y balbucear a la vista de sus conciudadanos”. A Hustvedt le encanta poder decir esto, intuimos su placer al ver a un hombre rebajado y llorando en medio de una plaza. Porque tras un discurso erudito y delicado sobre el feminismo, lo que se ve en su ensayo son unas ganas enormes de encular a algún macho alfa.
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Marina Porras es librera y crítica literaria.
Este artículo fue publicado originalmente en catalán en La Llança. Diari d’oci y cultura de El Nacional (www.elnacional.cat).
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Marina Porras
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