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No éramos pocos los que enfrentábamos la comparecencia de Mariano Rajoy en el Pleno extraordinario sobre la Gürtel con ánimo de notario. Ofrecer un recuento de las mentiras del presidente iba camino de convertirse en un género periodístico. Y sin embargo, en esta ocasión a Rajoy no le ha hecho falta ni mentir. Una frase, una sola frase en su primera intervención, y la comparecencia había acabado antes de empezar. 

La frase es esta: “Esta cámara no me ha obligado a asumir responsabilidades políticas”. 

Es decir, el presidente del Gobierno de España ha dado un paso más en su obstinada construcción de la desfachatez. Implícito en la frase va que admite tener responsabilidades políticas en la corrupción. A estas alturas, incluso en Rajoy quedaría ridículo afirmar lo contrario. Pero esas responsabilidades, democráticamente comparables a las judiciales, en opinión del presidente solo se asumirán por obligación. Nunca por decencia democrática.

Si la postverdad se basa en jugar con la mentira para que, emocionalmente, se convierta en algo parecido a la verdad, la nueva estrategia de Rajoy, y por lo tanto del Partido Popular, va más allá. Sencillamente, ya no elabora la mentira, ya no la disfraza, ni siquiera la usa. La da por hecha. Un ejercicio de desfachatez democrática que se podría denominar postmentira. O sea, algo así: ya sé que miento, ya sé que saben que miento, pero tengo los apoyos necesarios para hacerlo y que no pase nada. 

De hecho, los dos pilares en los que se apoya el líder popular para afirmar “esta cámara no me ha obligado a” son los apoyos de diversos grupos parlamentarios, a la cabeza de los cuales se sitúa Ciudadanos, y los millones de votos del PP. Rajoy ha venido a reírse de la Cámara y de los representantes parlamentarios luciendo una versión libre de aquel “La calle es mía” de Fraga.

En este contexto, toda la batería de reproches, acusaciones y preguntas que llevaban preparados los diferentes grupos políticos habían quedado contestados e inútiles antes de formularlos. No se puede acusar de corrupción a alguien que presume de no asumir responsabilidades no porque no exista el delito, sino porque no le obligan, o sea, con un “porque puedo”. No se puede acusar de mentir a alguien que ya ni mentir necesita.

Cuando Pablo Iglesias pregunta al presidente Rajoy “¿Piensa de corazón que los ciudadanos le creen?” ya todo el mundo conoce la respuesta. La conocen Iglesias y Rajoy, la conoce toda la Cámara y la conocen los ciudadanos. Y por eso, corazón aparte, aparece como retórica, romántico enunciado. Rajoy ya ha respondido, implícitamente, que le da igual. O sea, que quienes le votan seguirán haciéndolo. Igual que quienes le apoyan.

Presidente de qué

Siguiendo la misma insolencia de su postmentira, Mariano Rajoy ha espetado al Pleno que, en cualquier caso, las acusaciones de corrupción deberían hacérsele como presidente del Partido Popular, y no como presidente del Gobierno. Y tal afirmación de nuevo llevaba implícita la burla y la asunción de corrupción y responsabilidades. No en vano el líder del PP se ha permitido en varias ocasiones enunciar con soltura la palabra “corrupción”, muy lejos de lo que acostumbra.

Sin embargo, es precisamente en esa dicotomía donde reside el error de Rajoy. Porque como presidente del PP, en puridad y según su costumbre, no tiene que dar explicaciones –sus votantes sabrán lo que tragan o dejan de tragar– más que ante la Justicia. Sin embargo, en cuanto hace hincapié en que su papel es el de presidente del Gobierno de España, debe asumir que las explicaciones se las piden los grupos parlamentarios en representación de millones de ciudadanos. Y entonces, sí. Entonces las explicaciones son inexcusables. Y también la verdad. 

Dicho todo lo anterior, hacer mención a Lasa y Zabala queda solo como la guinda de un pastel amargo.